El más reciente cuadro de Lucian Freud
El pintor y la modelo
Tras un encuentro casual con Lucian Freud, la practicante-curadora Ria Kirby aceptó posar para el artista. ¿Qué implica posar para el pintor figurativo más reverenciado del mundo moderno? ¿Cómo es la vida en el estudio de un gran pintor?
Por pura casualidad estuve presente justo en el momento en el que se gestó esta pintura: el día que el artista conoció a la modelo. Ocurrió mientras colgaban los cuadros para una pequeña y nueva exposición de Lucian Freud y de su pintor y amigo Frank Auerbach, el año pasado, en el Victoria & Albert Museum. Aquel día, como cosa muy inusual, Freud parecía estar preguntándose “¿y ahora qué?”. Acababa de terminar varias pinturas, en efecto, que pronto serían exhibidas. De manera que, aquella mañana, mientras Freud observaba colgar sus cuadros, andaba también a la caza de tema para su siguiente trabajo. En ese momento, Ria Kirby, quien trabaja para el museo y había ayudado a colgar la obra, se le acercó al artista para decirle que su obra le parecía maravillosa. Cuando salíamos del museo recuerdo haber oído a Freud cavilar: “Esa niña que acabo de ver... creo que podría trabajar con ella”.
Ria recuerda el asunto así: “Después de almuerzo, subimos a recoger nuestras herramientas y el encargado de pinturas me dijo: ‘Freud me dijo que le gustaría que posaras para él’. Me entusiasmé muchísimo, pero luego pensé que en realidad la cosa no se iba a dar. Sin embargo, el hecho es que, veinticuatro horas después, ya estaba allí, recostada mientras me pintaban”. El trabajo se extendió, a partir de abril de 2006, durante un año y cuatro meses, siete noches a la semana, tiempo durante el cual Ria y Freud solo se tomaron cuatro tardes libres. Cada sesión duró más o menos cinco horas, lo que suma un total de 2.400 horas. Freud cumple ochenta y cinco años en diciembre.
Para Freud, era crucial que su modelo fuera lo que los italianos llaman simpático. Freud es muy quisquilloso y exigente con quienes trabaja. Dos de sus veredictos típicos al respecto son: “alegre” (que es bueno) y “francamente horrendo”. Y, como esta pintura demuestra, Freud pasa períodos prolongados en compañía del modelo, el ingrediente más importante de su entorno y oficio.
Se trata de un artista en cuidadosa sintonía con los matices y las sutilezas del ambiente en el que trabaja… Por eso le gusta que el modelo esté siempre presente aunque en ese instante se encuentre pintando una tabla del suelo o la perilla de una puerta o un espacio vacío en la pared. La presencia física del modelo, insiste, afecta todo en la pintura, de manera que, para él, trabajar con alguien con quien no se siente a gusto sería muy difícil..., quizá imposible. Alguna vez, hace años, cuando sus pinturas no se vendían por los millones que ahora alcanzan y estaba urgido de plata, tras una única sesión de prueba abandonó el proyecto de un retrato de un rector de una de las prestigiosas universidades de Oxford y Cambridge que le había sido solicitado por encargo, y lo hizo con las siguientes palabras: “Simplemente no puedo trabajar con ese señor en el mismo cuarto”.
Ria, de veintiséis años, pasó la prueba de simpatía. Y dio la talla –la superó con creces– en dos requisitos cruciales para Freud: puntualidad y responsabilidad. Freud ha sido siempre rigurosísimo en aquello de cumplir horarios. En el pasado ha abandonado un cuadro por la sencilla razón de que el modelo, por lo demás apropiado, tenía la tendencia a presentarse una o dos horas tarde. Kirby fue siempre puntual.
Freud pinta siempre en vivo y no, como tantos otros artistas, a partir de fotografías. Dado el tiempo que implica un cuadro y el gusto de Freud por tener al modelo presente siempre, resulta obvio el grado de compromiso que se requiere por parte de las personas que el artista pinta. Si el sujeto pierde interés a medio camino, hasta ahí llegó la cosa: la vida de Freud gira en torno a una serie de compromisos previamente acordados: el primer modelo llega a las 2:00 p.m. y el otro a las 6:30 p.m.; y así y solo así el artista funciona.
