MARQUETALIA VISTA POR LOS GRINGOS
Durante el gobierno de Valencia, Estados Unidos llegó a considerar el envío de tropas a <BR>Colombia, según documentos secretos consultados por SEMANA .
Uno de los cadetes de la marina que custodiaba la entrada de la embajada subió al
segundo piso con la talega en la mano y la puso en su escritorio como si llevara una hamburguesa.
En la bolsa de papel iba una bomba. Ante el espanto de sus vecinos de oficina el sargento Hubber sacó
cuidadosamente los tacos de dinamita, los cables, el reloj, que no paraba de sonar, y 10 minutos
antes de que dieran las 6:30, la hora señalada en el despertador del explosivo, desactivó el
artefacto.No era el final de un simulacro. La temeraria misión ocurrió el 4 de febrero de 1965 en pleno
interior de la embajada de Estados Unidos en Bogotá. Hubber se ganó 250 dólares y una medalla de
honor por haber salvado la vida de cientos de personas que trabajaban en el edificio del centro de la
capital. Afuera, sin embargo, en el sur de Bogotá y también en el norte, tanto en el Palacio de San
Carlos como en el Ministerio de Guerra, en El Tiempo y en El Siglo, en el Country Club y en la
Universidad Nacional y, claro está, en Marquetalia, Tolima; en Riochiquito, Huila; en Bucaramanga,
Cali, Barranquilla y Medellín, mejor dicho en todo Colombia, el tic tac de otra bomba de tiempo seguía
sonando. El país estaba cargado de dinamita.La gente común y corriente presentía que algo grave iba
a ocurrir y que el presidente de la República, Guillermo León Valencia, no terminaría su gobierno.
Grupos de 'bandoleros comunistas' _en ese tiempo casi nunca les decían guerrilleros_ defendían
a muerte sus 'repúblicas independientes' en las zonas rurales más abandonadas; los estudiantes
quemaban carros y buses todos los días, el depuesto general Rojas Pinilla quería reconquistar el poder
a la buenas o a las malas; Alfonsito López Michelsen _como le decía en sus reportes el embajador de
Estados Unidos al jefe del MRL_ le pisaba las mangueras del oxígeno al agonizante Frente
Nacional; Camilo Torres, un cura revolucionario, organizaba protestas en el centro de Bogotá y el
ministro de Guerra, Alberto Ruiz Novoa _una especie de Hugo Chávez de los 60_ hacía campaña
política para ser presidente con los éxitos de la lucha contra el bandolerismo. Y, para acabar de
completar el panorama, la economía del país estaba en quiebra. Esos eran los principales ingredientes
de la bomba de expansión nacional. Y no se trataba simplemente de otra de las crisis colombianas.
Esta vez el gobierno de Estados Unidos quería desactivar el artefacto y pretendía hacerlo a su manera,
como el cadete temerario de la portería de la embajada.No se necesitaron simulacros. El gobierno
norteamericano logró hacer, a su estilo, lo que se propuso durante esta crisis y consideró
seriamente enviar tropas para poner orden. Más de 1.200 documentos secretos desclasificados que
fueron consultados por SEMANA en los Archivos Nacionales de Washington (National Archives) no
dejan dudas de que quizás este fue el período de mayor injerencia de Estados Unidos en la política, la
economía y el orden público del país. Sobre todo en el orden público. A mediados de 1965, cuando el
Departamento de Estado no parecía soportar más la incertidumbre que reflejaban los cables y
memorandos confidenciales de Colombia y el presidente Lyndon B. Johnson cantaba victoria por su
triunfal desembarco en República Dominicana, se decidió consultar con la embajada si ya era hora
de repetir la misma terapia en Colombia. La respuesta del embajador fue rotunda. "Estoy en completa
oposición a la entrada en Colombia de cualquier personal militar", escribió Oliver Covey en un
telegrama fechado el 26 de agosto de 1965. "La existencia de planes de contingencia para
fuerzas de tierra en Colombia es dinamita y representa un peligro para las relaciones de Estados
Unidos y Colombia". En lugar de intervención Oliver diseñó un plan de contingencia a corto plazo en
el que se contemplaba la renuncia de Valencia y las posibilidades de un alzamiento tanto de la extrema
derecha como de la extrema izquierda. En el plan de cuatro páginas, que llegó al escritorio del
