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El lento y esperanzador resurgir de Bamiyan

La reunión de un grupo de expertos convocados por la Unesco la semana pasada en Alemania ha reavivado la discusión sobre la reconstrucción de los maravillosos Budas de Bamiyan y el potencial turístico de Afganistán. Las piezas fueron destruidas por los talibanes en medio del estupor mundial.

Sara Guevara
27 de diciembre de 2006

En el tranquilo Valle de Bamiyan, Afganistán, aún parecen resonar las explosiones que echaron a tierra uno de los más preciados tesoros culturales de la humanidad: Los Budas de Bamiyan. Las estatuas de 1.500 años de antigüedad que representaban los budas más grandes del mundo desaparecieron luego de un intento desesperado de los talibanes por borrar cualquier vestigio ajeno a su religión.

A pesar de que en 1999 Mohammed Omar, jefe de Estado de Afganistán habría firmado un decreto a favor de la preservación de los Budas de Bamiyan por considerarlos un tesoro cultural, en 2001 un grupo de clérigos radicales musulmanes apoyados por la Corte Suprema del Emirato Islámico, que ya había prohibido las imágenes, la música, los deportes y la televisión, ordenó la destrucción de todo aquello que representara a “los dioses de los infieles”.

La destrucción de los budas fue cuidadosamente planeada. Los habitantes del Valle de Bamiyan, muchos de los cuales fueron obligados a huir a las montañas, aseguran que el régimen talibán contrató a expertos en demoliciones procedentes de Sudán, Bangladesh y Arabia Saudita. A las explosiones que duraron tres días consecutivos, siguieron la visita de los dirigentes talibanes en helicóptero y el sacrificio de 50 vacas para celebrar la ocasión.

Cinco años después, en el mismo lugar donde cientos de años atrás los monjes budistas gastaron décadas tallando las colosales estatuas, un puñado de científicos a cargo del programa de la Unesco para la preservación del Valle de Bamiyan, recoge pedazo a pedazo de los budas que en su momento tenían hasta 53 metros de alto, y estaban albergados por un nicho equivalente a un edificio de 20 pisos.

Los arqueólogos están en la búsqueda no sólo de las piezas que han quedado luego de la destrucción y el saqueo, sino de un tercer buda gigante que según la leyenda estaría escondido entre los dos que fueron destruidos por el régimen talibán. Las pruebas científicas han arrojado también datos novedosos que dan cuenta de la majestuosidad de la obra de los monjes budistas.

Los budas, inicialmente tallados en plena roca, fueron posteriormente cubiertos de una mezcla de lodo y paja. Los monjes agregaron pelo de caballo para modelar los trajes de las esculturas que luego fueron pintadas de colores brillantes. Miles de estaquillas de madera y cuerdas sujetaban el recubrimiento de las estatuas. Se cree que en el pecho del buda más grande se encontraban tres perlas de arcilla, recientemente descubiertas, que llevan grabadas el fragmento de un texto budista.

Detrás de los enormes budas, un antiguo corredor conducía a cerca de 600 cavernas que hace 30 años aún estaban decoradas con ricos murales pintados por los monjes. Muy poco queda. Según la Unesco mucho ha desaparecido por el saqueo y la excavación ilegal. Además hay sectores inaccesibles por cuenta de minas antipersona estratégicamente ubicadas.

Pero la cuidadosa selección y clasificación de lo que ha quedado de los Budas de Bamiyan y su posible reconstrucción ha encendido una fuerte discusión en Afganistán. El costo de ponerlos en pie sobrepasaría según el gobierno afgano los 50 millones de dólares. La cifra, para un país donde más del 10 por ciento de su población sobrevive gracias a la asistencia internacional de alimentos, es descomunal y no deja de ser controvertida.

El trabajo de rearmar 200 toneladas de piezas para erigir una estatua que podría llegar a pesar 90 toneladas es titánico, más en un país donde ni siquiera existe maquinaria pesada. Desde Japón, China, India y otros países budistas han enviado a Kabul ofertas para involucrarse activamente en la reconstrucción de los budas. La respuesta afgana ha sido negativa y argumenta que las donaciones provocarían profundas discusiones religiosas y que arriesgarían la ejecución del proyecto de reconstrucción. Insiste en que los budas deben ser reconstruidos por su valor histórico mas no religioso, y contempla pedir financiación directa a la Unesco.

La deseada reconstrucción también plantea diferencias entre los expertos. Mientras que la anastilosis -un proceso que contempla la armada de las piezas con un mínimo de material nuevo- gana adeptos por ser una modalidad de reconstrucción aprobada por la Unesco, Kasaku Maeda, un historiador japonés experto en Afganistán, insiste en que cualquier intento de erigir las imponentes estatuas debe dejar el vestigio real del crimen cultural cometido.

Lo cierto es que mientras los políticos discuten, los científicos acuerdan y la comunidad internacional espera, otros se frotan las manos. Para el afgano normal los Budas de Bamiyan tendrían más un valor económico que va casado con los millones de la industria del turismo. Es innegable que la riqueza cultural afgana derivada de la confluencia estratégica entre China, India, Asia Central y el Oriente medio pueden convertir a Afganistán en un objetivo importante del turismo mundial.

El asunto, decía un blog especializado, es convencer a las mafias y a los barones políticos y religiosos que retribuyen más los millones del turismo que la miseria que dejan la guerra sectaria por el poder y el tráfico de drogas.