El antídoto de la violencia
Rubén Darío Lizarralde convirtió a los empleados de Indupalma en empresarios exitosos.
Hace cinco años, la convención laboral de la empresa Indupalma, que produce aceite a partir del cultivo de la palma africana, hacía sonrojar a empresas como Ferrocarriles Nacionales, Ecopetrol o Telecom. Por ejemplo, los accidentes deportivos eran considerados accidentes de trabajo. Si un obrero se fracturaba jugando cascarita un domingo en el pueblo era por cuenta de la empresa. Había 16 casinos en la planta que ocupaban 150 trabajadores para manejarlos, todo por cuenta de la empresa. La convención colectiva estipulaba que debía haber comida especial para costeños, paisas y santandereanos. Si a un trabajador no le gustaba un plato, lo tiraba al suelo y podía ir por otro. El sindicato, que tenía fuertes nexos con la guerrilla, nunca permitió que llegara el Seguro Social. La salud y las pensiones dependían de Indupalma, que tuvo que montar un hospital dentro de sus instalaciones para atender a los empleados.
Todo eso empezó a acabarse hace cinco años cuando fue nombrado Rubén Darío Lizarralde como gerente. El fue la primera persona en ese cargo que en 15 años se atrevió a aparecerse por la planta, ubicada en San Alberto, sur del Cesar. Es una región violenta, en toda la mitad del corredor que comunica el Catatumbo con Barrancabermeja, y que hoy se disputan guerrilleros y paramilitares. A pesar de esto, la zona se está convirtiendo en un oasis de paz. Si hay algo en Colombia que puede describirse como un milagro empresarial, es sin duda esta historia.
¿Cuál ha sido la estrategia para recuperar la empresa y la región? Muy simple: convertir a los trabajadores y a la gente de la zona en empresarios. Todo ello a través de cooperativas en las que los empleados están asociados y compiten unos con otros para realizar las labores de siembra, fertilización y recolección del fruto de la palma africana. Antes un tractor duraba en promedio un año dañado. Hoy ya no se vara nunca. Pero llegar a eso no fue fácil. El sindicato, como era de esperarse, se opuso a todo y la guerrilla también. Para modificar las condiciones laborales fue necesaria una huelga de dos meses, en la que el gerente amenazó con liquidar la empresa. Sólo hasta que la gente de la región se dio cuenta de que la cosa iba en serio y las tiendas no volvieron a fiarle a los empleados, entraron en razón y negociaron. Se desmontaron los excesos de la convención colectiva y empezaron los cambios.
Sin embargo convertir a trabajadores en empresarios no es tarea fácil. Antes los empleados se gastaban en cerveza sus sueldos exorbitantes a la puerta de la empresa. Por ello Indupalma se ha embarcado en un proceso de capacitación para instruirlos en manejo empresarial, contabilidad e informática, así como desarrollo personal y humano. Incluso varios líderes de cooperativas fueron enviados a España para instruirse en el manejo de este tipo de empresas. “Antes las cosas eran distintas. Una vez no le dije doctor a un ingeniero y para mí no hubo trabajo ese año. Ahora puedo hablar con cualquier doctor y hasta nos prestan plata para crear empresas. Por fin hay confianza”, le dijo a SEMANA un cooperado de la zona.
Pero cuando todo parecía estar mejorando, llegaron los paras. Y al igual que la guerrilla empezaron a pedirles dinero a la empresa y luego a los cooperados. La respuesta fue siempre un rotundo no. A pesar de las presiones, del asesinato de varios líderes sindicales y del secuestro de tres ingenieros por parte de la guerrilla, la empresa no ha pagado un sólo peso a los violentos. Increíblemente Indupalma y la gente de la región han logrado sobrevivir a punta de entereza en una de las zonas más violentas de Colombia. Indupalma descubrió —o así parece ser hasta ahora— que la prosperidad colectiva es el gran antídoto contra la violencia.
La violencia en varias regiones de Colombia puede explicarse en parte por la proliferación de la ganadería. El problema es que esta industria genera tan sólo un empleo por cada tres hectáreas y por lo tanto la gente de vastas regiones de Colombia muchas veces no tiene más opción que enrolarse en la guerrilla, en los grupos paramilitares o dedicarse a la delincuencia común. Por eso Indupalma busca comprometer a terratenientes del Magdalena Medio para que siembren palma africana, una actividad que genera nueve veces más empleo por hectárea y que además es mucho más rentable. Ya hay más de 30 finqueros de la región que están interesados.
Pero la historia no termina ahí. Lizarralde acaba de conseguir un crédito de 20 millones de dólares con la Corporación Financiera del Banco Mundial para duplicar el área cultivada, que ahora es de 20.000 hectáreas. A los tres años, cuando la palma empiece a producir, la Corporación le financiará a los campesinos, en un plazo de 15 años, la compra de la tierra, todo a razón de 10 hectáreas por persona. Luego Indupalma se compromete a comprar las cosechas. El objetivo de la empresa es generar un volumen de producción suficiente para desarrollar una industria oleoquímica. Sería posible entonces, como se hace hoy en Malasia, que el combustible de los automóviles se obtenga del aceite de palma.