EDUCACIÓN

El fenómeno de la 'terapitis' en los niños con problemas de aprendizaje

Cada vez son más los niños que padecen de trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Sin embargo, su diagnóstico a veces no es tan acertado ni riguroso y los padres terminan corriendo de terapia en terapia.

*Daniela Vernaza
22 de mayo de 2018
| Foto: Getty Images

Después del colegio, cuatro días a la semana y durante una hora y media, María José Rodríguez, quien hoy tiene 21 años, tenía que asistir a sus sesiones regulares de terapia ocupacional. Su jornada escolar se extendía desde las 5:30 a.m., cuando debía levantarse para tomar la ruta escolar, hasta después de las 7:00 p.m., cuando llegaba a su casa a hacer las tareas luego de las terapias.

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El colegio identificó en ella un leve trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y le exigió asistir a estas terapias para mejorar su rendimiento escolar.  Jornadas muy extensas son cada vez más comunes entre los niños que toman terapias para resolver diferentes trastornos de aprendizaje o de comportamiento. El fenómeno ha sido observado desde hace varios años por quienes tienen en sus manos la tarea de formar y educar, e incluso por varios medios de comunicación. A veces, lo frustrante es que los niños atienden terapias durante años sin obtener mayor progreso.

El trastorno de los niños no puede tratarse igual  en todos los casos. Así, una terapia que funciona  en una persona puede no funcionar en otra.

Este panorama hace que surjan preguntas como: ¿qué está detrás de esta tendencia?, ¿por qué cada vez más niños necesitan este tipo de acompañamiento?, ¿qué ha cambiado en la crianza? Este boom de terapias parece reciente, pues generaciones pasadas nunca asistieron a este tipo de asesorías a pesar de que tuvieran problemas disciplinarios o dificultades en su infancia. Pero, hoy por hoy, las cosas han cambiado y los padres cada vez se preocupan más por el buen desarrollo de sus niños y buscan, a toda costa, mejorar sus capacidades.  Además, terapeutas y psicólogos afirman que las terapias son necesarias y que, de no tratar las dificultades a tiempo, pueden evolucionar en problemas más complejos.

El diagnóstico

Uno de los factores más relevantes a la hora de analizar el llamado fenómeno de “terapitis” son los métodos de diagnóstico, que parecen tan variados como las dificultades de los niños. Aunque existe un manual y un proceso estandarizado que avala la valoración de estos casos, incluso el Instituto del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad señala las dificultades para determinar la cifra exacta de casos de niños que padecen de esta condición en el mundo.

Estudios globales han revelado que los datos entre naciones varían drásticamente por factores metodológicos, ambientales y culturales, así como por diferencias en las guías de identificación y diagnóstico utilizadas. Las prácticas usadas para valorar este tipo de problemas se basan principalmente en la observación de un profesional especializado, quien se apoya también en las apreciaciones de terceros (como profesores y padres), que tienen un conocimiento profundo del niño en diferentes ámbitos de su vida.

Según Pilar Páez, terapista ocupacional con más de 40 años de experiencia, “es importante que los diagnósticos sean exhaustivos, sigan procedimientos responsables y, sobre todo, incluyan un fuerte componente crítico del evaluador antes de incluir a terceras partes”. El diagnóstico es esencial para identificar el problema específico y tratarlo de la manera más efectiva. Sin embargo, este no siempre es el caso.

Hay grandes diferencias respecto al diagnóstico y tratamiento de estos desórdenes entre Colombia y otras naciones. Por ejemplo, en Italia, si hay sospecha de que un niño tiene un problema, es remitido al sistema de salud. Allí un especialista se dedica a hacer su evaluación y, al final, se recibe un reporte de 20 o 30 páginas con los resultados de todas las pruebas del niño, bajo estrictos parámetros de calidad; lo que da las herramientas necesarias a los profesores para actuar.

En Colombia, por el contrario, aunque el Ministerio de Salud regula las prácticas de estos profesionales, no existe un ente que se encargue de los procesos de diagnóstico o los informes entregados a los padres y los colegios. Por esto, es natural que los reportes y métodos de diagnósticos varíen: mientras que algunos son lo suficientemente exhaustivos, otros apenas se limitan a nombrar la problemática.

