La hamaca
Es uno de los objetos centrales de la cultura mestiza e indígena de Colombia. En ella no sólo se sueña: también se nace, se muere y se hace el amor.
Los arqueólogos creen que la hamaca apareció en América hace unos 1.000 años, pero hay otros que dicen que viene de la Polinesia. Por su uso extendido en Centroamérica, muchos aseguran que la inventaron los mayas, pero de acuerdo con los datos antropológicos, lo más seguro es que provenga de la cultura arawak, un conjunto de pueblos que a la llegada de los españoles se extendía por todo el norte de Suramérica.
El primer registro escrito sobre la hamaca proviene de los diarios de Colón y data del miércoles 17 de octubre de 1492. Ese día, el genovés y sus hombres visitaron la isla antillana de Fernandina, donde encontraron que las casas de sus habitantes "eran de dentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón".
Fue el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo, en 1537, quien la describió en detalle por primera vez: "bien es que se diga qué camas tienen los indios en esta isla española, a la cual cama llaman hamaca; y es de aquesta manera: una manta tejida en parte, y en partes abierta, a escaques cruzados, hecha red (porque sea más fresca). Y es de algodón hilado de mano de las indias, la cual tiene de luengo diez o doce palmos, y más o menos, y del ancho que quieren que tenga...", dice en su Historia General y Natural de las Indias. Y Fray Bartolomé de Las Casas afirmó que "dormir en ellas cosa es descansada" y que en el verano europeo "serían harto estimadas".
Sin embargo, mucho antes de que llegaran los conquistadores y los cronistas, los indígenas de Colombia ya tenían bien establecida su propia imaginería sobre la hamaca. Los wayuu de La Guajira dicen que fue la araña de nombre Waleker la que les enseñó a tejer sus lechos aéreos. Consagrada artesana, tenía siempre listos sus tejidos al amanecer y fue además la que les mostró los diseños abstractos con que suelen adornarlos.
Por su parte, los zenú de las sabanas de Cesar, y parte de Sucre y Bolívar, tenían por costumbre que el novio le enviara a la novia una hamaca de algodón como símbolo del casamiento. También la usaban en los ritos funerarios como el lugar de reposo de los muertos embalsamados antes del entierro, y como el depósito en el que ofrendaban el oro a sus dioses.
El zenú fue un pueblo guerrero en el que las mujeres podían gobernar, ejercer la autoridad religiosa y hasta combatir al lado de los hombres. Fueron exterminados por su resistencia tenaz, pero fue esa misma tenacidad -sobre todo la de las mujeres- la que no dejó morir la tradición de la tejeduría. Hoy las artesanas de pueblos como San Jacinto, Morroa, Sampués y Corozal -donde siglos antes vivieron los zenú- son las principales productoras de las hamacas que se venden en Colombia y en el exterior.
Las tejen como lo hacían sus ancestros indígenas: con hilaza de algodón y en un telar vertical, amplio y rectangular instalado en el patio interior de la casa. Este es un espacio abierto con techo de palma y comunicado con la cocina, el lavadero, las habitaciones y el patio, para no desatender las labores domésticas mientras se teje. El oficio se hereda como un legado de familia y las primeras lecciones frente al telar son la prueba de que una niña ha llegado al uso de razón. Todas empiezan tejiendo fajas y fajoncitos y desde pequeñas se hace evidente, como en cualquier arte, la destreza y el talento de la tejedora. Y también su carácter, pues no es lo mismo una que teja 'apreta'o', que una que teja flojo, finito o 'paletia'o'.
La hamaca y el chinchorro también son parte central de la cultura wayuu. Los tienen de uso exclusivo, para recibir invitados o llevar de viaje; de uso cotidiano, que permanecen guindadas dentro del rancho, y de descanso, dispuestas fuera del rancho en la enramada, donde se lleva a cabo la vida social de los wayuu. Los hay sencillos y dobles, de primera y de segunda, de un solo color o multicolores, con franjas, con rayas o con motivos geométricos. O, como en el caso las de las tejedoras de los Montes de María, con imágenes de animales y hombres y con historias enteras narradas en su urdimbre.
Por ser liviana, fresca y fácilmente transportable, la hamaca logró colonizar el territorio colombiano, sobre todo el de las tierras calientes, donde es esencial para cuidar el sueño de animales rastreros como culebras y alacranes. No es exagerado afirmar que de La Guajira al Amazonas y de Arauca a Chocó, la hamaca es uno de los objetos más importantes de la vida indígena y mestiza de Colombia. Es mucho más que una cama en el aire. Mecido en una hamaca Simón Bolívar urdió durante largos años las guerras de independencia. Y en una hamaca, durante siglos y siglos, los pobladores de Colombia han soñado, han transportado a los caciques y los enfermos, han hecho la siesta y el amor, han ofrendado el oro a los dioses, han nacido, parido y muerto.
*Periodista de SEMANA.