Especiales Semana

¿LA PATRIA BOBA?

Esta expresión simplista ha escondido las complejidades del nacimiento de la república.

Germán Rodrigo Mejía Pavony*
18 de julio de 2009

Fue Antonio Nariño, en 1823, quien acuñó el calificativo de ‘Patria Boba’ al período inicial de nuestra historia republicana. En Los Toros de Fucha encontramos escrita por primera vez dicha expresión y no una sino cuatro veces. Los tres impresos que dio a conocer Nariño bajo ese título fueron distribuidos gratuitamente en Bogotá durante los meses de marzo y abril de 1823. La referencia al toro en el título se debió a un artículo publicado por Francisco de Paula Santander en El Patriota, periódico de su autoría en el que publicó un artículo bajo el nombre El Toro, que criticaba agriamente al federalismo; y la mención a Fucha es sin duda a la hacienda que Nariño tenía en las riberas de este río que corre al sur de Bogotá.

En los Toros de Fucha Nariño defiende el federalismo y en El Patriota, Santander sostiene que el centralismo es la única solución posible para consolidar el Estado que se debía construir de acuerdo con lo dispuesto por la Constitución de Cúcuta de 1821. Diez años antes la situación era otra. Antonio Nariño, entonces presidente del Estado Soberano de Cundinamarca, era el adalid del centralismo; Santander, por el contrario, militaba en las filas del federalismo en calidad de oficial de los ejércitos de las Provincias Unidas. ¿Qué pudo haber pasado durante esos años para que ellos cambiaran tan radicalmente su manera de pensar? La respuesta está, precisamente, en lo que el calificativo ‘Patria Boba’ impide apreciar y entender.

El nombre que utilizó Nariño para referirse a los años anteriores a la victoria definitiva sobre los ejércitos españoles, que ciertamente fueron vividos con el temor de la retaliación de la monarquía absoluta, como en efecto ocurrió, se convirtió por fuerza de su aceptación en un juicio sobre esa época. Por ello, al valorar de ‘bobo’ lo ocurrido entonces, hizo carrera entre los historiadores aceptar sin el beneficio de la crítica que la ingenuidad, la inmadurez y la obstinación de nuestros primeros gobernantes no sólo nos llevó a enfrentarnos unos con otros sino que, precisamente por ello, nos debilitamos ante un enemigo poderoso, España. Pero, ¿qué pasa si nos deshacemos de esa consideración de ‘boba’ y nos preguntamos por el sentido de esos años iniciales? La investigación histórica que al respecto se ha venido realizando durante los últimos años evidencia que el asunto es de gran importancia, pues nos permite entender las dificultades que hemos tenido para dar forma a un Estado realmente Nacional. Esto es, ¿qué es al fin de cuentas Colombia?

Debemos comenzar por el principio. El 20 de julio de 1810 no fue la primera ni la última manifestación de desacuerdo de los americanos de la Nueva Granada con lo que estaba sucediendo en España. En realidad, 1810 se caracterizó porque en América se dio forma a numerosas juntas autónomas de gobierno. El problema creado por la invasión francesa a España y la prisión de los reyes Carlos IV y Fernando VII en Bayona obligó a que, tanto en la metrópoli como en sus colonias, se diera forma a instituciones que legítimamente pudieran gobernar en su nombre. El asunto es que no resultó una sola de dichas juntas con la fuerza suficiente para lograr que las demás se pusieran bajo su control. Eso ni en España ni en América.
 
Lo que tímidamente se inició en 1808 ya era imposible de detener en 1810, año para el cual los americanos no estaban dispuestos a aceptar lo que algunos españoles querían imponer desde una autoproclamada Junta de Regencia. El temor a remover las autoridades reales fue desapareciendo y, conocido en nuestro país lo que había sucedido el año anterior en ciudades de la actual Bolivia y Ecuador, sin mencionar los propios intentos y conspiraciones que desde septiembre de 1809 se venían sucediendo en nuestro territorio, se comenzó a organizar juntas de gobierno en cada una de las provincias en que estaba dividido nuestro territorio por aquel entonces.

Cali en julio 3 de 1810; Pamplona el 4 de julio; El Socorro seis días después, 10 de julio; Santafé (Bogotá) el 20; Tunja el 25, y Mariquita el 26 del mismo mes; en agosto les siguieron, el 4, Neiva; el 6, Mompós; el 10, Santa Marta; el 11, Popayán; el 13, Cartagena, y el 31, Quibdó. Al mes siguiente, septiembre, organizaron sus juntas las ciudades de Medellín, el primero; Ibagué, el 7; Tame, el 13; Nóvita, el 27; y aun Ipiales lo hizo durante los primeros días del mismo mes. Podríamos seguir mencionando otros pronunciamientos, pero los señalados son suficientes para obligarnos a preguntar por qué no bastó con la junta de Santafé, esto es, la del 20 de julio, para dar forma a un organismo que legítimamente pudiera agrupar bajo su proclamación de autonomía de la junta de regencia española a todas las provincias y ciudades de la Nueva Granada.

En realidad, Santafé (nombre que tenía Bogotá en ese entonces) sólo tenía control sobre su propia provincia, lo que equivalía más o menos al actual territorio de Cundinamarca. Pensar que ella era la capital porque aquí vivía el virrey es equivocarnos. Lo único que mantenía unidos a los territorios era la lealtad al rey, del cual directamente derivaban las personas e instituciones su autoridad. En ausencia del rey desaparecía la unidad. Y eso fue lo que sucedió. No es difícil entender, entonces, por qué se dieron durante esos tres meses de 1810 numerosos pronunciamientos de autonomía; y, no menos importante, por qué Santafé no pudo imponerse a las demás aunque se autonombró Junta Suprema de Gobierno y en la misma acta del 20 de julio afirmó la federación como fórmula de organización inicial del territorio.

De finales de 1810 a enero de 1815 la lógica de los acontecimientos derivó de esta situación inicial. Primero, dos repúblicas surgieron al mismo tiempo: Cundinamarca, centralista; las Provincias Unidas, federal. Una guerra civil las enfrentó desde los meses iniciales de 1812 hasta la toma final de Santafé por Simón Bolívar, en diciembre de 1814, al mando de las tropas de las Provincias Unidas. Segundo, Santa Marta, Popayán, Pasto, entre otras, nunca aceptaron nada distinto al consejo de regencia y, luego, a Fernando VII. Tercero, casi una veintena de constituciones fueron promulgadas durante esos años.
 
Finalmente, no todo español fue realista ni todo americano patriota, ni los indios se definieron en conjunto por un bando ni los negros esclavos tomaron partido por una lucha que no era la suya. Todo lo anterior nos dice de las profundas diferencias que existían en la sociedad neogranadina. En esas circunstancias no podemos afirmar que existía una Nación; en realidad, dicho concepto se refería a los habitantes del terruño, esto es, a la provincia. Visto desde esta óptica, entonces, la valoración de ‘Patria Boba’ no permite apreciar que la diversidad, la diferencia, eran lo característico de una realidad que el centralismo quiso acallar, precisamente con la denominación de ‘boba’.

*Pontificia Universidad Javeriana