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El señor de la tierra

Pepe Sierra fue el hombre más rico de principios de siglo. Dueño de terrenos en Antioquia, Valle y la sabana de Bogotá, fue el principal prestamista del gobierno.

1 de mayo de 1997

José María Sierra era un acendado. Así, sin h. Porque a pesar de haber sido el hombre más rico del país, don Pepe nunca le dio importancia a asuntos como la ortografía. Y a quien se atreviera a corregirlo, él le contestaba: "Yo tengo 70 aciendas sin h. Usted, cuántas tiene con h?"



Don Pepe nunca negó su origen campesino. Llevaba orgullosamente la ruana y aunque apenas había aprendido las operaciones básicas en la escuela, fue el negociante más ágil de su época. Su pasión fue la tierra, la cual supo atesorar. El Chicó y Hatogrande son sólo una pequeña muestra de lo que fueron sus propiedades.



Pero don Pepe no acumulaba tierra porque sí. Fue el primero en transformar la actividad agrícola de un minifundio antieconómico en un negocio altamente productivo. No escatimaba tiempo ni dinero en aumentar la productividad de sus tierras.



Los recursos obtenidos con el negocio agrícola le permitieron entrar en una actividad mucho más lucrativa, y de paso empezar a financiar a los pobres gobiernos de la época. El remate de las rentas. En ese entonces, el gobierno subastaba las rentas de licores y degüello de ganado para obtener por anticipado recursos que le permitieran operar, y en este negocio don Pepe se destacó como nadie. Incluso, llegó a manejar el monopolio del hielo en Panamá y de la sal marina en Antioquia.



Impulsó la terminación del Ferrocarril de Amagá y el del Pacífico, y su fortuna le alcanzó para ayudar a fundar en 1905 el Banco Central, durante el gobierno de Rafael Reyes, entidad que centralizó todas las rentas de la Nación.



Hombre del campo

Si bien en Bogotá se preservó su imagen gracias a la avenida que lleva su nombre, don Pepe era en realidad un paisa de tiempo completo. Nació en Girardota en 1848, en el hogar de Evaristo y Gabriela Sierra, una pareja de primos hermanos.



Don Pepe aprendió a amar el trabajo en casa de su padre, ya que don Evaristo le entregó una parcela a cada uno de sus siete hijos varones para que la labraran.



El que mejor supo aprovechar esta oportunidad fue Pepe, el segundo de sus hijos, quien demostró ser un trabajador incansable. Mientras todos dormían, sacaba los bueyes y araba su parcela, hasta ver cómo progresaba su cultivo de caña. Los sábados, cuando sus hermanos se iban a Girardota, él aparejaba dos bestias, las cargaba de panela y tomaba camino loma arriba hasta la fría San Pedro, donde conseguía el mejor precio por su cargamento. De regreso, cargaba papa para vender en Copacabana. Esta actividad febril le dio solvencia para, llegada la oportunidad, adquirir las parcelas de sus hermanos.



Aparte de estas tierras, se hizo cargo rápidamente de las de sus tíos Jorge Cadavid y Egidia Sierra, hermana de don Evaristo. Esta pareja no tenía hijos que les ayudaran a labrar la tierra. Tan sólo una ahijada, Zoraida, que era la adoración de don Jorge y que más tarde se convirtió en la esposa de Pepe.



Dicen que antes de los 15 años, Pepe ya estaba manejando las propiedades de sus suegros en el Sacatín y que nunca fueron tan productivas como bajo su cuidado.



El cultivo de caña fue la obsesión de don Pepe, quien se desvelaba arando los campos para mejorar la cosecha e investigando cómo aumentar la producción panelera. Por eso no tiene nada de raro que concentrara todos sus esfuerzos en la construcción de una instalación hidráulica al lado del viejo trapiche de don Jorge, que le permitió aumentar la producción de panela de tres a 20 cargas diarias.