La vida personal del modelo es uno de las factores implícitos en el acuerdo, de manera que, como Kirby estaba ocupada durante el día “trasladando enormes trozos de esculturas” de aquí para allá en el Victoria & Albert, la mujer solo tenía libres las noches. En consecuencia, esta sería una “pintura nocturna”, hecha bajo luz artificial. “Al comienzo fue bastante agotador ya que solo disponía de unos diez minutos de descanso entre el fin de mi jornada y empezar a posar. Pasé por todas las posibles emociones de mi vida”, recuerda Kirby. “Al principio estaba muy consciente del esfuerzo que hacía por ser una buena modelo. Me tomó un poco de práctica llegar a sentirme bien, relajada y muy quieta a la vez”.
“Después de cada descanso me concentraba en volver a la posición original. Sin embargo, pasado más o menos un mes, ya lo podía hacer de manera casi automática sin dejar de ser natural. Comprendí que no valía la pena intentar ser o hacer nada. Basta echarse allí y ser uno mismo. Al final, incluso, hacerlo se me volvió un alivio, una especie de bendición. Se trataba de un lugar donde no me llamaba nadie ni nadie me fastidiaba. Todo lo que tenía que hacer era permanecer tendida sin moverme, asunto para el que, la verdad, soy bastante buena”.
Cierto, la rutina es muy exigente, pero tiene sus compensaciones. La vida en un estudio es tranquila; es más, yo, personalmente, encontré hasta terapéutico aquello de posar para un retrato de Freud hace ya más de tres años… y divertido. El repertorio de anécdotas de Freud es enorme, no solo las cuenta muy bien sino que es excelente imitando a la gente. He ahí una de las razones por las que, como alguna vez me dijo su viejo amigo, John Richardson, el biógrafo de Picasso, la compañía de Freud se convierte en una especie de adicción.
“Durante los primeros meses la parte más dura fue el esfuerzo que hacía por no reírme”, continúa Kirby. “Tal la cantidad de cuentos y canciones y anécdotas. Recuerdo una vez que salimos a comer y me hizo reír tanto que no pude sentarme derecha ni un solo segundo, como Dios manda. Trabajábamos de noche, de manera que con frecuencia salíamos a comer a algún restaurante al final de la sesión y, en esos lugares, nunca faltaban entre los comensales las más extrañas figuras y personajes sobre los cuales rajar a gusto”. Con todo, nadie puede sostener ese nivel de conversación todo el tiempo… ni para siempre. Agrega Kirby que “...en efecto hubo muchos ratos en los que no teníamos nada que decirnos ni noticias que comentar, pero igual el silencio jamás fue incómodo”.
Pero a pesar de la dedicación de Kirby, el retrato seguía y seguía y seguía. Incluso si se toma como medida el rasero promedio de Freud, dieciséis meses, siete noches por semana, es una verdadera maratón, tanto, que cabe preguntarse por qué demonios el asunto tomó tanto tiempo. Porque, además, eso no fue lo planeado. Para finales del otoño anterior, Freud había empezado a insinuar que el cuadro iba a estar terminado “en un par de semanas”. Pero el momento de la feliz conclusión no dejaba de posponerse.
Algo que la mayoría de la gente no alcanza a comprender del todo es que no es fácil para un artista saber cuándo un cuadro está terminado. Sí, quizá hubo épocas en las que había un consenso general respecto a cómo se veía una obra cuando estaba terminada. Pero aquellos tiempos se fueron hace mucho. En el mundo moderno existen tantas respuestas a la pregunta de cuándo está terminado un cuadro como artistas ha habido y hay en el planeta. Jackson Pollock alguna vez contestó a la pregunta así: “¿Cómo saber cuándo diablos hemos terminado de hacer el amor?”. El criterio que sigue Freud es el de sentir que ha terminado una obra cuando empieza a tener la impresión de estar trabajando en la pintura de otro, es decir, cuando siente que su aporte ha concluido. Sin embargo, en la práctica, Freud acepta tener una especie de presentimiento preliminar que le sugiere que ya está llegando al fin. Sin embargo, tales presentimientos jamás son terminantes… ni precisos. En ocasiones se ha visto sorprendido por un cuadro que, de súbito, llega a ese punto, como le ocurrió con la cabeza de un caballo gris hace algunos años. “Sea lo que sea, ahí estaba”, le oí decir ligeramente desconcertado: “Terminado”. Con frecuencia, sin embargo, el proceso de pintar un cuadro le toma más tiempo del que anticipaba. En el caso del óleo que hizo de mí (Hombre con bufanda azul, 2004), uno de los hombros y el cuello de la camisa nos retuvieron un buen tiempo ya que hubo que pintarlos y retocarlos una y otra vez.