Germán Casas, coordinador de la especialización en Psiquiatría de Niños y Adolescentes de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana; Álvaro Franco, coordinador de la especialización en Psiquiatría de Niños y Adolescentes de la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque, y Juan David Palacios, coordinador de la especialización en Psiquiatría de Niños y Adolescentes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, redactaron la carta “Psiquiatría infantil y la desinformación en torno a la subespecialidad” como respuesta al  artículo “En Colombia hay 60 psiquiatras infantiles para 20 millones de niños”, publicado por el portal Las 2 Orillas. En ella señalaban que una de las verdaderas razones por las que el país no tiene más especialistas en este campo es que “muchos de los que ejercen esa especialidad realmente no la han estudiado”.

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El psiquiatra infantil Roberto Chaskel corrobora que ese es el número de especialistas en Colombia y que, por supuesto, no es suficiente para atender a la población infantil. Además, cree que este podría ser uno de los factores que incide en que personas sin el entrenamiento adecuado se encarguen de estos procesos, que necesariamente requieren de esta especialidad.

La “epidemia” del  TDAH

El incremento en el número de casos de TDAH es una tendencia global y fue observada inicialmente en Estados Unidos, donde, según cifras de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, en 1990 menos del 5 % de los niños escolarizados eran diagnosticados con esta disrupción. Datos de 2013 escalaron esa cifra al 11 %.

Expertos estadounidenses como Peter Conrad, sociólogo médico, afirma que esta tendencia podría obedecer más a fenómenos económicos o sociales que a médicos o de  salud pública, una opinión que más de uno comparte. Según Chaskel, este no es el caso de Colombia, que fomenta otros tipos de tratamientos además de los fármacos. Por el contrario, cree que “parte del incremento de estos casos se debe a que hay más padres y educadores atentos para identificarlos”.

Las estadísticas del caso colombiano muestran un panorama similar. En una conversación entre Casas y Chaskel en la Fundación Santa Fe en 2014, se mencionó que para ese entonces  los estudios realizados en el país señalaban que el TDAH afectaba aproximadamente a cerca de un 12% de la población infantil escolarizada. Según Casas, esta cifra podría incrementar si se incluye a los no escolarizados.

Por otro lado, los datos publicados en el estudio “Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), una problemática a abordar en la política pública de primera infancia en Colombia”, muestran que, de la población infantil evaluada en Bogotá, el 57,8 % cumple con los criterios para ser diagnosticada con esta condición, cifra que a todas luces es elevada. Este resultado puede llevar a reevaluar lo que es considerado un comportamiento “normal” y aquello que podría ser parte de una patología.

De la población infantil evaluada en Bogotá, el 57,8 % cumple con los criterios para ser diagnosticada con trastorno por déficit de atención e hiperactividad.

La gran diferencia  (45,8 %) entre estas dos cifras se debe a que la segunda ha tomado en cuenta el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)” que, aunque no es el usado en Colombia, tiene influencia en la tendencia mundial. La desconcertante brecha evidencia las disparidades entre diagnósticos.

El tratamiento de este trastorno puede llegar a ser más polémico que su diagnóstico, pues en muchas ocasiones incluye medicación. La Ritalina, uno de los medicamentos más conocidos por niños con esta afección, es también uno de los principales focos de discusión. La potencia de este psicofármaco es significativa incluso para un adulto. Los 25 casos de muerte de menores en Estados Unidos entre 1999 y 2003 por su uso indebido, y los múltiples artículos que la comparan con la cocaína, ciertamente la hacen un medicamento que debe ser recetado con precaución.

Según el doctor Chaskel, “esta droga debe medicarse con responsabilidad, pero los 70 años del medicamento en el mercado respaldan su efectividad. Además, el trabajo conjunto con otros métodos, como las terapias y el involucramiento de los padres, es esencial”. A pesar de esto, la medicación sigue teniendo fuertes críticas. El neurobiólogo David Anderson, por ejemplo, asegura que muchas de estas drogas fueron descubiertas por accidente y sin un entendimiento fisiológico del trastorno. Según él, “administrarlas es como tratar de arreglar un carro esparciendo aceite sobre el motor: algo podría caer en el lugar indicado, pero la mayoría causará más daños que beneficios”.

