EL PEZ MUERE POR LA BOCA
El escándalo de la Casa Blanca visto por Antonio Caballero.
Los detalles son tan escabrosos que las cadenas de televisión advierten, cada vez que van a tratar el tema _20 veces al día_ que hay que sacar a los niños. Sexo oral, fellatio, que es una palabra que hasta hace poco sólo les estaba permitido usar a los sicoanalistas, chorros de semen presidencial, lunares en los testículos, y hasta algo que llaman "sexo telefónico": no explican qué papel juega el teléfono, o qué parte del teléfono juega un papel, pero la cosa suena impresionante. Y el caso tiene paralizados a los Estados Unidos. Físicamente paralizados ante los televisores, y políticamente paralizados ante el mundo: no se atreven a bombardear Irak por miedo a que parezca que copian una película (Wag the dog) en la que un guionista de Hollywood se inventa una guerra entre los Estados Unidos y Albania para distraer la atención del escándalo sexual de un presidente. Pero a la vez tienen miedo de que no parezca serio que, por no parecer copiar un guión de película, los Estados Unidos se abstengan de bombardear Irak.Nada es serio en todo el asunto, en efecto. Una investigación de un fiscal independiente que lleva cuatro años y ha gastado ya 35 millones de dólares _tanto como una superproducción de Hollywood, sí_ en el intento por demostrar que el presidente Bill Clinton es un obseso del (atención: lo que viene no es para niños) sexo oral. En su origen era una investigación sobre las irregularidades financieras cometidas hace 15 años por los Clinton en el caso Whitewater, que luego rebotó en el aburridísimo 'Travelgate' (un problema de pasajes de avión), tropezó en el misterioso suicidio de un amigo de los Clinton llamado Vincent Foster, se volvió picante con el acoso sexual de Clinton, cuando era gobernador, a la poco agraciada Paula Jones, que por una propuesta indecente le reclama al presidente dos millones de dólares, saltó más atrás todavía hasta la larga relación extraconyugal que mantuvo Clinton con Gennifer Flowers y va desembocando, por ahora, en la persecución jurídica y mediática a que han sido sometidas 22 mujeres de quienes el fiscal sospecha que puedan haber tenido relaciones sexuales _ojo, niños_, en particular orales, con Clinton.Una de ellas es Monica Lewinsky. Tal vez no la más bonita _pues por lo visto hasta ahora el Presidente tiene mal gusto para las mujeres, incluida la legítima_, pero sí la más parlanchina. El fiscal Kenneth Starr tiene nada menos que 20 horas de conversaciones entre la muchacha y su mejor amiga, grabadas subrepticiamente por esta: una señora Linda Tripp, ex empleada de confianza (¡) de la Casa Blanca. Y quienes han escuchado las grabaciones (mucha gente: el fiscal Starr se la pasa filtrando informaciones secretas a la prensa) dicen que demuestran de manera palmaria que sí hubo relaciones sexuales (¡y orales, niños! ¡fellatio, y de todo!) entre el Presidente y la joven Lewinsky. Con lo cual los Estados Unidos tiemblan.
Intringulis de la justicia
Pero eso no le basta al fiscal Starr. Por mucha fellatio y hasta mucho cunnilingus que se le meta al asunto, el caso no es un delito: ni Monica era menor de edad, ni Clinton la violó a la fuerza. Y, por añadidura, el escándalo ha hecho aumentar su popularidad en las encuestas: un 67 por ciento de los norteamericanos están satisfechos de su Presidente (más las mujeres _73 por ciento_ que los hombres _48 por ciento_). Lo que quiere el Fiscal, y con él toda la "conspiración de derecha" denunciada por Hillary Clinton que ha mantenido viva la investigación, es un delito federal que obligue al Presidente a renunciar a su cargo. Se esfuerza, pues, por encontrar uno, o por crearlo: obstrucción de la justicia. Y al buscarlo a toda costa está exhibiendo ante el mundo no tanto las intimidades escabrosas de la libido presidencial cuando los intríngulis, esos sí verdaderamente obscenos, del funcionamiento de la justicia de los Estados Unidos: el regateo de penas, las amenazas a los testigos, el pago a los traidores, el premio a los delatores. Habría 'obstrucción de la justicia' por parte de Clinton si el fiscal consiguiera probar que instó a su amante _o a sus 22 amantes_ a mentir a los jueces o a los investigadores sobre sus relaciones. Si Monica Lewinsky dice eso, Starr le garantiza la inmunidad jurídica. Si se empeña en negarlo, como hasta ahora ha hecho, la manda a la cárcel. Y eso en los Estados Unidos se negocia. La negociación con los abogados de la muchacha (no se sabe quién les paga; a los de Clinton les pagan los amigos del Presidente, que hicieron entre todos una vaca, y la cuenta va en tres millones de dólares hasta el momento) está estancada