Chinos y japoneses
Los chinos llegaron al país en el siglo XIX por ser la mano de obra más preciada para construir ferrocarriles. Entre tanto, los japoneses lo hicieron atraídos por la novela 'María'. Hoy ambos grupos se dedican a actividades empresariales.
Una de las más importantes migraciones llegadas a Colombia en el siglo XIX tuvo como destino la entonces provincia de Panamá, con el fin de agilizar la construcción del ferrocarril que atravesaría el istmo. Se trató de un grupo de 705 chinos, procedentes de Guandong (Cantón), que ya habían demostrado sus habilidades y su disciplina laboral en las labores del Pacific Railroad en la costa oeste de Estados Unidos.
Llegaron el 30 de marzo de 1854 y desfilaron por la ciudad capital hasta los barracones en los que serían alojados y en los que pasaron una mísera existencia. La traída de los chinos fue una medida desesperada de los administradores de la empresa ferroviaria, que no encontraba suficientes trabajadores entre la población nativa y que había fracasado con la 'importación' de mano de obra irlandesa, alemana y de otros países europeos.
Los chinos fueron blanco de hostilidades de parte de los irlandeses que aún quedaban y, alejados de su tierra natal y de sus familias, cayeron en una situación de depresión que afectó su salud y su rendimiento laboral. Las autoridades colombianas, confundiendo aquella nostalgia con anhelo de opio, decidieron repartir el narcótico entre los emigrantes, con lo que agravaron la situación. Los chinos comenzaron a suicidarse, dejándose morir de hambre o pagando a otros trabajadores asiáticos -malayos- para que les cercenaran la cabeza con machete. En Matachín, una de las muchas estaciones intermedias establecidas a lo largo del ferrocarril, se produjo un suicidio masivo de trabajadores chinos que alarmó a las autoridades locales y les llevó a tomar medidas que aliviaran las condiciones de vida de estos emigrantes.
Pese a las adversidades, al clima malsano y a los fallecimientos, un buen número de chinos logró culminar las tareas ferroviarias y establecerse en Panamá. Pronto trajeron a sus familias y la colonia china prosperó hasta convertirse en parte significativa de la vida comercial y social del istmo. En la actualidad se dice en Panamá que, en cualquier poblado, sólo hay tres personas con autoridad: "el alcalde, el cura y el chino".
Parte de la migración china llegada a Panamá buscó fortuna en otras ciudades del territorio colombiano. Su principal destino fue Barranquilla, una ciudad en crecimiento, con grandes oportunidades comerciales y de trabajo que, además, tenía la característica de ser un centro de recepción de migraciones de diversas partes del mundo.
Las familias chinas radicadas en Barranquilla se dedicaron a la siembra de verduras, al comercio al detal y a áreas de servicios, especialmente en el campo de restaurantes y lavanderías. Prosperaron y se agruparon en el único 'barrio chino' que ha existido en cualquiera de las ciudades colombianas. Desde Barranquilla los descendientes de los chinos incursionaron poco a poco en otras ciudades del Caribe colombiano a los largo del siglo XX.
El otro destino de un grupo menor de los chinos llegados Panamá fue la ciudad portuaria de Buenaventura, en el Pacífico colombiano. Al igual que Barranquilla, esta localidad también era centro de recepción de emigrantes de distintas partes del mundo, que luego resultarían decisivos para la transformación industrial del Valle del Cauca. Como dato curioso, se debe reseñar que Buenaventura estuvo cercana a ser el principal destino de emigrantes chinos, pues el general Tomás Cipriano de Mosquera logró que el Congreso de la República aprobara la 'importación' de 1.000 chinos para que trabajaran en el entonces 'camino de ruedas a Buenaventura', siguiendo el ejemplo de los constructores del Ferrocarril de Panamá. La presencia china en Buenaventura ha quedado inmortalizada en el folclor regional a través de la canción La muy indigna, un éxito bailable de la música popular colombiana en la voz del cantante tumaqueño 'Caballito' Garcés.
Desde Buenaventura, los chinos se asentaron en el Valle del Cauca, puesto que hoy no existe municipio de la región que no cuente al menos con un restaurante chino, generalmente de cocina cantonesa. Al resto del país los chinos llegaron en forma tardía, hasta el punto, según el humanista Lácydes Moreno, de que en Bogotá no existían restaurantes de comida china en la década de 1950.
