LIBROS

El amor según Proust

Este ensayo elabora una teoría del amor implícita en la obra del escritor francés.

Luis Fernando Afanador
17 de septiembre de 2011
Proust se caracterizó por explorar a fondo las emociones que marcan la vida . El amor, una de ellas.

Estela Ocampo

Cinco lecciones de amor proustiano

Siruela, 2006

212 páginas

Hay una teoría proustiana del amor. Aunque Proust nunca escribió -como Stendhal- un libro específico sobre el amor, es posible rastrear en sus novelas, en sus ensayos y en su correspondencia, una elaborada teoría del amor. Así lo demuestra en este notable ensayo Estela Ocampo, profesora de humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. Un ensayo a cuatro manos porque las abundantes y bien encadenadas citas nos permiten sentir plenamente la presencia de Proust con su riqueza de imágenes, de asociaciones, con su estilo inconfundible.

El amor, el deseo, los celos, el desamor y el amor homosexual son los temas o lecciones que desarrolla el ensayo. Cinco tópicos que, por supuesto, se relacionan orgánicamente. Para Proust, el amor es una invención del que ama. Una construcción mental del amante, que inventa al amado. El amado es el resultado de una proyección, de un paradigma, que habitaba antes en el espíritu del amante. Una abstracción que se materializa en un ser concreto, en un cuerpo preciso, único. "Sobre él fue sobre quien acabé por haber transferido, voluntariamente aún, en suma, y como por elección y por gusto, todos mis pensamientos de amor" (Un amor de Swann). La invención nace del deseo de amar. Lo cual convierte al amor en una experiencia, la de enamorarse. Un roce, un encuentro casual, cotidiano, puede desencadenar en el amante un complejo abanico de sensaciones, afectos y pensamientos que constituyen el amor. El amado "produce la chispa" y el amante pone en marcha un mecanismo que se alimenta de su propia dinámica y no necesita de la participación del otro.

Que sea ficticio no implica que no sea doloroso. El amor produce sufrimiento real. Y adicción: el sufrimiento no impide que el amante lo busque y lo desee por encima de cualquier cosa y que le parezca el bien más preciado. El enganche obedece, tal vez, a su naturaleza ambigua. El amor también ofrece placer, felicidad, exaltación. Quien hace sufrir tiene la virtud de traer la calma: "Acaso es necesario que los seres sean capaces de hacernos sufrir mucho para que, en los momentos de remisión, nos procuren esa misma calma sedante que nos ofrece la naturaleza". (La prisionera).

Para Estela Ocampo, el amor según Proust es una paradoja: consiste en la búsqueda desesperada de algo que es por definición imposible. Nunca se conseguirá anular la separación corporal y espiritual del amado. Pero esa es precisamente su grandeza: se trata de una lucha ineludible y perdida de antemano. El intento de poseer a otro ser es una quimera que solo lleva a la esclavitud mutua, a los celos y a la mentira. El secuestro del amado es la desesperada pero irrenunciable conclusión del amor. "Solo amamos aquello en que buscamos algo inasequible. Solo amamos lo que no poseemos" (La prisionera). La fuga del amado le devuelve la pasión al amante. El amor no da felicidad y sin embargo es una extraordinaria e irreemplazable fuente de conocimiento del mundo y de sí mismo. Por cierto, Proust no hace diferencia entre amor heterosexual y homosexual.

El deseo está íntimamente ligado al amor, es su base, su fuerza impulsora, su punto de partida. Se enfoca en objetos diferentes, es múltiple, irracional, indefinido. La realización del deseo significa su muerte. Otra paradoja de la teoría proustiana: el deseo busca satisfacerse, pero solo se realiza cuando ha dejado de ser. Es el hermano gemelo de los celos y la causa de los sufrimientos permanentes del amante. El deseo lleva a los celos, que a su vez aguzan la inteligencia para descubrir el engaño. "Descendiendo cada vez más por la profundidad del dolor, se llega al misterio, a la esencia" (La fugitiva).

Si se ama, se sufre; el deseo engendra la tortura de los celos. Existe la solución: el desamor, que ha de llegar tarde o temprano. Porque el amor es perecedero. Como todas las cosas -excepto el arte-, su destino final es la muerte. Con el amor muere algo de nosotros mismos -el Yo que amaba- que nos prepara para la gran muerte. Aunque no todo es del olvido o de la nada: la memoria puede recuperar las vivencias del arte y la naturaleza asociadas al amor.