en torno a la palabra 'evasiva'. Los abogados aceptan que a cambio de la inmunidad su cliente declare que Clinton la instó a ser 'evasiva'; pero el fiscal no está seguro de que instar a alguien a ser 'evasivo' sea un delito federal. Parece ser que no. Así que presiona a la testigo, enviando al FBI a que incaute en su casa su computador personal. O sea: su diario íntimo: ¿Puede haber algo más personal que un 'personal computer' o P.C.? No. Pero la Constitución norteamericana, que en su celebérrima Quinta Enmienda permite que un sospechoso no se autoincrimine, no prohíbe que lo incriminen sus propios diarios íntimos, ni las conversaciones grabadas por sus amigas íntimas, ni su intimidad misma. Ni siquiera su propia ropa íntima: el implacable fiscal Starr mandó confiscar también toda la ropa de Monica Lewinsky porque tenía el pálpito de que en alguna prenda tenía que haber quedado al menos un chorrito de semen del presidente Clinton, ya seco, de recuerdo. Hubiera sido lo que en Colombia llamamos la prueba reina. Pero no lo encontró. Sexualmente insatisfecho, el fiscal criminal (no: técnicamente se llama fiscal independiente: pero es un criminal) intentó entonces convencer a la señorita Lewinsky de que se escondiera una grabadora en el wonderbra para ir a hablar con el Presidente y convencerlo (cabe imaginar su propuesta: "usted ya sabe cómo, señorita Lewinsky") de que le dijera ante el micrófono que había que mentirle a "la justicia" (el mencionado fiscal). La niña (un sorbo de aire fresco en esta sórdida y repugnante historia de amigas íntimas con grabadora y fiscales con látigo) se negó a hacerlo. Ante lo cual el fiscal Starr recurrió a la amenaza de la cárcel. Le hizo saber que sabía que le había enviado a Clinton cartas eróticas en por lo menos seis ocasiones. ¿Y cómo lo sabía? ¿Acaso la Constitución norteamericana no garantiza la inviolabilidad del correo? Pues no: no garantiza nada. Monica tiene miedo. Y deben de tener miedo también las otras 21 de la lista. ¿Hablarán? ¿Mentirán a cambio de la inmunidad _la impunidad_ por haber mentido para cazar a un pez más gordo? Hagan lo que hagan el vergonzoso resultado moral le será mostrado al mundo como un triunfo de la justicia.El presidente Clinton, por su parte, culpable o inocente, niega todo en redondo: lo del semen, lo de la fellatio, lo del cunnilingus, y, por supuesto, lo de la obstrucción de la justicia (¿obstructio penetrationem? No soy jurista). Pero ante el 'gran jurado' del caso de Paula Jones, y tras negar haber practicado ninguna de esas cosas con las 22 mujeres de la lista del fiscal Starr, reconoció haber hecho de todo con Gennifer Flowers. Reconocimiento que le da credibilidad a las 22 negativas, pero que se lo resta a las anteriores: porque ¿no había negado hace seis años todo lo de Gennifer? Sí: pero Clinton explica, hábilmente, que lo negó ante la prensa para proteger su intimidad: pero que es muy distinto mentir ante periodistas ansiosos de escándalos que ante un 'gran jurado' ansioso de justicia. Hillary, su mujer, también lo niega todo, aunque no sepa nada, y sostiene que lo que hay es una "conspiración de la derecha" contra su eterno marido.
Historia mezquina
Todo es verdad, claro está. La conspiración de que habla Hillary, el sexo oral de que habla Starr (un amigo de Clinton _qué amigos los que tienen los gringos_ le contó a la CNN que el Presidente le había dicho que tras revisar concienzudamente la Biblia había concluido que ni el sexo oral ni el sexo telefónico constituían adulterio, técnicamente hablando: qué Biblias las que leen los gringos: y hay que ver para qué las leen); y verdad también, probablemente, que nada de eso es delito. Pero resulta un poco repugnante que la más grande potencia del mundo esté paralizada por una tan mezquina, tan sucia, tan insignificante historia. Porque ¿cuál es el escándalo? ¿Que el presidente de los Estados Unidos tenga amantes? Todos sus predecesores las han tenido ante la indiferencia o la admiración general. Hasta el pacato Jimmy Carter le confesó a la revista Playboy que en más de una ocasión había engañado _aunque sólo con el pensamiento_ a su confiada esposa Rosalyn. John Kennedy las tenía en tal abundancia que las compartía con su hermano Robert y con los capos de la mafia. Dwight Eisenhower engañaba a su 'Mamie' con la conductora de su automóvil, que era algo así como teniente coronel. Thomas Jefferson se acostaba con sus esclavas negras. Y nunca pasó nada.Pero el escándalo es, dicen entonces, que el presidente de los Estados Unidos haya dicho mentiras. ¿De qué se asombran? En eso consiste el oficio de todos los presidentes de los Estados Unidos. No van a destituir ahora a Bill Clinton