Especiales Semana

Belisario Presidente

Desafiando todos los pronósticos, el hombre de Amagá derrota a López Michelsen. Análisis de SEMANA.

8 de junio de 1992

A NOCHE TERMINO MUCHO ANTES DE lo previsto. El "votofinish" que todos los medios informativos habían anticipado no se produjo. Después del nerviosismo de las dos primeras horas, los liberales lopistas unidos en el piso 40 del Hotel Hilton y los conservadores que a 300 metros de distancia llenaban la suite presidencial del piso 17 del Hotel Tequendama, se encontraron, con reacciones diametralmente opuestas, ante la misma realidad: el nuevo presidente sería Belisario Betancur.
La jornada electoral fue especialmente alegre. En la capital de la República, tras una semana de lluvia constante, se abrió un domingo soleado. Desde el primer momento se advirtió que la concurrencia a las urnas iba a ser nutrida. Las caravanas de automóviles, dominantemente galanistas, que recorrían ruidosamente las calles; la presencia tumultuosa y alegre de la juventud y el hormiguero humano en los puestos de votación alineados a lo largo de tres kilómetros de la avenida 19, demolían el tradicional mito de un electorado colombiano apático y abstencionista. No había duda, el país estaba votando.
Entre los primeros estaban los cuatro candidatos. Madrugador, como buen antioqueño, Belisario Betancur, con vestido azul y camisa de rayas, llegó a las ocho y siete minutos de la mañana a la mesa número uno del Capitolio Nacional, la misma donde un poco después votaría el presidente Turbay.
En este, su día de gloria, Betancur, que es un hombre verboso y expansivo, se mostró excepcionalmente parco en declaraciones. En realidad sabía que iba a ganar, y no por un estrecho margen, como su encuestador Oscar Lombana y las multitudes que le habían llenado plazas en las últimas semanas se lo habían anticipado.
El sEgundo en votar fue Luis Carlos Galán. Lo hizo en la mesa 3.673 del Planetario Distrital, tan juvenil en su atuendo como cualquiera de sus partidarios (camisa roja, sueter claro) Galán tenía razones para sentirse optimista. La profusión de su famoso afiche en automóviles y ventanas parecía confirmar, de manera más contundente que el 14 de marzo, su título de amo de la capital de la República. Para él la cifra mágica de un millón de votos era ya una realidad.
LOPEZ LO SABIA
Alrededor de las 10 de la mañana votarían López Michelsen y Molina. López, vestido de gris y con corbata roja, rodeado de entusiastas bastoneras y de conjuntos vallenatos, caminó cuatro cuadras para depositar su voto en la calle 90 con carrera 11. A diferencia de Belisario, López exteriorizaba un sereno optimismo que desafiaba pronósticos adversos. En realidad, con un cierto distanciamiento de su propia circunstancia, López había anticipado cualquiera de los dos resultados posibles. El día anterior, haciendo un paréntesis en las actividades electorales de última hora, le había dictado a Lilia Bernal, su secretaria, dos documentos: uno para la eventualidad del triunfo y otro para la eventualidad de la derrota. Había en su actitud, como es propio de su temperamento, una dosis muy británica de escepticismo y realismo.
Al terminar el día cada uno de los candidatos se encontraba con su estado mayor atento a los primeros boletines radiales. Los datos del exterior, casi insignificantes en cuantía, eran tomados, a falta de otras señales, como indicios significativos.
Con un desmesurado interés los radioescuchas absorbían silenciosamente el dato de que en Pekín López había obtenido cuatro votos contra uno de cada uno de sus adversarios; que Galán había ganado en Grecia, Molina había barrido en Moscú y Belisario triplicaba a López en Toronto con 21 votos.
En medio de esta frivolidad electoral se llegaría hasta las siete de la noche, hora en que comenzarían a diseñarse las tendencias definitivas. Hubo para los candidatos cerca de una hora de confusión. Zonas que a cada uno le parecían seguras, mostraban según los primeros datos un comportamiento adverso. Otras, que no eran las más favorables, daban indicios alentadores.
López, en el primer boletín de la Registraduría, derrotaba a Belisario en su propio patio, Antioquia. Belisario aparecía con buena votación en la Costa, fortín supuestamente lopista. Y Galán el dueño de la capital, según los indicios de la jornada, parecía tener en Bogotá menos votos que afiches.
BARRANQUILLA DIO LA CLAVE
A las siete de la noche, hora en que todo debía empezar, todo parecía definirse sorpresivamente. López Michelsen iba en su automóvil, de su residencia a la sede de la campaña, distante apenas cinco cuadras, cuando escuchó por radio el primer boletín sobre los resultados en Barranquilla, ciudad símbolo de su fuerza electoral. Contados los primeros cinco mil votos, Belisario iba ganando por 200. Era un dato tan inverosímil que López no lo tomó en cuenta. Media hora después, reunido con Alberto Santofimio y Ernesto Samper, la información aquella, contra toda lógica, seguía prosperando: López perdía en Barranquilla. Minutos más tarde otro anuncio igualmente grave llegaba al alfombrado despacho, de estilo inglés, donde el candidato liberal se encontraba: Belisario obtenía una votación aplastante en Bogotá. Con datos preliminares, los técnicos lopistas, calculadora en mano, proyectaron en segundos la diferencia con Betancur en la capital: esta sería de 170 mil votos. Los dos pilares de la estrategia lopista se derrumbaban: una derrota por reducido margen en Bogotá frente a Belisario y un categórico triunfo en la Costa. Al llegar al Hilton a las ocho de la noche abriéndose paso en medio de entusiastas partidarios, López ya sabía.
