DESAFÍOS

Prediciendo la deserción escolar

Nunca antes los sistemas educativos habían enfrentado tantos desafíos. Y aunque los resultados de las pruebas estandarizadas son preocupantes, es más alarmante el caso de los estudiantes que nunca llegan a presentarse y abandonan el colegio sin graduarse.

Gabriel Sánchez Zinny y Jorge García*
22 de junio de 2014

La deserción escolar en América Latina es una tragedia de la que se habla muy poco, pero que tendrá un impacto negativo en la región por muchos años más. No solo enfrentamos el desafío de los alumnos que siguen dejando la escuela todos los años, sino de los millones de adultos que están en su vida profesional sin estudios secundarios en una sociedad en la que cada vez es más difícil encontrar un empleo sin tener formación.

Hoy en día, muchos de los oficios que tradicionalmente solo requerían experiencia, como ser operario, vigilante, transportador o recolector, exigen haber terminado el bachillerato, ¿qué van a hacer entonces los más de diez millones de colombianos y los millones de latinoamericanos que nunca obtuvieron este titulo?

A pesar de que esta tragedia sea acuciante para el futuro de nuestras sociedades, sabemos poco sobre los jóvenes que dejan las escuelas. Existen escasos estudios profundos, locales, sobre las causas y consecuencias de la deserción escolar. Sabemos que la necesidad de ingresos, las situaciones familiares y la falta de una escuela de interés para los jóvenes son de las principales causas del abandono, pero no tenemos mayores precisiones estadísticas, ni políticas claras de cómo combatirla.

En este contexto, vale la pena mirar algunos recientes estudios en otros países para tomar ideas y generar debate en la región.

Por ejemplo, una reciente investigación de Robert Balfanz, director de Everyone Graduations Center, en John Hopkins University, reporta: “no es novedad que los estudiantes que no terminan la escuela secundaria provienen de las comunidades más pobres, pero el porcentaje de concentración en las mismas escuelas es alarmante”.

El estudio, que se centró en los jóvenes afro-americanos, encontró que la mayoría de los estudiantes que dejan la escuela provienen de 660 instituciones, de las 12.600 escuelas regulares y vocacionales de más de 300 estudiantes que existen en Estados Unidos.

Es un problema altamente focalizado, y el estudio permite tener valiosa información para poder ayudarlos. Las políticas públicas enfocadas en esas escuelas, y en particular en el noveno año que es donde comienzan a abandonar en grandes números, parecen ser de mucha efectividad, en vez de generar políticas nacionales que pueden contribuir a generar conciencia del problema, pero tal vez no ofrezcan soluciones de impacto.

Otras conclusiones interesantes del estudio se refieren a que las escuelas no están correctamente diseñadas para estos alumnos, que en general se han atrasado en las materias, a veces por varios meses, y que también han repetido grados y quieren volver a empezar.

Estadísticamente hablando, quizás el hallazgo más significativo es que la mayoría de estos jóvenes que abandonan en noveno grado podrían haber sido identificados desde que estaban en sexto a través de una serie de factores que hoy en día cualquier escuela reúne.

“Estos jóvenes adultos están tratando de llamar la atención sobre sus problemas, pero nuestro sistema educacional no está organizado para identificar y reaccionar a estas señales que envían los estudiantes en dificultades”, dice el estudio.


Estos descubrimientos, que no son anecdotarios como muchas veces tenemos en la región, sino basados en estadísticas, encuestas y grupos focales, ayudan a generar propuestas concretas de mejora, como poner un facilitador o coach a cargo de los alumnos con mayores dificultades desde los primeros años de secundaria. Así los apoyan con cualquier problema que puedan tener, o utilizar más tecnológica para detectar lo antes posible quienes están fallando en cursos centrales, o ausentándose seguido de la escuela.

Algunos ministerios de educación en la región han empezado a trabajar en este aspecto. El chileno, por ejemplo, implementó el programa “Liceo para Todos”; el colombiano puso en marcha su estrategia de “Ni uno menos”, pero falta mayor precisión en el abordaje del problema.

Otra idea que sugiere el documento es involucrar a otros sectores de la comunidad donde se encuentran esas escuelas, como empresas, asociaciones civiles, instituciones religiosas, que acompañen a estos estudiantes.

Las conclusiones estadísticas que surgen de este estudio y otros de su tipo dan una luz de esperanza sobre cómo abordar un problema que impacta a nivel nacional pero cuyas estrategias de solución podrían llegar a ser bastante particulares y locales.

Con el camino ya adelantado de la formulación de las variables más relevantes que se deben estudiar, solo resta iniciar y consolidar la caracterización de estas poblaciones para tomar medidas tempranas y efectivas que mantengan a los estudiantes motivados en la finalización de sus estudios. Usando tecnología y generando indicadores de alerta a los que las instituciones pueden estar atentas tres o cuatro años antes de que un estudiante realmente deserte podremos prevenir y mitigar una futura tragedia ya no solo educativa sino económica y social.

* Gabriel Sánchez Zinny es presidente de Kuepa y Jorge García es director de Kuepa