Especiales Semana

TIERRA DE NADIE

La indiferencia estatal y la presión de colonos, guerrilleros, narcotraficantes y mafias madereras, están destruyendo la serranía de la Macarena.

24 de octubre de 1994

CADA VEZ QUE LAS AUTORIDADES SE acuerdan de que en algún cajón de una oficina pública reposa una ley que dice que la serranía de La Macarena es una reserva natural de todos los colombianos, deciden que hay que ejercer soberanía. Entonces, después de los memorandos y consultas consabidas, ordenan el mismo ritual. Si la preocupación no es muy grave, se envía a un funcionario del Inderena o del Incora para que haga un sobrevuelo. El parte es casi siempre el mismo: "Los colonos siguen arrasando". Pero si la preocupación es mucha, o si la denuncia de la prensa acosa demasiado, entonces se envía una comision de soldados. El parte también es casi siempre el mismo: "Ahí lanzamos municiones, pero no encontramos a la guerrilla".

Abajo, entre la maraña de 800.000 hectáreas de selva tupida, Colombia parece un país ajeno y distante: los coqueros echan agua a sus sembrados; la guerrilla pasa por video los discursos de los 'comandantes'; los colonos talan cedros a machete; los paramilitares buscan disidentes; los ecólogos adoctrinan a los peregrinos para que se concienticen de que "hay que cuidar el medio ambiente"; los indígenas escuchan a los misioneros que les hablan de la salvación del alma; y los guardabosques dan explicaciones a la Fiscalía, que los acusa de prevaricato por "no impedir la tala de madera".

A 100 kilómetros de distancia, en la fría y deforestada Santafé de Bogotá, con el mismo tono patético y profético de siempre, los funcionarios anuncian investigaciones, prometen lo divino y lo humano, convocan a seminarios, entregan estadísticas. Pero mientras todo esto ocurre, una serranía de 400 millones de años, donde se refugian más de 10.000 especies animales y vegetales y donde nace el 30 por ciento de los ríos colombianos, se muere lentamente. Como si tuviera un sino trágico, la serranía de La Macarena está siendo despojada de sus riquezas -muchas de ellas sin haber sido conocidas o estudiadas siquiera- y un problema socioeconómico, ligado a viejos problemas políticos, está arando el camino para nuevos conflictos de orden público. "Quizás en ninguna otra parte del país, dice el procurador agrario Augusto Cangrejo, se unen lo ecológico y lo sociopolitico de manera tan explosiva".

La Macarena no es sólo caño Cristales y las bellas fotos de Andrés Hurtado García; es también un lugar que no es ajeno ni se ha podido sustraer de la violencia que afecta al resto del país, pero que allí toma ribetes insospechados por su importancia ecológica para la preservación del ecosistema colombiano. "Si se acaba La Macarena, dice José Yuniz, abogado asesor de la Procuraduría Agraria, no solo se acaba un santuario de importancia extraordinara. Con ella desaparecerían las posibilidades de contar con agua potable para los próximos años, ante la escasez que ya se presente en algunas regiones colombianas".

Infortunadamente, La Macarena ha llegado a oídos de los colombianos cabalgando detrás de una racha de malas noticias. Por los titulares de la prensa han desfilado aventureros como Hernando Palma, el tal Palma que asesinó a toda la comunidad indígena guayabera tras alegar que esta lo había querido envenenar. Está aún viva la polémica que se armó cuando el Instituto Linguístico de Verano fue cuestionado no sólo de destruir las comunidades indígenas a su cargo sino de adoctrinarlas con fines políticos no muy claros. Y se recuerda todavía el secuestro del biólogo estadounidense Richard Starr, quien permaneció tres años en poder de las Farc. De ahí en adelante prosigue un sinnúmero de hechos, como la presencia del campamento central de las Farc en Casa Verde; la matanza en Piñalito de simpatizantes de la Unión Patriótica, o el más reciente caso luctuoso del asesinato de 'Melco' Fernández.

Si bien es cierto que el Estado colombiano empieza a tomar medidas para restituir la tranquilidad en La Macarena, la gravedad y la antiguedad misma del problema plantea muchas dificultades. En este informe, SEMANA analiza esta crisis.


