Nosotros no pedimos ser víctimas
Más de cincuenta años de guerra dejaron cicatrices y cambiaron vidas. Y aunque el daño ya está hecho, los acuerdos de paz aparecieron como una posibilidad de verdad y no repetición para las víctimas.
Dos esquinas de Bogotá. Dos historias diferentes de pies a cabeza, pero que comparten la ausencia de seres queridos, la violencia y la determinación de vivir a pesar de las heridas. Esas son las historias que dejaron más de 50 años de guerra, son las vidas marcadas por el accionar de la extinta guerrilla de las FARC.
Santiago García en un extremo de la mesa con su hermana melliza María Camila, ambos de 12 años, esperan los platos que ordenaron para cenar. Al otro lado, están su mamá, su papá y su hermana de cuatro años. Era viernes y eso significaba que podían ir al club a pasar el rato en familia.
Para Carmenza López, la tempestad también empezó en un día tranquilo. Estaba con su esposo, Guillermo Leal, y sus hijos en casa, planeaban pasar el día juntos. Pero sonó el teléfono de Guillermo. Era del trabajo, debía ir a una reunión a la localidad del Sumapaz de dónde era edil.
Ese 7 de febrero de 2003, a la mesa de Santiago y su familia nunca llegaron los platos. Tampoco lo hicieron a las otras mesas que esperaban aquella noche en el Club El Nogal. A las 8:15 pm una bomba de 200 kilos de Anfo y clorato de potasio estalló en el parqueadero, destruyó parte de la fachada y abrió un cráter del tercer al séptimo piso. Murieron 36 personas y 198 resultaron heridas. El carrobomba lo pusieron dos hombres, Oswaldo Arellán y John Freddy Arellán, siguiendo órdenes de líderes de las Farc.
En el caso de Carmenza, el 15 de noviembre de 2008 despidió a su esposo en la mañana. Horas más tarde, a las 6:00 pm, la llamaron para decirle que había sido secuestrado en la finca que tenían en la vereda Las Ánimas en Sumapaz. Después de la reunión, él había pedido al chofer que lo llevara para mirar unos terrenos. Según cuentan los rumores, se encontró con unos hombres encapuchados y con chalecos del CTI. En ese momento el nombre de las Farc también apareció en esta historia.
El bombazo y el secuestro cambiaron la vida de los dos personajes. Santiago despertó en el parqueadero tendido y con los ojos cubiertos en polvo. Lo llevaron a la Clínica Colsubsidio donde estuvo por una semana. Su hermana María Camila perdió una pierna y las heridas en su cuerpo la acercaron a la muerte. La otra parte de la familia García no corrió con la misma suerte. Sus papás y hermana menor fallecieron en el atentado.
La tragedia de Carmenza y sus tres hijos tomó un poco más de tiempo para revelar sus dimensiones. Después del secuestro pasaron días sin saber nada. Solo recibió una llamada en la que personas identificadas con el frente 53 de las Farc decían tener a Guillermo por razones políticas. La siguiente noticia fue dilapidadora: “venga a recoger a su patrón”, le dijeron al hermano de Guillermo.
Su cuerpo estaba en la vereda de las Ánimas Altas y llegar a él fue toda una odisea. Hasta el último centímetro del sitio había sido minado, después de varios días pudieron recoger a Guillermo, o bueno, lo que quedaba de él. Carmenza solo vio una foto de una bolsa de huesos y restos que decían eran de su esposo. Ella aún se pregunta cómo en un par de semanas convirtieron a un hombre alto y fornido en eso. Y todavía hoy lo cuenta con el corazón en la boca: “Disque le dieron un trato inhumano. Yo no sé si Diosito santo me dará la oportunidad para yo perdonar esa situación”.
Desde entonces para Santiago y Carmenza la vida fue otra cosa. Él y su hermana se mudaron con sus tíos que desde entonces asumieron el rol de padres. Se dedicaron a ellos con amor y atención, y así con el paso del tiempo lograron sanar las heridas.
Santiago dice que, a pesar de la magnitud de la perdida, se recuperó en poco tiempo. “Rápidamente entendí que la única forma de salir adelante era valorando lo que tenía: mi nueva vida, mi nueva familia (…) no había de otra porque debía seguir viviendo, apenas tenía 12 años. Era o vivir amargadísimo o tristísimo, con dolor u odio por dentro o seguir adelante”. Cuenta que para su hermana fue un poco más lento, más difícil, más doloroso. Las heridas de su cuerpo se combinaron con las del alma. Pero ahora, 17 años más tarde, está bien.
María Camila tiene 29 años, igual que Santiago, y trabaja en una consultoría de innovación. Por su parte, él ahora es un hombre de negocios, se dedica a administrar inversiones. Además, tiene una familia, su esposa. “Eso pasó hace 17 años, nosotros teníamos doce y la verdad nuestra vida de adultos es de la que nos acordamos”, dice.
