EL COLETAZO
Con terrorismo indiscriminado, los extraditables responden a la ofensiva del gobierno.
Como todos los días, la actividad en el sector de Paloquemao comenzó desde muy temprano.
Ese miércoles fábricas, almacenes bodegas y vendedores de todo tipo entraron en actividad, como de costumbre, alrededor de las 7 de la mañana. Por las calles, buses, taxis y carros particulares crearon los consabidos trancones de tráfico y en las puertas de las dependencias oficiales la gente se aglomeraba para conseguir un buen puesto en las filas frente a las ventanillas.
Ese era el panorama a las 7:30 a.m del 6 de diciembre en este populoso sector de Bogotá. De repente, todo comenzó a temblar. Los techos se derrumbaron, los vidrios saltaron en pedazos. Pesados muebles volaron al interior de las casas. Una columna de humo de 200 metros se levantó en la carrera 27 con calle 18. Fueron pocos los que alcanzaron a correr. La mayoría no supo qué había pasado y muchos--casi 50--nunca lo sabrán. En un segundo, a las 7 y 33 minutos de la mañana, 500 kilogramos de dinamita gelatinosa que habían sido puestos en el interior de un bus llevaron la tragedia a la zona. El objetivo: el edificio donde funciona el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, y más concretamente su director, el general Miguel Alfredo Maza Márquez.
El resultado: medio centenar de muertos y cerca de 600 heridos, sin contar a aquellos que no fueron trasladados a los centros asistenciales.
La primera víctima registrada fue un vendedor ambulante que había madrugado con su carga de comestibles a trabajar en cercanías del DAS. Después, a medida que pasaban los minutos, fueron apareciendo nuevas víctimas fatales. Los gritos de los heridos se confundieron con las sirenas de las ambulancias y radiopatrullas que casi no pueden llegar al lugar de la tragedia por la congestión de tránsito que se formó en las vías de acceso. La fachada oriental de la sede del DAS se vino casi toda al piso y desde afuera era posible observar a los funcionarios tratando de remover escombros para sacar a sus compañeros atrapados. En el noveno piso de la sede, reunido con sus asistentes, el general Maza salió despedido de su asiento por la onda explosiva, pedazos de techo cayeron a su alrededor y los vidrios de seguridad saltaron en mil pedazos. De no ser por el blindaje que protege su despacho, el director del DAS seguramente habría sufrido heridas de consideración.
LOS QUE SE FUERON
Mientras tanto, afuera, en la calle, el drama iba en aumento. Justo en frente del edificio, a escasos dos metros de donde se colocó el bus bomba, la Ferretería Rodríguez quedó convertida en un montón de escombros bajo los cuales perecieron los tres integrantes de la familia y sus cuatro empleados. El negocio abría sus puertas todos los días a las 7:30 a.m., hora en que los esposos Rodríguez, Romualdo y Patricia, salían a llevar a su hija Liliana--de 4 años- al colegio. Pero ese miércoles "los cogio la noche" por tres minutos y no pudieron hacerle el quite a la muerte.
Algo similar ocurrió con unas 35 personas más. Muchos iban en sus carros para sus sitios de trabajo en cercanías de Paloquemao, otros iban a pie o, sencillamente, estaban en sus casas preparándose para comenzar la jornada cuando la explosión, que fue catalogada por Maza Márquez como "una minibomba atómica", los tomó por sorpresa. Según Maza, un ex integrante de la organización vasca ETA entrenó a los terroristas que prepararon el bus-bomba.
A medida que bajaba por las escaleras de su sede en compañía de los encargados de seguridad, Maza fue comprobando paso a paso las dimensiones de la tragedia. Ocho funcionarios del DAS perecieron en el atentado. En los sótanos de la institución, por un milagro, se salvaron varios detenidos, entre los que se cuentan algunos de los sindicados por el asesinato de Luis Carlos Galán y que fueron rescatados de los escombros por varios agentes. Lo cierto es que la bomba iba para Maza, sin importar cuánta gente muriera en el intento. Todos los días, el general llegaba al filo de las 7:30 a su oficina. Pero ese miércoles se adelantó por algunos minutos que, a la postre, le salvaron la vida.
