Mejores novelas gráficas 2022
Especiales Semana

La lista de novela gráfica: cuatro títulos narrados desde Colombia

La producción local de cómics es cada vez más numerosa y sofisticada. Novelas para ver y leer con avidez.

17 de diciembre de 2022
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La amenaza de una inminente colisión alienígena es la preocupación a la que se enfrenta el Imperio en su plan de colonización a través de una simulación impuesta sobre la realidad de todos los seres vivientes, pero este plan, tras una racha de fracasos, va en declive. Una científica, tratando de cambiar el rumbo inevitable del universo, opta por dejar que pase su vida sin encontrarle un verdadero sentido. Y Malintz, una niña víctima de este plan colonizador, es entrenada para ser espía y será quien descubra a los responsables detrás de la amenaza alienígena y se enfrentará a la flota de naves de origen desconocido. Esta novela gráfica ganó el Premio Distrital de Narrativa Gráfica Ciudad de Bogotá. Idartes.

Laura Valentina Álvarez

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En cinco lugares oníricos que evocan los cuadros de El Bosco y las ilustraciones de Lynda Barry o de Malcom Livingstone, una voz medrosa va narrando e hilando los pensamientos y las acciones de personajes quiméricos como el profeta Bacco de Tijuana, que pasea teorizando si es o no un infiltrado; el bollito derretido sin sombra que come helado en la playa; el mono de peluche que va en búsqueda de comida y se encuentra un reloj o la señora Li, que vive (o huye) en el estereotipo asiático entre dragones y chucherías. Por último está Ed Álvaro, un hombre promedio que vive en una ciudad con la burocracia y la violencia promedio. Los gatos son testigos silenciosos de esta cosmovisión surrealista que lleva el letargo de lo cotidiano a escenas entre cómicas, privadas e íntimas, pero no ajenas. El libro nos presenta seres peludos, casi líquidos y dionisíacos, cubiertos con apenas una tanga o una espada, que buscan objetos o palabras en misceláneas, palacetes y bosques. Este pequeño jardín de las delicias da aquella sensación de creer que entendemos lo que vemos, nos propone indagar, en el fondo de nuestra mente, una respuesta a una pregunta que en apariencia no fue dicha. Estas páginas son un puente para hablar del cuerpo (o de los cuerpos) y de su reflejo en la sociedad. Al final no todo debe tener algún sentido: es solo ir a pasear por la ciudad sin ver a través de las limitaciones terrenales y salir a comprar algo de comida china, esa es la conclusión.

Óscar Hemberth Moreno

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Sobrevivir al exilio: la aventura personal de Riad Sattouf y ‘El árabe del futuro’

El primer tomo de El árabe del futuro, de Riad Sattouf, se publicó en 2014 y desde entonces su historia se convirtió en un ciclón editorial, traducido a 23 lenguas, con tres millones de ejemplares vendidos. Este año salió en español el tomo 5.

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Ante la atmósfera nostálgica de ciertas biografías, que intentan describir a sus protagonistas y al tiempo en que vivieron, Millán y Pantoja crean un mundo singular visualmente, un tipo de espacio donde la ficción hace que sus personajes habiten entre los fragmentos de una vida construida, reconstruida e imaginada. Es entonces cuando se desvanece el umbral entre la biografía y la ficción, dislocándose la realidad con los sueños para conseguir algo semejante a una poesía visual que representa, en este caso, a Pablo Neruda. Hay una intención deliberada de construir atmósferas con viñetas silentes que enfatizan en momentos de su vida, de su rabia y de su enfermedad. Las elipsis entre tiempos y lugares evocan gráficamente un viaje al que se recurre desde un presente que termina y que exalta la poesía cotidiana de una vida extraordinaria.

