Ahora construyen su futuro en la cancha
En Barranquilla, las pandillas operan con dinámicas distintas según el sector de la ciudad en que se encuentran. Esto requiere de las autoridades una atención diferencial que tenga en cuenta las particularidades de cada una.
Mientras las nubes oscurecen el cielo de Barranquilla, jóvenes pandilleros suelen desafiarse en un singular e invariable ritual, escenificado en barrios deprimidos. Comienza con provocaciones en redes sociales y varias veces se salda con sangre tras intensas luchas bajo la lluvia.
Entre truenos, algunas calles se convierten en caudalosos arroyos que fuerzan a la gente a buscar refugio, mientras bandas rivales se enfrentan bajo el temporal. Antaño se arrojaban bolsas con agua, pero el juego se ha vuelto más serio: ha pasado a piedras, armas blancas, changones y revólveres.
Este cuadro le resulta familiar a Rigoberto Hurtado, de 22 años, exjefe de los CMR (por él es la R), una pandilla de 15 miembros que se dedicaba a ‘cuidar’ el sector bajo del barrio Santo Domingo, en el suroccidente de la ciudad. “Ingresé a los 13 años y veía las peleas como un juego. A los 16 tuve mi primer revólver”, afirma, sin desconocer los riesgos: “Cuatro veces me hirieron y me salvé. Pero lo peor es dañar a otro. Muchas noches no dormí”.
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César, de 25 años y otro exlíder de la banda, prefiere reservar su apellido. “Era joder o que te jodieran”, sostiene, y acepta que se drogaron y que participaron de la violencia. Recordó también que por años estuvieron ‘encerrados’ en su barrio por la rivalidad con bandas vecinas.
El documento de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que caracteriza a las pandillas en varias ciudades del país señala que en las localidades Suroccidente y Metropolitana estos grupos marcan y aseguran un pequeño territorio. Luego lo defienden de rivales, de la delincuencia u otras amenazas, lo que da lugar, como consecuencia, al nacimiento de fronteras invisibles.
Al otro lado de uno de esos límites estaba Omar Utria, de 25 años, uno de los 30 miembros de los Pepos, adversarios de los CRM. Entró al grupo a los 17 años y peleaba para pasar el rato. “Nadie me vencía, hasta el día que nos dieron bien duro. Casi me matan, me rompieron toda la cabeza”.
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Para estos tres jóvenes esta era ya pasó, pero ven con inquietud a quienes los suceden. Los describen como cada vez más pequeños, entre los 10 y los 13 años, al entrar. Consumen marihuana, cocaína o drogas sintéticas, y fácilmente portan armas de fuego.
En la localidad Suroriente la situación es diferente. Según el informe de FIP-OIM, “allí la agrupación de jóvenes queda absorbida por el crimen organizado”, que los instrumentaliza para cometer conductas delictivas, entre ellas, porte de armas, extorsión, sicariato y microtráfico.
Álex Meza, de 43 años, pastor en una iglesia evangélica del barrio La Chinita, ha vivido en carne propia la problemática y hoy contribuye a resolverla. Desde pequeño vivió inmerso en el crimen, su padre se dedicaba al microtráfico y su madre le regaló su primer revólver a los 15 años. Luego, una espiral de violencia lo llevó de las pandillas al paramilitarismo, que dominó el narcotráfico y otras actividades ilegales en la ciudad hasta 2006.
Luego de pasar por la cárcel y perder a un hermano en el conflicto, Meza trabaja para resocializar jóvenes de pandillas e intermedia cuando hay lío. Pero no es fácil porque ellos “son más agresivos y no respetan a la familia ni a la comunidad”. Si bien hay oferta institucional, él la considera insuficiente, pues “faltan empleos que eviten la reincidencia”.
Frente a este panorama, la Alcaldía ha puesto en marcha el programa Vuelve y Juega, que busca “estimular la cohesión social y generar vínculos” alrededor del fútbol, con presencia en 22 barrios priorizados y con una cobertura de 1.700 usuarios. Es heredero de Va Jugando, en el que participaron Rigoberto, César y su otrora contrincante, Omar.
Estos jóvenes manifiestan que este esquema fue un factor de cambio. Rigoberto afirma que decidió abandonar la pandilla a los 18 años al sentir que no había hecho nada de su vida. Aunque lo ronda el desempleo, se ha capacitado y sabe ganarse el pan. Pronto será padre.
Además de la oferta institucional, en Barranquilla operan programas impulsados por la sociedad civil, como Záfate del Uso, de la Pastoral Social, que con actividades como el hip hop contribuyen a evitar que los jóvenes se vinculen a la violencia.
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Sin embargo, el documento de FIP-OIM advierte que en Barranquilla es importante tener en cuenta las particularidades de cada zona e identificar los factores protectores (familia, programas de formación para el empleo, educación) para diseñar los programas que vinculen a los miembros de las pandillas. Para ello, una de sus propuestas es “generar capacidad institucional con recursos específicos y una oferta permanente en prevención, eficientemente difundida”.
Planilla en mano, César coordina los partidos de fútbol en Vuelve y Juega. En la polvorienta cancha de Santo Domingo les habla a los más pequeños de las vicisitudes de la vida en las pandillas y les pide acordarse de sus mamás, “verdaderamente son las que sufren”.
Omar se convirtió en figura de Vuelve y Juega. Un equipo del que hizo parte, compitió un Mundial de fútbol callejero en Brasil y trajo el título. Gestó el programa cuando lo ‘exportaron’ a Bogotá. Su popularidad le dio para aspirar a la Cámara de Representantes en 2018 y, aunque tuvo muy pocos votos, le gustó intentarlo.
Ellos representan las historias de quienes decidieron dar el paso y salir de este aciago mundo, pero en el camino quedan los que perdieron la vida, quedaron con discapacidades o se hundieron en las drogas. Aunque siempre es posible recaer, ellos ya hicieron lo suyo y ahora el balón está en poder de la sociedad. ¿Cómo lo jugará? •