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¿Podremos superar la polarización política en el país?

El temor a que la confrontación de ideas lleve a la guerra y la violencia conduce a veces a satanizar el pensamiento crítico, como le ha pasado y le sigue pasando al país. Colombia tiene el reto de superar esa tendencia. Por Ariel Ávila.

Ariel Ávila
29 de agosto de 2020

La palabra polarización se ha puesto de moda desde hace poco más de una década. En lo fundamental, se utiliza en el mundo de la política electoral, aunque ha incrementado el espectro de su influencia. El concepto describe la contraposición de ideas, modelos de sociedad, visiones del mundo político y, sobre todo, más recientemente, se utiliza para la descripción de niveles de agresividad en esa confrontación de ideas. Debido a esta última característica, la palabra polarización es vista de forma negativa o como algo no deseado en las sociedades contemporáneas, pues, debido a la confrontación de ideas en los últimos años, familias enteras dejaron de hablarse o no conversan de política cuando se reúnen.

Este rechazo a la polarización esconde unos de los deseos más antidemocráticos de las sociedades liberales: la homogeneización, es decir, creer que la buena salud de la democracia es que no exista debate y que todos piensen igual o, más o menos, igual. Tal pensamiento antidemocrático no es consciente, de hecho, generalmente es inconsciente. Producto, principalmente, de las diferentes guerras que ha atravesado la humanidad, se tiende a creer que la confrontación de ideas lleva a la guerra y la violencia; por ello, se sataniza el pensamiento crítico y el pensar diferente. Pero, al ver lo peligroso de esta idea homogeneizante de la política, queda claro que los conflictos son intrínsecos a la sociedad y que lo importante es que se tramiten pacífica y democráticamente; no obstante, suprimir los conflictos es sencillamente imposible.

Por tanto, son muchos los que cuestionan la negatividad que se le ha adjudicado a ese concepto. Asimismo, muchos también cuestionan que la polarización sea algo nuevo. Las explicaciones de aquellos que defienden la polarización como situación de debate de ideas se centran en tres argumentos. Por un lado, la confrontación de ideas, el debate sobre modelos de sociedad muestra la riqueza de una democracia. Es una situación en la cual no hay miedo de hablar y en la que los electores tienen de donde escoger, es decir, no todo es lo mismo. Por tanto, en la medida que hay oferta política diversa, la democracia se enriquece. En segundo lugar, el problema no es la confrontación de ideas, sino la no existencia de mecanismos democráticos y pacíficos para tramitar esos conflictos. De ahí, la necesidad de crear esos escenarios pacíficos. Por último, la confrontación de visiones sobre el mundo siempre ha existido, lo que sucede es que antes eran más invisibles. Ahora, con las redes sociales, todos pueden opinar e impactar el debate político.

EDICIÓN 1924 (marzo 2019) El gran reto de Iván Duque es superar la polarización.

En teoría, la democracia, como modelo de gobierno, debe garantizar estos espacios de debate pacíficos. Cualquier sociedad es diversa y plural, por ende, las visiones del mundo son diferentes. Un texto ilustrativo sobre esto es el de José Francisco Jiménez, quien escribe un ensayo sobre la teórica Hannah Arendt: “(…) la construcción de un espacio público libre e igualitario que ha de ser protegido y garantizado por la propia acción cotidiana de los ciudadanos. Estos han de ser educados y socializados en costumbres, hábitos, virtudes y principios de acción acordes a la cultura política en la que habrán de convivir. Esta será una cultura política que privilegie el diálogo y la discusión para llegar a acuerdos entre los ciudadanos y así poder dirimir sus conflictos e intereses pacíficamente en la esfera pública. Por ello, en esta esfera no tienen cabida las actitudes violentas o las imposiciones por la fuerza”. Esto lo que significa es que el propio sistema democrático debe garantizar el debate de ideas.

Si bien la visión positiva de la polarización ha tomado más fuerza, también se desarrollaron una serie de retos que deben ser analizados. El primer reto, tal vez, es el de las redes sociales. Aunque estas han cumplido un papel democratizador y como nunca en la historia de la humanidad todos pueden tener una voz, lo cierto es que, por allí, circulan muchas fake news o mentiras y, también, lo más peligroso: verdades a medias. Ellas pueden impactar sustancialmente la realidad política. El desafío es para la ciudadanía, pues se trata de no servir de idiotas útiles. La distorsión de la realidad que causan las fake news puede llegar a ser problemática. Siguiendo la idea de los debates de ideas pacíficos, lo importante es estar bien informados.

El otro reto de la polarización se enfoca en la cultura ciudadana, en brindar pedagogía sobre la necesidad de tramitar estas discusiones de forma pacífica, y comprender que la riqueza de una sociedad está en no pensar igual, en pensar diferentes, en lograr entender al otro, en fin, en aceptar la diferencia. Una cultura democrática se aprende, por lo que debe existir un esfuerzo muy grande por parte de la ciudadanía para cultivar dichos comportamientos. De no esforzarse por mejorar y cuidar este espacio público de debate, fácilmente, la democracia se deteriora y llegan las salidas autoritarias.

En los últimos años, Álvaro Uribe ha sido el florero de Llorente de la sociedad colombiana. Antiuribistas y uribistas fomentan el dogmatismo y el odio a niveles preocupantes.

Las democracias no son el gobierno de las mayorías, aunque así lo crean muchos. Una democracia es la protección de las minorías. Obviamente, un proceso pedagógico de estos no se logra de un día para otro; es un proceso que, al menos, mostrará sus resultados en el mediano plazo. Por ello, el respeto a la diferencia y las minorías es uno de los baluartes más importantes en el mundo político. También lo es la libertad de prensa. Los valores democráticos son fundamentales para garantizar sociedades libres y críticas. No hay que tenerle miedo a la discusión de ideas, no hay que tenerle miedo a la democracia. Lo que se debe hacer es cuidarla y ser conscientes de que al menor descuido podría existir una salida autoritaria.

Queda solo una pregunta por responder. Sabiendo que la polarización no es un daño para la democracia, sino que, por el contrario, la mantiene viva, en la que lo importante es garantizar que el debate público se tramite por vías pacíficas y democráticas, el interrogante se refiere a cómo preservar ese espacio público y el propio sistema democrático. Sobre este asunto podrían escribirse libros enteros, pero al menos vale la pena mencionar tres cosas.

Por un lado, en las democracias la fe es en las instituciones y no en las personas. Eso significa que, por ejemplo, los ciudadanos, así no estén de acuerdo con una decisión judicial o disciplinaria, la deben acatar y controvertir en los escenarios institucionales. En segundo lugar, respetar lo que académicos y teóricos llaman equilibrio de poderes o independencia de poderes; esto, sobre todo, corresponde a las autoridades. Significa la independencia del Legislativo, del Poder Judicial y del Ejecutivo. Esa independencia de poderes garantiza que el control institucional no quede en una sola persona o grupo de ellas. Por último, la libertad de prensa y opinión. A veces parece incómodo, principalmente, para los gobernantes, pero la libertad de prensa es uno de los tres pilares de la democracia.

Cuando una sociedad democrática está en crisis, la mejor salida es la radicalización democrática y no caer en acciones autoritarias o militaristas; eso, generalmente, sale muy mal. En fin, así como la polarización es algo intrínseco de la democracia, también es necesario recordar que la democracia no es algo dado, no es algo que se crea sola, es un espacio que se debe aprender, que se debe cuidar y que se debe recrear cada cierto tiempo. Es como un árbol que hay que cuidar y regar.