"LOS LEOPARDOS"

La década del 30 sintió la influencia política de este grupo.

JORGE PADILLA
25 de junio de 1984

La antología de Augusto Ramírez Moreno editada por la Cámara de Representantes, ha enfocado los reflectores sobre el personaje y sobre "Los Leopardos".
El grupo de "Los Leopardos", que irrumpió en la gran escena durante la tercera década de este siglo, tuvo una extraordinaria influencia sobre la generación a que pertenezco, no sólo en el ala conservadora sino en el ala liberal. Eran los días de la Concentración Nacional y en el Palacio de Nariño el Presidente Olaya Herrera, autoritario y solemne, afrontaba la furia juvenil de estos mosqueteros empeñados en liberar a su colectividad del complejo de la derrota. José Camacho Carreño, de palabra de oro, hablaba en lenguaje del Guzmán de Alfarache y de los grandes clásicos castellanos. Eliseo Arango, enjuto y preciso, hacía gala de precoz madurez y exponia tesis nuevas sobre el manejo del Estado. Augusto Ramírez Moreno era felino en el gesto, audaz en la imagen y relampagueante en la réplica. Silvio Villegas, ciudadano de la ciudad de los libros, más formado en la cultura francesa que en la tradición española, lanzaba desde la tribuna sobre los Ministros del régimen las cargas de caballería de sus ideas enfiladas en orden de batalla. Nunca hubo mayores vínculos entre el pensamiento y la política que en esa época de agitación mental,cuando el primer requisito para llegar a las posiciones era saber leer y escribir. Atrás quedaban los humanistas de la hegemonía, vueltos hacia el pasado, como Caro, Suárez y Concha. Un cálido viento de renovación, poco acorde con el tradicionalismo, comenzaba a soplar sobre las derechas. La Cámara, bajo el huracán de las palabras, vacilaba como un barco privado de sus velas.
Hay un rasgo característico de "Los Leopardos" que aunque llama la atención no ha sido suficientemente apreciado. Dentro del conflicto secular entre la autoridad y el orden no se dejaron deslumbrar por la estrella totalitaria que se levantaba en Europa de la ante-guerra. Es posible que Hitler, Franco y Mussolini los sedujeran por sus fuertes concepciones y sus duras estampas de caudillos de acero y que Charles Maurras y la "Acción Francesa" les suministraran una motivación estética. Pero en el fondo los nuevos adalides conservadores estaban enmarcados por la ideología democrática que desde los tiempos de don Antonio Nariño conforma nuestra nacionalidad. Si su partido, que era la mitad de la nación, no se lanzó a la incitante aventura fascista, se debe en buena parte a la lealtad de los cuatro aguerridos combatientes a los principios del liberalismo filosófico del siglo XIX.
En el Partido Liberal recién llegado al poder, había nuevas figuras destinadas a llenar medio siglo en la política y en la literatura. Entre ellas Jorge Eliécer Gaitán a quien Ramírez Moreno había encontrado en la sociedad literaria "Rubén Darío, cuando él era un chico de pantalón corto" y el futuro caudillo del pueblo "un cachaco de guardapolvos",tan ridículos el uno como el otro. Comenzaban a brillar Carlos y Juan Lozano y Lozano, Dario Echandía, Gabriel Turbay, Alberto y Felipe Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, José y Francisco Umaña Bernal, Germán Arciniegas, León de Greiff, Jorge y Eduardo Zalamea Borda.
¿Cuál era el mensaje de "Los Leopardos"? Corre en sus manifiestos de 1930 y 1932. El conservatismo, dicen, debe ser el intendente de las clases trabajadoras, verificando así la sentencia de que lo verdaderamente conservador es la democracia, porque lo verdaderamente eterno es el pueblo. En consecuencia debe movilizar las clases campesinas mediante una profunda reforma agraria y colocarse bajo el palio de las encíclicas pontificias. Reaccionan contra el criterio virreinal y centralista de nuestras empresas económicas y administrativas. Son anti-colaboracionistas porque no quieren estar representados en el gobierno por Ministros que sólo significan la traición remunerada. Pugnan por salirse de los recintos cerrados: "Necesitamos un partido procesional que inunde los circos, los teatros, las calles y las plazas públicas, en incansable acción democrática. Nuestro mayor anhelo es un conservatismo ascético, limpio y estoíco, que sea en la oposición o en el gobierno la reserva moral de la patria".
