OBITUARIO

El escritor que desafió su destino

En su casa en Lanzarote murió el viernes pasado el gran escritor portugués y premio Nobel de Literatura José Saramago.

21 de junio de 2010
Perturbar el orden, corregir el destino, Para mejorarlo o para empeorarlo, es igual, lo que hay que hacer es impedir que el destino sea destino.

José Saramago estaba condenado a la ficción desde el principio: su apellido no es su apellido, y su fecha oficial de nacimiento tampoco es la que debe ser. José de Souza nació el 16 de noviembre de 1922, pero el notario del pueblo (dicen que por hacerle una broma a su padre) escribió que había sido el 18 y cambió el apellido auténtico del niño por el apodo de la familia: 'Saramago', que no es más que una hierba silvestre.

Portugal en 1922 era un país misérrimo, y los Souza eran campesinos sin tierra, que incluso emigraron a Argentina en busca de una mejor vida cuando Saramago era apenas un niño. Pero volvieron pronto a Lisboa y allí creció el escritor.

No le fue muy bien. Lector voraz, no pudo terminar el colegio por pura pobreza, y tuvo un catálogo de oficios más bien tristes: cerrajero, corredor de seguros, burócrata de la seguridad social. Escribió su primera novela en 1947, pero pasó inadvertida, y ni siquiera logró encontrar editor para la segunda. Dejó de escribir literatura y no volvería a hacerlo hasta casi 30 años después.

Y es que si hay segundas oportunidades, la vida y la obra de Saramago son la prueba fehaciente de que el destino no es inmodificable. Raimundo Silva, el protagonista de Historia del cerco de Lisboa, un oscuro corrector de pruebas, sin saber cómo ni por qué decide que los cruzados no ayudaron a los portugueses contra los moros en su reconquista de Portugal. Cambia la historia con una palabra y queda condenado a reescribirla. En la otra historia de Raimundo Silva, la posible, Portugal puede forjarse un destino propio -sin la interesada ayuda extranjera- que no excluye a los moros, ni a las mujeres, ni a los soldados. Quizá un papel más destacado del que tuvo a lo largo de los siglos. José Saramago, un escritor cincuentón, desahuciado por los círculos literarios de Lisboa, descubre en Memorial del convento una manera distinta de narrar y con ella inicia un ciclo de extraordinarias novelas que lo harán merecedor del premio Nobel de Literatura. Y al igual que Raimundo Silva, quien con su no a la historia enamora a María Sara, una mujer que cree en él y lo alienta a lo desconocido, Saramago también conquistará a Pilar del Río, su traductora al español con quien vivirá años felices y plenos de creatividad en la isla de Lanzarote. "Perturbar el orden, corregir el destino, para mejorarlo o para empeorarlo, es igual, lo que hay que hacer es impedir que el destino sea destino".

Y precisamente para retar el destino, Saramago se afilió en 1969 al por entonces todavía clandestino Partido Comunista de Portugal, en plena dictadura fascista de Antonio de Oliveira Salazar. En aquella época, el partido pedía lo imposible: el final de los monopolios en la economía, la reforma agraria y la democratización del acceso a la cultura y la educación. Cinco años después, Saramago participó en la Revolución de los Claveles, que puso fin a los 48 años de dictadura, y comenzó la transformación de Portugal.

La dictadura de Salazar está en el trasfondo de El año de la muerte de Ricardo Reis, la séptima novela de Saramago. Como también lo está la idea persistente de que un hombre puede cambiar la historia: la visita que desde el más allá (desde la eternidad en la que viven los personajes literarios) hace el heterónimo de Pessoa a la Lisboa de la dictadura de Salazar va a cambiar para siempre al más escapista de sus personajes. Ricardo Reis, que solo aspiraba a "contemplar el espectáculo del mundo", se ha untado de realidad, ha tenido amores prosaicos y ha sufrido el hostigamiento de las fuerzas de seguridad. Ha cambiado y de paso nos ha hecho tomar conciencia del insoportable clima moral que se respira en un Estado policivo. Y su regreso desde las palabras a la realidad ha modificado la historia de Portugal.

Pero aún en la Portugal libre, el eco del conservadurismo era poderoso. En 1991 Saramago publica El evangelio según Jesucristo, una novela que es considerada una ofensa a los católicos. Se le impide participar en un premio literario europeo, y es entonces cuando tras una agria polémica, el escritor decide abandonar el país e instalarse en la isla de Lanzarote. En la novela, 2.000 años de cristianismo -de sufrimientos estériles- son un engaño, la maquinación de un Dios soberbio y maquiavélico que inventó el sacrificio de la cruz para acrecentar su poder porque la salvación no existe. La inversión de "la historia oficial" en este caso es total, si hemos de creerle al Jesús saramaguiano: "Hombres, perdonadle, porque no sabe lo que hizo".

Todavía no se ha estudiado a fondo la revolución literaria que ha significado la manera de contar del escritor portugués. Hasta entonces el escritor no opinaba, pero Saramago decidió no ocultarse bajo la máscara de un narrador: "Cuando digo que quizá no sea un novelista, o que quizá lo que hago son ensayos, hablamos de esto precisamente, porque la sustancia, la materia del ensayista es él mismo… En sustancia, yo soy la materia de lo que escribo".

Hubo una coherencia total entre el escritor y la obra. El hombre, comprometido, que acogía las causas de izquierda, que apoyó al comandante Marcos pero que también fustigó por inhumana a la guerrilla colombiana. Por cierto, el ex diputado Sigifredo López, uno de los secuestrados de las Farc, encontró en uno de sus libros un modelo de supervivencia. La obra, también comprometida y crítica de su tiempo, que siempre tuvo un lugar para la redención. Es difícil encontrar un libro contemporáneo más duro y más esperanzador que Ensayo sobre la ceguera. A la muerte de este hijo de campesinos de Azinhaga, podríamos evocar una imagen que lo acompañaba: su padre abrazando y despidiéndose de sus árboles amados.