Los años también han ayudado a Carmenza, pero sin duda el dolor sigue allí. Después del asesinato de su esposo, pasó mucho tiempo antes de que fuera capaz de pisar de nuevo la localidad del Sumapaz. Aún hoy no ha vuelto a la finca que tenían y que administra el hermano de Guillermo desde entonces. “Yo volví a la localidad, volví a todo, pero no he sido capaz de llegar allá. Allá hay muchos recuerdos, hay muchos sentimientos”, cuenta.
Los días sin Guillermo han sido todo menos fáciles. Quedó sola con tres hijos: unos gemelos de 8 y otro de 13 años. Y los ires y venires laborales la pusieron muchas veces en la cuerda floja. Hoy trabaja en el acueducto de Bogotá, pero aún no le es fácil maniobrar su vida económica.
Sus tres niños, hoy son tres hombres de 20 y 25 años. Quieren estudiar, pero lograrlo le ha costado mil esfuerzos. Un gemelo estudia en el Sena y el otro Derecho con un crédito del Icetex. El mayor, Sergio, ha intentado hacer carrera como entrenador deportivo o director técnico, pero siempre ha tenido que abandonar los estudios por dificultades económicas. La pandemia solo ha empeorado todo. “Esa impotencia de no poder ayudarlos, de no poder sacarlos adelante (…) Pero todo ese dolor me da la fortaleza”, dice Carmenza siempre con optimismo en su voz.
Y estas no fueron las únicas dificultades. Ella dice que los siguieron aún viviendo lejos del Sumapaz. Se debieron mudar varias veces y por años vivir con precauciones como si fueran prófugos. Sergio también dejó de hablar por un tiempo.
Guillermo dejó un vacío difícil de llenar para su familia y también para el Sumapaz. Aunque era ingeniero civil, había dedicado su vida a los asuntos públicos y a trabajar con la comunidad. Fue presidente de una Junta de Acción Comunal, líder del corregimiento de Nazaret, alcalde de la localidad, asesor de un concejal y edil en dos ocasiones. Esa experiencia le mostró los riesgos que venían con la actividad política. En 1994, cuando dirigía la alcaldía, las Farc lo secuestraron por primera vez, pero logró escapar. Algunos dicen que su asesinato años después fue porque denunció líos de corrupción en la alcaldía local.
…Y ¿qué pensaron de las negociaciones y de los acuerdos con las FARC?
“Hubo esperanza de que tal vez podríamos vivir en una sociedad en la que a nadie le pasara lo que nos pasó a nosotros”, dice Santiago.
Para Carmenza: “Con este proceso de paz hay una esperanza para que nosotros podamos encontrar la verdad. Pero esa verdad debe ser justa, honesta y sincera”.
Hace una semana, pronunció palabras similares en un evento de la alcaldía de Bogotá en el que miembros del partido de la exguerrilla pidieron perdón a las víctimas. Carmenza se hizo famosa por rechazar el abrazo que le ofreció la senadora Griselda Lobo. “Que yo no les haya dado ese abrazo ni les haya dado ese perdón no quiere decir que yo sea proguerra, significa que yo estoy en un proceso de paz y en un proceso de sanación”. Para ella, el primer paso para la reconciliación es que las FARC le digan qué pasó con Guillermo y por qué lo hicieron.
Santiago dice que para él lo más importante es la no repetición. “Sé que últimamente ha habido muchos inconvenientes, pero yo creo que al final el resultado será positivo”. Él y su hermana nunca hicieron parte de grupos de víctimas, sentían que no les ayudaría en su proceso de recuperación. “Nosotros somos Santiago y María Camila, sobrevivimos a eso, pero no queremos tener ese estigma de víctimas eternamente”, afirma. Aun así, siempre ha tenido en su cabeza que quiere ayudar a Colombia a salir de este círculo de violencia. “Lo que a nosotros nos pasó fue consecuencia de un país que tiene unas desigualdades enormes y una falta de oportunidades tremenda”.
Carmenza también decidió que haría algo por ella y las demás personas que fueron golpeadas por el conflicto armado en la localidad de Sumapaz. Se unió a la Mesa Local de Víctimas en el 2016 y eso le dio fuerza para volver.
Ahora lidera un proceso para que sean reconocidos como víctimas colectivas ante la Unidad de Víctimas. La entidad rechazó su aplicación el año pasado, pero ellos se niegan a rendirse. Hace una semana presentaron un recurso frente a la entidad. “Empecé a decirles a las entidades que nosotros no éramos mendigos, éramos víctimas y que solamente exigimos nuestros derechos (…) nosotros no pedimos ser víctimas, a nosotros nos hicieron daño y nos dejaron mal”.