Algunos cuadros, como por ejemplo este de Kirby, toman una cantidad enorme de tiempo. Y el tiempo no tiene nada que ver con la calidad del resultado, como el mismo Freud me dijo cuando decidió abandonar un trabajo que había representado incontables horas de brega. Más de una vez ha destrozado con un puntapié lienzos que consumieron meses enteros de su vida y que hoy valdrían millones en el mercado del arte.
La terminación de un cuadro quizá sea un momento de alivio para quien posa, por lo menos para algunos de ellos. Pero para Freud la finalización es un momento que le crispa los nervios. “Me preocupa sobremanera”, me confesó alguna vez, “la posibilidad de que no esté terminado”. Con el cuadro que ahora nos ocupa, tal punto culminante no parecía llegar. Es más, lo que ocurría era que no dejaba de crecer.
La mayoría de los pintores suelen empezar con una rápida imagen de conjunto y luego, poco a poco, por decirlo de alguna manera, enfocan. Freud, tras hacer un bosquejo en carboncillo sobre el lienzo que, como él mismo se encarga de precisar, no “sigue” después, empieza a pintar en un lugar específico. En mi caso, la pintura se inició con una mancha en medio de mi frente que luego se fue extendiendo hacia afuera de manera que, a partir de allí, poco a poco aparecieron ojos, nariz, boca, mentón, pelo y chaqueta. Le gusta dejar siempre una pequeña ventana de lienzo en blanco hasta el final, sobre todo para recordarse a sí mismo que el cuadro aún está en marcha antes que por ninguna otra razón técnica. En el caso del retrato de Kirby, también empezó por su cabeza y pelo.
“Ahora sería muy difícil percatarse de ese hecho porque el cuadro parece realmente orgánico”, dice Kirby. Con frecuencia, cuando trabaja con modelos nuevos, Freud empieza por la cabeza aunque proyecte un retrato de cuerpo entero. Es una manera, por lo menos en su opinión, de llegar a conocer al modelo. Fue así como empezó a pintar a Leigh Bowery, el actor de performance, a quien pintó y grabó por lo menos media docena de veces. Una vez ha incorporado el resto del cuerpo, a veces vuelve y pinta de nuevo la cabeza..., ahora que conoce mejor a la persona. Eso ocurrió con Kirby. La version final de su rostro está cubierta con un espeso y cremoso impasto de brochazos gruesos que parece hacer eco de sus rubios rizos.
Sin embargo, tal efecto solo se materializó tarde en el proceso. “No me preocupaba si se parecía a mí o no ni qué tan bien se veía”, dice Kirby. “En realidad pensaba en la cosa como un cuadro total, integral”. Para cuando el cuadro llegaba a su culminación, todos y cada uno de los aspectos –la sección del suelo a la derecha, la superficie de la cobija sobre la cama que tras innumerables horas de trabajo posando ya había adquirido la forma del cuerpo de Kirby, el radiador de la calefacción, la mampara al fondo– se hicieron más claros, nítidos, mejor integrados a la imagen total. De alguna manera, Freud solo pinta lo que tiene ante los ojos; pero por otro lado, no hace eso en absoluto. Cada detalle de lo que pinta ha sido ponderado, analizado, considerado una y otra vez..., incluso omitido de ser necesario. La pintura no es solo una persona desnuda echada sobre una cama. También es la suma de meses de reflexiones, sentimientos y observación que se superponen al lienzo.
El estudio de Freud es un lugar inusual en el que el agite normal de fechas de entrega y los atajos y las fórmulas mágicas para el éxito no tienen cabida. El tiempo transcurre con lentitud; a veces, incluso, parece quedar suspendido. El único objetivo es que la pintura quede bien. Y en último término, si se contó con la suerte, que el cuadro adquiera vida propia. Ahora, la pintura terminada y titulada Ria, retrato desnudo, 2007, se verá primero en la Tate Modern antes de pasar al mercado de Nueva York, donde con seguridad será comprada por algún rico coleccionista estadounidense. De allí en adelante, el cuadro tendrá su propio futuro y cumplirá su propio destino. Hace poco Kirby fue al estudio y vio el lienzo extendido sobre el suelo: “Parecía respirar”, me dijo. Ningún artista podría pedir más.