“Para frenar la violencia en Buenaventura primero hay que controlar el mar”, explican los guardacostas de la Armada
Narcotráfico, piratería y naufragios forman parte del diario vivir de la guardia costera en el principal puerto del Pacífico colombiano. SEMANA acompañó uno de sus patrullajes.
“Nuestra principal misión, independiente de que seamos militares o no, es la protección de la vida en el mar”, es la consigna que el capitán de navío Néstor Castellanos Zambrano, comandante de Guardacostas del Pacífico, le repite diariamente a sus oficiales en los diferentes puertos, así como a sus subordinados en las embarcaciones y puestos de control marítimo.
Lastimosamente, y por altruista que sea este lema, son pocas las veces en las que estos marinos de la Armada colombiana pueden dedicarse de lleno a custodiar a los turistas o los pescadores que surcan esta bahía, pues la lucha contra el narcotráfico o la piratería los absorbe.
“En Buenaventura confluyen muchos problemas, pero sin duda el más grave es la salida de narcóticos por este corredor del (mar) Pacífico, que por su tamaño es casi imposible de controlar. Nosotros hacemos presencia como Armada Nacional en todo el Pacífico con nuestras unidades de Guardacostas, de Infantería de Marina, los buques de la flotilla de superficies y las aeronaves del grupo aeronaval. Les damos pelea a estos bandidos”, aclara el alto oficial.
“Nuestra principal misión, independiente de que seamos militares o no, es la protección de la vida en el mar”, guardacostas de Buenaventura.
El capitán Castellanos comanda un grupo de 95 marinos guardacostas en Buenaventura, quienes salen a patrullar en grupos de 4 tripulantes (1 oficial, 1 suboficial y 2 infantes) en faenas por el mar Pacífico, que pueden tomar horas o hasta una quincena completa sin tocar tierra.
Aunque la mayoría de las veces existe un buque de interdicción marítima de apoyo, donde los guardacostas pueden comer y dormir, también es común que deban mantenerse a la pista de los delincuentes. En estos casos, y guardando el sigilo necesario, no tienen más apoyo o resguardo que su propio bote.
“Es algo muy complejo, porque muchas veces los guardacostas, ya sean hombres o mujeres, tienen que dormir, comer e ir al baño en las embarcaciones, que no son más grandes que una lancha común. Por ejemplo, cuando una tripulante mujer tiene que hacer sus necesidades por la borda, todos los demás miembros deben ir de la popa a la proa (el otro extremo de la nave) para brindarle algo de privacidad”, explica Castellanos, quien aclara que mantenerse en alta mar es necesario, eso si quieren seguir la pista a los narcos.
Otro de los dolores de cabeza para los guardacostas es la navegación pirata por toda la bahía, desde y hacia pequeñas ensenadas como La Bocana, Juanchaco, Ladrilleros o Piangüita. Las lanchas que transitan ilegalmente, evitando el muelle oficial de La Pagoda, realizan peligrosos viajes, en los que sus tripulantes no llevan siquiera un chaleco salvavidas.
“Lograr que estas embarcaciones cumplan con las normas mínimas de seguridad es muy difícil, pues muchos de los ‘capitanes’ de estas lanchas alegan poseer un conocimiento ancestral, que supuestamente les permite surcar estas aguas sin la necesidad de chalecos o ayudantes. En caso de que exista una emergencia, es complicado que puedan sortearla, y de lo que no son conscientes es que llevan personas a bordo que muchas veces ni siquiera saben nadar”, denuncia Castellanos bastante contrariado.
Los Guardacostas y el coronavirus
Por apartado que parezca el Pacífico, la pandemia de la covid-19 golpeó al puerto de Buenaventura en 2020. A diferencia de muchos uniformados que guardaron el confinamiento obligatorio nacional, los guardacostas tuvieron que redoblar su esfuerzos.
“Fue un trabajo muy arduo, pues para empezar no había turismo y las comunidades que viven en las ensenadas dependen del dinero que les llevan los visitantes. Cuando se hizo efectivo el cierre del muelle turístico, ellos quedaron aislados y sin suministros, por lo que tuvimos que llevar ayudas humanitarias, alimentos, medicinas y pertrechos. La Fuerza Naval del Pacífico apoyó con sus buques y nosotros nos encargamos de ayudar a repartir las ayudas y controlar que no fueran a ser robadas y revendidas en Buenaventura”, comentó el capitán, originario del municipio de Mogotes (Santander) y quien desde hace año y medio comanda el Pacífico.
Por lo general estos guardacostas no son nativos del puerto o del Valle del Cauca, por lo cual –en la cuarentena– no pudieron ir a visitar a sus familias durante varios meses. Algunos incluso aún esperan ese anhelado permiso, pues las labores diarias son demandantes y un relevo parece poco probable, sobre todo en medio de la coyuntura de violencia que azota al puerto.
“Yo preferí traerme a mi familia a vivir aquí a comienzos de año, porque a este paso quién sabe cuándo íbamos a volver a vernos”, confesó uno de los tripulantes del navío en el que nos movilizábamos.
¿Narco-Torpedos?
Otra de las tareas del cuerpo de guardacostas de Buenaventura es brindarles seguridad a los gigantescos buques cargueros que llegan principalmente desde Europa y Asía, los cuales deben esperar a las condiciones óptimas de navegación para entrar a la bahía.
Esta espera los hace vulnerables al ataque de pequeños grupos de piratas, una situación inusual en estas aguas, pero no menos preocupante, por lo que los capitanes de estos navíos suelen contratar seguridad privada.
La nueva modalidad de los bandidos es pegar una especie de torpedos bajo el casco de los barcos, cargados con cocaína, con la ayuda de buzos experimentados.
“También proveemos seguridad a las embarcaciones colombianas de cabotaje, que llevan insumos, electrodomésticos y toda clase de productos por la costa del Pacífico y que entran por los ríos hasta el interior”, comenta el oficial.
Lo más curioso en esta tarea es la labor de ‘detectives’, pues cuentan con informantes que los advierten cuando uno de los buques internacionales es utilizado como ‘mula’ por los narcotraficantes. Un situación de la que la tripulación del buque desconoce.
“La nueva modalidad de los bandidos es pegar una especie de torpedos bajo el casco de los barcos, cargados con cocaína, con la ayuda de buzos experimentados. Esto lo hacen sigilosamente en las noches, mientras la embarcación está anclada en puerto. Cuando la nave zarpa hacia otro destino, al llegar la estará esperando otro equipo de delincuentes, quienes bajo la misma modalidad retiran el torpedo sin que nadie se dé cuenta”.
Cada uno de estos torpedos puede llevar dentro hasta 700 kilos de cocaína pura.
Son 14 las funciones designadas por la Armada nacional para el cuerpo de guardacostas, pero para el capitán Néstor Castellanos y sus tripulantes la vida humana tiene la prelación.
“Me gusta ser marino y ser guardacostas porque es más de lo que la gente piensa. No solo es un honor pertenecer a esta fuerza, sino es una vocación de servicio”, puntualizó el comandante al llegar a puerto.
Es el fin del recorrido.