Especiales Semana

Fragilidad salvaje

La más reciente expedición de científicos al Bita dejó 23.000 registros de especies. Un hervidero de biodiversidad en la cuenca del Orinoco, en el Vichada, en la punta del Escudo Guayanés, amenazado por la sobrepesca, el tráfico ilícito y las plantaciones forestales.

27 de enero de 2018

Atontada tras haber estado un par de días en una bolsa de tela, la tortuga galápaga tocó la arena, miró al cielo y al frente, y dando tumbos movió su caparazón hacia el monte. El pescador Guillermo Merchán corrigió su camino y la empujó suavemente hasta hacerla ver el agua clara de Barranco Blanco, en la cuenca baja del río Bita, en el Vichada. Emprendió camino hacia el agua y su torpeza en tierra contrastó con la agilidad con la que se perdió río abajo. La hembra, de unos dos años de edad, tuvo suerte, pues recobró la libertad.

Posiblemente, vivirá algo más de 50 años porque su caparazón le da para aguantar las mordidas de nutrias, jaguares y babillas. Entonces su información genética le permitirá poner sus huevos dos veces cada año, en un mismo sitio, para que sus crías nazcan siempre en luna llena. Merchán almorzó la palometa que acababa de pescar, en vez de la galápaga que se le enredó en el anzuelo, y con su acción piadosa con un animal en peligro de extinción contribuyó a la esperanza para que un lugar como el Bita no termine depredado.

Sobran razones para el optimismo. “Este no tiene comparación con otro río en el planeta. No hay otro que se le parezca”, dice Brigitte Baptiste, directora del Instituto Alexander von Humboldt. Lo dice porque el 95 por ciento de sus bosques de galería y sabanas inundables son naturales. Y porque sus 710 kilómetros alimentan más de 5.000 quebradas, cruzan aves boreales, australes y neotropicales y concentran la mayor riqueza de mamíferos del país (63 especies), la más amplia diversidad de especies de escarabajos coprófagos del Escudo Guayanés (34 especies) y 3 especies de plantas únicas en Colombia y el mundo.

Una reciente expedición de 50 científicos comandada por el Humboldt y la Fundación Omacha, cuyos resultados quedaron consignados en el libro Biodiversidad del río Bita (lanzado la semana pasada), encontró allí, además, 8 nuevos registros de camarones y plantas, e identificó 2 especies de esponjas.

“El Bita es vida”, dice el biólogo Fernando Trujillo, director científico de Omacha, quien lleva 22 años estudiando una de las especies más carismáticas de este río: el delfín rosado o ‘jaguar del agua’. Trujillo compara el nacimiento del Bita con venas que se juntan entre morichales en un lugar conocido como La Primavera, para formar “la génesis de la vida” que describe miles de meandros hasta desembocar en el Orinoco, muy cerca de Puerto Carreño, en la última esquina del Escudo Guayanés.

Hace unos años, Trujillo planteó, con otros científicos, aplicar al Bita la figura de río protegido como una alternativa para blindar esa riqueza. La idea era gestionar la cuenca, teniendo en cuenta factores como la importancia de enseñar a la gente a conocer y apreciar la riqueza ecológica del territorio para que ella misma asuma la responsabilidad de protegerla. A la iniciativa se sumaron varias entidades de orden nacional y local y organizaciones ambientales.

Jacinto Terán, motorista y pescador de Puerto Carreño, parece resumir en su historia ese propósito. Conoce el Bita desde hace 50 años y hoy trabaja con Omacha en el trabajo de sensibilizar comunidades para que cuiden las tortugas. “Yo no le voy a decir que no me como unos cuantos huevos de tortuga al año. Me crie aquí. Pero soy responsable en el consumo: no como su carne y le explico a la gente que si se la comen, ¿quién va a poner los huevos? El problema empieza cuando se comen 20 en lugar de una”, dice. No es un tema menor: en el Bita viven al menos 10 especies de tortugas de río.

Terán, tal vez sin quererlo, define así el manejo sostenible del consumo, precisamente lo que quiere la comunidad científica que hagan los pobladores de la cuenca del Bita. La ventaja es que, a diferencia del Magdalena o el Bogotá, poca gente vive allí (menos de un 3 por ciento de su territorio tiene asentamientos). En la cuenca media no hay más de 2 o 3 caseríos muy pequeños.

A Jacinto lo mueven sus nietos y la vida de esos animalitos. “Si acabamos las tortugas, después los nietos pequeños y las generaciones que vienen no van a ver nada”, reflexiona en el muelle de Puerto Carreño.

Capture y libere

Alberto*, un pescador deportivo que conoce el Bita hace 25 años, tiene un lema para sus acompañantes: “Pavón vivo vale más que pavón muerto”. El pavón es el emblema del Bita y la pesca deportiva. Sus colores verde, negro y naranja aparecen en camisetas en el aeropuerto, en tallas indígenas en las ventas callejeras de Carreño, en esculturas y pinturas en hoteles y restaurantes.

