Especial 20 años Copa América: Los secretos del 29 de julio, el día en que Colombia fue campeón
Veinte años después, los protagonistas del único título en la historia de la selección de fútbol de mayores abrieron su alma para recordar en SEMANA ese mes en que todo el país dejó de lado sus diferencias, con el propósito de gritar por primera vez la palabra campeón.
Iván López, uno de los dos bogotanos convocados por Pacho Maturana para disputar la Copa América del 2001, le madrugó al fútbol cuando debutó, en un clásico ante Millonarios en el Campín en 1996, con solo 16 años. También lo hizo la noche del domingo 10 de junio, cuando fue el primero de los escogidos para defender el honor del fútbol patrio en el torneo -que por primera vez en su historia se llevaría a cabo en Colombia-, en llegar a la sede de la concentración en Barranquilla, después de haber salido figura con Santa Fe en un partido del campeonato local.
Había cumplido 23 años, ya sabía lo que era vestir la tricolor, pero en los cinco años que llevaba de carrera, esta era la convocatoria más importante de su vida, tras la Copa de oro en el 2000, volvía a ser incluido en un plantel para disputar un trofeo, el cual tendría que convivir durante mes y medio y 24 horas al día, para ser el único en levantar la copa.
Iván López nunca imaginó que desde el primer día y hasta el último de la concentración tendría que asumir dos tareas diarias. En la mañana, Maturana le ordenaba levantar las pelotas de costado en todos los entrenamientos. En la tarde debía cumplir la tarea que le había impuesto su compañero de habitación, quien todas las noches le tomaba la lección, y al que no podía decepcionar. El futbolista bogotano nunca se imaginó que de cumplir a la perfección con esas dos tareas, dependería, en buena medida, la consagración de la selección Colombia en esa cancha donde jugaba cada 15 días, la del Campín de Bogotá.
Cuando los 22 jugadores inscritos ante la Conmebol llegaron en su totalidad al hotel de concentración, de inmediato se trazaron el objetivo. Levantar la copa y salir campeones de un torneo, que no se sabía si se iba a realizar.
Aquel 2001, la sede de la Copa que el presidente Andrés Pastrana había ratificado a la Conmebol en 1998, en uno de sus primeros actos de gobierno después de instalar el proceso de paz con las Farc, siempre estuvo en duda. Desde los días del narcoterrorismo de Pablo Escobar, el país no vivía una zozobra provocada por carros bombas como en ese año. El primero de los estruendos que sacudió al país, el 11 de enero, se produjo en el centro comercial El Tesoro de Medellín; en mayo, dos meses ante de la fecha prevista para la iniciación del certamen, explotó un carro bomba en el hotel Torre de Cali, otro en el parque Lleras de la capital antioqueña, y un tercero en la avenida 53 con carrera 31, en el occidente de Bogotá. 14 personas murieron en esos cuatro atentados, registrados en tres de las ciudades sede de la Copa América. “Estaba de moda, por así decirlo, los secuestros, las pescas milagrosas…”, recuerda a SEMANA Juan Carlos Ramírez, que de llegar como el jugador más cuestionado de aquella convocatoria, se convirtió en el único de los 22 que disputó desde el primer minuto del partido inaugural, hasta el último de la final.
Pero la ‘bomba’ que sacudió los cimientos del cuartel donde se preparaba el equipo de Maturana, ‘estalló’ el 25 de junio, día en que, “en un acto irresponsabilidad”, como lo calificó a SEMANA el expresidente Andrés Pastrana, Hernán Mejía Campuzano, vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, cayó en lo que en principio se consideró como una de esas ‘pescas milagrosas’ de la guerrilla, cuando el dirigente decidió irse a su finca, ubicada el corregimiento La Italia, en jurisdicción de San José del Palmar (Chocó), donde la presencia subversiva había incrementado.
Al poco tiempo de conocerse la noticia del secuestro, la Conmebol decidió despojar al país de la realización de la Copa América, y ante la inminencia del torneo, todo apuntaba a que quedaría suspendido. Brasil, se había ofrecido a suplir la sede, como pasó 20 años después, cuando por el convulso contexto social del país, el rector del fútbol suramericano decidió quitarle a Colombia la Copa que se disputó el pasado mes de junio.
