CUENCA AMAZÓNICA

Indígenas y científicos unidos por ríos amazónicos más limpios y libres

La sinergia entre la sabiduría ancestral y la ciencia, una herramienta para proteger las cuencas hídricas de la Amazonía.

29 de enero de 2021
©TNC / archivo | Foto: ©TNC/Archivo

La Amazonía. Cerca de siete millones de kilómetros cuadrados de cuencas que surcan y conectan ocho países sudamericanos —Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela— y una región francesa —Guayana Francesa—. Las aguas de sus ríos, además, alojan una vasta biodiversidad.

Según un análisis de The Nature Conservancy – TNC, albergan, al menos, 2600 especies de peces de agua dulce, de las cuales 1260 son endémicas. Esto se traduce en que cinco por ciento de los peces de agua dulce a nivel mundial tienen como hábitat los ríos amazónicos desde Los Andes hasta la desembocadura del Amazonas en el Atlántico.

Su red de ríos y riberas, además, sostiene un bosque que actúa como regulador del clima a nivel regional y provee de agua y lluvia a una región que representa el 70 por ciento del PIB sudamericano. La Amazonía. Una extensión territorial similar al área continental de Estados Unidos, que, según estimaciones de WWF, alberga el 10 por ciento de la biodiversidad del mundo.

Si bien proteger sus ecosistemas terrestres es una necesidad vital, también lo es fortalecer los esfuerzos en la preservación de sus ecosistemas acuáticos, que, según estimaciones de la FAO, concentran entre 17 y el 20 por ciento del agua dulce mundial. Estas bañan laderas inundables y abastecen de agua y alimento a, entre otras poblaciones andinas, los 34 millones de personas que llaman a la Amazonía su hogar, incluyendo los 380 pueblos indígenas que se asientan en esta cuenca, de acuerdo a la misma entidad.

De hecho, el aporte de la cuenca amazónica tiene un alcance mundial pues representa una parte importante del porcentaje —37 por ciento— de ríos de más de mil kilometros que aún fluyen libremente en el mundo. Por eso, la Amazonía, especialmente la cuenca del río Napo, en Ecuador y Perú, se está convirtiendo en un escenario crucial para conservar el agua dulce del planeta.

“El Napo es parte de los formadores del lecho principal del Amazonas, baja de Los Andes hacia la planicie inundable. Es un conector muy importante de la zona andina hacia las tierras bajas de la Amazonía”, explica Paulo Petry, científico senior de conservación de agua dulce de TNC.

Al mirarlo como un todo, agrega, es una compleja red hídrica de por lo menos 47.000 kilómetros —en los que el 99 por ciento de los afluentes corren libremente— y que encuentra uno de sus puntos de partida en el volcán Cotopaxi, entre otros páramos, parques nacionales y reservas ecológicas en los Andes.

Nacidas en las alturas, las aguas de la Amazonía fluyen por prácticamente todos los pisos térmicos hasta vertirse en el Atlántico, donde son hogar del 10 por ciento de la megafauna acuática del mundo, incluyendo 22 especies como delfines, manatíes, tortugas, caimanes, araipamas, también conocidos como paiches, y grandes bagres, vitales para los pueblos ribereños.

La conservación de la cuenca amazónica demanda la unión de distintos países, sectores y actores, y necesita ser preservada bajo una visión integral de largo plazo. “Se ha hecho mucho trabajo en pensar en la Amazonía, pero poco en pensar en los recursos hídricos específicos que esta contiene”, advierte Silvia Benítez, gerente de seguridad hídrica de TNC, resaltando la importancia de ejecutar acciones puntuales y simultaneamente coordinadas, que permitan proteger y aportar a la totalidad del contexto.

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La vida humana también está vitalmente atravesada por el transcurrir de estos afluentes: al menos 40 por ciento de la cuenca del Napo es territorio indígena de nacionalidades como los cofán, siona-secoya, waorani, zapara y kichwas. Poblaciones que necesitan proteger sus espacios de vida y desarrollo, así como sus fuentes de agua, para sobrevivir y que han vivido, de primera mano, las amenazas que llegan paulatinamente al territorio para poner en riesgo la integridad de sus ríos y la vida que existe gracias a ellos.

“Nosotros nunca pensamos que los recursos se iban a acabar. Ya no es como antes: el río Chingual, que está más arriba y llega al nuestro, el Aguarico, trae contaminación porque hay pueblos grandes que tienen alcantarillado y sacan sus desperdicios a esa agua”, comenta Víctor Quenama, presidente de la comunidad sinangoe, de la etnia cofán.

Es su conexión cotidiana con los ríos amazónicos, el sentido que estos tienen sobre su forma de entender el mundo y su sustento diario lo que está en peligro pues, dice Quenama, conoce casos de comunidades cercanas que, ante la pérdida de sus ríos, dependen de las aguas lluvia. 