Sus amigos todavía no. Con claveles o camisas rojas, los lopistas de la vieja guardia, los tecnócratas de Ernesto Samper y las inevitables mujeres bonitas, siempre presentes en los eventos de López, regados todos en los cinco cuartos del piso 40, seguían con inquietud los boletines radiales.
En las caras de Alvaro Escallón, Cecilia Iregui, Alvaro Sánchez Mallarino, compañeros de viejas luchas; en las de Ernesto Samper, la de Daniel Arango, la de Abelardo Forero, la de Maruja Iragorri, se fijó un igual desconcierto al confirmarse la inexplicable, la imprevisible derrota de Barranquilla.
Este mismo dato, y el de Bogotá, le permitieron a Belisario Betancur, reunido en su casa con su esposa y sus dos hijas, María Clara y Beatriz, piezas claves de su campaña, confirmar lo que ya anticipaba. Segundos después el resultado de Barranquilla corría como pólvora ,en conversaciones telefónicas del candidato con su estado mayor. Augusto Ramírez Ocampo, su brazo de derecho, los dirigentes conservadores Alvaro Gómez Hurtado y Misael Pastrana, y el industrial Carlos Ardila Lulle.
quien había instalado, con ayuda de computadores, su propio sistema de información.
TRIUNFO Y DERROTA
La euforia del triunfo empezaba y habría de durar hasta la madrugada. Cerca de la medianoche el piso 17 del Hotel Tequendama hervía de entusiastas belisaristas vestidos más formalmente que los lopistas (trajes oscuros y corbata), con excepción de Cornelio Reyes quien ostentaba una inexplicable camisa roja. En medio del en sordecedor ruido de las caravanas de automóviles que comenzaban a circular por las calles aledañas al hotel se prodigaban los brindis. Palmadas de felicitación llovían en la espalda de Augusto Ramírez Ocampo. A la una de la mañana, recibido por gritos de "Presidente", un radiante Belisario Betancur, escoltado por Pastrana y Alvaro Gómez, produjo en torno suyo un apretado remolino humano que echaba por tierra sillas y ceniceros. En la calle, frente al hotel, se cantaba el himno nacional.
A la misma hora López se encerraba en un pequeño despacho de la suite presidencial a revisar el documento aceptando la derrota que había redactado el día anterior. En él responsabilizaba a Carlos Lleras Restrepo de la caída del partido, invitaba a los liberales a hacer una oposición constructiva y simultáneamente anunciaba que convocaría una convención liberal para definir la eventual participación del partido en el nuevo gobierno.
Aconsejado por sus asesores de hacer pública su declaración esa misma noche, López Michelsen decidió aplazarla para las nueve de la mañana con el fin de evitar problemas de orden público originados en exceso de euforia y de alcohol de la hora.
UNA REVOLUCION ELECTORAL
La revolución electoral que había solicitado Galán para el Nuevo Liberalismo la había obtenido Betancur para el Partido Conservador. Cada dato era más desconcertante que el anterior. El departamento del Atlántico, que le había puesto a López 185 mil votos el 14 de marzo, escasamente le daba ahora 100 mil. El Magdalena, que le había puesto una confortable mayoría de 60 mil votos, bajaba a sólo seis mil. Sucre reducía sus márgenes de victoria de 50 mil votos a 18 mil. El Quindío, que antes doblaba, se aproximaba a un empate. El Valle que producía tradicionalmente 100 mil votos a favor del liberalismo, daba ahora un déficit de 50 mil. Las grandes capitales, Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena, bastiones del liberalismo, se habían vuelto azules.
¿Qué había ocurrido? Evidentemente la maquinaria liberal, considerada invencible, se había derrumbado. El desplazamiento de votos de un partido a otro, fenómeno propio de democracias más avanzadas que la nuestra, se había producido en todo el territorio nacional. Los postulados sociales de Belisario, presentados en forma populista, había tocado las clases populares, especialmente las marginadas de las grandes ciudades. Propuestas como la vivienda sin cuota inicial, consideradas utópicas por algunos entendidos, surtieron indudablemente su efecto. También la estrategia de su campaña, donde el carácter nacional primaba sobre el concepto partidista.
Todos estos intangibles habrían de aumentar la votación conservadora de marzo , de por sí un récord, en un ciento. Belisario rebasaba la cifra celebre de López, en 1974, de tres millones de votos. El aumento de en relación con marzo, sobre paso un 10 por ciento. Y el aumento de Galán, de más de 100 mil votos, dejo un transfondo de decepción en sus partidarios, por ser inferior a las expectativas y haber perdido a la capital de la República. Los galanistas no llegaron al esperado millón de votos.
primera vista el balance de la jornada del domingo es saludable para la nación . Una página importante en la historia de Colombia se ha doblado. Atrás aparecen quedar los electorados cautivos que daban resultados siempre prevesibles. El fantasma de la violencia partidista parece haberse desvanecido.
La pureza del sufragio quedó fuera de dudas. Y la rotación ideológica y polítizada sin imposiciones constitucionales se ha producido sin traumatismo . Las viejas referencias históricas de 1946 parecen no tener validez.
Considerada hasta hace poco averiada y amenazada por todos sus flancos, la democracia colombiana está llegando a su mayoría de edad.

