ENFOQUE
“Los colombianos estamos acostumbrados a anular la posición del otro”: Julián Arévalo
En momentos en que la palabra negociación es impopular, Julián Arévalo, decano de la Facultad de Economía del Externado, acaba de editar el libro Negociación y cooperación. Para él, la sociedad colombiana tiene un largo camino por recorrer en el tema y para entender sus beneficios.
SEMANA: ¿Por qué escribir un libro sobre negociación en un momento de la historia del país en que esa palabra no goza de buena reputación?
Julián Arévalo: Porque en Colombia estamos bastante alejados de los beneficios de la cooperación y de tener las capacidades suficientes para resolver conflictos con otras personas. Realmente no tenemos esa capacidad de negociar nuestros problemas tanto a nivel político y económico, ni siquiera en la cotidianidad. Nosotros creemos que la cooperación solo se hace con iguales y no con el que tenemos diferencias o conflictos. Eso nos ha condenado a interactuar únicamente con nuestro círculo más cercano, familiares, amigos y un par de colegas, pero no con una escala más amplia de la sociedad.
SEMANA: ¿Por qué es tan necesaria la negociación para fortalecer la democracia en términos políticos y económicos?
J.A.: A nivel económico, porque como seres humanos y como sociedad tenemos el potencial de aprovechar las capacidades, las destrezas y el compromiso de otras personas. Aquí no hay éxito de personas individuales, lo normal es ver que las grandes sociedades prosperan gracias a estos esfuerzos colectivos. Con respecto a la democracia, cuando no somos capaces de resolver nuestros conflictos tenemos dos posibilidades, una es acudir a la violencia, como ocurre en Colombia, y este es el peor mecanismo de resolución de conflictos. Y, la otra, es que somos presas de líderes autoritarios que nos ofrecen utopías que tienen incluida la resolución de conflictos.
Tendencias
SEMANA: ¿Cómo estamos los colombianos en términos de negociación?
J.A.: El pronóstico no es bueno y los indicadores que tenemos revelan que los índices de trabajo y colaboración son desalentadores. Estamos acostumbrados a anular la posición del otro y tendemos a una mayor polarización. Nuestros indicadores de capital social, que es un concepto de mucho arraigo en las ciencias sociales, son bastante pobres cuando se hace un análisis comparado con otros países. Para cooperar se requiere negociar esas diferencias que tenemos los unos con los otros.
SEMANA: En su historia, la sociedad ha experimentado muchos procesos de negociación, pero aun así no hemos entendido su importancia, ¿a qué se debe esto?
J.A.: La negociación, más allá de nuestra sociedad colombiana, es un hecho arraigado en la historia de la humanidad que sirve para establecer un orden social. Entonces, ¿por qué está tan estigmatizada o mal vista? Porque no entendemos qué es negociar, mucha gente piensa que la negociación es un combate en el que hay un ganador y un perdedor. Y no. Es un mecanismo por el cual dos partes que tienen una diferencia pueden salir beneficiadas y, a la vez, las dos pueden honrar la dignidad.
SEMANA: ¿La negociación tiene límites? ¿Cuándo es mejor no negociar? En el caso colombiano, ¿se debe negociar con el ELN o el Clan del Golfo, o con Venezuela en el ámbito internacional?
J.A.: Cuando hay un conflicto siempre se cree que con el grupo contrario no se puede negociar, pero lo que ha mostrado la evidencia internacional e histórica es que tarde o temprano siempre se termina negociando. Pero eso no quiere decir que en un conflicto se pueda negociar en cualquier momento. Hay algo que se llama la teoría de la madurez de los conflictos, que dice que, para recurrir a esta herramienta, se deben dar unas condiciones. El mejor ejemplo son los acuerdos con las Farc. Dicho esto, no me parece descabellado que, en algún momento y cumpliendo ciertos pasos, se negocie con los actores por los que pregunta.
SEMANA: ¿Cómo hacer para que la gente de a pie entienda que la negociación hace parte de la vida cotidiana?
J.A.: De hecho, el libro, en esencia, busca darles herramientas no solo a los políticos, sino al ciudadano común y corriente, que en sus quehaceres diarios enfrenta un sinnúmero de conflictos con sus colegas, vecinos, jefes, etcétera. Y esos conflictos mal manejados pueden ser perjudiciales para la cooperación y convivencia con otros individuos.