Las 48 familias sinangoe mantienen el recurso para proteger su territorio y costumbres ancestrales. “Nosotros pescamos como nuestros padres nos enseñaron: con lica, chuzos, arcos y anzuelos hechos por nosotros mismos y en zonas determinadas. Cuidamos los peces para que no se terminen. Había mucho pescado, pero ha ido mermando. Ya los niños tampoco se bañan ahí ni toman su agua”, agrega Víctor.

Las amenazas a la salud de los ríos amazónicas son muchas. De acuerdo con Petry, la cuenca del Napo se enfrenta actualmente a la deforestación, la ganadería extensiva, la expansión de la frontera agrícola, los proyectos de infraestructura mal planeados, el ingreso de especies exóticas que ponen en peligro la supervivencia de las nativas, e incluso la llegada de residuos que bajan por el piedemonte andino desde los asentamientos humanos.

De hecho, estudios de la Universidad Ikiam, la Pontificia Universidad Católica y la Universidad San Francisco de Quito han comenzado a dar cuenta de las altas concentraciones de metales, potencialmente peligrosos para el ecosistema y la salud humana. La cercanía del Napo con el Sistema de Oleoductos Transecuatoriano, cuya tubería presentó una ruptura el abril pasado, y la presencia de pescadores que usan químicos nocivos y barbasco también representan un peligro para el afluente.

Para hacer frente a esto, en 2017, los sinangoe crearon la Ley Propia de Control y Protección del territorio Ancestral que, como pueblo, les ayuda a repeler la minería, cacería y pesca ilegal de su territorio a través de la creación de una guardia indígena que lo monitorea y protege.

En ese sentido, concluyó Víctor, siguen trabajando y buscando fondos para llevar educación sobre el manejo sostenible de estos territorios a las comunidades y poblaciones que los rodean.

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Bajo ese contexto, TNC comenzó a desarrollar la iniciativa de Manejo Comunitario de Recursos de Agua Dulce en el territorio del Napo. La idea, explican desde la organización, es crear y aplicar un proyecto piloto enfocado exclusivamente en la salud de los ríos y su biodiversidad, con el apoyo de las comunidades indígenas que ancestralmente han encontrado sustento en esas aguas. Buscan darles herramientas de manejo legales y educativas, para que ellos mismos las defiendan autónomamente.

Esta labor inició en julio de 2019, usando bases de datos para identificar las zonas más relevantes, en términos ambientales, de biodiversidad, y de presencia de comunidades que tienen algún tipo de control sobre el territorio. Como resultado, seleccionaron los territorios sinangoe y el pueblo Ruquyaqta, habitados por cofanes y kichwas, respectivamente.

Buscamos enfocarnos en el trabajo con comunidades indígenas porque la cuenca del río Napo está en sus territorios. Son los que están ahí y los más interesados en protegerlos porque son su fuente de alimento, de transporte y de ingresos”, dice Benítez.

Para septiembre pasado, agrega Petry, “hicimos el primer contacto con los líderes de los territorios. Fueron cuidadosos, pero nos recibieron muy bien y ellos mismos llevaron la propuesta a su comunidad, algo vital ya que su opinión es muy respetada. Entonces comenzamos a trabajar”, dice el científico.

A eso, le siguió la recopilación de información sobre la biodiversidad que habita los ríos, partiendo por las especies más usadas por las comunidades como caimanes, sábalos, bocachicos, tortugas, cangrejos y camarones, pues son de las que más información hay.

Luego observaron a nivel de funcionamiento ecosistémico, dónde hay macroinvertebrados acuáticos, hongos y organismos importantes para mantener el entorno. Incluso ahora, y a pesar de la COVID-19, se han formulado posibles estrategias que, si bien dependen de estudios más profundos una vez pase la pandemia, tienen un buen perfil.

Promover el uso sostenible de recursos naturales, a través de la pesca y la acuacultura sostenible con especies nativas; fortalecer el control y el manejo de los territorios, de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible; robustecer las capacidades legales de las comunidades desde el derecho a la consulta previa, para darle manejo a la minería, el petróleo y la infraestructura; y vincular las etnias indígenas a la actividad turística, desde un enfoque responsable y sostenible, son algunas de dichas estrategias.

El interés de TNC en proteger el agua dulce sudamericana a través de estas estrategias mancomunadas con los pueblos nativos no es algo nuevo. De hecho, surgió en la década de los 90 y se materializó en el cambio de milenio.

Su propuesta es seguir investigando fórmulas para mantener la continuidad de los ríos y crear figuras de protección con comunidades, de forma que sean reservas fluviales protegidas y reconocidas por la ley. Un reto agigantado, coinciden los funcionarios de TNC, que es imposible de abordar en solitario.

“Este trabajo parte del entendimiento de las comunidades y requerirá de una acción colectiva por el agua, a través de alianzas con universidades, ONG y los sectores público y privado. Queremos que sea un proyecto que asegure el bienestar de las comunidades y los ríos con visión a a largo plazo”, concluye Benítez, quien espera que los resultados del piloto se puedan replicar posteriormente en las cuencas de los ríos Caquetá, Putumayo, Santiago, Marañón y Ucayali.