Núñez, para bien o para mal
El artífice de la Constitución de 1886 siempre genera debate. Pero su capacidad de darle un vuelco a la Nación fue innegable.
"Regeneración o catástrofe". Esta lapidaria frase anunciaba la propuesta mesiánica del dirigente cartagenero Rafael Núñez sobre la cual se inspiró el proyecto político, económico, ideológico y constitucional de la Regeneración. Bajo este rótulo, se plasmaba el ideario que debía recomponer la Nación después de la pobreza, el odio, la crisis económica y las persecuciones políticas provocadas por las enconadas guerras civiles, en especial la de 1876 a 1878, de los "excesos libertarios" impuestos o concebidos por el olimpo radical, justificaciones suficientes para encauzar el país en el marco del proyecto regenerador.
La propuesta estuvo precedida y acompañada de críticas, detracciones pero también de aceptación y reconocimiento. De un lado, se ponía en tela de juicio al político Rafael Núñez que antes había defendido al liberalismo radical.
Sin embargo, su participación en los destinos de la política provincial, en el Congreso y luego en la Presidencia de la República, darían cuenta del otro orden de ideas que matizaron el proyecto Regenerador y, obviamente, le ganarían la aceptación y concurso de los liberales independientes, los conservadores y la Iglesia. De esta forma, y luego de terminada la guerra civil de 1877, la división entre el radicalismo liberal y los llamados liberales independientes demarcó los derroteros políticos y electorales de Núñez para las dos últimas décadas del siglo XX, es decir, de las orientaciones definitivas de la Regeneración: los campos económico, político e ideológico, que se plasmaron en su modelo proteccionista, el centralismo político y el restablecimiento de las relaciones con la Iglesia, como soporte del orden moral menoscabado por el radicalismo y con las tentativas permanentes para definir la separación de la Iglesia y el Estado; así pues, se prefiguró el proyecto de la regeneración: unidad nacional, libertad religiosa, derechos para todos, estabilidad y autoridad. Esas ideas se materializaron en la Constitución de 1886, que además de extirpar cualquier vestigio de federalismo, ordenó un modelo de Estado unitario, convirtió los antiguos Estados en departamentos y fortaleció el poder ejecutivo al ampliar el período presidencial a seis años con posibilidad de reelección. El poder se concentraba en el Ejecutivo y consolidó la hegemonía en el poder del Estado para el Partido Conservador.
Su propuesta económica giró alrededor del proteccionismo con la introducción de medidas arancelarias, decretó la exención tributaria a las materias primas importadas con la idea de incentivar la precaria producción nacional. Creó el Banco Nacional, que centralizaba la emisión del papel moneda para dar fin al caos monetario. La Constitución de 1886 y la lógica de Núñez percibían la Iglesia como ordenadora de la moral social. No se restablecieron los diezmos obligatorios, pero revirtió y derogó las reformas de los gobiernos liberales, sobre todo en la educación. La Iglesia recuperó las propiedades, y la educación quedó en manos del clero.
Así pues, el otrora excomulgado, es evidencia de uno de los espíritus civilizadores del siglo XIX, artífice de la Constitución política de 1886, cuyas acciones -con las limitaciones que en el tiempo se evidenciaron- lograron darle ordenamiento jurídico e institucional al país, pero el manejo político y el cierre de los espacios políticos que con ésta mantuvo el Partido Conservador llevaron al país a la peor de las guerras civiles del siglo XIX y con la cual Colombia despuntaba el XX, la Guerra de los Mil Días. Estadista, civilista, pero ante todo el pensador que de una u otra forma logró articular en un período de crisis, la anhelada unidad nacional.
*Profesor del departamento de historia de la Universidad de Antioquia