EDUCACIÓN

¿De qué tanto sirve ser doctor para conseguir trabajo en Colombia?

En los últimos años, la cantidad de personas que se inscriben y gradúan de programas de doctorado ha aumentado. Pero, ¿a qué se dedican en un país que poco invierte en investigación? Este es uno de los temas que hará parte de la Cumbre Líderes por la Educación 2018.

9 de agosto de 2018
Para que Colombia comience a graduar más doctores y se acerque al promedio latinoamericano, debería invertir aproximadamente 4 billones de pesos en los próximos 10 años. | Foto: Pixabay

La reducción de un 11 % en el presupuesto otorgado a Colciencias para 2018 con respecto al año pasado no es síntoma del mejor panorama para la investigación en el país. Si se tiene en cuenta que desde hace más de una década Colciencias destina gran parte de su presupuesto a la formación de doctores, la reducción del presupuesto también tendría un impacto en las ayudas financieras. Además, el informe del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología (OCyT) de 2015 indica que el país gradúa un promedio de 6,6 doctores por millón de habitantes y esta cifra dista del promedio latinoamericano, que es de 40 doctores por cada millón. 

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Por otro lado, cada vez son menos los proyectos o instituciones en los que estas personas pueden potenciar sus conocimientos. “Siempre pensé en estudiar Medicina o Ingeniería, pero un profesor me hizo cambiar de parecer cuando me dijo que podía ser un ingeniero promedio y triste, o un físico feliz”, comenta Javier Duarte, doctor en Física Teórica de Altas Energías de la Universidad Nacional. “La proyección en ese entonces para un físico era difícil, siempre me hacían las mismas preguntas: “¿Usted qué va a hacer?, ¿de qué va a vivir?”, dice. Por su parte, Santiago Parga, doctor en Literatura Comparada de The City University of New York, sabía que el panorama laboral para alguien de su perfil no iba a ser fácil. “Yo sé mucho de literatura italiana del siglo XX, pero eso no siempre es útil para todo el mundo”.

“Para responder con esta carga ha tenido que dejar a un lado la investigación y ha llegado al punto de afirmar que “mi trabajo es la docencia y la investigación es mi hobby”.

Aunque especializados en campos diferentes, el camino y el escenario actual de ambos es muy similar. Desde que se graduó de pregrado en Física de la Universidad Nacional, Javier ha dedicado nueve años al estudio de altas energías en partículas elementales: tres de ellos en la maestría que estudió para fortalecer sus habilidades comunicativas y conocer a profundidad las líneas de investigación; los otros seis los usó para plantear sus propias investigaciones. Santiago, por otro lado, decidió estudiar un Phd inmediatamente después de terminar su pregrado y durante cinco años estuvo “metido en una biblioteca, desconectado de la vida y del mundo”.

Para ambos, el tiempo de estudio del doctorado fue desafiante tanto intelectual como financieramente, ya que las becas ofrecidas por estos programas suelen exigir que sus estudiantes también dicten clases. El tiempo, entonces, se convierte en el recurso más valioso para estos estudiantes, pues no solo deben cumplir con las exigencias propias de su formación sino que se encuentran con los desafíos inherentes a la educación: planear un temario, establecer una metodología de enseñanza, plantear actividades y por supuesto, evaluar a los alumnos.

Sumado a esto, también se enfrentan a una difícil pregunta: ¿cómo pagar unos estudios que por lo general resultan muy costosos? “De los 100 estudiantes que iban conmigo solo 20 teníamos financiación. El resto tenía que pagar con sus propios recursos, y no es una exageración afirmar que trabajar y estudiar al tiempo es muy difícil”, asevera Javier.

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Sin duda, muchos no tienen los recursos suficientes para pagar esta inversión y necesitan la ayuda del Estado. Según la OCyT, para que Colombia comience a graduar más doctores y se acerque, aún sin igualar, al promedio latinoamericano, debería invertir aproximadamente 4 billones de pesos en los próximos 10 años, es decir, cerca de 11,5 veces el presupuesto actual de Colciencias. Aún así, el Ministerio de Educación Nacional (MEN) muestra un aumento en el número de personas matriculadas en programas de doctorado.

