ENFOQUE

"El hambre es siempre algo que les pasa a otros, nunca a nosotros": Caparrós

La ONU alertó la semana pasada sobre una crisis alimentaria que tiene en riesgo la vida de 20 millones de personas en África. SEMANA habló con el escritor argentino Martín Caparrós, una autoridad en el tema desde que publicó su libro ‘El hambre’.

15 de abril de 2017

¿Cómo funcionan las dinámicas del hambre en esos lugares de África que usted conoce tan bien?

Son distintas en cada sitio. En realidad estas hambrunas actuales están relacionadas sobre todo con conflictos armados. En mi libro El hambre intenté explicar los distintos mecanismos del hambre y uno de esos son los conflictos armados. Cuando fui a Sudán del Sur, donde acababa de ocurrir una guerra que había permitido la independencia de esa franja del país, el efecto más grave de esa guerra era el desplazamiento, porque deja a miles y miles de personas que no pueden cultivar la tierra. Son países esencialmente campesinos y si no pueden estar en su tierra se tienen que ir a amontonar a un campamento sin posibilidad de producir comida. Algo muy parecido ocurre en Yemen, Nigeria y Somalia.

Ante una comunidad internacional impasible...

Son territorios que hemos condenado. Decimos ‘bueno, son así, es África’.

Acaba de llegar de la Guajira. ¿Qué tiene en común el hambre de la Guajira con el hambre de África?

Primero, hay una relación que podría parecer superficial pero que no lo es, y es que en muchos puntos el paisaje se parece. Pero no hay que caer en la idea de que el clima y el suelo condicionan todo, porque hay lugares con un clima y un suelo durísimos donde la gente vive espléndido. Es el clima y el suelo y las condiciones económicas, y la organización social, y la estructura política. Y quizá también en ese sentido hay ciertas relaciones entre esta franja del Sahel africano y La Guajira. Son territorios muy dejados por sus propios estados, con una dependencia muy fuerte del asistencialismo.
Toda la gente con la que hablaba en las rancherías, lo que pedían era asistencia: que les manden comida, que les den esto o lo otro. No medios legítimos para asegurarse ellos mismos su subsistencia. Eso es una mala educación de décadas o de siglos. Por supuesto, la corrupción política también se podría comparar.

¿Qué tan grande es el problema del hambre en el mundo?

Por mucho tiempo la percepción mayoritaria de lo que era el hambre estaba definida por las hambrunas. Pero el hambre que más mata en el mundo afortunadamente no es esa. Sino un hambre subterránea, sorda, que va matando poco a poco, la que no sabemos ni queremos ver, y la que los medios no sabemos ni queremos mostrar.
Se trata del hambre que sufren quienes están tan mal alimentados y sus cuerpos no son capaces de resistir una enfermedad común. El 90 por ciento de quienes mueren de hambre mueren de esta manera, no en hambrunas.

Cada vez más personas son más inútiles para el sistema productivo. Lo que ustedes llamaban ‘los desechables‘, con bastante precisión y crueldad. Hay muchos. Las tierras se cultivan con máquinas, se necesita menos gente, entonces hay quienes no tienen un papel dentro del sistema económico mundial y terminan hacinados en barrios periféricos de las ciudades y quedan fuera. Es el fracaso del capitalismo globalizado, que no consigue usar sus recursos. Es un fracaso desde su punto de vista, no desde el punto de vista de la moral, ni la ética, ni la buena voluntad. Hay un tercio de la mano de obra mundial que el sistema no sabe cómo usar. Después de publicar el libro me di cuenta del peligro de que eso mismo ocurra en los países ricos con todo el tema de la robotización y de la inteligencia artificial. Algo que parecía una amenaza para la gente de los países más pobres llegó a los ricos.

Cree que sin cambiar el sistema económico mundial, ¿se puede acabar el hambre?

Tiendo a pensar que acabar con las grandes desigualdades en que vivimos, de las cuales el hambre es solo la expresión más extrema, no puede suceder sin cambiar ese sistema. El hambre es su desigualdad más visible: en los países ricos se tira entre el 30 ó 40 por ciento de la comida, mientras en los pobres no hay suficiente para que la gente coma lo que necesita. Quizá se pueda paliar el hambre desde este sistema, pero va a seguir siendo darle un poco de limosna a los más urgidos y mantener el dominio sobre ellos.

Usted también habla de la mala nutrición en los países ricos...

Los malnutridos de los países ricos son los obesos, que solo pueden comer la comida basura que les daña los cuerpos a ese nivel.

El hambre puede ser una forma de dominio, pero también puede generar revoluciones...