"Yo no fui pendejo. La panela me dio muchas alas, especialmente cuando después de duras luchas logré aumentar el rendimiento. Fui muy constante desde un principio con la agricultura; hay que sembrar, pero mucho, mucho», le decía a su nieto Bernardo Jaramillo.



El montaje panelero de Sacatín fue todo un éxito y Pepe y su hermano Lorenzo lo replicaron mejorado en las fincas de San Diego, Graciano, Canaán y Llano Grande. Los recursos de la panela le permitieron adquirir cuanto lote le ofrecían, al punto de que Pepe Sierra fijaba el precio de la tierra en toda la región.



Los remates

Si bien la fortuna de don Pepe Sierra se centró en la tierra, un negocio que le dio muy buenos frutos fue el de los remates de las rentas de licores. El encargado de convencerlo de que entrara al juego fue su suegro. Don Jorge le sirvió como fiador en los remates de Girardota, primera experiencia que lo dejó muy entusiasmado por los resultados del mecanismo.



José María Sierra fue un genio financiero de su época, que supo aprovechar los remates de renta para financiar a los departamentos En esta actividad se asoció, entre otros, con Pedro Jaramillo, con quien formó una compañía, además de otras de similar índole, para reducir la competencia en las subastas de las rentas. También inventó los subremates, estratagema que les permitía a los empresarios evitar grandes pujas, gracias a un acuerdo previo mediante el cual sólo unos pocos participaban en el remate y luego se repartían las rentas proporcionalmente. Eso sí, don Pepe siempre mantuvo la exclusividad sobre las rentas de Medellín y Puerto Berrío.

"No nos matemos entre nosotros. Matemos al gobierno", decía Pepe. Entonces pactaban. Uno o dos remataban la totalidad por sumas estudiadas para darle al gobierno lo menos posible y luego entre ellos se repartían la "marrana", señala un artículo de la revista La Hoja.



Don Pepe le imprimió todas sus energías a este negocio y nunca dejó nada a la casualidad. Escogía calculadamente las rentas con que se iba a quedar. Hacía un estudio de la capacidad de consumo del municipio, su número de habitantes, las empresas de importancia y todos aquellos datos que le permitieran proyectar las ventas en la región. Incluso, llegó a organizar fiestas para incrementar el consumo de licor.



A la sombra de este negocio formó varias sociedades como Sierra Jaramillo y Cía., Sierra Vásquez y Cía., Sierra y Cía., y Sierra Mejía y Cía. Pero tal vez la más famosa fue la llamada Cuarta Compañía, que lo hizo conocer formalmente en el mundo de los negocios.



En esta sociedad tomaban parte, además de don Pepe, la casa comercial de Eduardo Uribe, Miguel Arango y Manuel Díaz. La Cuarta Compañía instaló varias fábricas de licores en el departamento, en fincas como el Sacatín y Llano Grande, donde tenían grandes cultivos de caña, además de las destilerías. Cuando se liquidó la sociedad, Pepe recuperó sus tierras y se quedó con las adquisiciones de la compañía.

Ya para entonces, sus dominios habían sobrepasado las tierras antioqueñas y tenía grandes propiedades en la sabana de Bogotá y el Valle del Cauca, departamento que conquistó junto con su hermano Apolinar, quien también se encargó del negocio de las rentas en esa región.

Clara Sierra, laq hija de don Pepe, se casó con un hijo del ex presidente Rafael Reyes, con quien aparece en la foto



Apolinar fue decisivo para la expansión en el sur del país. Remató las rentas del Cauca y compró fincas en la zona para cultivar en ellas la caña y montar las instalaciones para producir licores. Montó su base de operaciones en San José, cerca de Palmira y creó con don Pepe la compañía Sierra Hermanos, que amplió los negocios a la ganadería. Compraron fincas en Cali, Palmira y Yumbo, y la marca Sierra Hermanos se posicionó rápidamente entre los ganaderos de la región.