Al contrario de lo sucedido en el pasado, hoy, desde finales del siglo XX, grupos de chinos dedicados al comercio, a las actividades empresariales y a labores educativas, están arribando a la capital del país y a las principales ciudades del interior andino, para desde allí repartirse hacia diversas regiones colombianas.
Los japoneses
Una de las pocas emigraciones organizadas que ha recibido Colombia proviene de ciudadanos de Japón, a comienzos del siglo XX. Tuvo origen en la Escuela de Colonización de Ultramar, una institución creada por el gobierno japonés con el objetivo de trasladar a otros territorios parte de su población sobrante, en especial aquellos grupos humanos más pobres que encontraban pocas posibilidades en su propio país. De acuerdo con la señora Isabel Yae de Nikaido, que llegó muy joven al país en 1929, su profesor les decía de manera frecuente: "Ustedes no saben nada, como los micos de la montaña. Japón es un país muy estrecho, así que salgan a trabajar al extranjero, si se les presenta la oportunidad".
Los principales destinos de los japoneses en América Latina fueron Perú y Brasil. Pero, por una casualidad, más que Colombia, el Valle del Cauca resultó escogido por un grupo de familias campesinas nativas de la isla de Kyushu, en el sur de Japón. Uno de los miembros de este grupo, Yuso Takeshima, que era profesor de la Escuela de Colonización, conocía el castellano y tradujo algunos apartes de la novela María de Jorge Isaacs al japonés. La lírica descripción del paisaje vallecaucano, las grandes vacadas que pastaban plácidas en las llanuras, la fertilidad de sus tierras y, en especial, los amplios espacios siempre verdes y despoblados, atrajeron irresistiblemente a varios de los jóvenes estudiantes. "En Japón peleábamos por diferencias de centímetros de tierra", cuenta uno de los emigrantes. Y otro nos dice que los colonos japoneses, "al llegar a la cima, pudieron contemplar, en toda su extensión, la inmensidad y la hermosura inimaginables de este gran Valle del Cauca. Exhalaron un grito de asombro y alegría. Las lágrimas les rodaron desde los ojos".
Los planificadores de la migración japonesa a Colombia viajaron desde Yokohama, en mayo de 1923, y trabajaron como obreros en el Ingenio Manuelita, mientras se dedicaban a recorrer terrenos y a proyectar la colonia. Entre ellos, se encontraban Yuso Takeshima y Samuel Shima, que serían el corazón de la emigración japonesa al país.
El primer grupo de cinco familias de campesinos de la isla de Kyushu llegó a Buenaventura el 16 de noviembre de 1929. A partir de esa fecha, nuevos grupos familiares siguieron llegando hasta constituir una colonia activa y relativamente numerosa que se integró, no sin dificultades, a la economía regional. Muy pronto se dedicaron a la actividad agrícola mecanizada, hasta que en 1938 la colonia poseía 35 tractores, y se constituyó en el grupo empresarial más avanzado de la agricultura colombiana.
Los colonos japoneses rompieron con su labor la pasividad semifeudal de la antigua hacienda vallecaucana, se adueñaron de comercio de cereales y se convirtieron en puntal de los desarrollos agroempresariales que, desde el suroccidente colombiano, irradiaron su influjo modernizador en el resto del país.
Pese a absurdas persecuciones con motivo de la Segunda Guerra Mundial, cuando las cabezas de familia de estos trabajadores y honrados emigrantes fueron recluidos en una cárcel en Zipaquirá, la colonia japonesa continuó creciendo y su proceso de integración a la sociedad colombiana resultó menos traumático de lo que se pensaba. Se acrecentó, además, con la llegada de otro grupo pequeño a la ciudad de Barranquilla, cuyos integrantes se dedicaron especialmente al comercio.
Hoy la colonia japonesa tiene un buen nivel de organización, cuenta con una asociación de numerosos miembros que contribuye al desarrollo económico, social y cultural del país, y los descendientes de segunda, tercera y cuarta generación toman parte activa en el mundo empresarial colombiano.