EL PRESO NUMERO 7

El preso número 7 Rudolf Hess, el prisionero más viejo del mundo, cumple 90 años de vida, 43 de ellos de soledad y silencio

28 de mayo de 1984

El pasado jueves, el más viejo de los condenados del mundo, "celebró" sus 90 años. Un doble aniversario: el suyo y el de la cárcel donde está recluído. De las 600 celdas de la gigantesca fortaleza berlinesa de Spandau, solamente la suya estaba ocupada. Speer y Schirach fueron liberados en 1966, y Rudolf Hess es el último de los siete condenados de Nuremberg. El "número 7", como lo llaman sus guardias.
Unico prisionero, incomunicado de los suyos, el brazo derecho de Hitler tuvo como pobre consuelo el no estar solo: 37 soldados, 20 guardias, 21 empleados, 4 médicos, un cocinero y un pastor lo estaban vigilando.
Desde la mañana del 18 de julio de 1947, cuando Rudolf Hess entró en una celda, de 2.30 m. por 2.80 m.,nada ha cambiado. Desde entonces, solamente se produce el meticuloso cambio de sus guardias: ingleses en enero, mayo y septiembre; rusos en marzo, julio y noviembre; franceses en febrero, junio y octubre; norteamericanos en abril, agosto y diciembre. Cada determinado tiempo, la misma transmisión de poder, el mismo ceremonial. La misma sujeción. Cada día, cada hora. Desde 1947, Rudolf Hess se levanta a las 6:30 de la mañana. A las 6:45 ese activo anciano hace sus ejercicios cotidianos de gimnasia. Luego se van encadenando banalmente las horas de cárcel: 7:15 desayuno; 8:20 limpieza de la celda; 10:30 paseo; 11:45 almuerzo; 1:30 siesta; 2:30 paseo; 5:00 comida; 10:00 a la cama. La misma rutina durante 37 años.
El prisionero experimenta siempre la prohibición de hablar. Pero a quién hablaría? ¿a su familia? Desde 1966 no ha querido ver a nadie, a pesar de que tiene el derecho de una visita de 30 minutos cada mes, en presencia de cuatro funcionarios y de dos guardias, tras una barrera de protección. Actualmente, Wolf-Rudiger Hess, su hijo, quien no ha cesado de luchar por su liberación hasta el punto de proponerse él mismo como prisionero en reemplazo de su padre, ha decidido ponerle fin a ese consenso de silencio. Acaba de escribir un libro, "Mi padre Rudolf Hess" que saldrá al mercado este mes en Alemania: una paciente investigación de hechos y causas que, contra toda lógica, mantienen a su padre en prisión. Wolf-Rudiger Hess ha decidido hablar, porque la última vez que vio a su padre libre, solamente tenía tres años y medio. Porque no comprende que se haya castigado tan severamente a Rudolf Hess si su crimen era "haber participado en la planificación y preparación de una guerra de agresión" (acta de acusación del tribunal de Nuremberg, 30 de septiembre de 1946).
Leer la biografía de Hess sorprende. Al principio nada indicaba el destino que seguiría. Hijo de comerciantes internacionales, Hess recibió una educación cosmopolita: Egipto -donde nació-, Suiza, Francia, Alemania... Era un alumno estudioso, concienzudo. Cuando se declaró la guerra en 1914, se distinguió por su heroísmo y el simple soldado se convirtió en oficial. Fue herido, no sólo física sino moralmente, por el diktat de Versalles. Luego, el 1° de julio de 1920 conoció a Hitler. "He aquí el hombre", dijo y adhirió en su hora al Partido Nacional Socialista Alemán. Fue el décimosexto en la lista de inscritos y muy pronto se convirtió en figura de primera línea. Secretario particular de Hitler, fueron hechos prisioneros después del fracasado putsch de 1923. En su celda de Landsberg, los dos redactaron Mein Kampf, se familiarizaron con la noción de espacio vital y, sobre todo, encontraron a un tal Karl Haushofer, quien habría de jugar papel determinante en la misión de Hess a Inglaterra, cercá de 20 años más tarde. Antes que el mismo afán de poder en 1933, Hess apareció en el seno del partido nazi como "la conciencia del partido". Era serio, eficaz y se labró un puesto preponderante en el dominio de los asuntos internacionales. ¿Y qué decir de otros asuntos? Era aficionado a las caminatas por los bosques, a escalar montañas y, sobre todo, adoraba la aviación. Cuando estalló la guerra en 1939, quería ser piloto en el frente de batalla, pero Hitler, que sentía un verdadero afecto por él, lo disuadió de hacerlo. Y lo hizo prometer que no se subiría nunca a un avión. Tenía miedo de que le ocurriera un accidente.
