¿Estafa romántica? La historia del colombiano que terminó siendo Sugar Daddy sin saberlo
Embelesado con la promesa de un futuro romántico, Andrés Hernández entregó su corazón y su billetera a una atractiva mujer, sin saber que su “idilio” terminaría en infortunio.
Es difícil admitir cuando hemos sido víctimas de un engaño. El escenario empeora cuando el embaucado cae enamorado. Eso le sucedió a Andrés Hernández, quien pensaba que había conocido a su alma gemela, pero tras varios meses de relación se fue, llevándose sus ilusiones y su saldo bancario. “Sí me engañó: me engañó y de una manera terrible”, dice.
“Bueno, esta historia comienza en diciembre de 2019, en un centro comercial al norte de la ciudad de Bogotá, donde un amigo me hace una invitación para asistir a una exposición de vehículos”, evento que generó en Andrés un particular interés: no solo por los nuevos lanzamientos automotrices (la base misma de su próspero negocio, que gerencia en Bogotá y sus alrededores) sino por una de las chicas impulsadoras de la marca, cuyo porte y belleza eclipsaban todas las miradas.
“Yo sentí una química con ella pues apenas hablamos: me agradó muchísimo su tono de voz, su cuerpo, pues todo…me mató”, recuerda emocionado.
“Me dijo que si estaba interesado en el vehículo, y pues que si en ella también (ríe). Luego me dijo que no podía charlar tanto conmigo, pues obviamente estaba en su lugar de trabajo; me dio la información de lo que yo le había preguntado, pero me dijo que si quería hablar con ella le diera una o dos horas, momento en el que tenía un descanso”, relata en entrevista con SEMANA.
Andrés esperó ansioso las dos horas, volviendo a la exposición con la puntualidad de un británico. Salieron a tomar unos tragos y tras el final del receso de Catalina (su nombre real) una fuerte atracción germinó entre ambos; al menos eso creía el joven empresario.
“Yo sentí una química con ella, pues apenas hablamos me agradó muchísimo su tono de voz, su cuerpo, pues todo… me mató”.
“De mi parte yo sentí química. Obviamente ella empezó a buscarme más, a llamarme; me empezó a dedicar más tiempo y pues yo dije ‘aquí pasa algo’. Ya teníamos más química”, relata.
Un detalle que no pasó inadvertido en su siguiente encuentro fue el énfasis que Catalina puso sobre el lujoso automóvil en el que Andrés la recogió, “Me hizo muchas más preguntas: que si ese era mi carro, qué otros negocios más tenía yo, que si yo viajaba, que si yo permanecía en Bogotá, que dónde vivía, etc.”.
Y pronto, las cosas se tornaron más íntimas: “En la siguiente cita ella dijo que quería tener un detalle conmigo, afianzar un poco la amistad que estábamos teniendo (…) me puso la cita en un sitio muy conocido en Bogotá –que es costoso también– pues donde van las parejas, llamémoslo “Motel” y pues fue muy costosa esa parte, pero no importaba nada: yo quería conquistarla”.
Tras estar juntos, el noviazgo se conjuró; aunque para los amigos y familiares de Andrés dicha relación se parecía más a la de una joven con su Sugar Daddy, pues el hombre se desvivía en regalos para su amada.
“En el tiempo que duró la relación yo tuve muchos detalles con ella económicos. Le compré un celular porque se le había dañado, entonces me hizo comprar el iPhone X, además de varios viajes a Medellín; también se le presentó una situación económica bastante delicada y yo le di una plata a ella para pagar eso y fue bastante dinero. Aparte de eso su vehículo estaba averiado y como estoy metido en ese cuento decidí ayudarle: le dije que me entregara el carro averiado y yo saqué un carro que tenía en permuta mucho mejor y se lo di a ella”, narra mientras su expresión se va oscureciendo por la nostalgia y el enojo.
Pasados cuatro meses de una relación sentimental intensa y llena de privilegios, Catalina abrió la posibilidad de un “Felices para siempre”. Hablaron de comenzar una vida juntos e incluso de traer al mundo a un niño y una niña, todo para consolidar su amor.
Ese anhelo no llegaría a materializarse, pues al llegar el mes de abril de 2020 (y con él la covid-19) Catalina se fue de Bogotá. “Ella me dijo que vivía en Medellín, exactamente en Bello; que quería ir a visitar a su familia porque hacía mucho tiempo no iba allá”.
Incluso Andrés viajó un par de semanas después para visitarla, pero se le hizo incomprensible la negativa de la mujer a llevarlo a su casa o presentarlo formalmente con algún familiar: los encuentros se dieron siempre en lujosos hoteles de la capital antioqueña. “Empecé a sentir sospechas por ese lado porque raro, ella me dijo que era por la mamá, por la familia: porque ¿qué iban a decir? Llegarles con un desconocido, no era posible… se me hizo muy extraño”.
Las siguientes semanas fueron de encuentros virtuales, marcados por la desconfianza de Andrés y la actitud distante y fría de Catalina: “Obviamente me hacía las mismas videollamadas pero un poquito más pausadas; ya no me llamaba tanto”.
“Ya cuando me llamaba me decía: “Mirá Andrés, lo que pasa es que se me presentó tal inconveniente, se me dañó el carro y otra cosa” y yo empecé a girarle plata: gire y gire dinero”, cuenta mientras su rostro se vuelve cada vez más duro e inexpresivo. Resopla mientras habla.
“De un momento a otro ya no me llamaba igual; ya no la sentía igual. El corazón me avisó, ¿sí?”
