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El zar de la reconstrucción
El saliente presidente de Bancolombia, Jorge Londoño, es el hombre designado por el gobierno para gerenciar la reconstrucción del país. ¿En qué consiste este megaproyecto, el más ambicioso en los últimos 50 años?
El presidente Santos es un hombre con estrella. Su carrera política es una combinación casi perfecta entre la habilidad de un zorro viejo y la suerte de quien tiene los astros alineados a su favor.
A primera vista, es lógico pensar que la actual catástrofe invernal le cayó al Presidente como una maldición, justo cuando comenzaba un gobierno que ha despertado bastante entusiasmo. Pero para Santos no ha sido así. Haciendo gala de su olfato y pragmatismo, vio en la crisis por el invierno la oportunidad para tomar drásticas medidas, que en una situación de normalidad le hubieran sido políticamente imposibles.
Ya aprovechó la coyuntura para decretar el estado de emergencia económica, social y ecológica que le ha permitido tener los instrumentos jurídicos necesarios, que de otra manera tendrían que haber transitado el pantanoso camino del Congreso. En los primeros 30 días, el gobierno ha proferido 25 decretos legislativos y la semana pasada extendió las facultades especiales hasta el próximo 28 de enero.
Pero más allá de las herramientas jurídicas y de las conmovedoras imágenes de los millones de damnificados, el desafío más importante está por venir: reconstruir el país a partir de la catástrofe y lograr que la economía, la infraestructura, el campo y la calidad de vida de los colombianos sean mucho mejores en los años siguientes al peor invierno en la historia.
El gobierno ha visto que este reto es de tal magnitud que trasciende la capacidad institucional del Estado, y, por lo tanto, ha acudido al apoyo del sector privado y de las organizaciones sociales. También entiende que para manejar una empresa de esta naturaleza se requiere de un gran gerente. Alguien con capacidad para administrar eficientemente los multimillonarios recursos que demandará la atención de la tragedia y con habilidad para coordinar y ejecutar tareas que parecen utópicas. Por esta razón, nombró como zar de la reconstrucción a Jorge Londoño Saldarriaga, saliente presidente de Bancolombia (ver recuadro).
Después de 14 años de una exitosa carrera empresarial durante la cual convirtió el Banco de Colombia en el primer banco del país y en un importante jugador regional, Londoño aceptó el reto de liderar la empresa más difícil de su vida: gerenciar el proyecto de reconstrucción del país, un desafío mucho más complejo y estimulante que todo lo que ha hecho en su ya larga trayectoria profesional.
De esta manera, el presidente Santos busca sumar todos los esfuerzos necesarios para cambiar el país: el presupuesto de la Nación, la institucionalidad del Estado, la capacidad de gestión del sector privado y la legitimidad de las organizaciones sociales.
Ciertamente, no se trata de una tarea fácil. No solo por la complejidad de establecer una relación público-privada con matices regionales, sino por los millonarios recursos que es necesario recaudar y administrar. Quizá el tema más crítico será enfrentar la politiquería y la corrupción regional. No hay que olvidar que este es un año electoral en municipios y departamentos, y en la primera fase de atención humanitaria se distribuirán recursos cercanos a los cinco billones de pesos, que deben tener frotándose las manos a más de un corrupto que espera darles un zarpazo a estos dineros.
La verdad es que más allá de los obstáculos que pueden aparecer en esta titánica misión, estos son momentos que ponen a prueba la capacidad del Estado, el liderazgo de un gobierno y la fortaleza de una sociedad. Hay claros ejemplos de fracasos. El caso del huracán Katrina en 2005, en Estados Unidos, fue uno de ellos. Era una tragedia anunciada, fue mal manejada y demostró que la primera potencia del mundo no estuvo a la altura de las circunstancias. Otro caso emblemático fue el terremoto que destruyó la capital de Haití hace un año y que dejó más de 250.000 muertos. Esta catástrofe mostró la incapacidad del país para manejar una tragedia, la inviabilidad del Estado y la absoluta inoperancia de la ayuda internacional. Pero también hay ejemplos interesantes. El terremoto de Chile, ocurrido a comienzos de 2010, mostró cómo la solidaridad de un país y el liderazgo del gobierno pueden convertir un desastre en una gran oportunidad de crecimiento económico.
