La sombra de Silva
Más de un siglo ha pasado y aún hay incógnitas sobre la vida y la muerte de José Asunción Silva, el poeta más grande de nuestro país.
Ciento siete años se cumplieron desde el día en que se encontró a José Asunción Silva muerto con el corazón atravesado por una bala. ¿Se suicidó? ¿Fue asesinado? Ambas hipótesis se discuten en la búsqueda de las causas que provocaron la muerte de quien, pasado un siglo de su desaparición, sigue vivo y considerado como uno de los grandes poetas, menos ligado al pasado que al presente, y más próximo al futuro.
El nacimiento del poeta
José Asunción Silva Gómez nació en Bogotá el 27 de noviembre de 1865, hijo del príncipe de los escritores de costumbres, don Ricardo Silva, y de doña Vicenta Gómez. Se trataba de una familia de estirpe y maneras aristocráticas, en el sentido más noble de la palabra. El hogar de José Asunción Silva, como él lo recrea en sus poemas a la infancia, es feliz, una familia cariñosa, donde los hijos crecen en ambiente propicio para los sentimientos delicados y una estructura cultural elevada; pero es también un hogar sobre el que la tragedia parece complacida en arrojar sus dardos traicioneros.
José Asunción es un niño precoz, o para decirlo en términos más precisos, un niño genio. A los 2 años y medio lee y escribe. A los 5 años habla y escribe tres idiomas, y a los 10 se conoce su primera poesía, Primera Comunión, que se diría escrita por un poeta ducho. Su talento genera la envidia de sus compañeros, que le ponen apodos. Silva se educa primero en el Liceo de la Infancia, de don Ricardo Carrasquilla, gran poeta festivo; luego pasa al Colegio de San José, de don Luis María Cuervo, donde año tras año obtiene las medallas del mejor alumno, hasta que, por la guerra civil de 1875, se clausura el colegio. En 1877, José Asunción ingresa al nuevo Liceo de la Infancia, abierto por el presbítero Tomás Escobar, y allí concluye en 1880 sus estudios de bachillerato.
Si tuvo la opción de efectuar en Europa sus estudios universitarios, Silva prefirió abandonar la educación académica e incorporarse al negocio de su padre, con el objeto de aliviar la carga de don Ricardo para el sostenimiento de la familia. Silva asumió el papel de comerciante, y en las noches, en su cuarto, ejerció el de poeta y escribió esos versos que luego fueron recopilados con el título, muy adecuado, de Intimidades. Estos poemas, de admirable factura, que ya van rompiendo los moldes estrechos en que venía atorado el idioma castellano, corresponden a la producción de Silva entre 1881 y 1884, y por sí solos bastarían para darle fama a un poeta.
Silva, como Mozart, no tuvo juventud. Pasó de la infancia a la madurez, por efectos de su talento y de la necesidad de aportar a la economía familiar. Desde 1881 hasta 1884, atiende detrás del mostrador del Almacén de don Ricardo; en 1883 se convierte en socio y se establece la firma R. Silva e Hijo.
En abril de 1884 viaja a Europa don Ricardo Silva, llamado por su tío, don Antonio María Silva, quien desea, al presentir la muerte, reconciliarse con su sobrino. Ricardo reanuda en París las relaciones con Antonio María, y éste le ofrece costear los estudios de José Asunción en Europa. Ricardo regresa a Bogotá y en seguida, en octubre del mismo año, José Asunción viaja a Europa. El viejo continente, y sobre todo París, marcarán en él un rumbo literario decisivo, que describirá en la novela De Sobremesa.
En Europa José Asunción se esmera por contactar las firmas de más importancia, deseoso de surtir su almacén con artículos capaces de romper las tradiciones que en modas imperan en Bogotá. Tal como lo hará con su poesía, Silva se propone revolucionar las costumbres de la aldea que tiene Colombia por capital.
A su regreso de Europa, el joven poeta es reconocido por sus compañeros de generación como un innovador. Participa en el proyecto de José María Rivas Groot de publicar un libro antológico de poetas de la nueva generación entre los que brillan figuras de tanto relieve como Candelario Obeso y Julio Flórez.
El otro Silva
Si cuando hablamos de Silva establecemos la connotación con poeta, el fue otras muchas cosas: periodista, novelista, crítico, observador y reformador social. Además de comerciante fracasado. No se puede triunfar en lo que no nos gusta, y el comercio era para Silva un jarabe amargo. En cuanto periodista, Silva colaboró en numerosos periódicos, pero El Telegrama fue su hogar, donde publicó algunos ensayos con su nombre y varios cientos de artículos con seudónimo o sin firma. Dejó páginas en prosa de una factura impecable.