Al Bita vienen muchos pescadores deportivos. Cifras de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca indican que entre 800 y 1.000 de ellos entran para vivir la experiencia de cada temporada anual, a comienzo de año. En su mayoría se trata de extranjeros que ven en el Bita el reto de lo salvaje y de paso le inyectan recursos al turismo y a guías, lancheros y pescadores que viven el resto del año de lo que ganan en esas travesías. Alberto interpreta con sus palabras la frase de la campaña de la Fundación Orinoquia: capture y libere.

Steve Jensen, de la Fundación Orinoquia, ONG con sede en Puerto Carreño, cría pavones en cautiverio para liberarlos y repoblar el río. El “capture y libere” que plantea la fundación también lleva un mensaje de respeto hacia la especie, conocida por la forma como lucha al picar el anzuelo. Un mensaje que implica usar anzuelos de una pata en lugar de tres, para no hacerle tanto daño al pavón y no agotar al pez en la pelea, junto con una serie de prácticas que aseguren que quede vivo y pueda reponerse de la faena.

La pesca deportiva incomoda a quienes la ven como un maltrato innecesario. Luis Ángel Trujillo, por ejemplo, quien trabaja en Carreño con víctimas del conflicto y con temas sociales asociados a pescadores, dice que “el pavón queda maltrecho, vulnerable ante predadores naturales, incapaz de retomar su rumbo”. Y agrega que “luego de las temporadas se ven pavones muertos en las orillas de la cuenca baja”.

El científico Carlos Lasso, del programa Ciencias de la Biodiversidad-línea de recursos hidrobiológicos, pesqueros continentales y fauna silvestre del Humboldt, participó en la investigación del libro Biodiversidad del río Bita. Dice que es necesario evaluar el estado de conservación de los pavones para establecer su sostenibilidad en la pesca deportiva.

De jaguares y pinos

Germán Garrote, biólogo español experto en felinos e investigador asociado a Omacha, destaca la saludable presencia de jaguares en la cuenca alta del Bita, famosos por tener la mordida más poderosa del reino animal. “Subsisten dada la oferta de presas: roedores, dantas, venados, entre otros, es decir, naturaleza en equilibrio”, explica. Y también, por la oferta de agua y refugio.

La reciente expedición científica al Bita evidenció la presencia de especies claves como nutrias, jaguares, pumas y dantas. Pero en sus conclusiones dice que su conservación depende de la manera como se manejen potenciales riesgos como el incremento de la agroindustria forestal con especies vegetales afines a los incendios como el pino silvestre, la acacia y el eucalipto, y que aminoren los efectos causados por el cambio climático y los conflictos entre grandes felinos y la producción ganadera.

A menos de dos horas de Carreño, por la vía que conduce a Villavicencio (ubicada a dos días en carro), aparecen varios paisajes: sabana quemada, plantaciones forestales, fincas ganaderas, plantaciones de marañón. Sobresalen las extensas zonas quemadas. “Eso arde semanas y hectáreas hasta que en alguna plantación cortan el fuego”, explica Abigail Cruz, transportador y guía de turismo y pesca.

Los 16.000 habitantes de Carreño, que parece suspendido en los años cincuenta entre gigantescos y centenarios árboles de mango, saben del Bita. Lo conocen. Lo tienen a cinco minutos en el delta donde desemboca también el Meta. Valoran su abundancia, pero tienen poco clara su fragilidad.

Roberto* sube a remo a 5 minutos de Puerto Carreño a sacar cuchas, peces ornamentales muy demandados para los acuarios. Ocho, diez inmersiones y saca una o dos pegadas en las piedras. Saca 150 a 200 por temporada que le pagan a 700 pesos. “Si son punta diamante me las pagan a 5.000 pesos”, dice, y se queja por la creciente escasez.

Como muchos, tiene los pectorales templados a punta de caretear por años “sacando ornamentales que se llevan para la capital”; usa una gruesa cadena de oro y lleva una maleta en la que guarda la hamaca, el toldillo y un chinchorro o red de agujero pequeñísimo en la cual cae toda clase de animales en una noche. Extraoficialmente, se dice que del Bita sale la mayor cantidad de peces ornamentales de Suramérica para el exterior. La arawana azul, endémica del Bita, tiene una gran demanda en el mercado asiático. Ya está en el listado de las más amenazadas por el tráfico ilegal.

Lo cierto es que el Bita se ha mantenido salvaje y estable hasta hoy. Por allá no pasaron ni el conflicto armado ni los grupos ilegales. En su cauce repleto de playas se ven la noches más profundas, iluminadas e infinitas acompañadas por el resoplido de las toninas y el zumbar de millones de insectos. Allá todo es infinito.