Pero tal vez los ejemplos en los que se está inspirando el gobierno Santos son los de la inundación del río Mississippi en Estados Unidos, en 1927, y luego la crisis del 29, que llevaron al presidente Roosevelt a crear el Tennessee Valley Authority (TVA) en 1933, y el terremoto del Eje Cafetero en Colombia en 1999.
El primer caso fue la inundación más desastrosa en la historia de este importante río en Estados Unidos, en términos de daños a la propiedad y vidas perdidas. Afectó siete estados; murieron cerca de 250 personas; el área inundada, entre 50.000 y 70.000 kilómetros cuadrados, y más de 650.000 personas tuvieron que ser desalojadas. Las lecciones que dejó la gran inundación del Mississippi sumadas a la crisis de la Gran Depresión es lo que vale la pena replicar. En 1933, el presidente Franklin Delano Roosevelt creó el TVA, un ambicioso proyecto de generación de energía que buscaba sacar a la región de la pobreza y que se convertiría en un modelo de desarrollo económico y social.
Y el otro ejemplo a seguir es el terremoto del Eje Cafetero, que dejó 1.185 muertos y más de 550.000 damnificados. El modelo de reconstrucción que se implementó, en el que se unieron esfuerzos privados y públicos a través del Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero (Forec), sentó las bases para emprender el desarrollo que presenta hoy la región.
Justamente los líderes empresariales del Forec son ahora los hombres que van a acompañar al gobierno en la tarea de reconstrucción tras la catástrofe invernal. Además de Jorge Londoño, los empresarios Manuel Santiago Mejía, Luis Carlos Villegas, Arturo Calle, Antonio Celia y Everardo Murillo estarán al frente de este proyecto.
Sin duda, esta nueva misión será mucho más exigente que la que asumieron hace una década luego del terremoto de Armenia. No en vano, estamos ante el peor desastre natural de la historia reciente del país. No solo supone un gran esfuerzo de planeación, sino una capacidad gerencial para resolver las dificultades que surgen en circunstancias como estas. Por ejemplo, cómo van a interactuar los líderes privados con los ministros, alcaldes y gobernadores; cómo se blindarán los recursos para que no se despilfarren o terminen en las garras de gobernantes sin escrúpulos, como ha sucedido en otras calamidades; cómo garantizar que los billones de pesos se gastarán eficientemente y no con criterios políticos en un año electoral y qué papel desempeñarán las organizaciones sociales y ONG en la vigilancia y ejecución de los recursos.
Estos son algunos de los grandes retos que Jorge Londoño y el equipo de empresarios que lo acompañará tendrán que enfrentar para garantizar el éxito de su misión.
Los millonarios recursos
Como siempre, la plata es el tema clave. Aunque no hay una cifra exacta sobre el costo que le implicará al país superar esta crisis, cálculos preliminares indican que podría superar los 12 billones de pesos en el mediano plazo. El problema es que el invierno todavía no ha terminado y, según el Ideam, las lluvias podrían continuar hasta mediados de año, es decir, los estragos podrían seguir por medio año más.
Por lo pronto, el gobierno, al amparo de la emergencia, ha asegurado un grueso monto de recursos que saldrá del bolsillo de los colombianos más pudientes (32.000 personas) y de las empresas. Por el Impuesto al Patrimonio -que se amplió a partir de los mil millones de pesos (restando los primeros 320 millones de la casa)- se recaudarán 3,3 billones de pesos en cuatro años. Adicionalmente, el gobierno postergó el desmonte de un punto del impuesto bancario que tenía previsto para los años 2012 y 2013 y lo destinará a la emergencia. Estos son dos billones de pesos más.
El Ministerio de Hacienda ya tenía disponible un billón de pesos de recursos presupuestales y crédito del Banco Mundial, mientras que por donaciones nacionales e internacionales se han recaudado -en efectivo y en especie- 73.000 millones de pesos.
En este momento, el gobierno cuenta con cerca de cinco billones de pesos para atender las dos primeras fases de la emergencia, que buscan ayudar, con carácter urgente, a más de dos millones de damnificados que necesitan techo, alimento y salud, y para poner a funcionar, así sea de manera provisional, la destruida infraestructura, como vías terciarias, diques y distritos de riego.
