Opinión

El insaciable ´estómago de buitre´ del actor Diego Trujillo

Evocando las experiencias gastronómicas de su infancia y adolescencia, entre empachos y carne cruda, el actor de Riverside nos cuenta sobre su afición por la buena mesa.

Diego Trujillo*
26 de julio de 2020
Diego Trujillo / Actor | Foto: Esteban Vega

Pocas actividades me producen tanto placer como las que se derivan de la buena mesa: reunirse con gente querida, cocinar, compartir un buen vino, conversar y, por supuesto, comer. Mi fascinación por la comida se remonta a un tiempo que no puedo establecer exactamente, aunque a juzgar por la redondez de mis formas, evidente en las fotos de mi primera infancia, se podría pensar que esta se remonta a la lactancia.

Hay olores y sabores que me marcaron para siempre y que evocan momentos particulares de mi vida; unos felices, otros no tanto. El olor del cilantro me recuerda la changua y los maravillosos amaneceres helados en alguna finca de la sabana. El ajiaco revive la figura de mis queridos abuelos maternos y los almuerzos domingueros en su casa; las salsas con vino tinto me traen a la memoria la lengua a la romana, mi plato favorito durante la juventud, herencia de mi abuela. Mi madre la ejecutaba con tanta maestría que en una ocasión, poseído por la gula, me atraganté de tal manera que terminé postrado en la cama y aborreciéndola para siempre. 

Ha sido tan importante la comida en mi vida que de regalo de grado del colegio, lo único que pedí fue que me llevaran al legendario restaurante bogotano Eduardo, famoso en la década de los setenta por su alta gastronomía y su pisco sour. Después de ‘bogarnos’ un pisco de cortesía para celebrar, nos pasaron la carta. Como era de esperarse, para aprovechar plenamente la ocasión, había soñado con pedir lo más exótico que hubiera en el menú, así que con ínfulas de gourmet y sin tener idea de qué era, ordené un steak tartare.

Tuve el privilegio de que el propio Eduardo me lo preparara en la mesa, ante la mirada atónita de mis hermanos y mi sonrisa de disimulado pavor, mientras trataba de asimilar la idea de tener que deglutir una libra de carne cruda aderezada con un huevo en iguales condiciones. Por suerte, mi formación gastronómica casera, basada en platillos como el souffle de sesos, la pajarilla, el hígado y la lengua, me había permitido desarrollar un estómago de buitre, así es que no solo devoré el plato completo sino que se convirtió en uno de mis favoritos para siempre. 

Nunca olvidaré aquella maravillosa experiencia, mi primer contacto con la alta cocina, de la que seguramente se derivó mi afición por la gastronomía y la buena mesa, pero sobre todo mi admiración por las personas que como Eduardo se dedican a la atención de sus comensales, a la exaltación de cada ingrediente, al maravilloso placer de comer bien.

*Actor.

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