A la muerte de su padre, ocurrida en 1887, Silva tuvo que enfrentar la realidad. Recibió un almacén trastabillante, que en dos años transformó en un negocio próspero, al menos en apariencia, y del que en 1890 estableció una sucursal. Sin embargo, las peripecias que el régimen monetario establecido por la Regeneración, y conocido como papel moneda de curso forzoso, les provocaron a los comerciantes de artículos importados, hicieron vanos los esfuerzos de José Asunción por sacar adelante sus almacenes. Endeudado en oro, sus obligaciones se cuadriplicaron, al paso que sus ingresos se achicaban por efectos de la devaluación del papel moneda. En noviembre de 1891, el Almacén suspendió los pagos y se declaró en quiebra. Los dos años siguientes fueron los más duros para el poeta, que no sólo debía proveer al sustento de su familia, sino que estaba obligado a lidiar con una jauría de acreedores. Como si fuera poco, en enero de 1891, casi un año antes de la quiebra, murió su hermana Elvira.
Desde 1887 Silva emprendió la redacción de Cuentos Negros. Fragmentos de varios quedaron publicados en El Telegrama, y se sabe de algunas novelas tituladas Ensayo de perfumería, Del agua mansa y Amor. El trabajo de Silva fue intenso entre 1887 y 1894. En 1892 escribió Nocturno, el más famoso de sus poemas, publicado en Lecturas para todos, de Cartagena, en agosto de 1894.
Los presagios de la muerte
El vicepresidente, encargado del Poder Ejecutivo, don Miguel Antonio Caro, consiguió que Silva le aceptara un cargo diplomático, y en 1894 lo nombró secretario de la Legación en Caracas. No es difícil adivinar que este destino no era el más agradable para Silva, quien aspiraba a un cargo en Europa. Con la esperanza de que, al concluir los seis meses iniciales, el señor Caro lo trasladaría al Viejo Continente, José Asunción aceptó marchar a Caracas.
Viajó a Cartagena el 12 de agosto. La Ciudad Heroica lo acogió como a una celebridad, le brindó su hospitalidad, y el poeta, reconfortado, siguió para Caracas, donde desempeñó una labor eficientísima y estableció excelentes relaciones con los intelectuales caraqueños. Tal vez si su amiga la fatalidad no se le hubiera atravesado, se habrían hecho realidad sus sueños. José Asunción no se llevaba bien con su jefe, el general José del Carmen Villa, y tuvo la idea de pedir una licencia. Ocurrieron dos calamidades. Estalló en Colombia una guerra civil, y el barco en que regresaba naufragó cerca de Barranquilla, el 28 de enero de 1895.
Salvado de milagro, José Asunción retornó a Caracas a concluir su período. Volvió a Bogotá en mayo de 1895 y se dedicó a montar una fábrica de baldosines y a escribir la novela De Sobremesa, que integraría la serie Cuentos Negros, perdida en el naufragio. La situación política era turbulenta y la económica no se quedaba atrás. Silva, liberal por tradición, debido a su participación diplomática en el gobierno de Caro, era mirado con malos ojos por los liberales. En estas condiciones se efectuó, el 28 de octubre de 1895, por idea de Silva, y patrocinada por el ministro de Venezuela en Bogotá, Marco Antonio Silva Gandolphi, la célebre velada de la Legación de Venezuela en Homenaje al Libertador, y para sellar la amistad entre Colombia y Venezuela, deteriorada por el tácito apoyo prestado por el presidente venezolano a los revolucionarios liberales. Ese día Silva recitó su oda a Simón Bolívar, El 28 de Octubre, que hoy se conoce como Al Pie de la estatua. Este poema tuvo un significado político, pues apaleaba a los radicales y se solidarizaba con Caro; provocó el rompimiento de Silva con el olimpo radical y le ganó, por los liberales, el apodo de Silva Pendolphi.
El 15 de abril de 1896 José Asunción Silva firmó la escritura con siete capitalistas bogotanos de una sociedad para fabricar baldosines, con una fórmula inventada y patentada por él. Silva se comprometió a tenerla montada para agosto. El 24 de mayo su cuerpo fue encontrado en su cama. Tenía el corazón atravesado por una bala. Se dijo durante años que su muerte fue de su propia mano, al mejor estilo romántico. Algún biógrafo impertinente, con quien me identifico, ha expuesto otra posibilidad: Silva fue asesinado. ¿Permitirán, los próximos 100 años, conocer la verdad? Más importante es la obra de Silva, un tesoro literario que los colombianos han sabido disfrutar, aunque todavía tiene abundante jugo para exprimirle.