Silvio Villegas representa por muchas décadas la insobornable vinculación de los valores intelectuales al rudo oficio político. Sus discursos y sus editoriales fueron una permanente cátedra de dignidad. Con su presencia en la vida pública vinieron nuevos conceptos, autores desconocidos en nuestra amable Patria Boba de los años veinte y, por sobre todo, un estilo contemporáneo no sólo en el pensamiento sino en la expresión.
Quien injustamente fuera llamado "el gallo de la veleta" por enemigos ignorantes de la frase según la cual una veleta que no gira es sólo una veleta oxidada, representa lo contrario del oportunismo. Desde 1929 estuvo ahí, al pie de su cañón de bronce, enfrentado a poderosos adversarios, sin dar ni pedir cuartel, en defensa de su partido y de su ideología. Si rectificó en posturas accidentales, su acción tuvo siempre el común denominador de su ilustre jefe el ex presidente Ospina Pérez. Ninguna ventaja personal ganó por sus fragorosas campañas quien compartía con Alberto Lleras el cetro de la prosa política. Su pluma, más frágil que una espada y más fuerte que un ejército, derribaba gobiernos y levantaba en vilo a Presidentes. La embajada en Francia, fue, sin embargo, su primer empleo público. Con orgullo pudo afirmar Silvio Villegas en el multitudinario banquete que le ofrecieron: "La tarea del letrado en nuestras contiendas políticas debe ser elevarlas al nivel de las ideas puras y humanizar las costumbres cívicas. Acusado de versatilidad porque no le tengo temor a las rectificaciones justas y necesarias, no he cambiado de banderas, ni de jefes, ni de compañeros, ni de campamento".
Ramírez Moreno, a su turno, fue el primer tribuno conservador de su época. Cruza nuestra cronología con una centella en la mano. Sin embargo uno de sus panegiristas pudo decir que el único enemigo que tuvo era su retórica." Una manera peculiar, estrambótica, enrevesada, sorprendente, de decir las cosas más puestas en razón, ha hecho creer a las gentes que este político, colocado en una posición directiva, sería, como el General Mosquera, "un mico en pesebre". No era cierto. Poseía extraordinaria seriedad y sentido común. Así lo demostró más tarde como embajador en París y en Lima y como ministro de Gobierno, cargos llevados con singular responsabilidad. Ramírez Moreno vivió siempre como el dandy de Barbey D'Aurevilly, delante de un espejo. Cuando Alejandro Vallejo le pide relatar algo de su vida íntima, responde indignado: "Notifico a usted que yo no tengo intimidad. En mi vida no hay campo para esa grosera circunstancia. Yo soy en todo un hombre público. Nunca nadie ha sorprendido en mí una sola actitud que no sea cuidadosamente preparada, arreglada, perfilada. Soy un caballero arrogante aún en la circunstancia de abrocharme los pantalones". Manejaba con maestría lo que Ortega y Gasset denomina el álgebra superior de las metáforas y acuñaba frases como áureas monedas. A Olaya Herrera, en el apogeo de su gloria, le enrostra: "Su Excelencia es un león con ijares de cordero". De Camacho Carreño afirma que "como un taumaturgo hacía gárgaras con diamantes". Un ejemplo de su estilo parlamentario es el riguroso cuestionario sobre la política financiera de la guerra con el Perú que aparece en la espléndida selección de Alfonso Patiño Roselli. Se enfrenta allí el orador a nadie menos que a Esteban Jaramillo, el más diestro y prestigioso de los hacendistas de su tiempo. Después de serias disquisiciones que denotan el bagaje adquirido en The London School of Economics le dispara este párrafo ante la Cámara boquiabierta: "Los viajeros que han estado en países extraños han visto en los parques umbrosos parejas de enamorados, tímida ella y poco audaz él. El se limita a suspirar y ella a evocar gratos recuerdos. Cuando más él se atrevería a soñar con una liga de la dama, pero jamás osará su pensamiento imaginar siquiera lo que fuera el yunque de terciopelo donde se forja la vida. El ministro de Hacienda, no es tan tímido como aquél. El ha manoseado con mórbida delectación, las arandelas y encajes más íntimos de los problemas creados por la crisis. Hasta quizá se le encontrara en el chaleco algún botón del corsé de la dama antojadiza. Pero se mostró tímido, resueltamente tímido, en la hora suprema de llegar hasta la atrayente vorágine del encabritado corcel de la crin negra. Y por eso el problema de las deudas ha quedado como un favor hecho a los deudores, con grandes sacrificios para los heróicos patriotas banqueros del clan".
