"SI ESTO NO CAMBIA, TODO PUEDE EXPLOTAR"

RENE DUMONT

12 de julio de 1982

Fidel Castro lo llamó agente de la CIA, a raíz de sus críticas sobre la Reforma agraria cubana. Naturalmente, no lo es. Candidato a la presidencia de Francia por el sector ecologista hace 8 años, René Dumont es quizás el primer especialista en los problemas agrarios del Tercer Mundo. Ingeniero agrónomo de 78 años, ha recorrido 75 países y escrito 35 libros sobre Africa, América Latina, Unión Soviética, China y Francia. El último de sus libros "El mal desarrollo de América Latina", no traducido aún al castellano, ha suscitado profusos comentarios. En él cita como ejemplo de un distorsionado desarrollo a tres países: Brasil, México y Colombia. Para escribirlo, recorrió durante cuatro meses nuestro país, con un morral al hombro, sin que sus bien llevados 77 años que entonces tenía, se lo impidieran. SEMANA lo ha entrevistado en París.

SEMANA: ¿Por qué prefirió usted hablar del "mal-desarrollo" en vez del "subdesarrollo" de América Latina?
RENE DUMONT: Para mí el subdesarrollo se caracteriza por la ausencia de grandes ciudades, la inexistencia de inmensos complejos industriales y, por consiguiente, por una actividad económica mediocre. Los países de Africa tropical se encuentran en ese caso. En América Latina, en cambio, hay ciudades gigantescas como México, Sao Paulo, Bogotá o Buenos Aires. El crecimiento económico del continente es, por otra parte, importante y su actividad industrial abarca campos que van desde la metalurgia hasta el nuclear.
El Brasil es un complejo típico. Ese país produce, en efecto, 1 millón de automóviles por año y fabrica aviones de guerra que vende incluso a Francia. Pero no logra nutrir su población.
Por eso en mi último libro escrito con Marie France Mottin, preferimos hablar no ya de "subdesarrollo" sino afirmar que América Latina, a pesar de su dependencia, se desarrolla... ¡pero mal!
S: ¿Qué caracteriza, fundamentalmente, el mal-desarrollo?
R.D: Yo diría que su rasgo principal es que los frutos del crecimiento económico sean distribuidos entre una ínfima parte de la población.
Esa misma minoría favorece el cultivo y la fabricación de productos destinados a la exportación; lo que le permite obtener divisas para importar bienes suntuosos. Todo ello, en detrimento del cultivo de los productos agrícolas básicos para la alimentación de la población.
Ese mal-desarrollo es, naturalmente, institucional. En la medida en que el poder político favorece, ante todo, a la industria y a las ciudades, en vez de establecer proyectos coherentes de desarrollo agrícola. La mejor prueba es que los ministerios de agricultura no tienen ningun poder o tienen que compartirlo con las poderosas asociaciones de ganaderos o de cafeteros... como pude comprobarlo en Colombia.
S: ¿Cuáles son las repercusiones de esa política que, según usted, privilegia la ciudad con respecto al campo?
R.D: Las consecuencias son múltiples y se reflejan en todos los campos. Yo me limitaré a hacer dos observaciones. La primera es que los países latinoamericanos han ido abandonando peligrosamente su agricultura que debería constituir, en realidad, la piedra angular de su propio desarrollo.
En segundo lugar, ese modelo de mal-desarrollo se ha concretado en la expulsión de una buena parte del campesinado que, sin trabajo y sin ingresos, se han concentrado en las "ciudades perdidas" de México, las "favelas" del Brasil o en los "tugurios" de Colombia.
En méxico, yo vi una "ciudad perdida" de casi 3 millones de personas marginalizadas. Eliminadas. Cada habitante dispone, a veces, de dos litros de agua en plena sequía mientras que en los barrios ricos se utilizan diariamente unos 2.000 litros por persona para lavar los carros, rociar los jardínes o llenar las piscinas. Los obispos del Brasil señalaron, al respecto, que las desigualdades sociales entre el 5% de la población más rica y el 40% más pobre, no ha cesado de aumentar a pesar de la modernización y la productividad de la agricultura. Pasando de 1 a 17 en 1964, a 1 a 33 en 1979.
