Simón Villa, Coordinador de la Incubadora de Innovación del IEA (izquierda) y Andrés Guerra, ganador del premio de Innovación de la ANDI (Derecha) en el JLAB de San Diego, una red global de ecosistemas de innovación abierta que empodera a los investigadores de todo el mundo. | Foto: SEMANA

Ciencia

De clavadista a inventor: el paisa que se inspiró en su propia enfermedad para combatir el asma

Andrés Guerra, de 24 años, ganó el primer Premio a la Innovación de Dispositivos Médicos de la ANDI. Como premio viajó a un laboratorio de innovación en California donde presentó su proyecto y conoció de primera mano cómo funcionan los grandes centros de investigación en el mundo.

16 de agosto de 2018

Andrés Guerra es un joven ingenioso y disciplinado. Se puede ver en la forma en la que habla. Mucho de ello tiene que ver con su historia de vida, pues cuando apenas tenía tres años, los médicos le diagnosticaron asma. Para mitigar los síntomas de la tos, las sensaciones de ahogo y los ruidos sibilantes en el pecho que le impedían llevar una niñez normal, sus padres lo apuntaron a cursos de natación. Una práctica que, aunque no garantiza la cura, es una de las actividades más beneficiosas para disminuir y mejorar la calidad de vida de quienes padecen la condición.

Este encuentro con el deporte prácticamente le cambió la vida. “No sólo me curé casi que por completo, sino que resultó que me gustó la natación y terminé siendo clavadista”, cuenta a SEMANA.  Tras varios años de perfeccionar el hábito, Andrés se convirtió en un nadador profesional y empezó a participar en Juegos Suramericanos y Panamericanos. Incluso, asistió al primer Olímpico Juvenil de Clavados en México.   Pero la competencia tiene sus sinsabores. “No pude clasificar a unos juegos olímpicos y eso me desmotivó. Por suerte, siempre me había gustado la parte intelectual, así que decidí entrar a la universidad. No podía depender de terceros que me apoyaran en el deporte”.

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Con el ímpetu y disciplina que aprendió en el clavadismo, Guerra se obstinó por estudiar ingeniería biomédica en la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Consiguió dos becas para costear parte de la matrícula y los tres millones restantes que debía pagar, los conseguía dando clases de natación en urbanizaciones de Medellín. “Esa plata era mucho para mí, así que empecé a ofrecer servicios de natación, aeróbicos, rumba, entre otros y con eso me pagué la universidad”.

Entre el estudio y el trabajo, Guerra evidenció una vez más el potencial que tenía la natación. “Veía que era muy bueno para la salud en mis clientes, entonces pensé en replicar replicar eso en un dispositivo portátil para personas que tuvieran enfermedades respiratorias. Sobretodo porque hay mucha gente que no puede nadar o no tienen la oportunidad de costear las clases”, cuenta. Así fue como para su proyecto de grado creó Solubreath de la mano de su asesor Yeison Montagud, el artefacto que resultó ganador del primer Premio a la Innovación de Dispositivos Médicos de la ANDI.  

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La idea

En palabras simples, el invento de Guerra es un dispositivo biomédico que está conectado a una plataforma virtual y permite a las personas con enfermedades respiratorias llevar un registro diario de sus episodios de crisis, hacer terapia, entre otras cosas. Aunque hoy existen dispositivos similares que se usan para fortalecer el sistema respiratorio en hospitales y centros de salud, el valor del invento de Guerra es que cualquier persona podría utilizarlo desde de su casa.

“Vi que era posible, y necesario, que las terapias fueran controladas de manera electrónica. Quería crear un dispositivo que los pacientes pudieran usar sin tener que ir al centro de salud”, explica y agrega que, de esta manera, la cantidad de personas que acuden a urgencias disminuiría, “lo que normalmente genera un costo alto y un problema para los sistemas de salud”.

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En términos numéricos, el impacto del dispositivo podría ser grande, pues según estimaciones de la OMS (2004), aproximadamente 235 millones de personas padecen asma en el mundo y 64 millones sufren enfermedades pulmonares obstructivas crónicas (EPOC). Las cifras son peores si se tiene en cuenta la mortalidad, pues de acuerdo a la misma organización, más de 2.46 millones de personas mueren al año a causa de las EPOC. En Colombia, la cifra de quienes padecen asma supera los cinco millones. 

Aunque aún no existe cura para la enfermedad, está demostrado que la mejor manera de reducir los peligros que puede acarrear, es mantener la enfermedad controlada a través de terapias y seguimiento. Sin embargo, mucho de ello depende de que los pacientes tengan acceso a consultas oportunas que les permitan superar las crisis y mantener el asma controlada. Lamentablemente, las dificultades de acceso y la falta de control que pueden tener los médicos con sus pacientes, siguen provocando que 1 de cada 250 muertes en el mundo sean por el asma.

Ser inventor en Colombia

Actualmente, JLABS San Diego es el hogar de 59 empresas innovadoras, con 60 empresas de ex-alumnos desde su inicio en 2012.


Inventar, crear y poner a producir una idea en Colombia no es fácil. Aunque Guerra ha intentado que su invento impacte en el mercado y pueda ayudar a reducir estos índices de enfermedad, el panorama en Colombia para los inventores está lejos de ser un paraíso. Por eso, parte del incentivo de la ANDI para potenciar su proyecto, consistió en que Guerra tuviera la oportunidad de conocer e intercambiar ideas con expertos que trabajan en grandes centros de investigación del mundo. Recientemente, el antioqueño visitó el JLAB de San Diego, la primera incubadora científica de Johnson & Johnson que desde su fundación en 2012, se ha convertido en un modelo a replicar en varias partes del mundo.

Cada año, cientos de científicos llegan allí para investigar y desarrollar sus proyectos. Su modelo bajo el ideal de “sin ataduras”, consiste en proporcionar a startups, como la de Guerra,  herramientas, infraestructura y tutoría necesaria, para que su idea llegue lo más rápido posible a los pacientes y los consumidores. Se enfocan, principalmente, en temas de biotecnología, dispositivos médicos y productos de consumo.

Según explicó a SEMANA la directora del laboratorio Kara Bortone, quienes  hacen parte de estas incubadoras, tienen acceso inmediato a las instalaciones, equipos especializados, tutorías con otros investigadores, entre otros beneficios a muy bajo costo, lo que les permite a jóvenes inventores enfocarse de lleno en su investigación.  "Aunque las empresas nos pagan una tarifa mensual de mil dólares (3 millones de pesos) para usar el espacio, el objetivo principal de este modelo es apoyar a los innovadores en sus primeros pasos, pues beneficia al desarrollo de la ciencia en general", explica.


JLABS busca compañías con alto potencial de diferente sectores de la salud, incluyendo farmacéuticas, dispositivos médicos, consumo y salud digital.

La directora también asegura que uno de los beneficios para los científicos que están ahí es que “el JLAB se encargan de hacer reuniones informativas continuamente con expertos de la industria e inversores potenciales”. Este, precisamente, es el mayor obstáculo con el que Andrés se ha encontrado a la hora de comercializar su invento en el país. “Hay que sacar patentes, hacer pruebas clínicas que tienen un costo muy elevado, y para mí, que soy un emprendedor solo y sin recursos, es imposible”.

Durante su visita a San Diego, Guerra también pudo pasar el día con los científicos, conversar con ellos e incluso presentar su idea ante un ángel inversor de Estados Unidos, quien lo asesoró sobre cuál debía ser el paso a seguir para potenciar su proyecto.  Tras la experiencia advierte que, las trabas para progresar están el país, pues las ideas y el potencial de la gente no son el problema.