Paula Pino

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Hablamos de bicicletas con sus pares de ruedas que semejan ventanas al paisaje que se recorre gracias a ellas. Hablamos también de oquedades, donde se asoma y se proyecta y se precipita la protagonista de Todas las bicicletas que tuve; oquedades donde se ocultan monstruos y donde puede florecer por tanto lo impensado. Siempre círculos: ruedas y collares y abismos, porque Powerpaola plantea un relato que se muerde la cola; como un ouroboro, que parte de la duda y nos aboca al misterio y vuelve a empezar. Un viaje marcado por las bicicletas que se han sucedido en la infancia y la juventud de cualquiera y por el mundo que nos han permitido conocer pedaleo a pedaleo, pensamiento a pensamiento.

Pero, ¿puede ser un círculo irregular? Pensándolo mejor, ¿acaso no alcanza un círculo la perfección gracias solo a tantas minúsculas y constantes irregularidades que acaban por vibrar al mismo tono? El cómic de Powerpaola pedalea a través de todo tipo de irregularidades vitales y creativas. Se pasea por la ficción y se pasea con calma por los procesos comiqueros que la alumbran, dejándose caer en las intuiciones y apoyándose en las incertidumbres a fin de rememorar esas sensaciones en el cuerpo y en la mente “que se quedan pegadas por días”.

Hablamos de autoficción, pues, a partir del recuerdo en sus páginas de las bicicletas que pasaron por sus manos, Powerpaola desgrana recuerdos, fantasías, contentos y desazones. Y hablamos de alegoría porque, de una manera secreta y esquiva, en última instancia muy reveladora, la autora nos habla de un proceso de apertura a la madurez que va más allá de su protagonismo evidente en primera persona para contaminar a la lectora. “No puedo evitar pensar qué significa que algo desaparezca. Que no lo vuelva a ver nunca más. Si alguna vez te vas, por favor, despídete de mí”, leemos en Todas las bicicletas que tuve. Y esa despedida implica un nuevo punto de partida, en el que la mirada hacia atrás, sin ira, se descubre la elección más sabia para que nuestros ojos acierten a proyectarse hacia nuevas conjugaciones de la vida, hacia nuevas conjugaciones del cómic.

El inconsciente, la oscuridad, el deseo y el miedo son factores irrenunciables de la ecuación. En ese sentido, el dibujo de Powerpaola en Todas las bicicletas que tuve es tierno y agresivo como solo puede serlo la pesadilla de una adolescente. Los contrastes entre blancos y negros, las brumas de grises, las apariciones fantasmáticas del color amarillo y los bocadillos trémulos cargados de preguntas y amagos de respuestas se disputan una concepción de la viñeta fluida y una construcción de la página libérrima. A nosotras tampoco nos queda otra que pedalear por este cómic, como cuando de pequeñas nos internábamos con nuestras bicicletas en el bosque y, entre el temor a avanzar hacia las tinieblas y la atracción por lo que intuíamos iba a descubrirnos algo, optábamos por seguir siempre hacia delante; por indagar, entre claroscuros y terrenos irregulares y traicioneros, en lo que en definitiva no era sino un reflejo de nosotras mismas.

Dice Powerpaola que las bicicletas la equilibran, que ha hecho de ellas las protagonistas de su cómic porque el movimiento perpetuo le garantiza transitar por sus facetas más nocturnas como autora sin perder nunca de vista el disco solar de la esperanza. Otro círculo. Otro pedaleo. Un paso más, porque en Todas las bicicletas que tuve también hay paseos a pie, “10, 20, 30, 80 cuadras”, hasta que las imágenes y los sonidos y las experiencias desembocan en un “se me amplió el horizonte”.

Eres hasta donde te atreves a pedalear, eres hasta cuando te atreves a caminar. Gastando neumáticos y gastando suelas de zapatillas, sobreviviendo a los errores y las melancolías y los dolores de crecimiento. Y piensas en todo ello, y lo (re)creas como autora y como lectora, y la rueda sigue girando hacia territorios desconocidos y hacia el hogar, que no son en nuestra vida sino una y la misma cosa: “Lugares incómodos, desafíos que motivan, procesos que animan a luchar”.

Elisa McCausland