S: Las mismas características las había encontrado usted en Africa o en Asia. ¿Por qué insistió usted sobre la especificidad del mal-desarrollo latinoamericano?
R.D: Es verdad, que fundamentalmente, no hay grandes diferencias. Pero digamos que, en Asia uno "comprende" la miseria. La India, por ejemplo, tiene una población extremadamente numerosa sobre una superficie reducida. En Africa hay países cuyas tierras son pobres o regiones como Sahel donde casi no llueve. América Latina, en cambio, tiene una extraordinaria variedad de climas, unas tierras potencialmente ricas y grandes recursos humanos.
En el sur del Brasil, en Londrina, yo vi las mejores tierras del mundo y sé que en la Sabana de Bogotá se podría obtener la leche más barata del mundo.
En cifras, el Banco Mundial nos dice que un nigeriano dispone de 200 dólares, en promedio por año, mientras que un mexicano avecina a los 1.300... Pero a pesar de todo yo ví más miseria en América Latina que en los pueblitos africanos.
S: ¿Cuál le parece ser el principal motivo de mal-desarrollo en la agricultura?
R.D: El predominio de los ganaderos sin lugar a dudas. La cría extensiva que consiste en acaparar las tierras, sembrar un poco de hierba y soltar el ganado, constituye la razón esencial del desastre agrícola. Los ganaderos no sólo bloquean las planicies donde se podría cultivar fácilmente, sino que, no crean trabajo. Todo ello por una producción de carne que, en relación a las hectáreas ocupadas, resulta mediocre.
Los pequeños agricultores, por su parte, expulsados de las tierras planas, siembran en las lomas sin técnicas adecuadas. Agravando con la erosión, la destrucción de las tierras.
S: ¿Qué consecuencias trae todo ello para el continente?
R.D: Principalmente dos. De un lado los países no logran alimentar a sus poblaciones y, por otro, el continente pierde su independencia. Resulta dramático comprobar, en efecto, que los países latinoamericanos, que antes exportaban sus productos agrícolas, dependen hoy del "food power" americano.
Fíjese que los mismos países que tienen petróleo, obnubilados por su riqueza, han dejado la agricultura en segundo plano. Las consecuencias son claras: Venezuela importa mucho más de la mitad de sus alimentos; México importó, en 1980, 13 millones de toneladas de trigo, arroz, sorgo, maíz y soja. Brasil, por su parte, importó menos (6 millones) pero podría aumentar en proporciones considerables. La razón es simple: como no se pueden pagar los 60 millones de toneladas de petróleo que utiliza y derrocha, el Brasil se ha propuesto superar, antes de 1985, 10.000 millones de litros de alcohol de caña para reemplazarlos.
Desde ahora se sabe que esa enorme producción necesitará 3 millones de hectáreas. Es decir, 110 de las mejores tierras. En detrimento, por supuesto, del cultivo de maíz, arroz, yuca, etc.
S: ¿Cómo explica usted que, por un lado, falten los productos alimenticios de base y, por otro, según dice usted en su libro, se desarrolle la "mala alimentación"?
R.D.: La alimentación es un magnífico ejemplo del mal-desarrollo del continente.
El Dr. Chávez, director del Instituto de Nutrición de Méjico, declaró que la alimentación había cambiado más en los últimos 10 años que en los 500 años precedentes.
Hace 10 años, la alimentación se componía de cereales, legumbres, frutas y un poco de carne.
Hoy con la urbanización caótica y la carestía de ciertos productos se ha ido despertando el entusiasmo por los enlatados, los productos empaquetados, las gaseosas y refrescos.
Cada mejicano bebe, en promedio, 1 gaseosa diaria y el gobierno subvenciona la producción de azucar para que esas bebidas sean más baratas.