Hasta que en una velada virtual en junio de 2020, el corazón tuvo la razón. “Por la noche volví e hice videollamada: me contestó, pero en un lugar extraño, oscuro; no me hablaba con claridad y solo respondía con evasivas. Ahí si fue cuando sospeché: dije “esta vieja me está poniendo los cachos, claramente me cogió de marrano”.
El cariño, los mimos, la ternura y el deseo desaparecieron de sus charlas; eso sí, las peticiones se mantuvieron vigentes y apremiantes por parte de Catalina. Para junio de 2020, Andrés decide contratar a una agencia de investigadores privados para averiguar lo que se escondía tras la actitud esquiva de su novia. “Yo pensé que lo de las agencias de detectives solo existía en las películas, pero es real”.
La elegida para el trabajo fue Asesores IP: una discreta agencia en el norte de Bogotá. “Don Andrés llegó a nosotros mediante una llamada telefónica; él tenía el desespero –entendible– y las sospechas de una posible infidelidad”, explica Jeisson Villamil, expolicía y hoy detective privado.
El comerciante les entregó la dirección en Medellín donde Catalina aseguraba vivir, pero tras algunos días de pesquisas, los temores fueron fundados:
“Lo que nosotros primero pudimos establecer de ella es que realmente no vivía en Medellín, porque esa dirección no existía. Nosotros después realizamos una triangulación a la línea telefónica del objetivo y nos arroja la ubicación en Dosquebradas, Risaralda”, explica el investigador.
Era claro: Catalina estaba mintiendo.
“Yo pensé que lo de las agencias de detectives solo existía en las películas, pero es real”.
Las revelaciones posteriores de los detectives fueron aún más impactantes: “Al estar allí (en Dosquebradas) comenzamos a realizar las vigilancias y para sorpresa de nosotros pudimos también concluir que ella realmente tenía una pareja fija y estaba establecida en esa ciudad”, comenta Jeisson.
Andrés fue citado a la oficina de los investigadores, donde le entregaron un sobre sellado que contenía las evidencias recopiladas. Jeisson cuenta que tras ver las fotos y el video captado, Andrés solo escuchó en silencio y reaccionó compungido minutos después. “Después nos decía: ¿pero ustedes están seguros?, algo de no creer: él en su momento no aceptaba eso”.
“Uno se ciega: supuestamente el amor es ciego y sí, la verdad uno a veces cree estar enamorado y eso lo ciega a uno totalmente”, argumenta Andrés con voz entrecortada, como buscando empatía ante su dolor.
Conforme avanzó la investigación, los profesionales pudieron establecer que Catalina había utilizado la misma estrategia para atraer a otros hombres adinerados, tanto de Colombia como de Estados Unidos.
“Descubrimos que obviamente tenía otra pareja alterna mediante WhatsApp: era un extranjero y también se pudo identificar que le estaba girando dinero desde otro país hacia acá, a Colombia y ella iba y lo retiraba: A veces eran 4 o 5 giros al día, en diferentes establecimientos de giros nacionales o internacionales de Pereira y podía recibir hasta 1.200 dólares diarios”, según el registro de la investigación.
Tras los cálculos que hizo con su abogado, Andrés estima que le entregó a su “pareja” aproximadamente 46 millones de pesos. Intentó recuperar el dinero, pero todo esfuerzo resultó infructuoso. “Me tomé la delicadeza de viajar hasta allá (Dosquebradas) y la ubiqué gracias a los investigadores. Le digo que por qué me hacía eso, le mostré las fotos, le mostré los videos ¡y aún así me lo estaba negando! me decía que no, que eso no era verdad, que era mentira, que era un amigo con el que vivía”.
Andrés la amenazó con acciones legales por estafa si no accedía a devolverle el dinero, pero solo recibió a cambio una risa burlona. “Ella me respondió que hiciera lo que quisiera (…) que al fin y al cabo ella no me había robado”, y en el fondo, Catalina tenía razón.
Estafa romántica: ¿Existe tal cosa?
Andrés Guzmán, abogado litigante y dueño del laboratorio forense informático ADALID está familiarizado con la figura de la “estafa romántica”, pero aclara que solo existe como un mito de internet. Ningún país del mundo la incluye en su legislación. “La estafa es cuando alguien promete a cambio de un bien mueble o dinero algo que no es real; en este caso se trata de una estafa basada en el amor. Lo que le prometen a Andrés es cariño y como el cariño es un intangible, pues resulta no siendo un delito”.
Guzmán utiliza incluso una analogía cruda pero simpática: “Hace algún tiempo existió en Colombia un delito llamado estupro, que en palabras castizas es “prometer para meter, y después de haber metido no cumplir lo prometido”. Era un delito en el que un hombre le prometía a una mujer casarse, y con la promesa la accedía carnalmente (tenían relaciones sexuales) después no se casaban y lo metían a la cárcel. Eso es algo que hacia 1978, 1980 se acabó en Colombia, porque efectivamente todos hubiéramos estado presos”.
Lo que le prometen a Andrés es cariño y como el cariño es un intangible, pues resulta no siendo un delito”, Andrés Guzmán.
Para quienes conocieron el infortunio del comerciante meses después, no cabe duda que Catalina fue la Sugar Baby, el amor falso de Andrés, quien a cambio solo se quedó con deudas y sueños rotos. “Yo no quería ser un Sugar Daddy: quería ser un esposo, un novio, pero nunca un Sugar Daddy, la verdad”.
“Fue una tristeza que en este momento yo no he podido superar. Para mí es difícil volver a estar con otra persona, volver a darle esa confianza. Yo pensé que eso nunca me iba a pasar y aquí estoy, incluso dando una entrevista porque nunca pensé en revelar lo que me había pasado, pero si me tomo la tarea de hacerlo con ustedes y estar aquí parado es para que no le pase a nadie más”, sentenció.