LOS PRIMEROS COLONOS

La sierra de La Macarena fue conocida en tiempos de los españoles como la selva del gran Airico, pero solo hasta finales del siglo pasado surgió la idea de iniciar su colonización. En 1872, el francés Jules Crevaux le planteó al gobierno colombiano su intención de establecer allí la producción comercial de quina. Sin embargo, su empresa fracasó ante los embates de la fiebre amarilla, que diezmó a los hombres que había contratado para iniciar los cultivos. Pasarían más de 50 años antes de que se volviera a hablar de esta región. En 1933, el Estado colombiano acogió las recomendaciones de la Conferencia de Montevideo, que propuso que este territorio fuera declarado patrimonio de la humanidad. En 1958 La Macarena es declarada por ley como reserva natural; un año después monumento nacional. En 1963 es entregada a la Universidad Nacional para fines exclusivamente científicos y en 1965 se fijan sus límites actuales.

Los verdaderos y exitosos intentos de colonización se iniciaron a comienzos de los años 50 con la llegada de gente de la cordillera. "Eran liberales que los conservadores expulsaron de sus tierras y que se sumaron a otro movimiento migratorio que tuvo su centro en Algeciras", dice el investigador Alfredo Molano. Pero allí no encontraron la paz.

"Un día, el Ejército, que a la sazón cumplía misiones partidistas -sostiene Molano- encerró a los liberales en el matadero de San Vivente del Caguán y los amenazó con ejecutarlos si no desocupaban la localidad. Fue así que algunos liberales se dirigieron con sus familias hacia el Yarí y otros llegaron a las vegas del Guayabero. Este grupo, compuesto por dos o tres familias, encontró una pista de avión que había pertenecido a la compañía Shell y antes a la Tropical Oil Company, y en sus cercanías se instaló. Vivieron durante unos años de la caza y la pesca, del cultivo de la yuca y del plátano, y establecieron relaciones con una comunidad indígena guayabera. Con la amnistía decretada por el general Gustavo Rojas Pinilla, en el año 1953, fueron llegando a la región otras familias procedentes de la intendencia de Caquetá".

Hacia 1965, según una investigación del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional (CES), empezaron a colonizarse las estribaciones de La Macarena. Vistahermosa comenzó a formarse como centro de servicios y punto de comercialización, lo mismo que Puerto Lucas y Maracaibo. La zona norte fue ocupada y colonizada muy rápidamente debido a la red de trochas que el Incora había construído allí. En todo este proceso fue fundamental la participación del sindicato de pequeños agricultores del Ariari, que había organizado la lucha por la tierra en San Juan de Arama. "Esta organización, dice el CES, llamaba a la gente a colonizar, indicaba el sitio y las modalidades de ocupación y era la autoridad real que mediaba los conflictos surgidos entre los ocupantes. Los predios distribuidos no pasaban cada uno de las 200 hectáreas y los colonos debían vivir con sus familias en las fincas sin excusa alguna. Si el sindicato y los vecinos observaban tendencias hacia acaparamiento o el ocio, el colono era reemplazado en el acto".

Durante los años 60 y parte de los 70, la región empezó a generar un volumen apreciable de productos agropecuarios que los comerciantes se encargaban de hacer llegar al interior del país, mediante el trueque. Buena parte del desarrollo de Granada, San Martín y Villavicencio se relaciona con este proceso. Pero la presión que ejercieron los campesinos y la acción de los políticos en busca de caudal electoral se conjugaron para que en 1971 el Inderena (el mismo organismo encargado de preservar los recursos naturales) le sustrajera 50.000 hectáreas a la reserva, que se repartieron en 259 títulos de propiedad que el Incora se encargó de entregar a los colonos allí asentados. Esta decisión, sin embargo, atrajo nuevas oleadas de colonos que generaron problemas de ocupación en el parque. El Consejo de Estado echó para atrás las medidas e invalidó los títulos, pero ya era demasiado tarde.


"Los hechos -sostiene la investigación del CES- rebasaron la letra de la ley, pues los colonos pioneros y los recién llegados, aperados de anzuelo, hacha, sal y panela, intensificaron la tumba de la milenaria vegetación, al tiempo que se dedicaron a establecer cultivos civilizadores de maíz, plátano, yuca, arroz y caña de azúcar". Esa colonización de carácter agrícola procuró a los campesinos los medios para la subsistencia, pero deterioró la serranía. Como la tierra no es apta para el cultivo, tras la primera cosecha se vuelve inservible y hay que desplazarse a otro sitio para continuar en un ciclo infinito y dañino.