presidente Johnson desde el 25 de junio, la embajada no parecía descartar la bondades de un gobierno
constituido por "un liderazgo responsable" de las fuerzas militares "con el respaldo de las clases
política y económica". En ese escenario, agregaba el informe secreto, se daría la "oportunidad
para reestructurar el sistema político con el fin de que le permita funcionar de una manera efectiva". El
problema de la opción militar, agregaba, es que tendría repercusiones desafortunadas en Venezuela y
pondría en aprietos al gobierno gringo en caso de que los militares _como era muy probable_
solicitaran ayuda.La 'Operación Marquetalia'Los militares colombianos eran los más pedigüeños del
hemisferio. En mayo de 1955 el subsecretario de Estado, Holland, no pudo ocultar su asombro
cuando el embajador de Colombia en Estados Unidos, Eduardo Zuleta Angel, le pidió 3.000 bombas
napalm que el Ejército colombiano quería usar en acciones contra la guerrilla. Tras un largo
discurso en el que Holland explicó al embajador las graves consecuencias que tendría para Estados
Unidos facilitar a Colombia esa "aterrorizadora arma destructiva", Zuleta se disculpó diciendo que se
trataba de "un pedido de rutina". La suma total de los requerimientos del gobierno colombiano en
un solo año superaba la ayuda militar entregada por los norteamericanos a todos los países del
mundo, escribió Hollman.Diez años más tarde el general Ruiz Novoa quería romper un nuevo
récord solicitando 300 millones de dólares para acabar con los 'bandoleros' de Marquetalia.
Habían dado de baja a 'Sangre Negra', 'Tarzán', 'Puente Roto', 'Puñaladas', 'Desquite' y 'Pedro
Brincos' pero faltaba un tal Pedro Antonio Marín, alias 'Tirofijo', un campesino que tenia una rara
afición a la esgrima y tocaba violín cuando nadie lo escuchaba. 'Tirofijo' se movía en el área de
Marquetalia y tenía bajo su mando de 15 a 30 hombres, pero con capacidad de convocar a 200, según
el reporte mensual de la embajada de enero de 1964. Los gringos no parecían preocupados con el
'bandolero' y en sus informes se reflejaba un ambiente de triunfalismo. En julio de 1964, tras los
levantamientos de Marquetalia, las cosas cambiaron. Los funcionarios de la embajada reconocieron
que la acción los había tomado por sorpresa. "La planeación no fue posible, pues el equipo
(diplomático) fue abrumado por los acontecimientos", escribieron en su informe mensual A partir de
este momento la embajada empezó una campaña de persuasión dirigida a su gobierno para lograr la
aprobación del envío urgente de helicópteros, equipos de comunicación y el aumento del presupuesto
de ayuda militar para el año siguiente.
Por qué se lanzó el Ejército a Marquetalia? La versión de la embajada es que a pesar de que el
gobierno colombiano no tenía capacidades para asegurar una victoria la región se convirtió en una
prioridad militar como consecuencia del "estado de júbilo" que se vivía en el Ejército a raíz de los
resultados favorables en otras zonas y "la irritación que producía (entre los militares) la insolencia así
como las acciones criminales que emanaban de Marquetalia".La operación, en efecto no fue fácil, y así
lo consignó en su informe de julio del 64 la embajada: "La campaña de Marquetalia está lejos de
terminarse. Las principales fuerzas comunistas están en general intactas y el gobierno solo puede
controlar el área a través de incesantes esfuerzos. La suma pedida por Ruiz es alta, pero al menos da
una idea de la magnitud del problema". El gobierno de Estados Unidos ya tenía en Colombia varias
unidades de entrenamiento y asesores militares. Del bolsillo del Tío Sam salió medio millón de dólares
para la campaña cívico-militar de pacificación de las regiones azotadas por el bandolerismo
comunista. Pocas cosas quedaban fuera del control de la embajada. Los gringos seguían desde el
más mínimo movimiento de las Fuerzas Armadas en Marquetalia hasta la edición de la Cartilla del
Soldado y de los calendarios que se repartían a los campesinos de la zona para enaltecer las
acciones cívicas en nombre el Ejército. Esto último era muy importante, pues la embajada tenía la
sensación de que las ambiciones políticas del general Ruiz lo estaban llevando a atribuirse como
