OPINIÓN
La vigencia del programa Todos a Aprender (PTA)
El pedagogo Julián De Zubiría propone convertir en política de Estado el Programa Todos a Aprender (PTA), pero sugiere algunos cambios para garantizar un mayor impacto en la calidad y la equidad.
En Colombia no fue posible llevar a cabo una reforma estructural del campo en los últimos dos siglos. Países como Bolivia, Perú, Guatemala o México, entre otros, sí lo lograron. Cada vez que se intentó modernizar, los grandes propietarios de tierras bloquearon cualquier intento de reforma. Al hacerlo, mantuvieron un agro relativamente aislado del desarrollo, en el que predomina la ganadería extensiva, está ausente la tributación y el poder político altamente concentrado en los grandes propietarios de tierra. Por esta razón, llegamos a ser el quinto país con mayor concentración de la propiedad en el mundo. Esto se mide con el coeficiente Gini, el cual oscila entre 0 y 1.
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Si toda la tierra del país estuviera en manos de un solo propietario, el coeficiente sería de 1 y si toda la tierra estuviera perfectamente distribuida entre todos los campesinos, el coeficiente sería 0. Colombia tiene un coeficiente de 0,9; es decir, presenta una concentración casi absoluta en la propiedad de la tierra. Este es el contexto que explica el evidente atraso del campo colombiano en salud, vivienda, infraestructura y educación. En estas notas analizaremos el intento del gobierno de Juan Manuel Santos por enfrentar las dificultades del campo a nivel educativo.
En su primer periodo, el presidente Santos y su ministra María Fernanda Campo, tomaron la decisión de acompañar los colegios rurales que habían sido abandonados históricamente. En 2012, se seleccionaron los 4.500 colegios de peor balance y, a partir de la experiencia de los países que habían mejorado significativamente en calidad educativa en el mundo, se diseñó el programa Todos a Aprender (PTA). El programa alcanzó a llegar a 890 municipios.
Cuando seis años atrás recorrí algunos de estos colegios, la mayoría de los docentes me preguntaba qué eran los estándares y las competencias transversales. Al preguntarles cómo hacían para decidir qué enseñar en un curso de matemáticas y qué en otro, me respondían que tenían un texto de hace unos 30 años y que, como suponían que la matemática no había cambiado, seguían enseñando lo mismo y lo que allí se indicaba para cada uno de los cursos. Muchas de estas escuelas tenían un solo docente, sedes dispersas por las montañas y muy precarias condiciones de infraestructura. No extraña que en las pruebas de Estado alcanzaran los peores resultados, ya que han sido históricamente niños, maestros y escuelas, en términos generales, olvidados por el Estado.
El PTA buscó mejorar las prácticas de aula de los docentes en las áreas de lenguaje y matemáticas, incidiendo en dos de las variables más asociadas a la calidad de la educación. De un lado, la formación de los docentes y del otro, las competencias comunicativas. Lo hace con tutores que se desplazan a los mismos colegios, en lo que se conoce como formación in situ. De esta manera, el programa ayuda a la creación de comunidades de aprendizaje. Así mismo, también hay que destacar que enfatiza una de las competencias esenciales: la comunicativa, apoyando el proceso con tutores, textos y conectividad. Al frente del programa está un grupo de docentes altamente formados, quienes tienen a su cargo la formación de los tutores, en lo que se conoce como formación en “cascada”. Los 100 formadores forman a los 4.230 tutores, los cuales acompañan en el aula a los 109.360 docentes, quienes a su vez tienen a cargo 2.300.000 estudiantes.
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El impacto del programa ha sido evaluado por la Universidad de los Andes. La primera evaluación fue realizada en 2014 y la segunda en 2017. En la primera, no se encontró impacto, algo que suele suceder en el corto plazo en los programas educativos. La segunda evaluación ha mostrado impactos bastante positivos en lenguaje, pero bajos en matemáticas. Para tercer grado, el balance es relativamente favorable en ambas áreas. Para quinto grado, en lenguaje, los estudiantes con niveles insuficientes pasan del 30% al 18% de 2015 a 2017. En matemáticas, el 80% de los estudiantes sigue alcanzando niveles mínimos o insuficientes en el año 2017, cifra muy similar a la obtenida en el año 2012, fecha en la que inició el programa.
El balance y la experiencia acumulada a lo largo de estos seis años, debería llevar al nuevo gobierno de Iván Duque a mantener el programa, con algunos ajustes. No hay duda, es un programa esencial para atenuar la deuda histórica con el campo y para garantizar que la educación pueda cumplir con sus fines esenciales: ayudar a disminuir la inequidad e impulsar la movilidad social. Es un programa que hay que cuidar y defender, porque sus fines lo ameritan y sus logros muestran que se está trabajando en la dirección correcta. Sin embargo, conociendo sus fortalezas y debilidades, sugiero cinco cambios, para garantizar mayor impacto. Dichos cambios los expliqué recientemente ante la ministra Yaneth Giha, en un foro convocado para analizar las proyecciones del PTA, en la Cámara de Comercio en Bogotá.
