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Si bien la pandemia logró poner a la educación en el centro del debate mundial, también evidenció la enorme brecha digital que impide a las poblaciones más vulnerables conectarse, acceder a la tecnología y poder continuar con su proceso de aprendizaje de manera no presencial. Urge redoblar los esfuerzos para cerrar esa brecha, fortalecer las competencias y habilidades digitales en docentes, padres, cuidadores y estudiantes e integrar la tecnología en el aula. Si bien comenzó el regreso a la presencialidad, el desafío está en no olvidar el terreno ganado ni desacelerar los esfuerzos por lograr conectar a todos los alumnos y sacarle el máximo provecho a la educación digital.

En Colombia todavía no han terminado de regresar todos los estudiantes a la presencialidad. De los 9,8 millones de niños y niñas que se matricularon en 2021, para el mes de septiembre solo 5,8 millones habían vuelto a las aulas. La cifra, recogida por el Observatorio de Gestión Educativa de la Fundación Empresarios por la Educación, hizo que la Procuraduría General de la Nación le enviara una comunicación a alcaldes y gobernadores pidiendo que garanticen el retorno de los estudiantes. El tamaño de algunas instituciones educativas en relación con el aforo de estudiantes, la escasez de agua y gel antibacterial en muchas de ellas y el deterioro de la infraestructura son algunas de las dificultades que han impedido que todos vuelvan. Adaptarse a las nuevas dinámicas de distanciamiento, tapabocas; además de nivelar a quienes durante el último año no lograron conectarse para seguir con las clases o emocionalmente vivieron situaciones de violencia, problemas económicos o la muerte de familiares por el virus han hecho aún más complejo todo el proceso. Será todo un reto nivelar a quienes lograron regresar y recuperar a quienes las circunstancias aún no les permiten volver. En medio de esta realidad sobresalen también experiencias esperanzadoras, de docentes, colegios y alumnos que han logrado vencer la adversidad.

La tecnología complementa pero no sustituye la presencialidad. Eso quedó claro después de la experiencia de más de un año y medio fuera de las aulas. Aprender a través de una pantalla nunca es igual que hacerlo en un entorno diseñado para que niños, niñas y jóvenes exploren el mundo, interactúen con sus pares y docentes, jueguen, intercambien opiniones, se apropien de los conocimientos y resuelvan dudas. Mucho menos si es imposible, como sucede en Colombia, garantizar que todos puedan conectarse para asistir a clase desde la virtualidad. La desigualdad social se hizo evidente, las poblaciones más vulnerables, en los lugares más apartados, han tenido que hacer malabares para seguir estudiando. La radio, chat de Whatsapp y guías impresas fueron la manera que encontraron muchos para no abandonar el sistema. Otros irremediablemente quedaron excluidos. Regresar a las aulas es todo un desafío, todavía faltan más de 3 millones de estudiantes matriculados en 2021 por volver. En las instituciones de educación superior, por ejemplo, varios alumnos prefirieron mantenerse en la virtualidad. Todo esto evidencia la necesidad impostergable de flexibilizar los currículos, que además deben responder a las nuevas expectativas y necesidades del mundo de hoy.

Aún persisten en el mundo grandes desigualdades de género en el acceso, el aprendizaje y la continuación de la educación. A pesar de los esfuerzos, en el mundo son más las niñas que los niños desescolarizados. De acuerdo con el Instituto de Estadística de la Unesco, 16 millones de niñas nunca irán a la escuela y hoy las mujeres representan dos tercios de los 750 millones de adultos que carecen de conocimientos básicos de alfabetización. Algunos de los principales obstáculos que impiden que ellas ejerzan su derecho a estudiar y beneficiarse de la educación son la pobreza, el aislamiento geográfico, el matrimonio y embarazo precoz y la violencia de género. A pesar de este complejo panorama, las mujeres han buscado abrirse espacio en áreas del conocimiento tradicionalmente masculinas como la de la ciencia y la investigación. El camino por recorrer es largo y los desafíos todavía muy grandes pero en países como el nuestro hay ejemplos que nos demuestran que es posible un cambio.

La pandemia también reafirmó la necesidad de preparar a los estudiantes en el manejo de sus emociones. La incertidumbre que generó la emergencia sanitaria, los efectos del aislamiento y de tener que continuar, en el mejor de los casos, con las actividades de la vida cotidiana pero de manera virtual generaron en niños, niñas y adolescentes angustia, estrés, miedo. Sentimientos que muchos ya han experimentado o pueden volver a experimentar al tener que enfrentarse a situaciones como el acoso escolar, el ciberacoso, violencia intrafamiliar, conflictos o situaciones cambiantes de la vida misma. En la medida en que las personas adquieran una madurez emocional estarán mejor capacitadas para adaptarse a nuevas situaciones, manejar mejor la angustia que genera el cambio repentino de las rutinas. En Colombia existe un programa liderado por el Ministerio de Educación que busca el desarrollo de competencias socioemocionales y les entrega a los docentes herramientas para que puedan promoverlas en el aula.

El desarrollo de habilidades empresariales sigue siendo una de las principales falencias de los jóvenes en Colombia. Todavía existe una desconexión entre lo que muchas veces se enseña en las aulas universitarias y lo que se debe saber para ingresar al mundo laboral. El costo de capacitar a un recién egresado para que pueda realizar con éxito su trabajo es a veces demasiado alto para las compañías. No saber priorizar las responsabilidades, tener una comunicación asertiva o resolver problemas de manera eficiente son algunas de las habilidades que desde el sector empresarial se extrañan en quienes aspiran a ingresar al mercado laboral. Esta realidad ha vuelto indispensable que exista una sincronía entre lo que se enseña en los programas profesionales, técnicos y tecnológicos con las expectativas de los futuros empleadores.