En definitiva, Méjico que exportaba 600.000 toneladas de azúcar importa 900.000 y el consumo nacional, en promedio, aumentó hasta 43 kilos. Méjico se sitúa así detrás de Colombia que, con 56 kilos de consumo de azúcar no está lejos del récord mundial.
Entretanto el Sistema de Alimentación Mejicano (SAM) declaró que 19 millones de ciudadanos de ese país sufrían de malnutrición y su equivalente en Colombia, el PAN, evaluó en 60% los niños subalimentados y en 50% la proporción de adultos afectados por la desnutrición. Lo mismo ocurre en Brasil, para citar únicamente los países estudiados en el libro.
Si los países latinoamericanos no logran resolver los problemas de nutrición, no podran resolver ningún otro .
S.: ¿La natalidad juega un papel en todo ello?
R.D.: En India, la isla de Java o Vietnam hay un problema dramático: no hay tierra. Esos países deben limitar su crecimiento demográfico.
En América Latina, en cambio, hay espacio y millones de hectáreas que necesitan, únicamente, ser labradas para comenzar a producir...

S.: Usted señaló, sin embargo, que el problema demográfico podría ser grave para Méjico.
R.D.: Naturalmente que el problema demográfico merecer ser planteado pues la experiencia muestra que el ritmo de crecimiento de la producción agrícola es limitado. Pero el problema de la natalidad debe ser analizado frente a una producción agrícola óptima. América Latina no conoce, por ahora, un problema demográfico. Que ese continente, con su enorme riqueza potencial, esté importando cereales y que una parte de su población sufra de desnutrición es, en cambio, un verdadero escándalo.
S.:De continuarse ese modelo de desarrollo, ¿Cuáles son los riesgos que, según usted, corre el continente?
R.D. Si la diferencia entre los países pobres y ricos se acentúa, las desigualdades se aceleran entre las minorías latinoamericanas en el poder y las poblaciones pobres: ¡2 litros de agua para unos; 2.000 para otros!
Si nada cambia, yo no veo cómo todo eso no se terminará por una explosión. El expresidente mejicano Echeverría me dijo cuando era presidente: "Estamos sentados sobre una bomba y no sabemos cuando va a explotar".
S.: ¿Cómo se manifiesta el mal-desarrollo en el plano de la investigación y de la formación?
R.D.: Los resultados de excelentes investigaciones son poco difundidos o favorecen los sectores modernos altamente tecnificados y dependientes de los "imputs" de las multinacionales, en detrimento de las investigaciones que utilizarían recursos locales (abonos, fertilizantes orgánicos, posibilidades de los suelos y recursos humanos).
La formación misma depende de las necesidades de las multinacionales. Los agrónomos y personal técnico acumulan diplomas, algunos de Harvard y Wisconsm, pero sus estudios son demasiado abstractos.
Muchos funcionarios toman decisiones capitales sobre las orientaciones de la agricultura sin conocer las realidades del campesinado.
S.: ¿Cuáles son, a su parecer, los resultados de la modernización de la agricultura?
R.D.: Tomemos un ejemplo. Yo hice un estudio del cultivo de 3.000 hectáreas de arroz del magnate del Amazonas, Sr. Ludwig.
Su director técnico me explicó que gastaban 800 dólares en promedio por hectárea para obtener... 700. Es decir, que con una maquinaria sofisticada pierden dinero. Pero en el fondo no pierden porque trabajan con créditos estatales de 3 años a 8% de interés mientras que la inflación se cifra en 130%. Esos cultivos, destinados exclusivamente a la exportación, resultan improductivos. Y los créditos del Estado sirven a los agricultores para adquirir todas las maquinarias modernas, los abonos, los insecticidas, que las multinacionales les suministran. Ese mal-desarrollo, financiado con fondos públicos, reduce incluso los puestos de trabajo.
S.: A propósito del Amazonas, ¿Se justifican las esperanzas que se han puesto en su desarrollo?
