Historias de vida
“Me da alegría decir que mi papá salva vidas, destruyendo bombas”: conmovedor mensaje de niño a militar
El hijo de uno de los antiexplosivas del Ejército Nacional siente que cada vez que su papá sale de casa está en riesgo de muerte, pero lo considera un héroe que está dispuesto a todo con tal de salvar vidas.
En medio de la celebración del mes del padre, SEMANA conoció las historias de aquellos hijos de miliares que saben que están en este mundo para servir a la humanidad, sacrificando, incluso, su familia.
Ellos son quizás los que más incertidumbre sienten cuando sus padres cruzan la puerta de su casa; pueden pasar meses enteros sin verlos, no siempre están en lugares donde se pueda tener señal telefónica o de internet, así que la incomunicación es una constante en su relación. Si embargo, saben que siempre están el uno para el otro.
Gabriel tiene 8 años y su hermanita tiene dos, María José. Cuando su padre no está en casa, él es el encargado de acompañar a la niña, como “el hombre de la casa”. En realidad, no hace más que repetirle que el Capitán Gabriel Ángulo, su padre, es un héroe, y eso mismo le dice a sus amigos de estudio. “En mi colegio me da alegría decir que mi papá salva vidas y desactiva bombas. Es un héroe”, asegura que siente en su sangre el orgullo de tener un papá antiexplosivos.
El oficial Inició su carrera en la especialidad que le permite neutralizar estas trampas mortales en Planadas, Tolima. En esta zona del sur del departamento delinquía la estructura Héroes de Marquetalia, de las extintas Farc. A diario se presentaban acciones terroristas con cilindros, minas y artefactos que, al detonar, causaban graves heridas a pobladores de la región y a miembros de la Fuerza Pública.
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Fue allí donde, en ese entonces, el joven teniente Angulo Sogamoso se capacitó, porque sintió que la única manera de enfrentar al enemigo que causaba las muertes más crueles, era enfrentarlo de frente. Necesitó blindar sus nervios, y agudizar no solo su visión sino su pulso. La serenidad que tiene es asombrosa, relatan sus compañeros; él es admirado por superiores y subalternos.
Su conocimiento, los episodios vividos y la preparación lo han hecho merecedor de diferentes felicitaciones y condecoraciones, las cuales le han permitido ser uno de los militares más reconocidos en su labor. No en vano actualmente es instructor en el Centro Internacional de Desminado, que se encuentra en el Fuerte Militar de Tolemaida.
Su esposa, Juliana Niño, y sus pequeños hijos, son su fuente de inspiración, dice el uniformado. Indica que siempre se encomienda a Dios y a la sonrisa de sus niños, cuando va a iniciar un procedimiento para destruir o neutralizar un explosivo.
Para Gabriel es un honor y le da emoción cada vez que su papá se enfrenta a lo que muchos le temen, pero Juliana es más consiente de las consecuencias, ella sabe que el trabajo del capitán es riesgoso. Admite que siente angustia casa vez que él sale a cumplir una misión, pero entiende que es su labor y confía en el entrenamiento que posee y que los guía para afrontar cualquier situación bajo presión.
La vida de un papá militar no es fácil. El riesgo inminente que corre por su labor, donde arriesga su vida para proteger la de la población civil, hace que sus familias día y noche ore por su bienestar, pero la de un técnico antiexplosivos podría considerarse, quizá, más riesgosa aún. Y es que esta labor, silenciosa pero muy efectiva y necesaria, es desempeñada por cerca de mil hombres y mujeres del Ejército Nacional que día a día conviven con el peligro. No en vano tienen una premisa que lo resume todo: el primer error puede ser el último en su vida.
El sargento viceprimero Víctor Alfonso Olaya Navarro, oriundo de Fresno, Tolima, es hoy por hoy el suboficial con mayor recorrido en el área de antiexplosivos con el que cuenta el Ejército Nacional. Tiene 36 años de edad y hace más de 15 se desempaña en esta heroica labor. Fue en el 2007, en los departamentos de Guaviare y Vaupés donde aprendió a actuar ante la presencia de artefactos explosivos. Poco a poco fue adquiriendo conocimientos.
En esa época, el Frente Primero de las extintas Farc, al mando de alias Iván Mordisco (quien aún delinque), incluso ofrecía dinero a quienes lograran afectarlo a él, a los caninos y a los militares que estaban encargados de neutralizar las minas y cilindros que esa estructura criminal instalaba en campos y veredas.
Hace 12 años se casó con Tatiana Ramírez, con quien cuatro años después tuvo su primer hijo, Juan José. Y hace un año llegó a sus vidas David. “Poder salvar la vida no solo de una persona, sino de muchas personas acá en Colombia es dar ejemplo de lo bueno que es su trabajo”, dice Juan José de su padre.
Para el suboficial, son ellos quienes lo inspiran a tener nervios de acero y mucha fuerza a la hora de ponerse el traje EOD (Explosive Ordinance Disposal), cuyo peso promedio oscila entre los 40 y 50 kilogramos de peso. Y es esta pesada vestimenta la que lo ha salvado en varias ocasiones. Su hablar pausado y su mirada fija, le han hecho merecedor del respeto de muchos militares extranjeros que se han entrenado y capacitado a su lado.