6,6 doctores se gradúan en Colombia por cada millón de habitantes. En 2010 se graduaron 211 doctores y en 2016, 615.

De acuerdo con la información recopilada a través del Sistema de Información de la Educación Superior, Colombia pasó de 2.326 estudiantes matriculados en 2010 a 5.713 en 2016. Sin embargo, el número de graduados de estos programas, aunque incrementó, es considerablemente pequeño: en 2010 se graduaron 211 personas y en 2016, 615. No es sorprendente que muchos, en dificultades para mantener el ritmo de un doctorado y trabajar para pagarlo, desistan y abandonen sus estudios.

“Estudiar un doctorado es como correr una maratón. De cierta manera es también una forma de cerrar todos los demás caminos porque uno se desconecta mucho del mundo laboral”, comenta Santiago. Y es que esa desconexión se debe, además, a que el nivel de especialización de un doctor no siempre va de la mano con las necesidades del mercado, que en su mayoría no requiere o no puede pagar por este grado de conocimiento. Sandra Turbay, directora del programa de posgrados de la Universidad de Antioquia y doctora en Antropología Social y Etnología, asegura que el panorama laboral para los doctores en Colombia es particular ya que, a diferencia de otros países como Estados Unidos, estos no son vinculados al sector productivo del país y los departamentos de innovación en Colombia no suelen tener la infraestructura o el capital para sostener el trabajo de un doctor.

Según dice, “todavía necesitamos que la economía colombiana esté más orientada a una economía del conocimiento para que el sector productivo tenga un espacio para la investigación. Mientras tanto, los doctores van a seguir trabajando como profesores, en un sector cada vez más competitivo”. De hecho, esto fue lo que le pasó a Javier, y el golpe puede ser duro: “En Colombia el camino para alguien con mi perfil es realmente la docencia, no la investigación. Me di cuenta de que mi futuro era ser profesor”. Además, asegura que la falta de oferta laboral hace que un Phd ya no piense en su idea original, investigar. Ese sueño queda en un segundo plano.

“Lo que piensa es en no morirse de hambre y en tomar lo que salga”. Según cuenta, muchos tienen que empezar de cero y recuerda el caso de un amigo que trabajó en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN por sus siglas en francés), luego en una universidad y ahora está haciendo redes eléctricas. La brecha entre las necesidades del mercado y el grado de especialización alcanzado por los Phd señala uno de los principales problemas de fondo de las políticas públicas del país y evidencia un “desperdicio” de talento y energía.

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Como bien señala Santiago, “estudiar cinco años para no ejercer es una botadera de corriente”. A eso se suma la eterna espera para que mágicamente se abra una plaza en una universidad y puedan ser profesores de planta. Javier coincide en lo anterior ya que, “hace poco hubo dos concursos para el perfil de físico de altas energías, uno en la Universidad de Antioquia y otro en la Nacional. En la de Antioquia 48 personas nacionales e internacionales se presentaron para tres plazas. En la Nacional, de los 26 que se presentaron, si no estoy mal quedó uno”. Y es que, ante la falta de oportunidades en el mercado laboral, los beneficios de estar asociados como profesores de planta en una universidad no están relacionados exclusivamente con una mayor estabilidad económica, sino que, aquellos afortunados que se vinculan tiempo completo con la academia tienen el respaldo de las instituciones para desarrollar sus investigaciones con solidez.

“No es sorprendente que muchos, en dificultades para mantener el ritmo de un doctorado y trabajar para pagarlo, desistan y abandonen sus estudios”.

Javier, que es profesor hora cátedra en la Universidad Javeriana y en la Universidad Distrital, tiene a su cargo 32 horas semanales de clase, mientras que un profesor de planta tiene alrededor de 12. Para responder con esta carga ha tenido que dejar a un lado la investigación y ha llegado al punto de afirmar que “mi trabajo es la docencia y la investigación es mi hobby”. Esa es quizás la misma situación a la que se enfrentan hoy cientos de doctores en Colombia.

El artículo hace parte de la edición 31 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita ?018000-911100.

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Este será uno de los temas a tratar en la Cumbre Líderes por la Educación 2018, el evento más esperado del sector.