victorias personales las batallas que costeaban los norteamericanos. "Es un militar que está al tanto
profundamente de los problemas que confronta su país", escribió Oliver, "y su interés en una amplia
gama de asuntos de pública preocupación sugiere que, bajo ciertas circunstancias (tales como
condiciones difíciles o caóticas) no dejaría pasar necesariamente una oportunidad para jugar un papel
primordial en el gobierno" Al mismo tiempo que movían las fichas de la guerra los funcionarios de la
embajada en Bogotá sabían que la subversión no se curaba con plomo y calendarios. En varias
comunicaciones insistieron a sus superiores en Washington que el problema era más de fondo y
que se necesitaban grandes reformas sociales y esfuerzos en educación, carreteras y
comunicaciones para superar la amenaza del comunismo. Si estas metas no se logran "la violencia y
los enormes gastos militares para el combate podrían continuar durante algunos años", escribió
Stephen Comiskey, primer secretario de la embajada. Con un Ministerio de Guerra que absorbía el 31
por ciento del presupuesto operativo del país y las estadísticas de la violencia que parecían copiadas
del futuro, el sueño norteamericano estaba muy lejos de lograrse. En los primeros cinco meses de
1964, dicen los registros de la embajada, habían muerto bajo el fenómeno de 'la violencia' 498
personas, de las cuales 33 eran militares, 134 bandoleros y 331 campesinos inocentes que no tenían
que ver con la guerra. Ante este panorama el embajador registró con preocupación en su informe
confidencial de julio la intervención del representante a la Cámara por la facción radical del MRL
Hernando Garavito Muñoz, quien advirtió que las acciones militares en Marquetalia "van a provocar una
guerra de guerrillas en todo el país". Alvaro Uribe Rueda, otro de los duros del MRL, se sumó a la
profecía.Hasta ese momento, sin embargo, las operaciones parecían tan exitosas en Washington
que un funcionario de esa ciudad no resistió la tentación de comentar a un periodista de The New York
Times que la eliminación de varios de los bandoleros comunistas no hubiera sido posible sin la
ayuda militar de Estados Unidos. La publicación enfureció al comandante de las Fuerzas Armadas,
Gabriel Revéiz Pizarro, quien llamó al agregado militar para protestar porque mientras sus soldados,
dijo, "le ponían la cara a la balas" en las montañas, ellos, los norteamericanos, estaban bañándose en
gloria en sus oficinas. Consciente del daño que había provocado el artículo de prensa el embajador tuvo
que salir a reconocer los esfuerzos del Ejército nacional. Otro escándalo en torno a la ayuda de
Estados Unidos puso en la mira a la embajada en Bogotá a finales de 1964. De La Habana llegaban
denuncias de que el gobierno de Estados Unidos estaba usando armas químicas en Marquetalia. El
Departamento de Estado no desestimó las consecuencias que podría causar semejante señalamiento
y estuvo atento al desarrollo de la campaña, enviando a la embajada en Colombia la transcripción de
las transmisiones de la radio revolucionaria cubana sobre la presunta muerte de 16 niños que habían
estado expuestos a un extraño germen esparcido por aviones del Ejército colombiano bajo
instrucciones del imperialismo yanqui. "Creemos que si los cubanos continúan presionando con
estas acusaciones absurdas", comentaba un funcionario del Departamento de Estado, "el gobierno
colombiano podría considerar el invitar a un organismo imparcial, como la Cruz Roja Internacional, para
hacer una investigación". Mas allá de esta expresión de indignación, en los documentos revisados por
SEMANA no hay mayor información sobre el seguimiento que el gobierno estadounidense hizo a la
denuncia. La embajada no perdió de vista a 'Tirofijo'. A principios de 1965 el informe semanal de la
sede diplomática en Bogotá resumía así un estado de ánimo entre las fuerza militares que el tiempo se
encargaría de ridiculizar: "El Ejército de Colombia está en general satisfecho con la campaña en
contra de Pedro Antonio Marín ('Tirofijo') y su corte de comunistas en el área de Marquetalia. La
autoridad gubernamental fue restablecida a lo largo de la región y 'Tirofijo', con sus seguidores más
cercanos, que han encontrado refugio en el área, han sido neutralizados".