REVISTA DIGITAL
La educación rural en el cine
La última edición de Semana Educación estuvo dedicada a la formación en el campo. Esta es una nueva sección de la revista, a propósito de su aniversario, sobre una película nacional y otra internacional.
¿Qué servicio puede prestarle el cine a la educación? ¿Acaso un arte evasivo que fabula e inventapuede revelar algo sobre la realidad tangible de la escuela, sobre los problemas de los docentes, sobre las necesidades de los alumnos? Hay muchas respuestas posibles a esa pregunta, pero estas son apenas dos.
La primera la facilitó Aristóteles 2.000 años antes de que naciesen los hermanos Lumière, cuando dijo que la ficción es superior a la historia porque no se limita a contar lo que ha sucedido sino que abarca además lo que podría suceder. Cuando el cine expresa lo que ocurre en las aulas, dibuja una realidad alternativa que permite prever todo lo bueno que traerá la educación si cae en manos de personas responsables, así como todo lo malo que puede acarrear si acaba tutelada por un interés bastardo.
La segunda respuesta es que, al contrario de lo que parece, los seres humanos no hacemos lo que nos mandala razón sino lo que nos dictan las emociones. Cuando alguien nos cuenta que en el mundo hay 57 millones de niños sin escolarizar, el dato aterriza en la parte consciente de nuestro cerebro, que se limita a codificarlo y archivarlo por si pudiera serle de alguna utilidad en el futuro. Por el contrario, cuando vemos en la pantalla a un niño avispado y brillante de las barriadas de Mumbay que es relegado a la marginación crónica porque no tiene acceso a las primeras letras, se abre un cráter de inquietud en nuestro ánimo que, a la larga, podría cambiar el mundo.
La emoción alborota el inconsciente, aviva las preguntas dormidas, despierta el sentido crítico y nos impulsa a la acción. Por eso nos conviene que el cine nos hable de las luces y las sombras del mundo educativo: porque, cuando enciende la chispa de las emociones, nos empuja a corregir lo que falla en las aulas, a universalizar los beneficios de la cultura y a construir la escuela en que creemos.
¿Lápices o balas? Los colores de la montaña
Título original: Los colores de la montaña
Dirección: Carlos César Arbeláez
País y año: Colombia – 2011
En algunos lugares de este mundo la infancia es un edén amenazado. Ese es el mensaje, transmitido en un tono sereno pero terminante, de ‘Los colores de la montaña’. Su protagonista, un niño de 9 años, vive en una vereda sacudida por los combates entre la guerrilla y los paramilitares. Manuel dibuja, juega al fútbol, mima a su hermano pequeño y ayuda a su padre en las tareas del campo. Pero alrededor de esas plácidas rutinas late un mundo de violencia donde es muy fácil morir asesinado por un sí o por un no.
El balón con el que juega Manuel cae en un potrero sembrado de minas, su mejor amigo colecciona casquillos de bala, el aire de las mañanas huele a pólvora, los helicópteros sobrevuelan las casas en plena noche y la vereda se va quedando sin gente porque muchos piensan que es mejor desplazarsea otro lugar donde vivir no sea un riesgo. Los dibujos coloridos de Manuel emergen sobre un telón de tinieblas. Su infancia es una infancia corrompida, envenenada por la guerra, desgarrada por las luchas políticas que azuzan los adultos sin pensar en sus hijos.
¿Puede ser la educación una esperanza en un escenario tan lúgubre? Por un momento parece que sí. Carmen llega desde la ciudad para hacerse cargo de la escuela rural y decide transformar el aula en un espacio de concordia donde no se acepte la dictadura del terror. “La escuela es de ustedes y de nadie más”, les dice a los chicos. Pero su utopía es efímera. Un día, Carmen invita a sus alumnos a pintar un mural en la fachada de la escuela, y los niños representan a todo color las montañas verdes y los cielos anaranjados del campo. Pero Carmen comete el error de tapar con su mural una consigna escrita en la fachada, ocho o diez palabras trazadas con la brocha gorda del maniqueísmo, que proclaman que en la vereda o te haces guerrillero o mueres de civil.
Desde ese instante, Carmen cae en desgracia. Se convierte en una sediciosa, en una hereje, en una enemiga. Y entonces queda claro que en las zonas de guerra no hay libertad posible porque todo gesto, por fútil que parezca, acaba por abrir una herida. Y de esa forma corroboramos que la educación no puede dar frutos allí donde reina la violencia, porque la escuela es, por definición, un espacio volcado hacia el futuro, y las balas lo asesinan. Solemos pedirle a la escuela que cambie el mundo, pero ‘Los colores de la montaña’ nos avisa que, en ciertas ocasiones, hay que proceder al contrario. A veces, hay que cambiar el mundo para que la escuela sea posible. Para que la infancia sea posible.
Viajar para aprender camino a la escuela
Título original: Sur le chemin de l’école
Dirección: Pascal Plisson
País y año: Francia – 2013
Pascal Plisson dirige documentales. Hace unos años, cuando filmaba a unos animales en la sabana de Kenia, vio pasar corriendo a tres jóvenes guerreros masái. “¿Adónde van?”, les preguntó. La respuesta fue: “A la escuela”. Aquellos tres muchachos se levantaban cada día antes del alba y caminaban durante dos horas para llegar al colegio, que se encontraba muy lejos, al otro lado de la montaña. De pronto, Plisson comprendió que, en algunos lugares del mundo, ir a las aulas es toda una aventura.
Conmovido por aquel descubrimiento, decidió realizar su película ‘Camino a la escuela’, donde relata las peripecias reales de cuatro niños de países muy distintos que deben hacer un formidable esfuerzo físico para llegar al colegio: caminan durante horas, cruzan ríos y llanuras, bordean cornisas y tramontan cerros, se atascan en la arena y se cubren de polvo… Para aprender que 3 por 10 son 30, los niños de la película no solo tienen que abrir un libro y escuchar al maestro, sino que han de lastimarse los pies, desafiar al vértigo y al calor, empaparse de fango y esquivar a los elefantes corriendo hasta quedarse sin aliento.
Hay tres revelaciones, por lo menos, aguardándonos en la película de Plisson. La primera es que la frontera entre lo significativo y lo trivial tal vez no esté donde pensamos. A quienes vivimos en grandes capitales urbanas nos parece que ir a la escuela es un hecho rutinario que carece de todo interés, pero Plissondinamita esa creencia mostrándonos la odisea que implica a vecesun viaje tan simple. La segunda revelación es que no hace falta vencer batallas ni derrocar tiranos para convertirse en un héroe. El coraje sobrehumano que demuestran los niños de la película nos enseña que la épica puede latir también en un acto ordinario.
Y, por último, Plisson nos descubre que la educación no es solo un derecho que debemos exigir o una costumbre heredada que nos conviene perpetuar, sino un tesoro digno de fe. “Estudia y aprende, no seas como nosotros”, dice uno de los padres que aparecen en la película: “Entenderás mejor la vida si te instruyes”. En ‘Camino a la escuela’, tanto los padres como los hijos son muy conscientes de que la educación es mucho más que un rosario de ejercicios y disciplinas. Es una joya sublime, un regalo, una herramienta de transformación que merece todo tipo de sacrificios porque ensancha la naturaleza de las personas y la dignifica. Y uno siente que con padres, con niños, con alumnos y con héroes así, la humanidad tiene futuro.
*Filólogo, escritor y poeta español que también es colaborador de Semana Educación.
Este artículo hace parte de la novena edición de la revista digital Semana Educación. Para descargar la publicación siga estos pasos (ver).