La decepción en la concentración de la selección no se pudo disimular. Maturana, sin embargo, en su sabiduría, decidió mantener a su grupo de jugadores al margen de todo lo que sucedía al exterior, y siguió preparando el equipo como si la copa se fuera a realizar.
Para ello contó con un as bajo la manga, el jugador que en el reparto de camisetas recibió la número 12, esa que parece condenar a su portador a ver todos los partidos desde el banco, pues es la que tradicionalmente llevan los arqueros suplentes. Miguel Calero, al que todos sus compañeros denominaban el Show, fue el encargado de tender la burbuja que aisló a la selección.
“Era el alma del grupo, un gran líder. En el comedor, en el bus, siempre contaba chistes. Malísimos, como los del cuenta huesos. Pero uno no paraba de reír cuando los explicaba, cuando hacía voces”, recuerda Fabián Vargas, quien le confesó a SEMANA que jamás esperó que Maturana lo fuera a convocar a esa selección. “Se notaba que cada noche Miguel se aprendía nuevos chistes, los preparaba. Todos los días llegaba con nuevos”.
“El Show Calero era el alma del grupo, un gran líder. En el comedor, en el bus, siempre contaba chistes. Malísimos, como los del cuenta huesos. Pero uno no paraba de reír cuando los explicaba, cuando hacía voces”: Fabián Vargas
“Calero hay que tenerlo en cualquier selección. es el jugador perfecto para mantener un grupo alegre”, dijo a SEMANA Iván Ramiro Córdoba, el capitán de aquel equipo. “Se entraba a la habitación a hacernos reír con cualquier bobada”, recuerda Elkin Murillo, quien además subraya la motivación que generaba viéndolo “matarse” en cada entrenamiento. “Nunca lo vimos como el arquero suplente sino un líder que admirábamos mucho”, reconoce Gerardo Bedoya. “Era el chévere de la familia”, así lo definió, en entrevista con SEMANA, el técnico Francisco Maturana.
Mientras en la concentración todo era carcajadas, afuera se vivían auténticas horas convulsas. Tras la decisión de la Conmebol, Andrés Pastrana y los alcaldes de las siete ciudades sedes abordaron el avión presidencial y volaron a Asunción, en Paraguay. Con el único propósito, que parecía remoto, de volver a traer la Copa América.
Pastrana, que en la alocución televisiva con la que se dirigió al país en la noche del 28 de junio, para dar parte de la liberación del dirigente deportivo Mejía Campuzano, y de una veintena de soldados plagiados por las Farc, dijo que “quitarnos la Copa es el peor atentado que nos pueden hacer”, se batió ante los dirigentes del fútbol suramericano para recuperar la sede. Todos los países votaron a favor de Colombia, salvo uno, Argentina, pues el presidente de la asociación de fútbol de ese país, Julio Grondona, exigió medidas extremas de seguridad para proteger a los futbolistas de esa selección, en aquel entonces la más poderosa del continente.
Como el presidente colombiano no cedió a las peticiones del presidente de la AFA, pues de ofrecer un robusto esquema de protección a los jugadores argentinos, debía disponerlo a los demás deportistas participantes, Argentina renunció a participar de la “Copa de la Paz”, como la bautizó Pastrana. “Usted me mostró su anillo que decía ‘todo pasa’. Ojalá nunca le vaya a pasar lo que es tener a un argentino secuestrado en su país”, recuerda Pastrana las palabras que le dirigió a Grondona. “Un año después me lo encontré en España y le dije, oiga Grondona, usted quiso castigar a un país y vea cómo está el suyo ahora”, al hacer referencia a los secuestros de futbolistas que se estaban registrando en Buenos Aires, como el del hermano de Juan Román Riquelme.
Para que la Copa regresara a Colombia, no bastó la ofensiva diplomática de Pastrana. tan fundamental fue la presión que ejerció la firma Traffic y las patrocinadoras del campeonato, que amenazaron a la Conmebol con millonarias indemnizaciones si no se disputaba el certamen, desde el 11 de julio, tal como estaba previsto. Apenas 72 horas antes de la inauguración, aterrizó un vuelo proveniente de Honduras, cuya selección fue reunida a última hora, precisamente para reemplazar a Argentina. Aunque había decepción por no ver a Batistuta, Crespo, Verón, o el piojo López, en aquel vuelo estaba Amado Guevara, quien terminaría alzando el trofeo al mejor futbolista de la Copa. “Las comparaciones son odiosas, pero era como el James Rodríguez de Honduras”, dice Juan Carlos Ramírez quien tuvo que sufrirlo en la cancha de Manizales, cuando Colombia enfrentó a los catrachos en la semifinal.
