ENTREVISTA

"La historia ha sido injusta con Álvaro Gómez”

El escritor e historiador Juan Esteban Constaín explora en su libro 'Álvaro', la vida de una de las figuras políticas más importantes, y a la vez más cuestionada, de la Colombia del siglo XX. Habló con SEMANA por qué decidió hacerlo.

20 de julio de 2019

SEMANA: ¿Por qué escribir una biografía de Álvaro Gómez Hurtado?
Juan Esteban Constaín: Por varias razones, pero sobre todo, porque desde hace más de 20 años he estudiado sus ideas con admiración. Sé que defenderlo a él y a su pensamiento es muy difícil, pero fue un gran estadista y uno de los grandes políticos del siglo XX. La aventura comenzó cuando su familia me pidió dirigir la edición de sus obras selectas. Empecé con un ensayo introductorio; pensé que iba a ser de 20 páginas, y al final salieron 400. Además, la vida de Álvaro es un laboratorio privilegiado para narrar y conocer la historia del siglo XX en Colombia, en donde hay una cantidad de discusiones políticas e ideológicas en las que él es un testigo y actor privilegiado. Por lo general, se lo juzga desde una perspectiva partidista: sus enemigos lo odian por herencia, y sus seguidores lo adoran con una devoción casi religiosa.

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SEMANA: ¿Por qué plantea que ha sido mal juzgado?
J.E.C.: Su fama, junto a la de su padre Laureano, de ser sectario, y en ocasiones de radical o violento no es gratuita. Pero hay que entender que vivieron en tiempos en los que el sectarismo político de conservadores, liberales o izquierda era el método exclusivo para relacionarse con los demás. El problema es que durante el Frente Nacional sus enemigos fueron muy hábiles en descargar en ellos la culpa de La Violencia, de esa guerra civil no declarada.

SEMANA: ¿Cómo es posible que, habiendo tantas posiciones sectarias, esta fama quedó en manos de los Gómez?
J.E.C.: Hay historiadores que mantienen los prejuicios expuestos en una historia que se podría decir oficial. Laureano fue muy agresivo en su gestión parlamentaria. Dejó muchos enemigos a cuestas que heredó Álvaro. Esos odios en cierta medida sirvieron para estigmatizar a los Gómez como instigadores de la violencia, cuando no eran los únicos. Se podría decir que el establecimiento liberal siempre resucitaba el pasado para atacar a Álvaro cuando, en realidad, él había oficiado una evolución profunda en el lenguaje y las ideas. Todos eso prejuicios fueron reproducidos en la historia del país y se olvidó, por ejemplo, que Laureano y Álvaro fueron protagonistas en la constitución del Frente Nacional, un hecho que trajo paz. En ese momento un pacto de perdón y olvido que sirvió para todos, menos para ellos.

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SEMANA: En este sentido, ¿se puede decir que la historia de Colombia ha sido contada por los liberales y por la izquierda?
J.E.C.: En lo fundamental, sí. La historia de Colombia tiene dos vertientes narrativas. Una, la de los protagonistas que cuentan su historia, con su respectivo sesgo; y luego, hay una consolidación científica de la historia que es rigurosa, pero en la que influyen los prejuicios de la historiografía partidista. El liberalismo, en el siglo XX, se asocia con una serie de virtudes que hace que tenga mucho más glamour y prestigio. Un personaje como Álvaro Gómez tenía todas las de perder. No deja de ser paradójico que los voceros de esas ideologías más abiertas resultaban más sectarios y radicales, mientras que él tenía una postura provocadora y libre.

SEMANA: ¿Era Álvaro la persona que más sabía de marxismo en el país?
J.E.C.: No sé si el que más, pero conocía profundamente la obra de Marx. Estaba obsesionado con entenderla, porque así la pudo criticar. Desde que era joven, en Berlín, compraba en los kioskos, a escondidas de Laureano, claro, libros de Marx y Engels. Le parecían ideas interesantes. Una anécdota: cuando lo secuestraron, Álvaro terminó enseñándoles marxismo a los guerrilleros del M-19 y ellos quedaron encantados con el conocimiento que él tenía. Se podría decir se produjo un síndrome de Estocolmo, pero al revés.

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SEMANA: Usted hace énfasis en que Álvaro denunciaba el régimen. Siendo dueño de ‘El Siglo‘, ‘24 Horas‘, y teniendo en cuenta la tradición política de su familia, ¿no hacía él parte de dicho régimen?
J.E.C.: De alguna manera sí, y él no lo ocultaba. Una paradoja que señalo en el libro, consiste en que nadie encarnaba más el poder político en Colombia que Álvaro Gómez, y al mismo tiempo, durante toda su vida, fue un inconforme con el establecimiento. Estaba dentro porque no podía evitarlo, pero era un crítico profundo de los proyectos tan mediocres y fallidos de la época. En el Frente Nacional, Álvaro hace parte de la primera coalición del gobierno, y lo sacan rapidísimo porque se opone al esquema político que se estaba llevando a cabo. Era un inconforme, buscaba el poder para transformar las cosas. La figura de Álvaro Gómez es una vuelta de tuerca para lo que significa ser conservador, o ser progresista.