Sí, y de hecho sucedió hace muy poco aunque apenas nos dimos cuenta. En 2008 hubo una crisis de alimentos muy importante. Fue de alguna manera consecuencia de la crisis financiera mundial. Estados Unidos salvó a sus bancos regalándoles alrededor de 800.000 millones de dólares. Hay un plan de la FAO que dice que con 35.000 millones por año durante 10 ó 15 años ellos solucionan el hambre más urgente en el mundo, pero para eso nunca hay dinero. En ese momento los bancos no tenían en qué invertirlo porque ninguno de los lugares habituales de inversión estaba funcionando. Entonces muchísima de esa plata que les dio el Estado para salvarlos se fue a la bolsa de Chicago donde se especula con la materia prima alimentaria.

Lo que aumentó los precios…

Muchísimo, y produjo en 50 ó 60 países una serie de situaciones de inquietud social. La más marcada fue lo que después empezamos a llamar la Primavera Árabe. En Túnez, Egipto y otros lugares de la región, los levantamientos empezaron como protesta por el precio del pan, que había subido porque la bolsa de Chicago había aumentado el precio del trigo. El hambre sigue siendo un factor de desequilibrio importante dentro de los sistemas políticos.

¿Vamos a un mundo con cada vez más o menos hambre?

La cifra absoluta se mantiene desde hace muchos años alrededor de 800 y 900 millones de hambrientos. Claro, la población del mundo ha crecido, así que la proporción es menor ahora que hace 30 años. Pero al mismo tiempo sucede que la humanidad está en condiciones de alimentar a todos sus miembros. Esto no había ocurrido nunca en la historia. Se supone que el mundo es capaz de producir alimentos para 12.000 millones de personas y somos 7.300. Entonces, si bien la proporción de hambrientos se ha reducido, yo creo que el hambre contemporáneo es lo más canalla que hay, porque ya no tiene que ver con una imposibilidad técnica sino con que no se toman las decisiones políticas y económicas para que deje de existir.

Como usted lo dice en su libro, en esta media hora de entrevista ya se habrán muerto unas 500 personas de hambre en el mundo...

Sí, en este momento nos impresiona cuando lo decimos, pero después sigue siendo simplemente una frase. Mientras a muchos no nos parezca que es nuestro problema y decidamos que hay que buscar soluciones y presionar sobre los políticos y las estructuras de los estados, va a seguir siendo así. Finalmente la responsabilidad es nuestra. O lo asumimos como nuestro problema y hacemos algo al respecto o va a seguir sucediendo. Pero es fácil mirar para otro lado. El hambre es siempre algo que le pasa a otros, nunca a nosotros. Si podemos vivir con eso, bueno, ese es un dato sobre lo que somos.

Al tiempo que hay hambre hay un boom e interés creciente sobre el tema de la alimentación...

Lo que hay es una circulación del discurso gastronómico como no ha habido nunca. Han conseguido que comer no sea la única forma de consumir la comida, y por lo tanto han ampliado el mercado de una manera extraordinaria: mirándola, leyéndola, mandando fotos en Instagram. Esa es la primera capa. La segunda es que hay un interés mayor por lo saludable de esas comidas, entonces hay valientes denuncias de cómo nos envenenan las grandes corporaciones. Me parece bien, pero muy autorreferencial. Es el espacio de preocupación por la comida de quienes saben que comen bien todos los días y se preocupan por sus propias comidas. En cuanto a la preocupación por la falta de comida para otros hay mucha menos circulación de discurso.

Usted es carnívoro, sin embargo hay una crítica al hecho de consumir carne...

Comer carne es una forma de exhibir tu poder. Porque la carne es como la cima de la pirámide de la concentración de la riqueza alimentaria en manos de unos pocos. Para producir carne se requiere muchísimo alimento que si fuera consumido como cereal, como harina, como otro tipo de cosas serviría a muchas más personas que a las que sirve ese trozo de carne. En proporción de 10 a 1 más o menos. Se necesitan 10 kilos de cereal para producir un kilo de carne. A mí me gustaría dejar de comer carne, pero soy argentino.

En su libro usted se pregunta: "¿Cómo carajos conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas? ¿Cómo consigue vivir usted? ¿Siente culpa?

La culpa es la peor reacción que uno puede tener porque la culpa te paraliza y atonta. Por supuesto que me inquieta la idea de pensar que en este tema soy un privilegiado. Lo que me sirve para tranquilizarme es que sigo tratando de hacer lo posible porque se conozca el tema, y me he pasado tres años sin parar de hablar de eso.