Pese a los obstáculos superados, en todo el país reinaba el escepticismo en torno a la selección y la Copa América. Oscar Córdoba, en entrevista con SEMANA, recordó que los directivos de la Federación de fútbol nunca creyeron que el plantel fuera a conquistar el campeonato. A la hora de pactar los premios, los jugadores se salieron del molde y acordaron una jugosa bonificación solo en caso de levantar la Copa. Los directivos, acostumbrados a pagar premios por cada partido, se frotaron las manos. “Ni se dieron cuenta de la suma de dinero que habían firmado”, dice Córdoba, 20 años después de la única consagración de la historia de la selección de fútbol de mayores.
Pero todo se transformó en optimismo desde la noche del miércoles 11 de julio, día en que la Copa por fin se hizo realidad con el partido inaugural. Allí comenzó el camino a la gloria y de una forma bastante particular. Freddy ‘Totono’ Grisales, de media distancia, marcó ante Venezuela el que sería el primer gol de aquella campaña, y cuya celebración se convertiría en la imagen más icónica de la que, hasta el momento, es la única Copa América realizada en Colombia: con un casco de policía en su cabeza rapada.
“No me lo esperaba. Intenté sujetar la correa para que el Totono no me lo quitara. Tantas cosas me pasaron por la cabeza, me sentí destituido, pero no podía hacerle el desplante a la selección. Menos mal detrás estaba el palco de generales”, recuerda, 20 años después, el intendente Luis Antonio Palomino, hoy jubilado de la Policía y radicado en el Caquetá, casi al otro extremo de su natal Barranquilla. Aquel casco se convertiría en una especie de talismán. “Dos días después fuimos al hotel, se lo regalé al Totono que me dio una camiseta”.
“Nadie nos va a quitar lo bailao y habrá mucha gente que seguirá sufriendo por lo que ganamos”: Óscar Córdoba
Para Maturana, aquella conquista tuvo en el público de Barranquilla su principal aliciente. “La selección tenía cuestionamientos, y espiritualmente no teníamos esa fortaleza. Esa nos la dio Barranquilla”.
Tras la victoria ante Ecuador en la segunda fecha, Colombia aseguró su clasificación a los cuartos de final pero podría hacer historia de ganar el tercer partido de la fase de grupos, ante Chile, como la primera selección nacional en sumar los 9 puntos en disputa. Maturana, para sorpresa de muchos, decidió hacer varios cambios en la titular. Dio descanso a Óscar Córdoba para que se recuperara de una dolencia, por lo que el número 12, Miguel Calero, tuvo que ser el custodio del arco. Quien lo iba a creer, el jugador que estaba condenado a ver todos los partidos desde el banco, también aportó para que Colombia se convirtiera en la única selección campeona sin recibir un solo gol en los más de 100 años del torneo de selecciones más antiguo del mundo. “profe, equipo que gana no se cambia”, le dijo el Show a Maturana en el vestuario, y el resto del plantel recibió esas palabras como el mejor chiste que había echado el entonces arquero del Pachuca en todo ese mes y medio de concentración.
Ese día, también se estrenaron los dos bogotanos, Iván López y Fabián Vargas, aquel que no esperaba ser convocado por Maturana, y que tras ir a la tribuna en los primeros partidos, ese día se ganó el puesto y no lo soltó más hasta el día en que el equipo alzó el trofeo en el Campín.
La tercera victoria, fue la que terminó por encender la fiesta y unir a todo el país. Nunca antes, como lo reconoció el propio Pastrana, el país dejó a un lado sus diferencias, y decidió unirse con el solo propósito de gritar por primera vez la palabra campeón.
De Barranquilla, la selección se paseó por el eje cafetero donde era recibida con auténtica devoción. Maturana recuerda cómo, al paso del bus donde viajaba el equipo, los obreros paraban palustres y mezcladoras, se quitaban el casco, se abrazaban, para alentar a sus jugadores.