Para manejar estos recursos, siguiendo la experiencia del Eje Cafetero -donde el Forec permitió la movilización de manera eficiente de la plata-, el gobierno Santos fortaleció el Fondo de Calamidades y nombró como gerente al economista Everardo Murillo Sánchez, una de las personas con mayor experiencia en el país en el manejo de calamidades. El trabajo de Murillo al frente del Forec ha sido reconocido por organismos internacionales como ejemplo de un proceso de reconstrucción y de administración de una tragedia.
En cuanto a la financiación de la última fase, considerada la más dura pues hay que reconstruir todo lo que acabó el invierno y modernizar el país para adaptarlo a la nueva realidad climática, se venderá un 10 por ciento de Ecopetrol (hasta unos 16 billones de pesos). Para manejar estos dineros se creó un nuevo fondo llamado de Reconstrucción y Adaptación Climática.
A pesar de que este esquema público-privado funcionó muy bien en el caso del Eje Cafetero, la verdad es que ahora la magnitud de los recursos es mayor y muchos se están preguntando cómo se garantizará que se manejen adecuadamente y no terminen en el despilfarro, la politiquería o la corrupción.
Pues bien, para darles un manejo transparente a todos los recursos, se nombró una junta directiva de alto perfil para los dos fondos. Por el sector privado estarán Manuel Santiago Mejía, Luis Carlos Villegas, Arturo Calle y Antonio Celia y por el gobierno, el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry; el del Interior, Germán Vargas Lleras; el jefe de Planeación Nacional, Hernando José Gómez, y el secretario general de la Presidencia, Juan Carlos Pinzón. Como presidente de las juntas estará Jorge Londoño, cabeza de todo el equipo.
El Presidente de la República les pidió a Transparencia Internacional, a la firma Kroll y a Kpmg que hagan el control de estos dineros, sumándose al acompañamiento especial que harán la Contraloría y la Procuraduría. Santos dice que más de diez ojos estarán al frente del manejo de estos recursos.
Todo el mundo sabe que no será fácil a pesar de las buenas intenciones. A Jorge Londoño, como zar de la reconstrucción, le tocará capotear muchos coqueteos políticos y presiones regionales que suelen darse en momentos en que todos están reclamando recursos para sí. Ya la semana pasada se escucharon denuncias en la costa atlántica de presuntos políticos que estarían tratando de sacar réditos propios con los dineros para la emergencia.
El Presidente de la República ya ha advertido sobre estos riesgos y les ha pedido a sus ministros, a quienes nombró padrinos y madrinas de las regiones, que se apersonen del tema, que se desplacen a las zonas para que hagan un seguimiento permanente de cómo está fluyendo la ayuda, cómo se está planeando la reconstrucción y cómo los mandatarios regionales están usando los recursos.
Everardo Murillo dice que los alcaldes y gobernadores desempeñarán un papel muy importante, porque ellos saben con más precisión el número de damnificados que tienen que atender en sus localidades. Por ello, les pidió que le envíen un inventario de las necesidades que tienen, para girarles los recursos. Considera que es importante que los gobernadores contraten una entidad social para que administre la operación de ayuda, que podría ser la Iglesia, la Cruz Roja, la Policía o el Ejército.
En todo caso, más allá de la buena planeación de este ambicioso proyecto público-privado, los grandes protagonistas serán los alcaldes y gobernadores, en cuyas manos está establecer las prioridades de sus regiones y garantizar el impacto de la ayuda.
El reto del nuevo país
El desafío más grande que tiene el presidente Santos es que después del invierno el país quede mejor de lo que estaba. Por eso, haber nombrado a Jorge Londoño para gerenciar este proceso fue una apuesta tan interesante como audaz. Londoño es un gran estratega y ejecutor, y desde su visión de empresario tiene claridad de lo que necesita el país para ser competitivo a nivel internacional.
Como dice el secretario general de la Presidencia, Juan Carlos Pinzón, esta es una oportunidad única para hacer las obras que necesita el país, pero hacerlas bien hechas, y para ganar tiempo, pues a lo mejor sin esta tragedia, muchas de las obras seguirían el curso lento tan típico en Colombia.
Sin duda, esta fase de reconstrucción y adaptación es de largo aliento. Luis Carlos Villegas, presidente de la Andi y miembro de la junta directiva de los Fondos, cree que tomará no menos de ocho años para verles la cara a las obras finales de esta etapa.