El triunfo de un hombre
ES EL TRIUNFO DE UN HOMbre, no de un partido. Por eso es una gran hazaña y por esto mismo conlleva grandes riesgos. Belisario Betancur, con la fuerza personal, podía tal vez haber sido el primer candidato conservador desde 1930 con posibilidades de derrotar, mano a mano, al Partido Liberal unido en unas elecciones limpias. La presencia de Luis Carlos Galán en el debate electoral hará que cualquier especulación al respecto sea siempre una hipótesis. Pero sería ingenuo pretender que el Partido Conservador se ha convertido en una mayoría en el país.
Las responsabilidades de Betancur como presidente de un partido minoritario son inmensas. Igualmente lo son sus posibilidades. Su situación en cierta forma se asemeja a la de Enrique Olaya Herrera, cuyo prestigio personal fue inicialmcntc superior al de su partido. Si en Colombia se ha presentado un desplazamiento de las fuerzas electorales tradicionales, como el que se percibe en los resultados del 30 de mayo, Betancur puede ser la punta de lanza de unas fuerzas nuevas que pudieran alterar nuestra ecuación política tradicional. Si, por el contrario, su nombre ha sido un simple accidente electoral, su gobierno será solamente un paréntesis, dentro de lo que ha sido el esquema contemporáneo de nuestra vida política. Pero. aun antes del inicio de su mandato, se puede decir que la elección de Betancur ya ha tenido repercusiones de importancia. Colombia, después del Frente Nacional, entraba en una etapa de definición de sus instituciones políticas, las cuales podrían desembocar en un sistema casi unipartidista, con un partido predominante e inderrotable, al estilo del PRI mexicano, o un sistema bipartidista con rotación frecuente, similar al sistema norteamericano. La primera de estas alternativas ha desaparecido. Y el hombre que ha hecho esto posible es Belisario Betancur. El país recibe a su nuevo Presidente alegre por el aire de renovación que representa y un poco embrujado por su simpatía personal. Las referencias peyorativas a su presunto estilo populista y demagógico se han convertido en inofensivos gracejos. El temor de que el Partido Conservador se perpetúe en el poder contra la voluntad popular parece no estar presente en la mayoría de los colombianos en este momento. Circunstancias más favorables para iniciar un gobierno no se han visto en medio siglo para un candidato conservador. El país le ha dado a Belisario Betancur un compás de espera.

Hombre clave
¿,Cómo lo consiguieron'? La Costa, que había sido tradicionalmente el gran soporte electoral de López Michelsen, aparccio dándole un alto y decisivo volumen de votación a Belisario Betancur.
Detrás de este milagro electoral se perfila la figura de Roberto Gerlein Echavarría. Gracias a él, Betancur logró ganar en la ciudad roja de Colombia por excelencia, Barranquilla. Y gracias a Gerlein también, que planteó una nueva estrategia regional. el fenómeno de la capital del Atlántico se proyectó en otras ciudades de la Costa. Con este triunfo, el dinámico, arrogante, florido y buen mozo dirigente conservador que apenas pasa hoy la raya de los 40, se coloca entre los precandidatos fijos de su partido para el 86. Año significativo, por cierto: se cumple en él un siglo sin Presidente costeño. Es una referencia que Roberto (Robertico, en Ba rranquilla) Gerlein no pierde de vista.