Posteriormente, un día, ese funcionario meticuloso, apasionado por la misión que se había fijado, ese hombre calmado y discreto fue el acontecimiento.
El 10 de mayo de 1941, seis semanas antes de la "operación Barberousse", mes y medio antes de que las tropas alemanas fueran contenidas en la Unión Soviética, Hess partió para Escocia en un Messerschmitt 110, para negociar una paz con las autoridades británicas. Saltó en paracaídas y se hirió. Lord Hamilton -a quien había conocido en los juegos olímpicos de 1936- debía esperarlo para adelantar la negociación, pero no estaba allí. Hess fue descubierto por la policía y detenido. Dijo que se llamaba Alfred Horn, el nombre falso que utilizaba cuando quería pasar vacaciones de incógnito. "Hess se volvió loco", dijo Hitler cuando se enteró de la noticia. Gniffok y Maryhill -dos cárceles que aún existen- fueron su asilo. "Es la acción fanática de un naif iluminado", dijo Churchill. Pero nadie se llame a engaño. El ministro alemán de la Defensa no se lanzó en paracaidas por un cabezazo, guiado por sus origenes ingleses (su madre era británica), ni por voluntad de recuperar, cerca del Fuhrer, el puesto que le había quitado Goering. Desde el otoño de 1940, en el mismo momento en que Hitler retuvo sus tanques y permitió al Ejército británico una retirada casi total, Hess hizo contacto con el embajador de la Gran Bretaña en Madrid, por intermedio de Haushofer. Desde septiembre de 1940 hasta abril de 1941, el brazo derecho de Hitler empezó a entrenarse piloteando el nuevo Messerschmitt 110. Pidió un gran tanque de gasolina y un radio, los obtuvo. Durante un año, Hess preparó su viaje. En el momento en que decoló hacia Escocia, el Fuhrer recibió de él una carta. "Si la operación fracasa, sugiere Hess, diga que estoy loco". Fue lo que hizo Hitler.
Lo que siguió se conoce: la encarcelación en Inglaterra, el proceso de Nuremberg, la encarcelación en Alemania. Con los almirantes Raeder y Donitz; el diplomático von Neurath; Baldur von Schirach, el jefe de las Juventudes Hitlerianas; Albert Speer, el arquitecto del Reich, y Walter Funk ministro de Finanzas. Hess es el último en pasar al examen médico. Será el "número 7" hasta hoy.
Donitz purgo su pena; Neurath, Raeder y Funk fueron liberados; después Speer y Schirach. Sólo quedó el "número 7". Delegaciones, peticiones, demandas, manifestaciones nada ha dado resultado. Hess permanece prisionero. Margareth Thatcher solicitó en marzo su liberación. ¿Razones humanitarias? No. La Dama de Hierro estaba simplemente indignada con el hecho de que se pudieran gastar 37 mil dólares en la construcción de un ascensor que permita al prisionero hacer sus dos paseos diarios. Helmut Kohl, como lo han hecho todos los cancilleres de la República Federal de Alemania desde Adenauer también ha solicitado la liberación de ese anciano simbólico que cuesta 124 dólares por minuto a los contribuyentes alemanes, a título de reparación de guerra. Costoso pago por un símbolo.
Pero, ¿de quién es la negativa? De los soviéticos, pero no solamente de ellos, según lo afirma el hijo de Hess, para quien el "no" de Moscú sirve a los intereses de Gran Bretaña. Con Hess en prisión, no se corre el riesgo de revelar la responsabilidad de Inglaterra en la mundialización de la guerra. Un argumento que explicaría la voluntad británica de mantener sellados los archivos hasta el año 2017.
Pero la intervención reciente de la Primer Ministro Margareth Thatcher en favor del "prisionero más viejo del mundo", invalida en parte esa tesis, mientras que la actitud inquebrantable de la Unión Soviética (y la negativa de Moscú a las reivindicaciones occidentales), demuestran la importancia adjudicada a Hess. En mayo de 1979, sin embargo, el Kremlin estaba listo para aceptar la liberación del prisionero, con la condición de que abjurara de la ideologia nazi. Era tanto como decir que Moscú no había propuesto nada.¿Cómo imaginar que ese hombre, que había llegado hasta a diseñar en 1945 su uniforme de nuevo Fuhrer del IV Reich podia llegar a renegar de su pasado? Para los soviéticos, el prisionero no es ni muy viejo ni está muy enfermo. Y para ese símbolo oscuro de un pasado cumplido, nada es demasiado costoso.