Al poco tiempo, el aislamiento geográfico de la reserva, las precarias vías de comunicación y la penuria económica del colono, fueron el abono perfecto para la llegada de la coca y la marihuana.




COCA, GUERRILLA Y PARAMILITARES

La región no tenía tradición de cultivos ni de tráficos ilícitos. Por el Guaviare entraban desde Venezuela y Brasil pequeños matutes de armas y relojes; por la región del Guayabero, durante la época de la siringa, se sacaban amarrados los indígenas para las caucherías de la casa Arana; y en la colonia penal de Acacías los presos llegaron a cultivar marihuana pero nada más. Los colonos aseguran que hacia 1974 ó 1975 se trajeron de la Sierra Nevada las nuevas semillas de marihuana y que se plantaron con éxito en las cercanías de Vistahermosa. Los hermanos Rojas y Gonzalo Rodríguez Gacha, el 'Mexicano', se interesaron en el negocio en sociedad con traficantes costeños. Eran cultivos extensos, mantenidos en secreto y manejados con gran cautela.

El proyecto tuvo éxito. En Vistahermosa y en las márgenes del río Guejar los cultivos se desarrollaron aceleradamente por cuanto los beneficios eran extraordinarios. Los colonos aprendieron todas las técnicas relacionadas con la siembra, el embalaje y el transporte. De Vistahermosa salían los aviones repletos de yerba hacia el exterior. "La marihuana -dice el CES- les permitía a los colonos coronar en una sola cosecha lo que no habían podido hacer durante toda su vida con el maíz, el arroz, el plátano o los cerdos. El efecto de demostrac¿ón económica convenció a todos los colonos, sin distinciones de credo religioso político. Las semillas o los esquejes eran vendidos públicamente y el negocio se hizo popular".

La bonanza de la coca tuvo múltiples efectos en toda la región. El primero fue el demográfico. Entre 1980 y 1988 la población de la reserva llegó a más de 50.000 personas. Esta nueva ola de inmigración estaba compuesta por campesinos pobres de las zonas andinas, por colonos arruinados, por jornaleros de las áreas de agricultura comercial y, por primera vez, por desempleados y rebuscadores urbanos. Esta enorme masa de colonos se concentró a lo largo del río Guayabero y fundó varios asentamientos, entre ellos El Raudal, La Carpa, Nueva Colombia, Cachicamo y Puerto Nuevo. En estos lugares se concentraron los servicios, el comercio y la vivienda, y de allí partió el éxodo de colonos que derribó selva y multiplicó las chagras. Las consecuencias, no obstante, fueron más allá. La nueva generación de colonos olvidó el manejo de la tierra y ahora la mayoría de los habitantes parecen estar acostumbrados a conseguir el dinero de la forma más fácil.

Ese súbito auge económico producto de la coca coincidió también con un auge de la izquierda, representada en la presencia de la guerrilla de las Farc en el plano militar -que, de alguna forma, ya existía en embrión desde los años 50 con el establecimiento de los hombres de Guadalupe Salcedo- y de la Unión Patriótica en el campo político. Para 1986, la fuerza mayoritaria en los municipios que rodean la reserva era evidente. Vistahermosa, La Macarena, Piñalito y San Juan de Arama, eligieron alcaldes del partido comunista.

Este hecho agregó a La Macarena un nuevo ingrediente que alteró la ya deteriorada situación: los paramilitares irrumpieron en la vida de la zona. En febrero de 1988, varios encapuchados llegaron a la gallera de Piñalito, donde un grupo de campesinos departía, y disparó contra ellos. Murieron 14 personas. A lo largo de los meses siguientes, una ola de persecuciones y atentados contra los simpatizantes de la izquierda desterró la presencia comunista de la región, al menos en los puestos políticos municipales. El golpe de gracia, posteriormente, sería el desalojo del secretariado de las Farc en Casa Verde, en diciembre de 1990.

Con otras situaciones adicionales, este es el convulsivo panorama de la región de La Macarena, hasta hoy.

