Todos del mismo lado
A pesar de que la crisis económica ha empobrecido también a los bogotanos el esfuerzo del gobierno para lograr una ciudad más equitativa se ha hecho sentir.
Es cierto. Al oasis bogotano le han llegado las ventiscas de la recesión y el desempleo y, en los últimos cinco años, una horda de 370.000 personas -casi un Manizales entero- harapientas, hambrientas, huyéndole a la violencia del resto del país. Y se ve. En las caras tristes de los niños que hacen piruetas en las esquinas a cambio de una monedita; en los ojos todavía más tristes de sus mamás con sus carteles desvencijados de ortografía rural y sus ropas coloridas y livianas de tierra caliente, únicos certificados de su desplazamiento forzado. Y se ve también en la telavisión, cuando sale el cerro de Cazucá o los altos de Ciudad Bolívar, y una sola vivienda larga de plástico y latas donde se hacinan los recién llegados.
La mayor pobreza también se siente. Si en 1997 tres de cada 10 habitantes vivían con menos de dos dólares al día, en 2000 ya eran casi cinco de cada 10. Son bogotanos por debajo de la línea de pobreza. En los mismos tres años los indigentes, aquellos que apenas si se visten y se alimentan, pues viven con menos de 2.600 pesos al día, más que se duplicaron de 6 a 15 por ciento.
Como suele suceder en estos países cuando viene la crisis económica, la brecha entre pobres y ricos crece. Así que hoy los ricos de Bogotá son menos y ganan más y los pobres son más y ganan menos. Las mediciones de concentración de la riqueza del Departamento Nacional de Planeación muestran que ésta ha crecido ligeramente desde 1997. En esto Bogotá vuelve a ratificarse como capital de Colombia, el segundo país con la mayor concentración de la riqueza en América Latina después de Brasil.
Pero también es verdad que, gracias a una obsesión de los últimos gobiernos capitalinos, y aunque suene contradictorio, esos pobres venidos a menos pueden tener hoy más oportunidades y más derechos garantizados que antes.
"En medio del empobrecimiento general la ciudad ha hecho un esfuerzo enorme por mejorar la equidad", dice el concejal independiente Juan Carlos Flórez. Y agrega la directora del Departamento Administrativo de Bienestar Social (Dabs), Angela María Robledo: "Cada uno de los últimos años hemos aumentado la atención de los más vulnerables de la ciudad, y cada vez más es la comunidad misma, con su participación, la que define cómo quiere que el gobierno le ayude a alcanzar sus sueños".
El problema es que este empeño es casi invisible. Bien porque Antanas Mockus comunica mal (un retroceso, frente a su anterior gestión, en la que fue el genio de la comunicación eficaz) o por el sesgo de los medios colombianos al difundir las malas noticias, la gestión social del Distrito no se ve tanto como la pobreza. Pero existe, contante y sonante. La inversión social de Bogotá pasó de 586.000 millones de pesos en 1995 a 1,5 billones de pesos en 2002. Hoy la ciudad gasta la mitad de su presupuesto en salud, educación y bienestar social. Eso sin incluir lo que gasta en más espacio público, en servicios de acueducto y alcantarillado extendidos, en la legalización de barrios o en sostener una oferta cultural gratuita tan amplia como la de cualquier capital rica del mundo. Todos son esfuerzos para mejorar la calidad de vida de la sociedad bogotana.
La gestión oficial también está ayudando a redistribuir. Por ejemplo en Usme, donde la gente paga la menor cantidad de impuestos, es precisamente donde se hace la mayor inversión social.
Otra medida del desvelo de Bogotá por mejorar la calidad de vida de los más pobres es el hecho de que, a pesar de la caída en los ingresos de sus habitantes, haya disminuido el número de personas con necesidades básicas de salud, vivienda y educación insatisfechas. Así los pobres, medidos según la carencia de estas necesidades básicas, son hoy menos que hace un lustro.
En cada rubro la atención se ha extendido y mejorado. En educación, cada año se han creado nuevos cupos (más de 30.000 para 2003, según lo está aprobando el Concejo esta semana) y hoy ya el 97 por ciento de pequeños en edad escolar están yendo al colegio. Pero además a muchos de esos infantes se les han brindado transporte escolar y complementos alimenticios. Hoy se reparten en las escuelas de la ciudad 140.000 refrigerios diarios, la única comida del día para miles de niños.
En salud los logros no se quedan atrás. Para el 31 de octubre de este año había 1.231.000 bogotanos afiliados al Sisbén; ellos tienen el derecho de ser atendidos en los centros y hospitales de la ciudad gratuitamente. Además la ciudad acaba de inaugurar dos hospitales de segundo nivel en Suba, con 125 camas, y en Engativá, con 161 camas, ambos al día en adelantos médicos y servicios de atención.
La tarea más difícil, la de la atención a la población más pobre, vulnerable y marginada, también ha seguido en avance a pesar de que la demanda es cada vez mayor. Hoy el Dabs, en conjunto con otras entidades, como el Icbf, maneja más de 20 proyectos para atender en jardines infantiles y casas vecinales a niños y niñas de familias muy pobres que estén entre 3 meses y 5 años; para subsidiar a 20.000 ancianos indigentes; alcanzar a los habitantes de la calle con programas que van desde los servicios de salud y alimentación hasta procesos de desintoxicación o de calificación de oficios y talentos para que gente totalmente marginal regrese a la sociedad como un ser productivo; para proteger infantes en altísimo riesgo, abandonados o con familias violentas; para proveerle refugio a jóvenes hijos de recicladores mientras sus padres trabajan en la calle y para apoyar la nutrición y la salud de madres embarazadas, entre varios otros.
Darle dignidad a la pobreza, abrir las puertas de la oportunidad y recuperar el valor de la vida rinde sus frutos. "Ha sido el blindaje para que los grupos armados no hayan podido echar raíces duraderas en Bogotá", dice el concejal Flórez.
Pero, como señaló Robledo, la democracia real es costosa. Bogotá puede mantener los niveles de cobertura actual de servicios sociales con los ingresos que hoy tiene por impuestos propios y transferencias. Pero debe seguir creciendo. Le faltan miles por cubrir para que se pueda decir que cada bogotano tiene una mínima calidad de vida. Además siguen llegando colombianos pobres a la capital cada día. Y el gobierno distrital aún no tiene el panorama despejado para lograr asegurar estos crecimientos.
Para empezar, el gobierno necesita convencer más a los ciudadanos de la utilidad y urgencia de contar con nuevos recursos; hacer visible lo que hoy no se ve. Sólo con una opinión pública a favor se pueden cobrar más impuestos.
Bogotá tiene además que cuidar sus intereses ante la Nación para que leyes, como la 230 que se tramita hoy en el Congreso, no la castiguen por cuenta de la indisciplina fiscal de otras ciudades.
Y, por último, tiene que encontrar mecanismos claros y fluidos para masificar la solidaridad y el altruismo de los más pudientes hacia los más pobres. Si alcanza, en parte, estas metas en los próximos años, Bogotá podrá ser modelo de desarrollo social, ya no para la región, que ya lo es, sino para el mundo.