MÚSICA

Residente: un canto por Latinoamérica y la educación

No se trató de él sino de los otros: de los 7.950 asistentes y de muchos más. De los reprimidos, los aburridos, los diferentes. Los migrantes, los indígenas, los que están en guerra y los que no tienen acceso a la educación. De nuevo hizo de su reconocimiento el megáfono de las luchas que defiende y que cree justas. Así se vivió el concierto de Residente en la capital.

24 de noviembre de 2018
| Foto: Esteban Vega

La noche del 23 de noviembre fue sacudida por la fuerza arrolladora de René Pérez Joglar y su banda. Desde hace más de un año los escenarios del mundo en los que se ha presentado lo reconocen como Residente, a secas. Sin Visitante y sin la sombrilla de Calle 13 llegó a Bogotá para que sus líricas inmersas en la camaleónica música urbana que ha creado hicieran retumbar a las 7.950 personas que desde horas antes lo esperaban en el Centro de Eventos Autopista Norte, a las afueras de la ciudad.

Más que un boricua, Residente es un ciudadano del mundo. Sus canciones y en especial este reciente álbum de nombre homónimo -que es su debút como solista-, llevan el sello de la diversidad impregnada en composiciones de alto contenido político y social.

Por eso las tablas del escenario temblaron cuando, como había anunciado cuatro días antes del show, se hizo a un lado y le cedió el micrófono y la tarima seis voceros estudiantiles, líderes del paro nacional que lleva más de 40 días.

No importó que la llegada de los universitarios estuviera anunciada y careciera de sorpresa. Las arengas que se gritaban en las calles hicieron eco en el espacio cerrado de esa noche mientras esperaban la aparición de los hombres y mujeres que quieren poner en jaque al país para que tome acciones sobre la educación superior pública.

“Es importante que los escuchen”, dijo el artista con el sonido de la ‘L’ marcado en el habla, característico del acento puertorriqueño. El público respondió con una ovación de gritos y aplausos y celulares al aire, listos para registrar el momento.

Alex Flórez, una de las caras más visibles del movimiento estudiantil tomó el micrófono: “Estoy aquí para hablarles sobre la defensa de uno de los baluartes más importantes de un estudiante y es el derecho de soñar. Y nosotros soñamos con un país donde la educación sea un derechos de todos y no un privilegio de pocos”. Ante sus palabras la multitud calló. La música dejó de sonar y los oídos se concentraron en el mensaje de aliento de Flórez.

Pronto el turno fue de Alejandro Palacio. Al coger el micrófono el multitudinario público repitió la conocida “resistencia”, la palabra que da paso a una coreografía que repiten los estudiantes en todas las marchas. Por contados minutos, ese símbolo de lucha se convirtió en el discurso de todos quienes movían su puño de arriba a bajo para apoyar, no solo a Alejandro, sino a Alison, Julieth, y a Jennifer, quienes sostenían la pancarta con el mensaje “educación pública para América Latina”. Cada pronunciamiento de Palacio mereció la respuesta en masa de los fanáticos de Residente. “Las universidades públicas son la única oportunidad de miles de jóvenes en Colombia. ¿Por qué no las apoyamos? ¿Por qué no las financiamos? ¿Por qué no soñamos un mejor mañana?”.

Con la considerable intervención de los estudiantes, la educación se revistió de música en la noche del 23 de noviembre. La versión de los voceros de Atrévete-te-te sonó primero que las demás canciones del artista. “El futuro es nuestro”, fue la consigna del concierto. Los miles de jóvenes congregados allí la entendieron como propia.

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La energía subió entre los asistentes. La presentación de Residente fue una que, por el corte de su propuesta artística, no podía desligarse de la fiel defensa por los derechos humanos que desde hace años emprendió. Mientras hizo parte de  Calle 13 ganó 25 Grammys, siendo uno de los latinos con más premios de ese tipo en la industria músical. Y por defender la educación en América Latina y los derechos de los indígenas ha hecho parte de campañas promovidas por Unicef y Amnistía Internacional.

Así, durante el espectáculo su rap abrazó la lucha del movimiento estudiantil colombiano y afirmó que también era suya, y que debe hablarse de la educación en una conversación global. “A pesar de que no sea de acá, siento las cosas que la gente puede sentir acá. No tengo la idea de joder y molestar. Lo que sí me interesa es que se eduque la gente que no esté educada y que sea un tema de todos los países. Todos los artistas de Colombia están invitados a hablar por la educación de mi país”.

El concierto estuvo dedicado a un abanico de problemáticas sociales. Habló y cantó por los reprimidos, los aburridos, los diferentes. También lo hizo por los migrantes, las comunidades nativas y los que están en guerra. De nuevo hizo de su reconocimiento el megáfono para poner en el ojo público esas cuestiones.

