Especiales Semana

BAZUCO, EL VICIO DEL DIABLO

El bazuko, nueva y peligrosa droga, empieza a consumirse masivamente en el país

15 de agosto de 1983

Nada parece importar, y el centro del mundo es esa mesa cargada de colillas de Marlboro y polvo acanelado. En una pieza del barrio Restrepo, cuatro muchachos entre los 18 y los 24 años han pasado la noche entera dándole al bazuko. Dos son estudiantes, uno es mecánico y el otro zapatero. Han escuchado mil veces "Woman from Tokio" y otras canciones de rock pesado, mientras se pasan de mano en mano una botella de brandy. Empezaron invirtiendo nada más que los 400 pesos que cuesta una papeleta, pero el zuko, que no perdona, los ha ido llevando cigarrillo tras cigarrillo, arrastrándolos al embale, o sea creándoles la necesidad creciente y compulsiva de consumir cada vez más droga. Para conseguirla, han tenido que salir a empeñar los relojes y los electrodomésticos de la casa. Incapaces de parar, los cuatro "zukeros" han gastado más de $ 40.000 en esa sola noche. El humo que corre por sus cavidades nasales y el olor que desprende la droga les produce una gran euforia, una sensación de capacidades potenciadas y de supremacía personal. Sin embargo el momento de embrujo dura muy poco -unos cinco minutos- y lo que viene después es una terrible insatisfacción y depresión, acompañadas del ansia de meter más bazuko para volver a ganar ritmo.
La misa negra de la bazukeada puede durar 36 horas o más, durante las cuales se consume droga ininterrumpidamente, sin parar para dormir o comer. Al final viene el infierno: las caras pálidas, el temblor, los labios resecos, los ojos inyectados, los cuerpos que se refugian en los rincones para morder sábana (tratar de dormir sin lograrlo). El estado de exaltación anterior es seguido ahora por el desaliento y la taquicardia, la angustiosa noción del propio deterioro, el remordimiento y la paranoía, los firmes propósitos de dejar el vicio.
Sin embargo, la pérdida de apetito y de energías que caracterizan a los días siguientes, vuelven a crear necesidad de un nuevo pase. Una sóla papeleta basta para volver a poner la rueda en movimiento, y el zukero, embriagado por el aroma del cigarro, reactiva el pacto secreto de su autodestrucción y vuelve a caer en el engorile perpetuo entre el deseo siempre creciente y la satisfacción nunca total.

CONSUMO MASIVO
Los colombianos, más o menos hechos a la idea de que en el país la droga que se produce se exporta pero no se consume internamente, empiezan a registrar con asombro un nuevo fenómeno: el bazuko se consume masivamente en el país, ha penetrado en todos los sectores sociales y en la población de todas las edades. En cualquier barrio de cualquiera de las grandes ciudades colombianas hay por lo menos una olla, o lugar de expendio; los diarios han denunciado recientemente que en algunas regiones los padres se la suministran a los niños desde los seis años; el consumo de droga, generalmente circunscrito al ámbito urbano, se ha extendido al campo, y hay inclusive tribus indígenas, entre las cuales la coca siempre se utilizó con claros fines culturales y religiosos, que se han aficionado al bazuko quebrando su tradición cultural y en un claro síntoma de deterioro y descomposición. El susuki, como también se lo llama, atrapa a muchísimas mujeres, que con frecuencia tienen que recurrir a la prostitución para costearse el implacable vicio. SEMANA interrogó a los rectores de dos colegios del norte de Bogotá, que pidieron mantener su nombre en reserva, y que mostraron preocupación por la rápida difusión del hábito del bazuko entre sus estudiantes.
Dado que se trata de una droga altamente peligrosa y de efectos no particularmente placenteros por la brevedad de su acción y por la fuerte ansiedad que despierta, la única explicación aparente para que se haya generalizado su consumo es su precio accesible. Los $ 400 de una papeleta, que alcanza para unos cuatro cigarros, han permitido que el bazuko, considerado "la coca de los pobres", extienda su dominio.