En el Panegírico de Gilberto Alzate elogia "el amor y la lealtad a la esposa en la cual reclinaba el alma de héroe combatido como quien tiende una espada sobre un ramo de flores".
¿Cuál es la razón de que, siendo tan superior a sus émulos por las altas condiciones humanas, Ramírez Moreno llegara tarde a las colinas del poder? Se han señalado tres infortunadas aventuras del fulgurante político. La primera, en el crepúsculo de la hegemonía, fue la temeraria disidencia contra los fósiles de su partido que sólo le aparejó persecuciones. La segunda, no acogida tampoco por los jerarcas, fue la rebelión y el martirio predicados contra el nuevo orden de cosas cuando el liberalismo no estaba aún consolidado y hubiera sido fácil volcarlo con un zarpazo colectivo de inconformidad. La tercera fue reconocer a contrapelo, cuando ya navegaba la República Liberal, que la abstención, el atentado personal y la acción intrépida eran inoperantes. Esos tres descalabros explican su lucha contra Abadía Méndez, contra Olaya Herrera, contra Alfonso López, contra Laureano Gómez y su "disciplina para perros". Nada más peligroso para un galgo que pasársele a la liebre, ni para un político que adelantarse a los acontecimientos. Ninguna adversidad, empero, quebrantó su impavidez. "El político apócrifo que patentó Maquiavelo, confiesa, no vive en la soledad, se desgonza al peso de la derrota y en pavezas lo convierte el sepulcro. En cambio el político cuyo esquema restauro sufre impasible el abandono, sabe que debe palidecer en el triunfo y sonreír en la derrota y dardea con la clara pupila el fanal turbio de la muerte".

Quienes hemos tenido oportunidad de conocer las grandezas y miserias de nuestros próceres de papel y disfrutamos el honroso privilegio de la amistad de Silvio Villegas y de Ramírez Moreno no pudimos hallar en el carácter del uno ni en el del otro la falla de la coraza. La generosidad de su corazón es sólo semejante a la amplitud de su cultura. Estos feroces combatientes eran en la intimidad amigos incomparables, hombres ecuánimes y buenos, que según la sentencia de Mariano de Larra, como todo lo comprendían todo lo perdonaban. Puede decirse de ambos lo que el primero dijera de Gilberto Alzate, que los viajes, los libros, la experiencia, su apasionado amor a Colombia, fueron moderando su temperamento y sus doctrinas hasta llevarlos a aquella cima de serenidad donde se justifican todas las ideas excluyendo todos los fanatismos.
Los dos personajes que desde la adolescencia tuvieron vidas paralelas, pudieron encontrar bajo el dorado otoño, en su tránsito diplomático por París, las imágenes que habían gobernado su existencia. Villegas podía exclamar como Stephane Mallarmé: "La chair est triste, helas et j'ai lu tous les livres". Ramírez, que era un lector clandestino se ufanaba de que nadie lo sorprendió en el placer solitario de la lectura porque cuando quería leer un bello libro lo escribía. Lo que para el turista común es sólo banal itinerario de restaurantes de lujo, de casas de costura, de museos recorridos al trote, para el intelectual es una cosecha de referencias interiores. En París son entes tan vivos Victor Hugo y Tolouse Lautrec como Picasso y Mitterrand. Esa mujer de mirar lánguido con un lebrel, ese caballero de barba gris y Legión de Honor en la solapa, que cruzan en la noche de los Campos Elíseos, son los mismos que hallamos en la infancia de una revista olvidada o en el venerable Diccionario Larousse. A orillas del Sena se encuentran los seres y las cosas que guardamos en nuestros desvanes recónditos y que no sabemos en qué sitio del planeta existen realmente.