R.D.: Las tierras del Amazonas serían adecuadas para el ganado productor de carne. Habría, según los cálculos, un hombre por 900 hectáreas, y 3 hectáreas por res. Lo que significaría que aun habilitando un tercio de las tierras del Amazonas sólo se crearían con ello unos 80.000 empleos.
La política de corte y quema que se prevé o que se está llevando a cabo -para obtener esos insignificantes resultados-, deteriora gravemente las tierras en pocos años.
S.: ¿ Cuáles serían las condiciones de un buen-desarrollo?
R.D.: Abolir los privilegios de los ganaderos y terratenientes. Declarar que todas las tierras aptas al cultivo -y por lo menos la mitad de las tierras planas lo son- sean dedicadas, efectivamente, a la agricultura. De lo contrario, instituir un impuesto progresivo que obligaría, en definitiva, al propietario a cultivarlas, creando así puestos de trabajo.
Los gobiernos latinoamericanos tendrían que hacer del autoabastecimiento alimenticio y de la lucha contra la desnutrición una prioridad nacional esencial.
Privilegiar, por consiguiente la agricultura sobre la industria. Orientar el aparato económico hacia la producción de bienes de base necesarios a la población, luchar contra las desigualdades sociales y emplear su principal fuente de riqueza: sus habitantes.
Todo ello supone una distribución de las tierras. Una reforma agraria que no sea traicionada como en Méjico.
S.: Frente a ese balance que usted hace del desarrollo latinoamericano, ¿cómo ve la alternativa cubana?
R.D.: Usted sabe que yo escribí dos libros sobre ese país: "Socialismo y desarrollo", en 1964 y "¿Cuba es socialista?", en 1970. Después del segundo libro, yo fui declarado "persona no grata", lo que significa que el gobierno cubano me cerró las puertas.
La situación actual de Cuba también es una consecuencia de los errores monumentales cometidos por los Estados Unidos. Su rechazo y constante hostilidad a cualquier evolución terminaron empujando a los cubanos a los brazos de la Unión Soviética. Desde el punto de vista agrícola, los cubanos salieron del latifundismo que dejaba una gran cantidad de tierras inutilizadas pero cayeron en la granja de Estado. Gigante, militarizada y cuyos resultados económicos no son satisfactorios.
Por ello, los responsables cubanos adoptaron nuevas orientaciones a partir del mes de abril de 1980: se aceptó que los campesinos vendan una parte de sus productos en los mercados locales a un precio libre.
Ahora, es verdad que frente al balance del continente, yo digo con Marie France Mottin: "¡Cuba, a pesar de todo!" Cuba ha resuelto, en efecto los problemas de la población marginal -no hay tugurios- y la salud y la educación han sido generalizadas.
Pero yo comprendo las vacilaciones de las poblaciones de los otros países frente a una alternativa política de tipo castrista. Las buenas cosas no borran el carácter represivo y totalitario de ese régimen.
S.: ¿La ganadería de los países ricos no es también responsable de la desnutrición mundial?
R.D.: Absolutamente. El orígen de esta situación se encuentra en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los campesinos europeos que tenían pocas tierras -menos de 5 hectáreas- fueron incitados a hacer la "producción intensiva sin suelo".
Surgieron entonces las grandes instalaciones de ganadería industrial que incrementaron el consumo de productos agrícolas. Sin poder abastecer el mercado, los europeos comenzaron a importar entonces, maíz, soja... de los Estados Unidos y, éstos ultimos años, de países como Brasil. De esta manera, y a nivel mundial, se le fue dando mayor prioridad a la alimentación de los animales de los países ricos que a la población del Tercer Mundo.
Actualmente, la ganadería de los países europeos, del Japón y de los Estados Unidos consume 500 millones de cereales y varios millones de soja, tarta de maní, harina de pescado, etc.
Con los 1.500 millones de toneladas de cereales que, según la FAO, se producen cada año habría bastante para nutrir los 4.500 millones de habitantes de la tierra. ¡Pero la ganadería de los países ricos acapara un tercio de la producción mundial!