DESPLAZA A LA HIERBA Y A LA PERICA
Hacia los años sesenta, el consumo de droga en el país estaba monopolizado por la marihuana. Ser burro (marihuanero) era lo respetable entre los drogos, que rara vez se le medían a alucinógenos más sofisticados, como las mandras, los rollero los hongos.
La coca seguía siendo patrimonio casi exclusivo de las tribus indígenas, que la venían mambeando desde antes de la Conquista.
Sin embargo, hacia finales de los 70's, con el término de la bonanza marimbera y la intromisión de Colombia en el creciente tráfico internacional de coca, algunos colombianos empezaron a conocer los efectos de la nueva droga. La cocaína pura (perica) empezó a desbancar a la marihuana, pero sólo en los estratos altos, por su elevado precio. Y era éste precisamente el que hacía que esta droga fuera todo un símbolo de status social y una demostración de poderío económico. Sacar una bandeja de cocaína en una fiesta y ofrecerla a los invitados, era más o menos equivalente a dar, 20 años atrás, una fiesta bailable con la orquesta de Lucho Bermúdez. El cimbronazo de lucidez con que la perica golpea el cerebro, ahuyentando el cansancio, estimulando todos los sentidos y aumentando la capacidad de trabajo, hizo que se pusiera muy en boga en particular en ciertos medios profesionales e intelectuales. Al igual que en los Estados Unidos, grupos de banqueros y de ejecutivos en Colombia empezaron a encontrar un motivo de prestigio en el consumo de la perica, que se convirtió en la droga snob. El éxito de la cocaína en las fiestas se debía también, en buena medida, a que uno de sus efectos consiste en neutralizar la borrachera producida por el alcohol, permitiendo así el consumo de cantidades de trago muy por encima de las normales.
Todo esto, sin embargo, quedaba circunscrito a una élite social, mientras que el resto del país ignoraba la cocaína. Por eso, más de 13 toneladas del producto pasaron intactos por el país, con destino al mercado de los Estados Unidos, donde sí había entrado a ocupar un lugar central en el consumo de droga.
Tras la crisis de la bonanza de la marihuana, los cultivadores de esta hierba le pusieron el ojo a los extensos terrenos baldíos perdidos en los Llanos Orientales, a las orillas del río Orteguaza (Caquetá) y en el Bajo Cauca, y en ellos se dedicaron a producir coca. Hacia 1981 ya eran miles las hectáreas sembradas y, sin embargo, el negocio no pintaba bien.
Las razones eran evidentes. Los controles en Estados Unidos se habían intensificado y era mucha la cocaína pura que se perdía incautada, lo cual hacía los riesgos demasiado altos. Por otro lado, el procesamiento de la cocaina requería grandes inversiones, dado que para llegar al polvito blanco hay que tener complicados laboratorios, quimicos expertos, temperaturas exactas. A esto se sumaba la mala calidad de la hoja de coca colombiana, que tiene poca savia y un bajo contenido alcaloide, lo cual dificulta aún más su procesamiento, le resta calidad y la hace menos solicitada por la demanda exterior que la cocaína peruana o boliviana. De dos kilos de coca nacional sólo resultan 1.500 gramos de sustancia realmente pura.
El resultado final era que el 40% de la producción de cocaína se quedaba en bodega y el exceso de oferta ocasionaba una baja inevitable en el precio. Un kilo de cocaína, que tres años atrás costaba un millón de pesos, llegó a valer $ 600.000.
La única forma de incentivar el consumo era fomentarlo dentro del país, haciéndolo popular y masivo. La fórmula, mágica para los traficantes y mortal para los consumidores, apareció unos meses atrás: el bazuko, o base de la coca.
La fórmula para procesar el bazuko no cuesta prácticamente nada, razón por la cual su precio es bajo. Al tratarse de una industria domestica (ver recuadro), los traficantes se ahorran además los laboratorios y demás dificultades que implicaba la cocaína. Por otro lado las autoridades colombianas, más preocupadas por el problema del narcotráfico, que era el central hasta hace unos meses, aún no han montado un buen sistema para combatir el consumo interno, y ni siquiera poseen datos confiables sobre cómo y dónde se da la drogadicción entre los colombianos.