No era la primera vez que Maza le veía la cara de cerca a la muerte. El pasado 30 de mayo, cuando se dirigíó a sus oficinas por la carrera séptima a la altura del sector de Chapinero un carro bomba hizo explosión al paso de la caravana del general. En esa ocasión, el automóvil en que se transportaba quedó completamente destrozado pero el director del DAS salió del atentado con apenas algunas heridas leves. Aquella vez Maza afirmó que él era el blanco principal de los narcotraficantes y que no descartaba nuevos intentos para acabar con su vida. Es más, sus servicios de seguridad conocían de la existencia de un bus robado que estaba siendo preparado para un atentado dinamitero.
DESTRUCCION TOTAL
Y el presentimiento del general fué acertado. Lo que nunca se llegó a imaginar fue la magnitud del hecho.
En medio Bogotá se sintió la detonación. En el lugar de los hechos, un cráter de 4 metros de profundidad por 13 de largo da idea de la magnitud de la bomba. En el Centro Internacional, en inmediaciones del Hotel Tequendama --a más de tres kilómetros del DAS--, los ventanales de varias oficinas se rompieron e igual cosa ocurrió en las Torres del Parque, al pie de los cerros orientales. Las cosas llegaron a un punto tal que en un comienzo se pensó que eran varios los artefactos que habían explotado y las primeras versiones radiales hablaron de bombas en el centro y en el sur de la ciudad.
El espetáculo era impresionante.
Más de 300 establecimientos comerciales de la zona de Paloquemao quedaron arrasados. Los edificios de apartamentos de Colseguros y Sans Facón sufrieron daños de consideración en sus estructuras. Quince corporaciones financieras y 15 bancos que funcionan en la zonas quedaron reducidos a escombros. La zona comercial del barrio Ricaurte, algo más de un kilómetro al sur del DAS, fue destruida parcialmente. A dos cuadras de los cuarteles de Maza, en los juzgados de Paloquemao, saltaron en pedazos 40 juzgados penales del circuito, 30 juzgados superiores, 15 juzgados permanentes, 30 fiscalías superiores, cinco juzgados especializados encargados de casos de narcotráfico, 118 de instrucción criminal y 40 fiscalías de instrucción criminal. Así mismo, se perdió el 70% de los expedientes que estaban en esas dependencias y, lo más grave, los daños en la estructura de la edificación paralizaron el funcionamiento de los juzgados hasta que el Fondo Rotatorio no los reubique o arregle los daños de la sede. En el edificio del Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte, DATT, vecino al DAS, los daños fueron de grandes proporciones.
Hubo varios heridos y se perdieron los expedientes de matrículas de automotores, lo mismo que innumerables datos almacenados en los computadores. Una primera evaluación de los daños estima las pérdidas en 10 mil millones de pesos.
LINEA CON TOKIO
Media hora después del atentado el Presidente conoció la noticia. Gracias a una línea directa que se mantuvo disponible durante todo su viaje, el ministro delegatario Carlos Lemos le avisó al Presidente sobre la bomba a las 8:00 de la mañana, hora de Colombia. A las 8:30 le correspondió el turno al secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, quien le confirmó que Maza estaba en buenas condiciones de salud. Barco sólicitó que se mantuviera la línea abierta para enterarse de las informaciones de radio.
A eso de las 11:00 de la mañana, mientras Lemos fue a inspeccionar el lugar del desastre, en compañía del alcalde Andrés Pastrana, a bordo de un helicóptero de la Policía, el Presidente se comunicó con Palacio y manifestó su intención de dirigirse a la nación por televisión. Media hora más tarde habló vía telefónica con Maza Márquez. Como es costumbre en estos casos, casi de manera inmediata se citó a un Consejo de Seguridad, al que asistieron los ministros del despacho y el alcalde mayor. Se trató, más que de cualquier otra cosa, de una reunión informativa en la que no se tomaron medidas importantes, pues todas las que tocaba ya estaban tomadas.