Maggie KoerthBaker, periodista científica, escribió sobre este fenómeno en el diario The New York Times de Estados Unidos en 2013. En su artículo, afirmaba que “la mayoría de los niños obtienen su diagnóstico con  base en una corta visita al pediatra. De hecho, el dictamen puede ser tan simple como prescribir Ritalina y esperar que mejore su rendimiento académico”.

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La preocupación por el diagnóstico ha superado las barreras de Occidente. Aditi Shankardass, neurocientífica india, es pionera en el uso de la tecnología para identificar niños con déficits de aprendizaje y asegura que los diagnósticos basados en la observación, en ocasiones, no son tan acertados. En sus palabras, “analizar un desorden neurológico sin estudiar el cerebro es análogo a tratar a un paciente con problemas cardíacos sin investigar su corazón”.

En el caso de María José Rodríguez, ella nunca estuvo muy segura de la efectividad de la terapia. “Sentía que la terapia ocupacional era más un juego y no que realmente me sirviera. Solo cuando encontramos una terapia neuropsiquiátrica sentí un cambio”. Mientras pasó cinco años en la primera, en la segunda solo estuvo uno. Acertar en el diagnóstico y en el espectro del déficit de atención es sin duda menester para aplicar los métodos más eficientes. El trastorno de los niños no puede tratarse igual en todos los casos. Así, una terapia que funciona en una persona puede no funcionar en otra. La terapeuta Pilar Páez asegura que “debe hacerse una evaluación de la efectividad de la terapia y, en caso de que no se avance como es debido, apoyarse en otras estrategias y cuestionarse qué debe mejorar”.

La importancia  del entorno y el juego

Atender las necesidades de aprendizaje de los niños y tratarlas a tiempo es sin duda una prioridad, tanto para padres como para las instituciones educativas. Sandra Vernaza, educadora durante 30 años y exdirectora del Jardín Infantil Cometas en Bogotá, reconoce que “el inicio del trabajo colaborativo entre la pedagogía y las terapias ha sido un gran apoyo para los padres y sus hijos.

Es importante, sin embargo, asegurar un diagnóstico con un procedimiento riguroso para seguir con el tratamiento más indicado. Esto, sin duda, reduciría el tiempo de los procesos y, lo más importante, resultaría en mayores progresos”. Aparte de esto, el entorno y los juegos son determinantes en el desarrollo de las capacidades de los niños y, si bien no pueden eliminar del todo la posibilidad de que ciertos trastornos avancen, sí fortalece diferentes procesos de aprendizaje y comportamiento.

De hecho, Vernaza asegura que las terapias y tratamientos están fundados en el juego. “Antes, si jugabas a trepar un árbol o en un parque, desarrollabas los músculos y habilidades motoras, pero el estilo de vida ha cambiado: los niños viven en apartamentos, juegan más con videojuegos y, en general, sus padres trabajan durante largas jornadas. Este entorno no favorece el desarrollo espontáneo o la estimulación de ciertas habilidades”, asegura.

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Por su parte, Páez afirma que ha notado un incremento en las habilidades del habla y un déficit en las de ejecución. De hecho, cada vez atiende más niños conocedores, capaces de argumentar y opinar, pero con grandes dificultades a la hora de dibujar o materializar sus pensamientos. El diagnóstico de TDAH y otros trastornos similares siguen bajo la lupa, así como las terapias y métodos más eficientes para tratarlos. Sin duda, hay niños que los padecen y necesitan atención, pero cada tratamiento es diferente, y la falta de rigor también ha llevado a que se atiendan niños que en realidad no padecen ningún tipo de trastorno.

La Ritalina es  uno de los fármacos más formulados para niños con TDAH.

A este fenómeno se suma que algunos padres, llevados por expectativas de excelencia de sus hijos, recurren a terapias sin que exista verdaderamente un déficit o necesidad. El tema requiere de total atención nacional, pues el boom de la “terapitis” podría llevar a desestimar los diagnósticos tempranos de TDAH. No en vano ya hay padres que piensan que se trata más de un negocio que de una ayuda médica real para sus hijos.

*Periodista Semana Educación

Este artículo hace parte de la edición 32 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita ?018000-911100.

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