REPARTO A DOMICILIO
Armados de todas estas ventajas, los comerciantes de la droga sólo tenían que agilizar los canales internos de distribución. De los laboratorios domésticos, la droga es sacada, por lo general en lotes de 15 a 20 kilos, en lanchas o buses hacia las localidades cercanas. Es común que la mercancía viaje en la Flota Bolivariano, o en camiones con tanques de agua, donde se la coloca aislada en plástico. Así se evita que las autoridades la detecten por el olor que despide. En muchos retenes, bastan $ 20.000 para pasarla sin problemas.
A Medellín llega proveniente de Urabá y diversas zonas del Chocó, y las grandes cantidades que entran son rápidamente subdivididas y repartidas por puestos y bares de la carrera 70 y aun por las residencias de los barrios elegantes de la ciudad.
En tierra caliente, un gramo de bazuko cuesta alrededor de $ 150 pesos, y a menudo a los jíbaros (vendedores) lo regalan para empezar a enviciar a su potencial victima.
En Bogotá, hacia las 5 de la tarde, llegan a la Plaza de los Mártires los camiones que cargan el bazuko. Allí es dividido en gramos que se venden a $ 800 y comprado por expendedores que los subdividen en papeletas. Hay varios lugares a lo largo de la Avenida Caracas, entre las calles 26 y 19, donde la droga se consume y se distribuye, entre ellos algunas residencias, cada uno de cuyos cuartos es ocupado por tres o cuatro parejas que hacen una vaca para comprar bazuko en forma de queso y le dedican la noche a consumirlo. En Ciudad Kennedy, los jíbaros esperan en las esquinas para abordar al transeúnte. En ciertas tiendas, al pedir una Coca-cola, le deslizan al cliente en la mano una papeleta. En ciertos supermercados, el santo y seña es pedir una caja de fósforos: dentro contiene la droga.

La Perseverancia es otro "Unicentro" del bazuco. La venta se hace cási sin intercambiar palabras, en un "toma y dame" que sólo toma segundos.
Más hacia el norte, por la carrera 15, los clientes paran frente a las ollas (lugares de expendio), no se bajan del carro y lo mantienen prendido mientras negocian, para arrancar a toda velocidad tras la compra. En el norte también proliferan los fumaderos algunos de ellos en elegantes discotecas.
Aparte de los negativos efectos fisiológicos que de por sí tiene la cocaina, el bazuko tiene tantos otros debido al rudimentario método y las sustancias tóxicas con que es procesado. A esto se suma el hecho de que quien empieza a consumirlo, generalmente termina haciéndolo en grandes cantidades, porque crea dependencia y desemboca en el vicio con más rapidez que otras drogas.
Tras su consumo, los efectos inmediatos son la piel amarilla, los labios chupados y resecos, la lengua adormecida, las pupilas dilatadas, el temblor en el cuerpo. A las semanas de consumo sostenido, se experimenta pérdida total del apetito con la consiguiente disminución de peso, incapacidad de concentrar el sueño, aletargamiento, cansancio permanente, desinterés por todo, fatalismo ante cualquier problema, obsesivo sentimiento de culpa. Más a largo plazo -unos cuantos meses de adicción- los médicos han comprobado que puede ocasionar atrofia cerebral, deterioro de las neuronas, diversas afecciones pulmonares, ceguera e infecciones al hígado y los riñones. Las consecuencias psiquicas no son menos alarmantes: se empieza por la ansiedad desbocada, los miedos irracionales y la paranoía, y lentamente se va desembocando en la pérdida del deseo sexual, la impotencia y la frigidez, el bloqueo emocional, el autismo, los daños irreversibles en el sistema nervioso y otra serie de defectos de conducta que acaban destruyendo la personalidad.
La lumpenización es otro fenómeno generalizado entre los aficionados al bazuko. La dependencia frente a la droga les hace recurrir a cualquier método para conseguirla, incluyendo robos -primero en la casa de la propia familia y después a terceros- atracos y prostitución. Si a esto se suma la incapacidad para estudiar o trabajar que ocasiona, y la agresividad incontenible que en algunas personas despierta su consumo, se comprende cómo muchos adictos se ven de la noche a la mañana convertidos en delincuentes. Dada la ausencia de centros de rehabilitación -en la actualidad en Bogotá sólo uno, "REVIVIR"- los zukeros generalmente van a parar a la cárcel, donde su proceso de descomposición personal se acelera aún más. Este es, pues, el tristemente célebre bazuko, conocido en otros países donde ya experimentaron su flagelo como "el vicio del diablo", y que en mala hora ha venido a regarse por el país.