Es lo que llevan esperando los colombianos por más de 50 años. Un país cuyas grandes obras de infraestructura lo vuelvan de una vez por todas competitivo. Porque hasta ahora, la miopía política, la falta de visión, la accidentada geografía, los escándalos de corrupción, los carteles de contratistas, la captura del Estado por los intereses privados y la mala ingeniería han hecho que Colombia tenga hoy la infraestructura de países como Bolivia, Haití u Honduras.
Pero esta fase de reconstrucción también pretende trazar una política de desarrollo sostenible que interprete las nuevas realidades del cambio climático. Para el ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, las inundaciones de La Mojana -que abarca 560.000 hectáreas y que se extiende por los departamentos de Sucre, Bolívar, Córdoba y Antioquia- no se pueden repetir año tras año, cuando llega el invierno, sin que los gobiernos de turno no hagan nada.
Aunque el gobierno todavía no tiene un listado de las obras que harán parte de la fase de reconstrucción, sabe que hay tareas que no dan espera. Por ejemplo, la construcción y mantenimiento del Canal del Dique en el sur del Atlántico, que sigue roto y por donde continúa pasando un fuerte caudal que está empeorando las ya gravísimas condiciones de la región por las inundaciones provocadas por las aguas del río Magdalena.
Nadie quiere tampoco que se vuelvan a repetir los continuos bloqueos por derrumbes en las carreteras cuando llega la temporada de invierno. El ministro de Transporte, Germán Cardona, dice que hay que poner punto final al cierre de vías como Manizales-Mariquita o Bucaramanga-Cúcuta, o la llamada carretera de la Prosperidad, en Magdalena, o la vía Las Palmas, en Medellín.
Esta es la hora de pensar en grande en la infraestructura del país, que lleva décadas de atraso. Por eso, en esta fase hay que hacer túneles, viaductos, dobles calzadas, líneas férreas y mejores aeropuertos, que permitan tener una economía más competitiva para el comercio y más atractiva para la inversión extranjera.
Hacer realidad este sueño dependerá de definir qué proyectos se deben hacer y cómo se van a ejecutar. El gobierno dice que habrá un equipo técnico con cooperación del Banco Mundial y del BID que estará asesorando para establecer prioridades y para diseñar las obras de tal manera que se hagan soluciones duraderas y no terminen en pleitos interminables o sonoros escándalos que, hasta ahora, han sido el ámbito en el que se ha movido la infraestructura colombiana.
El gobierno es consciente de que las condiciones climáticas del país cambiaron y que habrá que vivir con situaciones extremas de lluvias y sequías. Esto significa que todo, empezando por la agricultura y la ganadería, tiene que adaptarse a esta realidad, lo que implicará una tarea gigantesca de planeación. Que a los distritos de riego se les haga mantenimiento, que se protejan las laderas de los ríos Sinú, San Jorge, Cauca, Magdalena, que los cultivos sigan las normas ambientales internacionales. En fin, que las viviendas ubicadas en zonas de alto riesgo se trasladen para anticiparse a una catástrofe.
En esta fase será crucial la coordinación entre los ministros y los gobernadores y alcaldes, y no faltarán los celos regionales y legítimos pulsos políticos.
La región caribe ya ha hecho su propia evaluación que le presentó al presidente Santos, entendiendo que allí se concentra más del 60 por ciento de los damnificados y daños causados por la ola invernal. Los gobernadores de los departamentos y los alcaldes de las ciudades capitales del Caribe propusieron la adopción de un Plan Regional de Reconstrucción, la creación de un Fondo y la designación un gerente para la zona, que será el ex ministro Hernán Martínez. El gobierno está estudiando cómo ajustar estas propuestas al esquema general que ya ha diseñado.
Lo cierto es que los matices regionales van a empezar a aparecer, pues otras zonas del país reclamarían tratamientos similares y podrían terminar enredando la estrategia.
Definitivamente, el tiempo dirá si la catástrofe invernal fue, paradójicamente, un 'papayazo' para que el presidente Santos lleve al país hacia la prosperidad que tanto prometió en su campaña, o si, por el contrario, fue una maldición para el país y su gobierno, justo cuando arranca la 'década de oro' para América Latina. Habrá que cruzar los dedos para que el gobierno y los empresarios que están comprometidos con este desafío encuentren la fórmula para poner a funcionar este megaproyecto como un relojito y para que el éxito que ha acompañado a Jorge Londoño Saldarriaga en todas sus empresas también se extienda en este nuevo y gran reto.