por cumplir con sus obligaciones. Sobre todo teniendo en cuenta que a lo largo de sus cinco años en la presidencia ha mentido sobre temas mucho más importantes que sus acrobacias sexuales. Ha mentido _y en su más reciente discurso sobre 'el estado de la Unión' reiteró sus mentiras_ sobre Irak. Ha mentido sobre la situación de los derechos humanos en la China. Sobre el embargo de armas a Bosnia. Sobre el proceso de paz en el Oriente Medio. Sobre el tratado 'antidrogas' firmado hace un mes con Panamá para no cumplir los compromisos firmados por su antecesor Carter. Ha mentido sobre la protección del medio ambiente, sobre el comercio exterior, sobre el desempleo interno, sobre los impuestos, sobre la financiación de su campaña electoral. Sobre la droga. En el tema de la droga ha mentido tanto en lo general _esa farsa sangrienta, pero rentable para las finanzas norteamericanas, que se llama la 'guerra contra la droga'_ como en lo particular, diciendo que él de joven fumaba marihuana "pero sin inhalar". Hasta sobre el tabaco ha mentido: dijo que por orden de su esposa Hillary lo había dejado, y a los ocho días un fotógrafo lo sorprendió fumando un puro habano en la rosaleda de la Casa Blanca. Un puro: porque también ha mentido sobre el bloqueo a las exportaciones cubanas. Clinton le ha mentido a todo el mundo: a su mujer, a sus amantes, a sus amigos, a sus enemigos, a sus aliados, a sus ministros, a los fiscales independientes. Y les ha mentido sobre todos los temas imaginables.
Presidentes mentirosos
Pero en eso no ha hecho más que seguir el ejemplo de todos los presidentes de los Estados Unidos, a quienes se elige porque han mentido _a sus electores_ y para que sigan mintiendo _a todos los demás habitantes del mundo, incluyendo a sus electores_. Mintió George Bush: en lo de la guerra contra Irak, en lo de la invasión de Panamá; en lo de la intervención en Nicaragua; y también, claro está, en lo de las alzas de impuestos: su famoso read my lips (lean mis labios) es el resumen de la mentirosa política fiscal de todos los presidentes norteamericanos desde, por lo menos, Andrew Jackson, hace más de un siglo. Mintió Ronald Reagan: sobre el llamado 'Irangate', sobre los 'contras' nicaragüenses, sobre la negociación en torno a los rehenes de la embajada en Bagdad. Mintió Carter sobre lo mismo, mintió Ford sobre Nixon, mintió Nixon sobre todos los temas, mintió Johnson sobre el Vietnam, mintió Kennedy sobre Cuba, Ike sobre Corea, Truman sobre Rusia, Roosevelt sobre el Japón y sobre Alemania, Hoover sobre la crisis económica. En fin: no los voy a mencionar a todos, pero todos han mentido, desde George Washington. La famosa anécdota del ciruelo que taló Washington cuando era niño, usada para inculcarles a los niños norteamericanos la convicción de que los presidentes de los Estados Unidos no mienten, es una mentira.Y es normal que todos los presidentes de los Estados Unidos mientan, claro, como han mentido siempre hombres del poder: los faraones, y los emperadores, y los papas. Cuando hace unos días Juan Pablo II visitó Cuba, corrió el rumor apocalíptico de que en la Plaza de la Revolución de La Habana iba a ser revelado por fin el temido Tercer Secreto de Fátima: la conversión del Papa al cristianismo. Pero no ocurrió nada, gracias a Dios. Sin embargo, y para volver a la mezquina anécdota del presidente Bill Clinton, los analistas citan el caso de Richard Nixon. Algunos aseguran que Nixon cayó de la presidencia de los Estados Unidos por mentirle al pueblo norteamericano sobre el espionaje electoral al partido demócrata ordenado por él en el escándalo de Watergate. Pero es que Nixon no cayó por mentir, sino por reconocer que había mentido. Falta grave, esa sí, en un presidente de los Estados Unidos. Porque ¿cómo va a inspirar confianza _a los electores, a los aliados, a los enemigos_ un presidente que reconoce que dice mentiras? Había que salir de él.
Pero si la mentira por sí misma fuera motivo suficiente para destituir a un presidente de los Estados Unidos, la historia de ese poderoso país no hubiera sido otra, desde su independencia, que una ininterrumpida sucesión de impeachments presidenciales. Lo cual, posiblemente (mi opinión personal sería esa) habría sido benéfica para el mundo, que se hubiera ahorrado varias decenas de guerras y no poca opresión, para no hablar de la explotación económica. Todos hubiéramos sido, probablemente, mucho más felices. Pero me extrañaría que el curso de la historia cambiara ahora simplemente porque una jovencita llamada Monica Lewinsky, que se caracterizaba por la profundidad de su garganta (ni una mancha de semen en su ropa auscultada por el FBI), resulta tener la lengua larga.