En el centenario de Armenia, la selección de Maturana escaló un nuevo peldaño hacia la cima al superar a la selección peruana. Y cuando parecía que el equipo sub 23 que había enviado la delegación de Brasil sería el rival en la semifinal, Amado Guevara y la selección de Honduras dieron la sorpresa al mandarlos a casa. En Manizales, en el que según coinciden la mayoría de jugadores de Colombia, fue el partido más duro que afrontaron en aquella competición. Lo destrabó Gerardo Bedoya, con un gol de media distancia, y Aristizábal, que conquistó su sexto gol con el que se consagraría como máximo goleador del certamen, selló el boleto definitivo a Bogotá, para disputar la gran final ante México, sin duda el seleccionado de mayor jerarquía de cuantos participaron en el torneo.
A pesar de la tensión y ansiedad propias de disputar una final, el ambiente con que llegó el plantel de jugadores a Bogotá desbordaba de optimismo. Calero seguía siendo el estandarte de la alegría del vestuario, y dos décadas después, quien fue su compañero de habitación, Iván López, reveló que él había sido el encargado de conseguirle los chistes para su repertorio. “Eran buenos, regulares, perversos, pero que los volvía buenos y le daba alegría y energía al equipo. Llamaba a amigos, los anotaba y en la noche se los pasaba a Miguel para que los preparara”, recuerda. “Entonces la culpa era de Iván López”, dijo Vargas al conocer uno de los secretos mejor guardados de aquella consagración.
La noche del 28 de junio, víspera de la final, nadie pudo conciliar el sueño. Ni el noctámbulo Óscar Córdoba, que leyó hasta la madrugada; ni Elkin Murillo, que cerró los ojos pasadas las 3:00 de la mañana; ni Gerardo Bedoya, que confesó haberse imaginado marcando el gol de la victoria. Por si fuera poco, el amanecer del 29 de julio sorprendió a muchos de los jugadores con los ojos abiertos, cosquilleo en el estómago, nervios, ansiedad y hasta desesperación. Las horas previas al partido se consumieron despacio.
Iván López recuerda las palabras con las que Miguel calero lo despertó ese día. “Tranquilo Ivancho, ¿o es que estás cagado?”. Las mismas que le dedicó al resto de los jugadores en su habitual ronda por todas las habitaciones. “Él era así. Trataba de sacarte el nerviosismo con una risa, y al que veía con algo de nervios, trataba de relajarlo”, dice Fabián Vargas.
La charla técnica de Maturana en el hotel, antes de partir al estadio, fue, según recuerda Juan Carlos Ramírez de cinco minutos y cinco frases. “Salgan a disfrutar y a darle una alegría a este pueblo. Todo lo demás ya lo hemos entrenado”.
Ante un marco incomparable, con casi 50.000 personas tiñendo de amarillo las graderías del Campin, Colombia salió por su consagración. “Era un partido muy apretado. Ellos no nos hacían mucho daño, pero nosotros tampoco podíamos”, recuerda Ramírez. Hasta que a las 5:36 p.m., cuando el cronómetro del árbitro señalaba el minuto 21 del segundo tiempo, una falta sobre Giovanni Hernández, provocó que Pacho Maturana se levantara y saliera hasta la línea de occidental de la cancha para dar una indicación que marcaría la historia del fútbol colombiano.
Iván López, que desde el primer entrenamiento había cumplido esa tarea de levantar los centros de costado, tenía la instrucción de hacerlo en la final, donde había encontrado lugar en la titular por la lesión de Jersson González. Pero Totono Grisales, quizás por tener máyor liderazgo que el defensa bogotano, se adueñó de todos los cobros.
Pacho no aguantó. “Le pegué una apretadita a Totono y se enojó. A Iván le dije que era un cagón”, recuerda Maturana. López levantó el centro y el capitán colombiano, Iván Ramiro Córdoba, lo peinó con su cabeza y logró vencer al portero Óscar ‘Conejo’ Pérez, hasta ese momento la gran figura de la cancha. “Respiré profundo y dije lo hemos logrado”, dice Iván al recordar que corrió al banco y se abrazó muy fuerte con Maturana. El entrenador le había insistido que la final se podría ganar con una jugada a balón parado, y estaba convencido, por la seguridad defensiva de la selección, que un gol bastaría para coronarse campeón.