Conquista de la sabana

Don Pepe viajó a Bogotá por primera vez en 1888, a los 40 años. Una de sus primeras sociedades en la ciudad fue con Marciano Rozo, un ganadero de la sabana, con quien aprendió la forma de explotar estas tierras.



La compañía se dedicó a la ganadería y también adquirió propiedades en Anapoima y otras zonas de tierra caliente. Pero al poco tiempo, don Pepe decidió terminar la sociedad y acudió a una de sus representaciones para obtener las mejores condiciones.



Le hizo creer al señor Rozo que estaba muy enfermo y que se iba a vivir a Europa para recuperarse. Don Marciano, convencido de que Pepe vendería su parte en la compañía, se encargó de ponerle a todas las propiedades un bajo precio, que le permitiera quedarse con la sociedad. Pero al momento de cerrar el negocio, don Pepe se arrepintió e hizo efectiva una cláusula según la cual él tenía la primera opción de compra.



Este incidente le creó un mal ambiente en medio de la sociedad bogotana, sobre todo porque el señor Rozo nunca pudo recuperarse. "Tratándose de negocios era implacable. Su rigidez no tenía consideración alguna y en medio de esta vorágine veía el resultado de sus farsas, impávido", comenta su nieto Bernardo Jaramillo.



Don Pepe compró terrenos a lo largo y ancho de la sabana. En Nemocón, Zipaquirá, Sopó, Tibitó. Donde la tierra fuera buena. Pero la compra que levantó risas entre sus contemporáneos fue la de la Hacienda El Chicó, del Mono Saíz. En ese entonces el único que anticipó la importancia que iba a tomar la carrera 7a. al norte fue don Pepe. Los demás pensaron que estaba loco.



Bogotá le dio a don Pepe proyección nacional, pero también fue el escenario de un grave accidente que lo dejó descaderado de por vida y de una de las mayores humillaciones de su historia.



Resulta que a raíz de un incidente con el presidente Jorge Holguín, don Pepe estuvo preso en el Panóptico Nacional hasta que aquél abandonó el poder. El lío se presentó el 23 de junio de 1909 a causa de una emisión de $300 millones que hizo el gobierno de Holguín por intermedio del Banco Central. Don Pepe, que era accionista del Banco, hizo comentarios desobligantes durante una asamblea y se lanzó a la calle a decir que la emisión era un robo contra el pueblo.



Se armó tal jaleo, que el presidente Holguín ordenó apresarlo, y la guardia, ni corta ni perezosa, lo arrestó por la fuerza en su casa de la calle Real, que quedaba al lado de la sede del Banco.



Don Pepe estuvo preso 40 días, hasta cuando el Congreso eligió presidente a Ramón González Valencia, quien una vez posesionado decidió dejarlo en libertad.



Este incidente marcó a don Pepe, quien decidió regresar a Medellín.



La herencia

Don Pepe murió en su casa de Medellín en 1921 a la edad de 73 años. Dejó ocho hijos: María, Jesús, Mercedes, Rosaura, Isabel, Vicente, Maruja y Clara, esta última casada con un hijo del ex presidente Rafael Reyes.



A su muerte, se desató una lucha de competencias entre los jueces de Bogotá y Medellín sobre el sitio en que debería radicarse el juicio de sucesión. Esta situación se empeoró por el hecho de tener bienes en tres departamentos, lo cual hizo que todo el trámite fuera terriblemente lento. Diez años tardaron los herederos en poder tomar posesión de sus bienes.



A pesar de la demora y de que ninguno de sus hijos estaba preparado para manejar la fortuna, los bienes que dejó don Pepe fueron de tal magnitud, que la herencia no sufrió mengua con el estancamiento en los negocios.



Bogotá vino a participar de la fortuna de los Sierra con la muerte de su hija, Mercedes Sierra de Pérez, quien le legó a la Sociedad de Mejoras y Ornato el Museo del Chicó, y al municipio de Sopó la Hacienda Hatogrande. Esta propiedad, de 200 fanegadas, pasó después a ser residencia campestre del presidente de la República.

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