Bogotá fue el penúltimo destino de su gira 2018. El concierto en la capital duró algo más de dos horas. En él fue Residente en todo su esplendor: cada una de las 21 canciones que interpretó entregó a los asistentes un mensaje político y de protesta referente a los temas que defiende.

Solo 6 piezas del repertorio total hacen parte de su álbum en solitario. Su presentación fue un tejido disruptivo: tomó los espacios entre canciones para explicar el origen de cada producción y, acto seguido, dio paso a una delirante presentación acompañada de apoyos visuales y luces de colores.

El rojo fue el elemento conductor el espectáculo, pues fue el ingrediente con el que se podría simbolizar todo lo que hizo parte del concierto: la pasión y la fuerza con la que se movió la masa humana.

Las visuales variaron según el talante de la canción. Luego de la intervención de los estudiantes el sonido rimbombante de El aguante salió por los parlantes. El escenario brilló en reflejos rojos, azules y blancos mientras se imponía la letra de la canción en pantalla. El público se estremeció cuando sonó la frase “aguantamos al culpable cuando se hace el inocente, aguantamos cada año a nuestro puto presidente”.

Pero, el ánimo se transformó cuando sonó Desencuentro. La textura granulada cambió por una más apacible, como la canción misma. Mientras manchas explotaban de una forma muy delicada en pantalla, un solo de guitarra guió el vaivén lento de los cuerpos en el movimiento pasmoso y fino que sugiere su melodía.

Así sucedió durante todo el show. La propuesta de Residente es una que se ha construido a partir de la diferencia. Revolvió el género y lo revolucionó a partir de propuestas musicales que, a primera vista, parecen ser disímiles de lo urbano. Su rap parte de la idea de crear algo nuevo, cambiar los ritmos, salir de lo normal y pasar a lo extraño.

Ahí radica el poder de la música de Residente: su show no se basa en una construcción singular de la puesta en escena. Todo lo contrario: es una muy simple. Las imágenes en pantalla son un importante acompañamiento, pero en este concierto no constituyeron una narrativa propia. En cambio su fuerte y por lo que resalta  en la escena cultural es el mensaje directo a las entrañas de quien escucha sus rap en el a que hace un mestizaje musicalcon sonidos de otras partes del mundo, mientras mantiene la fuerza de la letra crítica y una posición inquebrantable sobre lo que piensa de la vida y las personas.

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Los asistentes escucharon beats de hip hop, pero también de cumbia y punk, ritmos de África y sonidos propios de Marruecos. Este rapero, que creció escuchando a Violeta Parra y no a Tupac, guió la cadencia de su música con el golpe de su mano derecha. Los momentos más vibrantes tuvieron como centro a su público, que saltó, bailó y cantó con canciones como Fiesta de locos, Atrévete, Cumbia de los Aburridos, Pal norte, No hay nadie como tú y, sobre todo, Latinoamérica.

Quizá el momento más conmovedor fue cuando Residente pidió guardar los celulares para “disfrutar el momento”. Pese a que no tocó la canción a la que hacía alusión (La vida- respira el momento), compartió el mensaje e invitó a que desconocidos y conocidos guardaran los celulares y se abrazaran por unos minutos. Las demostraciones de cariño reinaron en ese instante de calma, envuelto en sonidos de la guitarra, la batería, la pandereta y las congas.

A lo largo de su presentación Residente hizo todo tipo de declaraciones. Se preguntó por los trabajadores desaparecidos en la canción Calma pueblo y criticó la ambiciosa necesidad de la industria musical por pensar solo en cifras cuando dijo: “entiendo que a veces hay que pensar en una ganancia y claro que sí. Pero solo piensan en los números. No me importa los números en Instagram , me importa que mis canciones digan algo”.

En concierto no faltó el debido pronunciamiento sobre el fenómeno de las migraciones. Él ha expresado que las fronteras no existen y que, a fin de cuentas, todas las personas son residentes del espacio que ocupan. Por eso el tema no pasó de largo en Bogotá. El artista dijo que ha visto los efectos de la inmigración en todo el mundo: “Pasa en España, lo vi con la gente del Senegal. No hay que encasillar, hay que tratarlos como nosotros, que somos seres humanos. Esto pasa en Francia en España en todos los países. Le dedico esto a todos los inmigrantes, porque el mundo debe ser libre para todos”.

Entre discursos y propuestas sonoras, los miles de fanáticos terminaron bañados en sudor. Espontáneo y genuino, pausado y frenético, Residente extendió la mano, aceptó la bandera de Colombia, la abrazó y bajó las luces. La noche del 23 de noviembre fue sacudida por René Pérez Joglar y la declaración que comunica al planeta: hay que construir un mundo donde quepamos todos.