“Fui de los primeros en llegar donde Iván Ramiro, metí un pique que ni en la cancha solía meter”, dice Mauricio Molina, quien se encontraba detrás del arco sur del Campín, calentando por si le llegaba la oportunidad de entrar. “No me acordaba que se me quebró la voz de la emoción. Lo que ese día se vivió el corazón a duras penas lo aguantó”, señala, 20 años después, Jorge Eliécer Campuzano, quien narró el gol del capitán colombiano, el más importante que relató en su carrera. “Todo se unió en esa Copa, nadie se hacía daño. Nos entregamos enteros a la causa de dar una alegría a los colombianos”, dijo a SEMANA Iván Ramiro Córdoba, el que provocó uno de los mayores gritos de júbilo en la historia del país.
Y como si a Maturana le faltara algo más para consolidar su chapa de visionario, cuando restaban tres minutos para el final del partido, decidió llamar al más joven de los 22 futbolistas convocados. A Molina, de apenas 21 años, le dio la instrucción de quemar los últimos minutos, llevar la pelota lo más lejos posible del arco de Óscar Córdoba. “Fui un niño obediente. Me llevé la pelota al corner, por allá hice una falta, no dejé cobrar, me mostraron amarilla, y ahí el árbitro acabó el partido”, recuerda Molina a SEMANA.
Y es que el “más niño” de la convocatoria, se portó como el más veterano en esos segundos finales de aquel encuentro. México, a la desesperada, intentaba buscar el empate y le quedaban 120 segundos para hacerlo. Pues ‘Mao’, en ese cruce de manotones que sostuvo con el mexicano Gerardo Torrado, no solo provocó que el árbitro sacara sus tarjetas del bolsillo, sino que decidiera llevarse el silbato a la boca y dar por concluida la contienda. 60 segundos. Ese fue el tiempo que Molina le robó al estado de angustia que aquel domingo había en el país, cuando eran millones los corazones que estaban a punto de un paro, pues el juez sentenció el encuentro cuando faltaba un minuto de adición.
Campeones, primera selección en la historia en levantar la Copa América invicto, ganado todos los seis partidos, con el goleador del campeonato, y la vaya sin ningún gol en contra. En la tabla del fair play solo hubo un lunar, la expulsión de Elkin Murillo, y en contraste sorprendió que Gerardo Bedoya, quien tiene el anti-récord mundial del jugador con más tarjetas rojas (46), apenas vio una cartulina amarilla y en el partido final. “No me acordaba, gloria a Dios. Las expulsiones perjudican a los equipos”, dice Bedoya.
“Corrí a buscar a Miguel, me voltea la espalda, se gira para que me le montara encima. Me dijo, Ivancho, te felicito, lo logramos, disfruta de la mejor manera”, recuerda Iván López. Mao Molina, quien tras el pitazo final atravesó la cancha de occidental a oriental, se trepó del alambre de la tribuna, pensaba que la fiesta estaba por comenzar. “Fue muy triste, no nos hicieron ninguna celebración”, recuerda. “No había nada preparado, solo faltó que saliéramos del estadio cada uno para sus casas. Los directivos nunca creyeron en nosotros”, asegura Fabián Vargas. “El único que nos ofreció un agasajo fue el presidente Pastrana, todos dijimos que no porque queríamos regresar a las casas, y el único favor que le pedimos es que pidieran a las aerolíneas retrasar los vuelos para poder llegar a nuestros lugares”, recuerda Elkin Murillo.
“Salimos del Campín con unos amigos a recoger el carro para irnos a la casa. Caminamos desde la carrera 30 hasta la séptima y por donde pasabas te saludaban con una cosa terrible, la maizena. O si no te echaban agua; Llegué a la casa y mi mujer no me creía que había estado en una fiesta, una fiesta deportiva”, relata como anécdota Jorge Eliécer Campuzano.
“Andre Agassi decía que las derrotas siempre están en la cabeza, y las victorias desaparecen al otro día. La mejor celebración fue en la calle, el ciudadano de a pie que te daba un saludo, una voz de aliento, de gratitud. Eso no tiene precio”: Francisco Maturana, DT Colombia 2001
El único trofeo de la historia de la selección de fútbol sigue sin esa celebración, pero sus protagonistas quieren tenerla. Iván Ramiro Córdoba ha propuesto un partido contra los jugadores de aquella selección mexicana, aunque a Pacho Maturana le gustaría que fuera contra Argentina, y contra esos jugadores que se negaron a venir a jugar en el país.