La otra Colombia
RETROACTIVAMENTE, LO CUrioso es que se llegara a pensar que López pudiera ganar. Además de enfrentarse simultáneamente a dos carismáticos candidatos, López llevaba en sus hombros el desgaste de ocho años de gobiernos liberales, el peso de la reelección, tanto la propia como la posible de Turbay, el rechazo abierto o velado de la "gran prensa", la oposición de los Lleras y el fanático antilopismo de una de las alas del Partido Conservador. Uno solo de estos elementos hubiera sido suficiente para poner en entredicho la se guridad de la victoria. Sólo el peso de su nombre y la fidelidad de marca del partido desvirtuahan esta realidad.
López no quería ser candidato. Su nombre se había convertido, simplemente, en un instrumento de defensa de la clase política liberal contra la candidatura Barco que era percibida, por esta, como una imposición. Esto, ligado a su asociación con las dos últimas administraciones, lo hizo aparecer como el personero del denominado "clientelismo". Versiones como la "encerron de Medellín" y la "corraleja de Sincelejo" presentaban su candidatura estatutaria como una usurpación. López trato hasta el último momento de encontrar una fórmula diferente a su nombre. Aun después de haber triunfado en las elecciones del 14 de marzo ofreció un replanteamiento. Pero ya era demasiado tarde. La división del partido era en ese momento irreversible y ningún nombre podía producir el retiro de Luis Carlos Galán y ser aceptado por la clase política .
Cuando ya no había alternativa López aceptó el reto. Palmo a palmo recorrió todo el territorio nacional Colombiano una tenacidad comparable a la de sus días en el MRL. Despertaba simpatía la estampa de un hombre de 68 años, acompañado siempre de su esposa, visitando remotos e insignificantes municipios por donde nunca antes había pasado candidato alguno. Jornadas de 18 horas a bordo de un remolcador en el río Magdalena en medio de indecibles incomodidades. Las plazas se llenaron de ese "glorioso" Partido Liberal de provincia que está desapareciendo gradualmente y en el cual reposaban sus posibilidades de triunfo. Viejos exguerrilleros salieron entusiastas, tal vez por última vez, a agitar esos pañuelos rojos.
Campesinos de zonas marginadas, muchos de ellos víctimas de la violencia, abandonaban sus chozas para ir a ver con respeto y admiración a ese hombre que ofrecía la paz.
Todo esto no fue suficiente. López, quien había lanzado hace 20 años la teoría de las dos Colombias, había sido abandonado por una de ellas. La Colombia urbana y modernizada, de que tanto había hablado en sus ensayos sociopolíticos, ansiosa de cambio y envenenada por ocho años de antilopismo, le dio la espalda. La Colombia rural y marginada, que tanto había defendido, lo acompañó. Pero esta ya era una minoría.

Capítulo inconcluso
ES UN CASO COMUN EN LA política colombiana. Un hombre que toma la decisión de dividir su partido en una elección presidencial sin tener ninguna posibilidad de ganar y con posibilidades de impedir su triunfo. Ninguna de las históricas divisiones de nuestros partidos contaban entre sus protagonistas candidatos seguros de su derrota. Galán lo estaba. Y sin embargo llevó su novimiento, como él mismo lo dijo, hasta sus últimas consecuencias. ¿Cuáles serán esas consecuencias? Es muy pronto para decirlo. La responsabilidad que muchos le adjudican por la caída del Partido Liberal no es de poca nonta. Su presencia como una figura joven y carismática en un país ansioso de renovación tampoco lo es.
Galán contó inicialmente con mucha suerte. El retiro de Barco lo dejó de heredero instantáneo del antilopismo. El apoyo, directo o indirecto, de los ex presidentes Lleras le dio un soporte de peso a su aspiración. La prensa liberal, que había desdeñado a Gaitán y al propio López Michelsen cuando eran disidentes, le abrió de par en par sus columnas. La benevolencia del Gobierno le dio acceso a espacios oficiales de TV que jamás habían sido concedidos a un candidato disidente de uno de los dos partidos tradicionales. Todos los anteriores factores convirtieron a Galán, de la noche a la mañana, en una figura nacional.
Si bien la suerte le dio el impulso inicial a su candidatura, su talento y su personalidad la consolidaron. A pesar de la escasez de recursos y de la brevedad del tiempo, montó una eficaz organización política propia. Su campaña de publicidad fue la mejor. Su manejo de la televisión, magistral.
Galán tuvo un gran triunfo inicial el 14 de marzo al enfrentarse solo al establecimiento liberal tradicional y obtener el 25 por ciento de la votación de su partido. Llegó a la segunda etapa confiando, al parecer, en un vertiginoso aumento de su caudal de marzo y la opinión pública comenzó a esperar la cifra consagratoria de un millón de votos. Se daba por descontado su triunfo en la capital. Ninguna de estas dos previsiones se cumplió. Si bien su nombre seguirá siendo una al ternativa liberal en el futuro, la fulgurante consagración que algunos esperaban para estos comicios no se presentó.