Primero: El país debe dejar de hablar de lenguaje y enfocarse en el desarrollo de competencias comunicativas. Entenderlo de esta manera, ayuda a pensar que la tarea para fortalecer la lectura y escritura, no es del profesor de lenguaje, sino de todos los docentes de todas las áreas y cursos. Así mismo, ayuda a comprender que se equivocó la escuela al priorizar la gramática y la ortografía. La tarea de la educación básica, no es que los estudiantes conozcan la estructura de la lengua, sino que consoliden sus competencias para hablar, escuchar, escribir y leer comprensivamente.
Segundo: El PTA Intenta transformar las prácticas de los docentes. Sin embargo, el programa no involucró a toda la institución. Al hacerlo, no tuvo en cuenta que la variable esencial de la calidad no es el docente, sino la institución educativa como un todo. Hay que fortalecer el liderazgo pedagógico del rector y consolidar la comunidad educativa si queremos impactar el clima institucional y la calidad de la educación. La recomendación es que, para la tercera fase, disminuya el número de instituciones atendidas, que gradúen las que lleven más adelante el proceso, pero que a las que continúen, las involucren en todos los grados y ciclos.
Tercero. El país está equivocado a nivel curricular. Ha optado por la ruta de la especificidad y la dispersión. Un estudiante de quinto de primaria ve en promedio catorce asignaturas y cientos de contenidos en cada una de ellas. Esa es una idea descabellada que conduce a un trabajo superficial y fragmentado. Se destruyó el trabajo en equipo y cada docente terminó trabajando de manera aislada. Lo que necesitamos es exactamente lo contrario: que todos los docentes de todas las áreas y cursos, trabajen fundamentalmente hacia mismo lado, pero abordando contenidos diferentes. La tesis que hemos sustentado por treinta años en Pedagogía Dialogante es sencilla y está probada: Toda la educación básica debería estar concentrada en que los estudiantes consoliden tres tipos de competencias: pensar, comunicarse y convivir. De eso se debería tratar la educación básica. Todo lo demás es secundario. Para lograrlo, se requiere que nos pongamos de acuerdo en unos lineamientos curriculares generales y flexibles. Deben ser flexibles, para garantizar que se adapten al contexto y al PEI de cada institución; y deben ser generales, ya que es absurdo en el siglo XXI prescribir lo que se debe hacer en cada clase y asignatura. Hacer lo contrario, violaría la autonomía consagrada en la Ley General de educación y haría que los docentes no se empoderen de su proceso, condición sine quo non de la calidad: Un PTA reformulado, es una buena oportunidad para ello.
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Cuarto. Reiteradamente se ha creído que los estudiantes tienen dificultades con los algoritmos. Lo que no se capta es que en la educación equivocadamente hemos convertido las matemáticas en algoritmos y que dejamos de lado lo esencial: el pensamiento matemático que subyace. De allí que lo que se requiere es consolidar los procesos de pensamiento. Si los niños cualificaran sus procesos de seriación y de clasificación, tendrían menos problemas en aritmética. Si los jóvenes fortalecieran sus procesos de inducción y de deducción, les resultaría mucho más fácil resolver un problema algebraico. La recomendación, por tanto, es que en lugar de un trabajo intensivo en aritmética y álgebra, desarrollemos procesos de pensamiento que ayuden a niños y jóvenes a pensar de forma más compleja y estructurada y a resolver de mejor manera los problemas a los que se enfrenten a diario y no sólo los rutinarios que suelen asignarles las clases de matemáticas.
Quinto. El Estado firmó unos acuerdos, pero la paz sólo estará al alcance de todos si garantizamos un compromiso decidido para gestar el cambio cultural y para reestablecer el tejido social que contribuyó a destruir el narcotráfico. De allí que hoy por hoy se requiere un tercer frente de trabajo en el PTA en las instituciones educativas: las competencias éticas. Tendremos que aprehender a valorar y respetar a quienes piensan diferente a nosotros. Tendremos que superar los enfermizos niveles de intolerancia que hoy padecemos como sociedad. Por ello, la propuesta es que aparezca un acompañamiento en competencias éticas liderado por el área de Ciencias Sociales. Se trata de aprehender a conocernos a nosotros mismos, a los otros y al contexto. Se trata de fortalecer la empatía, de reconocer y valorar nuestras diferencias, para mejorar nuestra convivencia.
El PTA debe convertirse en política de Estado, pero previamente debe adecuarse a lo que indica su seguimiento y otras experiencias análogas. El PTA debe impulsar la transformación de un área de lenguaje a la de competencias comunicativas, involucrar a la institución como un todo, ayudarnos a asegurar una convivencia más respetuosa de las diferencias y no sólo focalizar su trabajo con algunos docentes aislados. Si logramos introducir estos cambios y si priorizamos en la educación básica el desarrollo del pensamiento, el convivir y el comunicarnos, el PTA podría impactar de manera mucho más sensible la calidad y la equidad. La experiencia muestra que, con estos cambios sugeridos, su impacto sería mucho mayor.
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*Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas.
Twitter: @juliandezubiria
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