El hogar que salva a niños y niñas de la violencia
La historia de cómo un sacerdote les cambió la vida a varias generaciones de niños, niñas y adolescentes de los Llanos Orientales a través de la educación y el cuidado, arrebatándoselos a la violencia.
Un refugio en medio de la guerra
La historia de cómo un sacerdote les cambió la vida a varias generaciones de niños, niñas y adolescentes de los Llanos Orientales a través de la educación y el cuidado, arrebatándoselos a la violencia.
El conflicto armado en el Guaviare está relacionado con las dinámicas de colonización y economía de la coca, que se desarrollaron en este territorio desde la década de 1970. La incursión del Frente 1 de las Farc, a principios de los 80, estuvo relacionada con lo determinado por el grupo guerrillero en su Séptima Conferencia respecto a desdoblar frentes, cercar el centro del país y autofinanciar sus estructuras, lo cual favoreció su vinculación a la economía de la coca.
A lo largo de 1980 y 1990, el Frente 1 y el Frente 7, en menor medida, se convirtieron en el actor armado hegemónico, lo que les permitió ejercer el control armado sobre la población y sobre la economía de la cocaína. En respuesta a esto, los narcotraficantes del departamento conformaron grupos de seguridad privada, que a mediados de la década de 1990 confluyeron en el Frente Héroes del Guaviare del Bloque Centauros de las AUC.
La masacre de Mapiripán –muy cerca de San José del Guaviare–, en julio de 1997, fue el hecho que marcó la llegada de los grupos paramilitares a la región, la cual repercutió en la agudización del conflicto y la victimización contra las comunidades, que fueron estigmatizadas como “pueblos guerrilleros” y atacadas fuertemente por grupos paramilitares. Los enfrentamientos entre grupos paramilitares, guerrilleros y Fuerza Pública generaron profundos impactos en las comunidades del Guaviare, entre ellos el aumento del reclutamiento ilegal y el desplazamiento de niños y niñas por amenaza de reclutamiento.
“A la educación hay que ponerle mucho énfasis: educar para la vida y para la paz”
Luis Grajales, sacerdote
En ejercicio de su sacerdocio, el padre Luis Grajales ha estado en diferentes regiones de los llanos orientales colombianos. Su historia está atravesada por la preocupación ante las carencias y las violencias que ha visto en la región, y por el lugar en el que, en medio de ello, han quedado los niños y las niñas.
Su dolor y preocupación por la situación de los niños y las niñas comenzó en 1988, cuando trabajaba en un internado ubicado en un municipio apartado de Guainía, llamado Barranco Minas. A esta institución educativa llegaron miembros de la guerrilla de las Farc para llevarse a cinco niñas, a lo cual el padre Luis intentó oponerse discutiendo con los guerrilleros. Su historia es también la de sentir, indignarse y actuar para transformar desde lo que puede hacer en su día a día en su cercanía con las comunidades.
“Eso se hace en el momento preciso, uno no planea. Cuando llega el momento preciso de actuar, uno hace lo que puede”, dice el padre Grajales.
Sin embargo, los guerrilleros no desistieron y se llevaron a las niñas del internado. Así inició un profundo sufrimiento que perduró y que se reactivaba ante nuevos sucesos que tuvo que presenciar el padre, pero ahora desde una parroquia rural en Cerritos, al nororiente del departamento de Guaviare, a la que fue trasladado en 1994. Era un poblado de 12 casas, una capilla y 25 veredas, que también debían ser atendidas por el sacerdote.
Durante estos años, crecían la preocupación y la impaciencia del padre en situaciones como en la que un miliciano de la guerrilla decidió casarse con una niña de 9 años o en las que era testigo de cómo los niños y niñas se iban a la guerrilla. Vio en esos años que el futuro de los niños y niñas de esta zona rural se reducía a estudiar hasta quinto de primaria y unirse a la guerrilla, raspar coca o, en el caso de las niñas, a casarse con un adulto.
Habían sido muchas las experiencias que le indignaban. Y en 1998, cuando la amenaza de un futuro en la violencia caía sobre cuatro niños de familias muy cercanas a la iglesia, tomó una decisión, de esas que él mismo dice que no se planean, pero que se dan cuando es necesario actuar.
“Pensé en hacer algo para salvar a los niños y niñas que estaban en esa situación tan violenta. En ese tiempo, estaba construyendo una casa y decidí ponerla a su disposición, para que pudieran ir a estudiar y no se fueran a la guerrilla”, agrega el padre.
Se fue entonces con dos niños y dos niñas a la cabecera de la ciudad para alejarlos de la violencia. Incluso, aunque una de las familias se resistía, los aconsejó y los motivó a cambiar de opinión.
El padre Luis Grajales en un espacio del hogar, donde 260 niños y niñas esperan su refrigerio.
Impacto positivo
Ese fue el inicio de la transformación de vida de otros niños más, pues al ver que los cuatro primeros habían salido del riesgo de la violencia al irse a estudiar a la casa del padre, otras familias se animaron. Fue así como en 20 días, el padre Grajales ya tenía 20 niños y niñas estudiando en la casa que dispuso para ellos. Las familias, entonces, enviaban parte de sus cosechas para apoyar la educación de los niños.
En esta casa, que se convirtió en un refugio en medio de la guerra, los niños y las niñas hicieron primaria y bachillerato. Algunos siguieron sus estudios en el Sena y otros, con ahorros de sus padres o con esfuerzo propio, iniciaron una carrera en universidades, como la de Pamplona.
“Los padres de familia me enviaban en ese tiempo yuca, plátano y cosas del campo para la educación de los niños. Un día, un comerciante me visitó y me apoyó. Y gracias a todos ellos fueron saliendo muchos. Hay una cantidad de ex alumnas que son enfermeras, algunas profesionales y otras auxiliares; hay dos arquitectos, un gerente de banco… En fin, hay mucha gente que tiene su proyecto de vida hecho, eso indica que se cumplió el objetivo”, recuerda el padre.
Aprendizajes en clave de convivencia y no repetición
A través de sus diferentes acciones, el padre Luis Grajales buscó defender la dignidad de los niños y las niñas como personas. Este principio lo motivó a actuar y es uno de los aprendizajes de esta historia.
Desde su vivencia, el padre quiere resaltar la importancia de la educación y especialmente de la educación de las y los campesinos. Además del apoyo económico que debe haber en el campo para que la coca deje de ser la única opción de vida que les permite sobrevivir, de la importancia de crear políticas que comprendan la realidad el territorio, y de fortalecer el acceso a los derechos como la salud, para el padre la educación es un factor central para brindar un mejor futuro a la población rural, para que se eduquen para la vida, para que tengan un respiro.
“A la educación hay que ponerle mucho énfasis: educar para la vida y para la paz. No la educación actual, que no sirve prácticamente para nada. ¿Para qué sirve un bachiller, si el campo está abandonado?”, comenta.
Y concluye: “Cómo ponemos unos establecimientos educativos para que la gente se eduque para la vida y tenga un respiro. Todo esto necesita un estudio muy profundo para salir de esta crisis, porque mientras haya miseria, dificultades, siempre habrá violencia. Es que el hambre daña mucho la salud”.