SEMANA: ¿Por qué estuvo en contra, entonces, de la reforma agraria?
J.E.C.: Consideraba que había una concesión demagógica sobre unas hipótesis no demostradas acerca de lo que se debía hacer con el agro colombiano. Álvaro reconoce que hay que expropiar para volver a repartir la tierra, pero el Estado no se podía quedar solo con eso. Para él, el problema era tan complejo que exigía otras variables que los campesinos colombianos no tenían. Para él, si había expropiación esa debería generar riqueza. Pero creía que a los campesinos se les iba a entregar sin el apoyo técnico y económico. Él pensaba que esa forma de repartir la tierra era nefasta porque sin una buena planeación estatal tarde que temprano los terratenientes comprarían esos terrenos a precio de papel mojado. Y fue lo que pasó, él lo vaticinó.

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SEMANA: Otro argumento que se utiliza para construir esa imagen negativa de Álvaro es que él fue uno de los causantes de la creación de las Farc con sus debates sobre las repúblicas independientes…
J.E.C.: Uno no puede negar lo que la gente es, y él era un conservador con una disputa vital contra el comunismo. El contexto histórico de sus discursos es clave. El Frente Nacional era una solución para la época, pero encubrió problemas y fenómenos que estaban apenas surgiendo. Había una visión simplista del fenómeno guerrillero, y en el Frente Nacional creían que las guerrillas eran una continuación del bandolerismo liberal-conservador. En ese contexto, Álvaro Gómez hace la crítica de las repúblicas independientes, señalando que Colombia tenía más territorio que Estado, una crítica que sigue vigente.

SEMANA: ¿A quién le ha ido peor con la Historia: a los Gómez o a Gustavo Rojas y su descendencia?
J.E.C.: A los Gómez, aunque no se puede dar un veredicto concluyente. A Laureano y Álvaro los amaban, pero en especial, encarnaron más odio que cualquier otra figura política en este país.

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SEMANA: ¿Con qué otros personajes de la historia de Colombia la historiografía ha sido injusta?
J.E.C.: Con Virgilio Barco. Hay una leyenda negra, urdida por los alvaristas, de que Barco estaba enfermo, de que era un presidente senil en manos de sus consejeros y no tenía poder sobre la situación del país. Investigando para este libro, descubrí lo contrario. No estaba tan mal como decían sus enemigos, y tenía el dominio en un momento en el que el narcotráfico desafiaba al Estado. Virgilio se opone con heroísmo, y se lanza a encontrar caminos de diálogo con el M-19. Además, hace una reforma institucional para que se acaben las causas objetivas de un gran número de problemas, cuyo mérito va a cobrar luego Gaviria. Barco fue muy valiente, sin sus decisiones no hubiese habido constituyente del 91.

SEMANA: ¿Por qué en Colombia tendemos a leer la historia en blanco y negro?
J.E.C.: Esa narrativa maniquea nace con la Independencia. Para legitimar a la nueva república se construyó un discurso de buenos y malos en los que los primeros eran los patriotas y los segundos los españoles y realista. Eso siguió y tomó más fuerza con la creación de los partidos. Los liberales para legitimarse convirtieron en villanos a los conservadores y viceversa. Y así nos hemos mantenido siempre necesitamos de un relato con un héroe y un villano. Aquí la lectura histórica y de la realidad solo admite blanco o negro. Algo así sucede ahora con las redes que están diseñadas para eso, para una lectura sin matices, se podría decir que la historia de Colombia fue precursora de las redes sociales.

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SEMANA: ¿Quién mató a Gómez?
J.E.C.: Es una triste paradoja que la bandera obsesiva de Álvaro fuese la justicia, y que el crimen que le costó la vida esté signado por la sombra de la impunidad. No me ocupo de las hipótesis sobre su muerte, porque creo que lo fundamental es lo otro: hablar de él como pensador y estadista.

SEMANA: ¿Qué ecos de la labor de Álvaro Gómez quedan en la Colombia de hoy?
J.E.C.: Hay una impronta muy grande en las instituciones colombianas, por ser coautor de la Constitución del 91. Él se sentía muy orgulloso de lo que salió de allí. Al final, allí se refleja la diversidad de la nación colombiana. En los últimos tiempos volvió a salir el tema de un acuerdo sobre ‘lo fundamental’, que tanto destacaba Álvaro, y creo que esa discusión sobre lo fundamental para el país es necesaria y está pendiente.

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SEMANA: ¿Qué le preocupa de la Colombia de hoy?
J.E.C.: Que se esté reeditando el sectarismo y la ceguera ideológica de los años 40. Es una desgracia, porque el Frente Nacional tuvo defectos, pero una virtud: nos purgó del sectarismo bipartidista. Pero resulta que ha revivido, aunque es muy pronto para decir en dónde está la causa de este fenómeno. Ojalá el tiempo nos dé la respuesta.