A esa misma hora, cuando comenzaba el Consejo de Seguridad, las cadenas radiales dieron lectura a un comunicado firmado por "los extraditables", en el que se alegraban por la "votación mayoritaria y aplastante de la Cámara de Representantes, en favor de que sea el pueblo colombiano quien decida si se debe o no entregar encadenados clandestinamente en horas de la noche a nuestros compatriotas al gobierno de los Estados Unidos". También reivindican las muertes de Waldemar Franklin Quintero, de Guillermo Cano, de Carlos Mauro Hoyos y las de "jueces y magistrados que se prestaron en compañía del señor Maza Márquez para sindicarnos de delitos y masacres que nunca cometimos". En uno de los once puntos del comunicado afirman que solo pararán la guerra "el día que el Senado confirme definitivamente que el pueblo sea nuestro juez". Lo extraño del caso es que por ningún lado se habla del frustrado atentado contra el director del DAS, lo que ha hecho pensar a las autoridades que el operativo se activó antes de la declaración de tregua y que les fue imposible detenerlo a tiempo.
En horas de la tarde--madrugada de Tokio--, el presidente Barco transmitió por fax el texto de su alocución televisada para que Lemos le dijera si estaba acorde con el desarrollo de los acontecimientos. Finalmente, ya entrada la noche, el discurso presidencial se envió vía satélite y fue retransmitido minutos después por la televisión nacional.
PRUEBA DE RESISTENCIA
Tras los últimos acontecimientos y después de la respuesta de Barco desde Tokio, "no lograrán vencernos. Estamos y continuamos en la lucha (...) no vamos a permitir que caigamos bajo la tiranía sangrienta de los narcoterroristas", todo parece indicar que guerra es guerra y que ninguno de los bandos enfrentados está dispuesto a ceder terreno. Para la mayoría, con la bomba del DAS, no sólo murieron muchas personas y saltaron en pedazos decenas de edificios sino que, al menos por ahora, se derrumbó la idea, que había tomado fuerza en algunos sectores, de abrir las puertas al diálogo. El anuncio del presidente de la Cámara en el sentido de que "los extraditables" decretarían una tregua unilateral si el referendo incluye el tema de la extradición, no guarda relación alguna con lo que está sucediendo.
El proceso de las últimas semanas, desde el cerco tendido a los capos en el Magdalena Medio y la violenta respuesta de los narcotraficantes, abre el interrogante no de si la guerra va a seguir, sino de hasta cuándo se prolongará. Y la duración de esta dependerá de cuál bando aguanta más. El gobierno, a pesar de que sigue demostrando decisión en esta lucha, no las ha tenido todas consigo. Su ofensiva no sólo ha cojeado en el frente militar, en el que aún los cercos más firmes han fracasado, sino también en el político. Barco no parece contar con un partido que lo respalde. Todo lo contrario, los bochornosos hechos en la Cámara han demostrado que el grueso de la clase política, no sólo del partido de gobierno sino de la oposición, se ha movido presionado entre el miedo y la complicidad. Esto ha derivado en un sabotaje sistemático a la gestión del Ejecutivo, no sólo en el terreno mismo de la lucha contra el narcotráfico, sino en el diseño de una solución para superar la crisis institucional y política por la que atraviesa el país.
Esto por el lado del gobierno. En cuanto a los extraditables, tampoco les falta decisión y así lo han demostrado los atentados de los últimos días, en los cuales el narcoterrorismo ha rebasado todas las fronteras de la violencia indiscriminada en la historia de Colombia, y se ha puesto a la altura de las minorías más radicales y fundamentalistas del mundo. La pregunta que muchos se están haciendo ahora es la de si se ha alcanzado este punto como resultado de una posición de fuerza y de poder o si "los extraditables" han llegado a este extremo acosados como leones heridos que están buscando, a cualquier precio, su supervivencia.
El reto de las autoridades es controlar este sangriento coletazo en corto tiempo. De no hacerlo, corren el riesgo de que los miles de colombianos que hoy las secundan vayan cediendo terreno, cansados de haberse convertido en la carne de cañón de una guerra en la cual se sienten ajenos. Aceptando que ningún gobierno de Colombia se había enfrentado a una lucha de esta naturaleza, este no puede seguir saliendo a dar partes de victoria cuando la victoria aún no se ha producido. Lo que sí queda claro es que, más que nada, Virgilio Barco será juzgado por la historia con base en los resultados que de aquí al 7 de agosto de 1990, cuando termine su período presidencial, pueda mostrarle al país. Y así como Virgilio se está jugando un puesto en la historia, Colombia se está jugando su futuro.-