Las hormigas culonas
Este insecto único se convirtió en una tradición gastronómica a la que le atribuyen bondades afrodisíacas y analgésicas.
Después de Semana Santa no es fácil ser hormiga culona en tierra santandereana.
Desde hace 500 años, los hombres hacen guardia en la boca de los hoyos de esta tierra guanentina. Estos valles son la vertiente misma de la imaginación de la culona, hormiga comestible, única en su sabor agrio en el mundo, reina criolla de los insectos que debe su nombre a lo enorme de su trasero lleno de huevos.
Miles de ellas salen de los hormigueros donde hibernan en los valles de San Gil, Curití, Villanueva, Barichara y Guane, buscando los rayos del sol para el apareamiento. En ese momento son atrapadas por los campesinos, en bolsas, jarras, ollas, costales, para ser tostadas vivas al fogón.
Saber el día exacto en que van a salir más hormigas es un legado de la tradición indígena de los guanes, perteneciente a la familia lingüística Chibcha. Los guanes, que vivieron entre los siglos VII y XVI, al aprendieron a masticarlas y a defenderse de la picada de los machos, que no se consumen, pero atacan con ferocidad a los intrusos.
Desde esos tiempos, cada mañana, durante nueve semanas al año, las culonas hacen parte de una tradición gastronómica, que luego de colonizar las mesas del país, ha llegado hasta Inglaterra, Alemania, Portugal, Canadá y Estados Unidos.
La quimera, que ya recorre el mundo, le atribuye a la hormiga culona poderes afrodisíacos, analgésicos y de longevidad, más aun si se consumen vivas, tras cortarles las patas, las alas y el pico.
A pesar de que este tipo de insecto cuenta con ciudades subterráneas en el Eje Cafetero y los Llanos Orientales, habitadas entre 50 y 200 millones de hormigas, la cocina santandereana convirtió este departamento en la fábrica oficial de culonas de Colombia.
El sociólogo e historiador Emilio Arenas asegura que si bien era consumida por las clases populares, la alta sociedad santandereana le tuvo resistencia a su culo.
"La hormiga tuvo una etapa vergonzante. Los ricos las llamaban hormigas colonas. Les daba pena referirse a ellas. Incluso en alguna ocasión se aseguró, para desprestigiarlas, que provenían de los cementerios. Pero la hormiga culona no ha perdido su vigencia".
Arenas considera que su consolidación como símbolo es producto de la tradición indígena que sobrevivió al paso de los años.
"Los artesanos y los artistas forjaron el concepto con sus obras. Las mujeres en la cocina hicieron su aporte. En los años 50, una importante empresa de transporte las llevó por todo el país. Luego los medios de comunicación hicieron su trabajo y se arraigó esta tradición".
Un estudio de la Universidad Industrial de Santander encontró que son una fuente rica en ácidos grasos no saturados, es decir, un alimento que previene enfermedades como el alto nivel de colesterol sanguíneo.
Por su parte, Hernando Medina, empresario bumangués, aseguró que el mercado de hormigas en el exterior es relativamente nuevo y está en crecimiento. Medina arrancó su proyecto hace cinco años exportando 50 kilos y hoy envía al año 800 kilos del insecto.
"La fuerte tradición santandereana de comer hormigas culonas se expande en el mundo con mucho éxito. Es una costumbre heredada de nuestros ancestros indígenas y así lo están reconociendo en los mercados extranjeros".
Para fortalecer esta tradición, Jorge Raúl Díaz, propietario de una finca de 30 hectáreas con 39 nidos de hormigas certificados, promueve desde hace dos años el concurso 'A coger culonas', que reúne a 20 novatos y expertos cazadores. El año pasado, en sus bolsas se amontonaron 56.000 hormigas.
Así, los santandereanos perpetúan una tradición que acompañó a sus antepasados, los guanes, y que comienza cada año en luna menguante al terminar Semana Santa.
* Periodista de Vanguardia Liberal