Precisamente, aquella ausencia de los gauchos, es la sombra que muchos han querido tender para demeritar el título conquistado. “Nadie nos va a quitar lo bailao y habrá mucha gente que seguirá sufriendo por lo que ganamos”, dice Óscar Córdoba, aquel que hizo que los directivos pactaran unos premios sin percatarse la cantidad de dinero que habían firmado. “Les pedí que con esa plata, que no la tenían, compraran algo para toda la vida. Y en algunos casos les exigía que me mostrara la escritura pública de lo que habían comprado. Eso era lo que quería, que todos los de esta familia dijeran esto lo gané con la Copa América”, recuerda Maturana.
Veinte años después, los héroes de la única consagración del fútbol colombiano esperan volver a reunirse para darse ese abrazo que tienen pendiente. Nadie se iba a imaginar que “el chévere de la familia”, en palabras de Maturana, o el primero que Iván López buscaría para abrazar, no estará presente. Miguel Calero será uno de los ausentes. El otro vacío tiene nombre, Elson Becerra, quien falleció en su natal Cartagena cuando apenas tenía 28 años. Tímido, así lo recuerdan sus compañeros del 2001. Tal vez porque la entonces estrella del Deportes Tolima apenas se estrenaba con la selección. “Elson también era alegría, un chico de una fantasía única, como para adornar la estructura. Esa persona impredecible, que con una de sus acciones podía cambiar la historia en un momento nublado. Una persona respetuosa, musical, de alegría por todos los lados”, así recuerda Maturana a uno de sus pupilos, el que le robó unos lágrimas el 8 de enero de 2006, cuando conoció la noticia de su asesinato.
Sin embargo, sus nombres, junto al de los otros 20 jugadores que en 2001 defendieron el honor del fútbol colombiano, estarán y para siempre en el museo de historia de la Conmebol, en Asunción, esa ciudad a donde tuvo que viajar un presidente con siete alcaldes y un par de ministros, para que todo el país se uniera en un solo propósito: alcanzar la mayor gloria, de momento, del fútbol nacional. Si un 20 de julio se dio el grito de independencia, el del 29 de julio de 2001 fue el que provocó la mayor felicidad en la historia reciente del país, la única vez que nuestro fútbol ha gritado “Campeón”.
“Ojalá nunca vaya a tener a un argentino secuestrado en su país”: las palabras de Andrés Pastrana a Julio Grondona, cuando Argentina renunció a jugar la Copa América en Colombia
Ir al artículo
“Cinco palabras”, la charla técnica de Maturana antes de la final, según recuerda Juan Carlos Ramírez
Ir al artículo
“Me vi destituido, pero no podía hacerle un desplante a mi selección: Luis Antonio Palomino, el policía al que el Totono Grisales le quitó el casco.
Ir al artículo
“Los directivos nunca se imaginaron que saldríamos campeones”: Óscar Córdoba, el cerrojo del arco en cero
Ir al artículo
“La Copa América pesa mucho, menos mal me ayudaron a levantarla”: Iván Ramiro Córdoba, el primer colombiano en levantar el trofeo más antiguo del mundo
Ir al artículo
“Miguel Calero nunca saldrá de nuestros corazones”: Iván López el ‘pase-gol’ del título
Ir al artículo
“Fue triste, no tuvimos ninguna celebración”: el dolor de Mauricio Molina tras ser campeón de América
Ir al artículo
“Lo admito, era el hijo favorito del profe Pacho”: Elkin Murillo y sus memorias de la Copa América del 2001
Ir al artículo
“Lo que se vivió en el Campín, el corazón a duras penas lo aguantó”: Jorge Eliécer Campuzano, el relator del gol del título
Ir al artículo
“Jamás imaginé que Pacho me fuera a convocar”: Fabián Vargas, titular en la final de la Copa América 2001
Ir al artículo
“Gloria a Dios, una expulsión nos hubiera perjudicado”: Gerardo Bedoya salió campeón de América y solo vio una tarjeta amarilla
Ir al artículo