C I N E

El precio del silencio

La inmensa soledad de una mujer se convierte, de un momento para otro, en una pesadilla.

Ricardo Silva Romero
13 de mayo de 2002

No es una historia policíaca de chantajes y accidentes: si lo fuera fracasaría por culpa de hampones inverosímiles y situaciones imposibles. No es, tampoco, un relato más sobre las miradas aterradas que aún despierta la homosexualidad: Scott McGehee y David Siegel, los directores, saben que los alegatos en favor de la tolerancia suelen ser vergonzosas palmadas en la espalda. El precio del silencio es, en realidad, el drama de una mujer tan sola como todas las mujeres, la tragedia de una mamá silenciada, sometida, reducida al papel de niñera por un mundo de hombres ausentes que sólo atrapan, juzgan y condenan. Sí, eso es. Margaret Hall, la abnegada ama de casa que protagoniza esta extraña película de suspenso, no tiene alternativa: esa mañana, cuando sale a caminar por la playa y encuentra el cadáver de Darby Reese, el amante de Beau, su hijo adolescente, lo primero que se le pasa por la cabeza es echarlo al fondo del lago Tahoe. Debe proteger a su familia, debe proteger a su hijo. Y mucho más ahora, a los 17 años, cuando compite por un cupo en una prestigiosa academia musical y se encuentra a punto de comenzar una prometedora carrera como trompetista. Lo que pasa es que Margaret está sola: cocina, lava, plancha, cuida la salud de su suegro, lleva a Paige y a Dylan, sus hijos menores, a clases de ballet y a partidos de béisbol, y de vez en cuando recibe la llamada de su esposo, un oficial de la marina homofóbico que pasa meses y meses en medio del océano. Poco tiempo le queda a Margaret, pues, para recibir a Alek Spera, un tipo que dice saberlo todo sobre la vida secreta de Beau y la muerte violenta de su amante y que, para probarlo, cuenta con un video que pondría a prueba a cualquier madre. Sí, así es. Quiere que le entregue 50.000 dólares, al día siguiente, a las 4 de la tarde. Si no, le contará todo a la policía. El precio del silencio deja la cabeza llena de preguntas. Su estilo elegante y fragmentado, resuelto en la sala de montaje, no convence del todo, pero la actuación de Tilda Swinton borra las dudas que puedan surgir y deja en claro que estamos ante una pequeña historia íntima sobre una mujer y no, nunca, frente a una sórdida historia de crímenes pasionales. Swinton, una actriz británica de 41 años que en 1992 se dio a conocer con el papel de Orlando, en la adaptación de la novela de Virginia Woolf, y hace poco reapareció como Sal, la líder de La playa, y como la doctora de Vanilla Sky, demuestra, con su interpretación de Margaret, que es una estupenda actriz. Sí, quien busque un relato de suspenso se sentirá engañado. Y sí, quien reclame una fuerte posición frente a la intolerancia pensará que la historia se quedó corta y que hizo falta una buena conversación entre la madre y el hijo. Pero quien quiera ver la historia de una angustia seguro se sentirá recompensado.