Podría pensarse, entonces, que esa insistencia de la Unión Soviética en utilizar a Hess, para consumar el castigo del monstruo nazi, no es más que una fachada. Es también significativo el hecho de que los soviéticos se hayan opuesto siempre a trasladar al prisionero a cualquier otro establecimiento carcelario. La prisión de Spandau es, en efecto, el único organismo donde ellos ejercen sus derechos en común con los occidentales. Los 38 soldados que custodian la fortaleza -ya sean rusos, norteamericanos, franceses o ingleses -están bajo la autoridad de un Comandante en Jefe nombrado cada año. Sin Rudolf Hess, los soldados del Ejército rojo no tendrían ninguna razón para imponer su presencia militar en el territorio de Berlín occidental. El mantenimiento en prisión de Hess sostienen algunos, parece justificarse más por la legitimización del imperialismo soviético, que por la erradicación del nazismo.
El ascensor ha sido construido, Rudolf Hess morirá en prisión.
"DESDE HACE 43 AÑOS NO ABRAZO A MI PADRE"
-Después de todos estos años, ¿sabe hoy algo más sobre el vuelo de su padre a Inglaterra?
RUDICER HESS. Sí y no. Mi padre nunca me ha hablado, porque los Aliados han impedido que él evoque el Tercer Reich y, a fortiori, su vuelo a Inglaterra. Ellos tienen visiblemente una buena razón para ocultar la verdad: los británicos han rehusado abrir sus archivos hasta el año 2017.
-¿A qué le temerían exactamente los ingleses?
R.H.: Pienso que la influencia de los Estados Unidos sobre Inglaterra entre 1935-1945 era mucho más grande que lo que se ha dicho hasta el presente; y Roosevelt se oponía a que Churchill hiciera separadamente la paz con Alemania.
-¿Estaba la expedición de su padre condenada desde el principio?
R. H.: Seguro. No tenía ningún chance de rehusarse. En ese momento, el conflicto estaba limitado a Europa. Había buenas oportunidades de terminar la guerra. Pero la misión de mi padre fue descubierta por los Servicios Secretos británicos, que querían aprovechar la presencia del brazo derecho de Hitler en Gran Bretaña para sabotear esa misión. Sería interesante para el mundo que mi padre pudiera decir la verdad.
-¿Entonces son los ingleses los que se rehusan a su liberación? R. H.: Seguro. Pero para los soviéticos, la prisión de mi padre es también un símbolo de su victoria sobre el nacional-socialismo alemán. Es, sobre todo, su veto el que ha impedido su liberación: un buen pretexto para los otros aliados, porque no los obliga a seguir a los rusos. Pero la responsabilidad de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña en la internacionalización del conflicto fue, según mi punto de vista, tan importante que ellos no han aceptado liberar a mi padre.
-¿Rudolf Hess realizó la misión con el visto bueno de Hitler?
R. H.: Si mi padre ha dado su palabra de no hablar, la cumplirá. Pero creo que la expedición correspondió perfectamente a las ideas de Hitler.
-¿Cómo efectúa actualmente una visita a su padre?
R. H.: Es necesario cada mes hacer una solicitud por escrito a los cuatro directores de la prisión. Después, debo pasar cordones de guardianes. Cuando veo a mi padre, no puedo ni darle la mano, ni tocarlo. Y así ha sido durante 43 años.
-¿Cuánto ha costado este prisionero de Spandau?
R. H.: Entre 1970 y 1983, los contribuyentes de Alemania Occidental deben haber pagado cerca de 8 millones de dólares.
-Si los Aliados dejaran salir a su padre, ¿no tendría un choque muy fuerte después de 43 años de prisión?
R. H.: No creo, porque mi padre se interesa mucho por la actualidad v especialmente por la ecología. Discutimos mucho sobre el problema de las centrales nucleares. Pero también hablamos de mis pequeños hijos y le muestro fotos.
-¿Morirá en prisión?
R. H.: He luchado toda mi vida por su libertad. No creo que Francia se oponga pero la Gran Bretaña y la Unión Soviética no tienen interés en dejar salir a ese anciano de 90 años y, con él, la verdad histórica.