ALBERTO LLERAS CAMARGO
Alberto Lleras Camargo
Nació en 1906, murió en 1990.
Fue periodista en La Republica en 1923 y luego viajo Argentina, donde trabajó para La Prensa. En 1946 fundó la revista SEMANA
Fue ministro de Gobierno, Educación y Relaciones Exteriores, además de ser el primer secretario general de la OEA. Creó el Frente Nacional junto con Laureano Gomez, en España.
Fue elegido presidente y gobernó entre 1958 y 1962. Se destacó como escritor y entre sus principales obras se encuentra el libro Mi gente, obra autobiográfica de gran importancia.
DE ENTERA SOLVENcia intelectual. Un político racional de acción y de combate, en que operaba la virtud que más necesitamos en nuestra vida publica: la conciencia moral.
Que amó intensamente a Colombia y a sus conciudadanos, que soñó por ellos y por ellos luchaba, que los gobernó dos veces en épocas de crisis profundísimas y de tensiones límite, irradiando un portentoso poder de convocatoria y una lucidez imaginativa sentida y practicada.
Consciente de la fragilidad de la civilización y de la solidez de la barbarie, se enfrentó a la dictadura para defender, inerme, la maltratada dignidad de la criatura colombiana y restablecer la convivencia democrática perdida.
Llegó al poder con la convicción de la necesidad de la participación de los partidos en la dinámica política, entendidos como doctrina y no como dicterio, pactada la pacífica convivencia con el discrepante, y muy resuelto a democratizar rápida y auténticamente el país con un 'propósito nacional' bien determinado, proyectando la idea de una sociedad distinta en una acción concreta. Antes de él vivíamos la historia de las viejas civilizaciones ensimismadas que no cambiaban nunca. Después de él, todo lo que pasa en torno nos importa y ya nada nos queda lejos en el mundo, ni en Colombia, como antes.
Hombre de más de un solo libro, a través de todos los obstáculos despertó "la lucha del hombre contra el aparato" que iniciaron con coraje y conciencia los hombres del Olimpo Radical de fin de siglo, y fue el fundador, el director, el jefe de redacción, el alma, el todo del diario El Liberal, cuartel general del partido y periódico de barricada del gobierno progresista, desde el que disparaba sin descanso con el honrado liberalismo de su espíritu ideas de munición para defender y sacar adelante las iniciativas de justicia social, de afirmación de la libertad civil y religiosa, de la dignidad personal de no molestar al ciudadano: esa vida mejor que la 'Revolución en marcha' de López brindaba al pueblo, rompiendo el crispado aferramiento a los privilegios seculares de las fuerzas político-religiosas, la dura alianza entre el altar y el trono que amargo las horas de muchos hombres, para poder poner en marcha =¡contra qué gentes!= ese hermoso proyecto de reforma social que el drama de la historia de Colombia se tragó para siempre.
Nos conocíamos de mucho antes, y allí, en el periódico, nos conocimos más, más nos unimos él y yo, dos personas tan distintas entre sí como entre sí conexas, convirtiéndonos en amigos entrañables durante los años más centrales de mi vida en los que mi existencia tuvo en él una de sus claves más secretas.
Sí, él era distinto, definitivamente.
Insólito entre todos nosotros, pulcro, clásico, bien abrochado, su proxémica distante, ajeno al mundillo político de entonces, de reinados y batallas y extraño a la cómoda predestinación política habitual entonces. Tal vez por eso mismo, fue un maestro.
Su elegante indolencia, su inteligente humor irónico, esa desconcertante capacidad para entender y coger al vuelo las ideas, cortante como la Navaja de Ockham el escolástico, asombroso expresándose, deslumbrante su inteligencia y certeras y oportunas sus palabras, dichas con su voz sonora, inconfundible que iban dejando la impresión inequívoca de ser más persona que personaje, que en su caso el personaje no desbordaba a la persona, como ocurre en tantos otros casos conocidos.
Escrutador insobornable, valiente y exacto de la posibilidad política, una vez me dijo: iCon Alfonso López Pumarejo y el partido, yo, como político, no necesito nada mas!
Una síntesis exasperante de todas las virtudes y todos los defectos del pueblo colombiano, escribió de él Juan Lozano y Lozano. Que andaba con un tratado de límites de bajo del brazo decía Téllez, un político de bajas temperaturas en el que predominaba el demonio de la inteligencia, desmesuradamente literario, un ente de razón que fijaba fronteras infranqueables para el diálogo, majestuoso, imperial, que Federico García Lorca lo vio frío y distante, se decía de él, y así nació la leyenda y se formó el mito del Monarca.
Pero no, él no era así definitivamente.
