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El noble imprudente

Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II, anunció que el año próximo se retirará de la vida pública. El príncipe consorte será recordado como uno de los miembros más pintorescos y políticamente incorrectos en la historia de la monarquía.

4 de diciembre de 2010

Dijo que el príncipe Carlos, su hijo mayor, parecía "un pudín de ciruela"; le preguntó a Barack Obama cómo era capaz de mantenerse despierto mientras hablaba su esposa, la reina Isabel II; aseguró que todos los escoceses son unos borrachos y le insinuó a un noble inglés de raza negra que debía venir de un "exótico lugar". El responsable de todas estas imprudencias es el príncipe Felipe de Edimburgo, quien, aunque no parezca, es mucho más que un segundón. Los expertos en realeza aseguran que, además de representar a los Windsor ante más de 800 organizaciones y ser un excelente consejero para la reina, el miembro más políticamente incorrecto de la familia real británica es el personaje que pone el picante en el Palacio de Buckingham.

Felipe anunció la semana pasada que se retirará de la vida pública en junio de 2011, cuando cumpla 90 años. Lo hará poco a poco: los primeros cargos que dejará serán los importantes, como el de rector honorario de las universidades de Edimburgo y de Cambridge. Algunos comentaristas reales han lamentado la noticia y han bromeado al decir que, por su imprudencia y espontaneidad, es el único miembro "real" de la familia real.

Una característica que había dejado ver antes de que la princesa Elizabeth, su novia de toda la vida, se convirtiera en soberana y él, en príncipe consorte: durante una visita a una empresa de ferrocarriles, le preguntó a un trabajador cuáles eran sus posibilidades de ascenso. "Tendría que morir mi jefe", dijo el hombre, a lo que Felipe respondió: "Justo lo que me pasa a mí". "Sus meteduras de pata son su idiosincrasia y no deberían opacar sus logros. Ha sido subvalorado, a pesar de que ha hecho un gran trabajo", dijo a SEMANA el experto en monarquía Richard Fitzwilliams.

Fue por sus chistes pesados que muchos miembros de la aristocracia británica vieron con malos ojos su compromiso con la joven 'Lilibet', hija mayor del rey Jorge VI y primera en la línea de sucesión al trono. Otros criticaron que no fuera británico de nacimiento. Príncipe de Grecia y Dinamarca, Felipe nació en la isla griega de Corfu, de donde su familia tuvo que huir cuando él tenía un año y medio, por amenazas contra la monarquía. Vivió en Francia, en Alemania y en el Reino Unido, donde se graduó del colegio, se unió a la Marina Real y conoció a su futura esposa. Para casarse con ella, renunció a sus títulos reales pasados y se nacionalizó.

Contrajeron matrimonio en 1947 y, años después, la reina pidió al primer ministro del momento, Winston Churchill, que le otorgara a su esposo, y no a su hermana, como decía la ley, la posibilidad de ser rey en caso de que ella muriera. Churchill aceptó, aunque se quejaba en privado de que el valiente marinero que había defendido a Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial no tenía estudios universitarios y hacía comentarios ofensivos.

El duque de Edimburgo se ha ganado varios regaños de la reina por lengüilargo: a un grupo de estudiantes británicos en China les dijo que no se quedaran más tiempo pues iban a terminar con los ojos rasgados; a unos ingleses que recorrieron Nueva Guinea los felicitó pues ningún caníbal se los había comido vivos; a un aborigen australiano le preguntó, en 2002, si todavía seguía tirando lanzas y a una política escocesa, si sus calzones salían con la corbata de otro de los presentes.

Algunos expertos afirman que ese tipo de salidas reflejan su afán por llamar la atención, pues públicamente siempre se ha visto relegado. Hay otros, como Fitzwilliams, que dicen que el príncipe Felipe es solo un tipo discreto pero espontáneo, que refresca una realeza, para muchos, estirada y trasnochada.

Quienes más lo apoyan son los habitantes de una villa apartada de Vanatu, en el Pacífico Sur, donde lo consideran un dios. Por su piel blanquísima y porque logró casarse con una mujer muy poderosa, lo confunden con un espíritu legendario que protagoniza una de sus leyendas. Y, mientras ellos preparan el festín que darán cuando su dios cumpla 90 años, en Inglaterra se preguntan qué pensaría este grupo de fanáticos si el príncipe los visitara y les dijera alguna de sus "barbaridades" características.