¿Aprendimos algo de la educación en virtualidad?
Si bien la digitalización de los procesos educativos fue una respuesta eficaz ante el cierre de los colegios, agudizó las brechas entre estudiantes y planteó desafíos en términos de calidad de la educación. ¿Cuál es la lección aprendida?
La pandemia llevó a millones de estudiantes a quedarse en casa. El cierre de grandes centros de aglomeraciones, como colegios y universidades, puso a numerosas instituciones a probar nuevas formas de llegar a los alumnos, por lo que garantizar la continuidad del proceso educativo fue el mantra para muchos.
La virtualidad, en consecuencia, se impuso por la fuerza y se convirtió en la apuesta de las instituciones. Obviamente, esta transición tuvo un costo. Por el lado de los estudiantes, se hizo más difícil prestar atención y muchos experimentaron barreras de acceso, como la falta de internet o equipos.
Además, en los hogares las mujeres vieron duplicado su esfuerzo no solo para responder por sus labores en sus trabajos, sino también para mantener al día sus hogares. Las tareas escolares jugaron en contra del tiempo de las madres en la pandemia. El colegio no es solo el lugar sagrado del saber, sino la institución que ayuda a superar las barreras de género.
Por el lado de los profesores, se empezó a sufrir por la falta de contacto, pues el manejo casi natural de la diversidad en contextos presenciales es más complejo a través de plataformas digitales. Y quedó en evidencia la falta de destrezas y habilidades de muchos docentes para adaptarse a los nuevos modelos de enseñanza: virtual, sincrónica (a través de videoconferencias y llamadas) y asincrónica (a través de guías, cartillas y tareas).
Esa es la paradoja: la virtualidad ayudó, pero también complicó el proceso educativo. Y puso en evidencia las enormes falencias existentes. Según un estudio elaborado por Kahoot!, plataforma de herramientas virtuales para la educación, lo más difícil en los esquemas virtuales fue la falta de contacto social con los estudiantes. Eso respondió el 64 % de los 1.000 profesores encuestados en todo el planeta por esta firma. No obstante, tres de cada cuatro docentes consultados consideran que el aprendizaje virtual dejó algo positivo para los alumnos. Es decir, la educación virtual tiene tanto de bueno como de malo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advirtió sobre el impacto negativo del cierre de las escuelas físicas. De acuerdo con un estudio divulgado en agosto de 2020, el cierre de establecimientos fue casi generalizado: de 33 países, 32 decretaron cese de estudios presenciales a julio del año pasado (solo Nicaragua abrió). Eso afectó a unos 162 millones de jóvenes en la región. Con un problema crítico: las herramientas virtuales no están disponibles para todos, y para muchos alumnos faltar a la escuela significa poner en riesgo sus procesos de alimentación y nutrición, porque en el centro escolar reciben desayuno o almuerzo diariamente. Además, muchos profesores no estaban preparados para el nuevo modelo.
En lo puramente pedagógico, la brecha más significativa se manifiesta en el acceso a computadores, celulares y planes de datos e internet. Según la Cepal, en 2018 casi el 80 % de los estudiantes de 15 años que participaron en las pruebas PISA en la región tenía acceso a internet en el hogar, y solo el 61 %, acceso a una computadora.
En Colombia, el 80 % de los alumnos están inscritos en colegios oficiales, y, de ellos, cerca del 90 % proviene de hogares con bajos ingresos (estratos uno y dos). Además, el 63 % de los estudiantes de educación media en colegios oficiales no tiene ni computador ni internet en su hogar, por lo que no puede recibir clases virtuales, según el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana.
Para Eilert Hanoa, CEO de Kahoot!, “el cambio repentino a clases totalmente virtuales ha sido un desafío tanto para estudiantes como para educadores. Fue un cambio masivo por necesidad debido a la pandemia, lo que significó una curva de aprendizaje pronunciada”. ¿Se aprende o no? Una de las preguntas centrales es si las plataformas virtuales resultan efectivas en el proceso de aprendizaje. Según Hanoa, “algunos estudiantes pueden necesitar instrucción práctica para aprender de manera efectiva, mientras que otros prosperan con una experiencia de aprendizaje virtual”. En los nuevos contextos virtuales es necesario que las características particulares de cada estudiante sean tenidas en cuenta para mejorar su nivel. Por otra parte, es claro que la principal ventaja de la virtualidad es el aumento de la cobertura. En la medida en que los países logren superar sus brechas en infraestructura, mayor será el alcance de los procesos de educación virtual. Aquí la oportunidad es enorme.
Uno de los factores clave sigue siendo el rol del profesorado. Para Hanoa, “el cambio a clases virtuales ciertamente ha sido un desafío para los maestros, ya que han tenido que liderar tiempos inciertos y, a menudo, territorios inexplorados. Por otro lado, muchos educadores han aprovechado este tiempo para comprender mejor cómo aprenden los estudiantes y qué necesitan para tener éxito”. Este es un tema en el que todavía Colombia tendrá que trabajar muy duro.
Aún es muy pronto para sacar conclusiones definitivas sobre el papel de la virtualidad en los procesos de aprendizaje. Es claro que ofrece grandes oportunidades, pero plantea desafíos enormes. Por eso, apenas se pueda cantar victoria frente a la evolución de la pandemia, la educación volverá a pasar al tablero.