¿QUE ES EL BAZUCO?
En el argot de los adictos, se le llama bazuko, baserolo, susuki, zuko, y es, como droga, una de las más tóxicas que se pueden ingerir. Es, en esencia, extracto crudo de las hojas de coca sin refinar. Su procesamiento es tan elemental que generalmente se produce a nivel doméstico: se macera la coca liberando la savia, se rocía con bicarbonato, se disuelve en gasolina y se filtra. A menudo se utilizan también ácido sulfúrico, cloroformo, éter y kerosene. El resultado es una base de coca, altamente venenosa y peligrosa por cuanto no se sabe a ciencia cierta qué sustancias la componen.
Generalmente, además, se vende adulterada con harina de plátano Cerelac, azúcar, harina de trigo maizena u otros elementos. Otro procedimiento para llegar al bazuko -éste sólo para los ricos- es el patraseado, que consiste en partir de la cocaína pura y "echar para atrás" disolviéndola en agua y mezclándole amoníaco.
Se considera que el bazuko es de "calidad " cuando se lo pone al fuego en una cuchara y se convierte en grasa. Generalmente, es un polvo que se fuma. Raras veces se inyecta o se aspira por la nariz y la boca, como la cocaína.

TESTIMONIOS
Hace un año y medio, Gabriel S. se sentó al borde de una transitada avenida de Bogotá y no quiso volver a levantarse de allí. Tenía 26 años, y según confiesa, "pasé días y noches tratando de decidirme a tirarme a un carro". Doce años antes había empezado a consumir drogas, pasando por las pepas para llegar finalmente al bazuko. Cuando se le cerraron todas las vías para conseguir decentemente el dinero para alimentarse el vicio -la familia lo había echado de la casa, no tenía ninguna posibilidad de encontrar trabajo- se unió a una banda de ladrones de carros. Fue a parar a la Cárcel Modelo. Hace unos meses ingresó al Instituto de Rehabilitación de Drogadictos "Revivir", donde arrastra penosamente su proceso de recuperación. "Lo que quiero es volver a ser persona a ver si puedo estudiar", dice levemente esperanzado.
Ramiro C. es un zapatero de 22 años, que pasaba sus ratos libres fumando marihuana. Hace un año probó el bazuko y desde entonces no lo pudo dejar. Pasaba las noches en los bailaderos de salsa del barrio Restrepo, donde lo buscaban quienes querían comprar objetos robados. El los conseguía y así lograba juntar entre $10.000 y $ 15.000 semanales, que consumía íntegramente en droga. Recuerda que su primer cliente le pidió un secador de pelo, y él se lo robó a la hermana para vendérselo. Un día le vendieron bazuko adulterado con escopolamina, y él sin saberlo consumió una gran cantidad, lo cual le produjo una agresividad que nunca antes había sentido. Empezó a correr enloquecido por las calles del barrio Ilegó a una casa de gente desconocida, echó abajo una ventana del segundo piso y penetró. El dueño de la casa lo encañonó con un revólver, ante lo cual él saltó del segundo piso a la calle y se destrozó las dos piernas. Se salvó de la cárcel porque pudo demostrar que le habían hecho ingerir burundanga. Acudió a "Revivir" a pedir ayuda, y allí lo interrogó SEMANA.