SIN ESTADO Y SIN AUTORIDAD

Tras la sistemática persecución de la izquierda, y su desaparición del panorama político de la zona, los paramilitares hicieron maletas. Por un breve período, que va desde la expulsión de las Farc de Casa Verde, y finales de 1993, La Macarena no volvió a conocer de asesinatos de tinte político. Sin embargo, el 3 de diciembre de este último año, la guerrilla se reinstaló de nuevo en la serranía. Pero esta 'nueva guerrilla' llegó cargada de otras propuestas. El primer paso de 'soberanía' en sus antiguos dominios fue radical. Convocó a los colonos y les advirtió que "de ahora en adelante" estaba prohibida la pesca indiscriminada o con fines comerciales. Solo para consumo 'autorizó' la pesca de especies como el pintadillo, la cachama y el amarillo; y prohibió la tala de maderas como el cedro macho, el cedro amargo, el achuapo y el bilibil.

Pero el ejercicio de esa soberanía va más allá. Ante la ausencia manifiesta de las autoridades legítimas, las Farc delimitan linderos, dirimen conflictos familiares y vigilan para que la ley y el orden se cumplan. "A los colonos -dijo una fuente a SEMANA- les tienen prohibido consumir cocaína o fumar marihuana. Si se enteran de que alguien viola esta orden, le hacen un primer llamado de atención -hasta un segundo- y después... vaya uno a saber lo que les hacen. Pero, aunque parezca absurdo decirlo, los colonos aceptan este tipo de prácticas, porque allí la justicia colombiana es inoperante". Entre tanto, aseguran los habitantes de la serranía, las autoridades se limitan a operaciones de rutina. Unas veces sobrevuelan los helicópteros Blackhawk del Ejército, otras veces un piquete de soldados se adentra en la selva. Pero de ahí no pasa.

Aunque parezca realismo del más puro tinte macondiano, La Macarena -en medio de sus conflictos- es un reducto del país donde 'conviven' las autoridades colombianas, terratenientes, colonos, mafias madereras, narcotraficantes y desplazados de la violencia. Ese equilibrio de fuerzas, sin embargo, se pierde en ocasiones, y para muchos, es la causa de los actuales problemas. "La muerte de 'Melco', dijo una fuente oficial, podría estar relacionada con cualquiera de esos poderes. Sin embargo, el crimen podría ser producto de venganzas de los madereros ilegales e, inclusive, de sectores informales de turismo ecológico, que se habrían visto perjudicados por las medidas tomadas por el naturalista".

Las bonanzas fugaces de La Macarena -la coca, la marihuana, la explotación maderera y ahora el turismo ecológico- no han dejado nada bueno a la región. Y parece, según opinan varios expertos, que tampoco ninguna enseñanza a las autoridades forestales o del medio ambiente que, todavía, no tienen una política definida sobre parques nacionales. Aunque Colombia es dueña de nueve millones de hectáreas dedicadas a la conservación de bosques, cerca de 720.000 están en manos de propietarios privados y cerca de un millón 80.000 se encuentran en poder de colonos, según el Inderena. Eso quiere decir que el 17 por ciento de los parques naturales está ya colonizado.

Sea como fuere, el problema es muy complejo. No se le puede pedir a un guardabosque desarmado que vigile una extensión de 800.000 hectáreas y persiga a los deforestadores, que por lo demás andan armados hasta los dientes. Tampoco se les puede exigir a los colonos que dejen de sembrar coca, porque se mueren de hambre. Si se quisiera iniciar un programa de sustitución de cultivos, habría que construir vías que comuniquen a la serranía con el interior del país para vender los productos y generar una riqueza legal, pero eso atraería a más colonos. Si se quisiera expropiar a los colonos por las vías de hecho, se generaría un conflicto social de impredecibles consecuencias. Si se quisiera desalojar a las Farc, habría que meter en la manigua contingentes enteros de batallones... El problema, si bien parece amainar por momentos, dista de una pronta solución.

Lo único cierto es que La Macarena exigirá una mayor atención de parte del Estado colombiano en los próximos años. El corolario de toda esta historia bien puede resumirse en una sentencia de Bertold Brecht que un anónimo ecologista pegó en un árbol cerca de Caño Cristales, al día siguiente que mataron a 'Melco': "¿Qué tiempos son estos, en los cuales una conversación sobre árboles es casi un delito? En verdad vivimos épocas oscuras. Estamos perdidos".