De todo eso hablábamos, cómo no, en nuestras largas conversaciones albergue grato para comentar libremente, los dos, a solas, lo que en torno a nosotros sucedía, mezclando inevitablemente temas, tiempos y vivencias, una forma de paliar el retirado silencio en que vivía cuando las tareas del poder político cesaron, cuando solo éramos embajadores de un tiempo pasado, y cuando ya todo en su vida honrada y serena era nostalgia, suyas son las palabras, y el país ya empezaba a dar muestras de haber sido convertido por la irritante desigualdad social, la masificación y el desconcierto, la corrupción y la desmesura, en un oprobioso lodazal.
Porque nuestra mutua amistad nos permitió hallar en ella todo lo que en ella él y yo buscábamos, compañía, consejo, ayuda y cuando este fue necesario, consuelo.
Hablábamos de política, por supuesto. De la actitud de nuestra intelligentzia; de la mezquina nómina; de los peligros de la munificencia oratoria de los demagogos; de la componenda del poder político con los poderes del capitalismo, evocando la funesta alianza entre el régimen nazista y Krupp en Alemania que condujo a la pérdida de millones de vidas humanas y a la atroz destrucción de ese país; de las doctrinas tan liberales en su fondo, implícitas en el "convienes que haya herejías" del catolicismo paulino; de su vehemente exigencia de "incorporar al pueblo" mediante una profundas revolucion en las estructuras económicas siempre insoslayable y siempre urgente, uno más en la serie de los proyectos que a mala hora no se pudieron llevar a término.
Un día se despidió de mí diciéndome con su risa franca: ¡Política! ¡Cómo será lo que encierra esa palabra, que a la suegra le decimos madre política!
Y hablábamos de los políticos, claro está, a los que estimaba, sí, pero prefería estimar de lejos. Con muy pocas personas, con poquísimas, tenía 'onda'. Y con la sonrisa de quienes han aprendido que la vida política es un perpetuo desengaño, me usó una patética estrofa de Unamuno: "Los miro como se mira a los extraños". y continuó: va a mi edad lo único que logra a veces escandalizarme es la ingenuidad...
Había también cansancio, el íntimo cansancio de estar metidos en una empresa política, yo como su ocasional teorizante, profunda exigencia vital que no nos había conducido a parte alguna y que la realidad misma y la indiferencia nacional, había convertido en utopía, cuando solamente la pelea parece ser el destino cierto de los colombianos. Si la lucha es por ideas, solia decirme, por convicciones personales y no por ambición de poder, la tentación de dejarlo todo es constante.
Inagotable tema, ese de la política...
Hoy sigue en mi memoria, viva y cálida la admiración profunda que sentía hacia Misael Pastrana Borrero, con quien se sentía muy afín, y a quien lo veia capaz de sacrificarse limpia y valientemente por su ilusión y su esperanza: la de mejorar nuestro destino colectivo, la de instaurar la pacífica convivencia entre todos nuestros compatriotas y afianzar una paz cultivada y cordial en todos los rincones del país.
Me lo decía con su hablar claro y castizo, en un idioma certero que él contribuyó a formar para hacer del pensamiento un universo exquisitamente diferenciado insertándole vocablos novísimos que rompen con la tradición binaria y maniquea del sí o no, del vivo o muerto, del blanco o negro, y dan paso a un nuevo vocabulario de actitudes que transforman por primera vez en nuestro idioma la aseveración en pregunta, la pregunta en exclamación, y la exclamacion en una tranquila meditación, haciendo más fluidos la construcción y el ritmo de las frases, como en un idioma de cristianos viejos, misteriosamente racional, como hablando en italiano, como en la poesía lunfarda, cultura oculta americana que trasegara muy joven en La Prensa de Buenos Aires como en los versos de la rabia y de la idea, los de Francisco Giner de los Ríos el hermano de la luz y de Machado, y cuya muerte enmudeció a España.
La Reforma del lenguaje que fracasó con Núñez, la realizó Lleras finalmente.
Su desaparición dejó en mi alma, la cegadora admiración que siempre me inspiró, esa vivencia del nevermore, el nunca más de Edgar Allan Poe, y un inacabable desastre.
Y a todos los colombianos nos dejó el ejemplo orgulloso de su espíritu recto: "No tengo ningún mérito en mi pobreza y ésta me importa un higo ".
Su recuerdo será de larga memoria: nadie lo llevó más justo, pudiéndose decir de él, tal vez del único, esa bella sentencia que un célebre romano reservaba a los grandes de la República, aprendida de refilón en las clases de latín macarrónico en el colegio, al lado de Hernando Santos, tan ejemplarmente fiel a la memoria del común amigo y a quien ni siquiera el torbellino de la dirección de El Tiempo ha logrado quitarle de sus ojos la mirada de muchacho inteligente.
Decía así el romano:
"Hizo cosas dignas de ser escritas,
Y escribió cosas dignas de ser leídas. ".